ES imposible dejar de pensar en lo que Ester le ha revelado hoy. No se encuentra muy bien y apenas ha cenado. Bruno se ha encerrado en su habitación y, sentado frente al ordenador, se pregunta por qué una chica como ella se ha metido en un lío tan grande como ése. Pero tampoco puede creerse que alguien sea capaz de tratarla de esa manera. Eso le resulta todavía más incomprensible. Ese tipo no se merece que ella lo quiera.
Enamorarse de la persona equivocada es el mayor riesgo que existe. Que se lo digan a él. En clase deberían enseñar a controlar los sentimientos. Pero Bruno se teme que, en caso de que esa asignatura existiese, él no lograría aprobarla nunca.
Entra en Tuenti. Quizá esté conectada y quiera hablar un poco más. Él es su único apoyo en esos momentos. Cuando se despidieron antes, Ester le dio un abrazo que le habría gustado recibir en otro momento y de otra manera. También le dio las gracias por todo. Pero él se había limitado a escuchar su historia. Una historia que no debería haber pasado.
Ester no está, pero Eli sí. Sin embargo, no le apetece hablar con ella. Hace tiempo que no se llevan muy bien y, después de lo de ayer, su relación se ha deteriorado todavía más. Qué lejos quedan los días en los que eran grandes amigos. Pero es que Elísabet ha cambiado tanto durante los últimos meses…
Quien también tiene la lucecita verde encendida en el chat de Tuenti es Meri, que en seguida le habla.
—Hola, Bruno. Ya estoy en casa.
—Hola, ¿cómo te ha ido con tu padre?
Le parece extraño no contarle lo de Ester. Se siente raro ocultándole un secreto. Normalmente, lo comparten casi todo. Casi. Ella no está al corriente de que está enamorado de su amiga desde hace mucho tiempo. O eso es lo que Bruno cree. Pero el resto de las cosas sí las sabe.
—Bien. Hasta ha venido a cenar a casa…
—¿Qué? ¿Con tu madre presente?
—Sí. Ha sido la cena más rara de mi vida.
—Creía que no podían ni verse.
—Y así era. Pero hoy han sufrido un ataque de amabilidad y hemos cenado todos juntos. Como una familia feliz.
Los padres de María deben de ser realmente curiosos, por lo que ella le ha contado. Seguro que sus madres se llevarían de maravilla.
—Y tú, ¿cómo estás?
—Todos me preguntáis lo mismo.
—¿Todos? ¿Quién más sabe que te vas?
—Lo decía por ti y por mi hermana. Los demás no lo saben aún. Se lo contaré mañana en el recreo.
Tras leer eso, el chico vuelve a sentirse culpable. Ester también está enterada de la noticia, porque él se lo ha confesado por la tarde en su casa. Tal vez debería contárselo a Meri. Pero podría enfadarse, a pesar de que es algo que nunca le ocurre con él.
—Bueno, ¿entonces estás bien?
—Más o menos, Bruno. No es fácil asimilar que el miércoles empezaré una nueva etapa.
—¿El miércoles? ¿Qué miércoles?
—Este miércoles.
—¿Ya? ¿Tan pronto? ¿No es muy precipitado?
—Un poco. Pero cuanto más tarde en irme, más trabajo me costará. Ya que voy a hacerlo, mejor hacerlo pronto.
—Rápido y sin dolor.
—Exacto. Aunque… sí que me duele irme y alejarme de vosotros.
Aparece un icono triste en la ventana de la conversación. A los dos les apena mucho que María se vaya tan lejos y, sobre todo, que las cosas puedan cambiar.
—No va a ser lo mismo sin ti.
—Ya encontraréis a otra más rara que yo que os haga la parte de Filosofía.
—¿Más rara que tú? Imposible.
—Mira quién habla. Tampoco creo que encuentre a alguien más raro que tú en Barcelona.
—Barcelona. Yo no podría irme para allá, con tanto seguidor del Barca junto…
—A mí eso no me afecta.
—Ester estaría en su salsa…
Y, al hablar de ella, los dos amigos piensan en la joven con una sonrisa. También lo pasará muy mal sin la pelirroja.
—Bruno, tengo que irme.
—Vale. Si necesitas algo, tienes mi móvil. —Y el chico añade un icono riendo.
—Lo tendré en cuenta. Mañana nos vemos.
—Hasta mañana.
La conversación con Meri termina. Hoy no ha sido un día de buenas noticias, precisamente. Pero su amiga ha elegido ese camino y él lo respeta. La echará de menos. El joven suspira y protesta profiriendo un insulto en voz alta. Ya lo decía la canción de Boomtown Rats, / don't líke Mondays.
Y ese lunes ha sido un desastre. Pero no hay lunes que no lleve detrás un martes. Lamentarse no sirve de mucho.
Resignado, se levanta de la silla y alcanza su BlackBerry amarilla. No ha recibido nuevos mensajes.
¿Qué estará haciendo Ester ahora?
Su habitual sonrisa lleva unos días apagándose intermitentemente a causa de las circunstancias que le han tocado vivir. Son muchas cosas las que le han pasado, y ninguna la hace sentirse bien. Lo de esa tarde en el piso al que la ha llevado Rodrigo ha supuesto un golpe muy duro para Ester. Aunque no sabe hasta qué punto ella ha sido responsable o culpable. No se veía preparada para acostarse con él. No era el momento. Pero no sabe si ha acertado al salir de allí corriendo. Quizá debería haberse quedado a hablar con él cuando el ambiente se hubiera suavizado y los dos se hubieran tranquilizado. Pero no tenía fuerza para ello.
Los dieciséis no han comenzado muy bien…
Bruno ha sido su único apoyo. El único que la ha hecho reír en ese estúpido lunes. Seguro que él jamás la habría forzado a hacer nada que no quisiera. Es un gran chico. Cómo le habría gustado enamorarse de él y corresponderle. Pero sus sentimientos son de amistad, no lo ve como a alguien con quien salir. Por el contrario, pese a todo lo ocurrido hoy, sigue enamoradísima de su entrenador.
Pone música en el ordenador y se sienta en la cama. Escucha Down, de Jason Walker, abrazada a su peluche Effy, una pequeña jirafa que le regalaron hace algún tiempo y que se llama así por la chica de «Skins», su serie preferida hasta que vio «Pequeñas mentirosas». La aprieta con fuerza. Quiere llorar. Últimamente no para de hacerlo. Se le van a terminar las lágrimas. Cierra los ojos y los abre de golpe. Sonríe mientras sus mejillas se humedecen. No va a permitirse continuar triste.
Es mejor pensar en positivo. En lo que la hace feliz. En la partida a la Play con Bruno. En lo graciosa que ha sido su madre. En lo atento que siempre se ha mostrado su amigo con ella. Siempre.
Debería llamarlo para agradecerle todo lo que ha hecho por ella. Así, al menos, se irá a la cama con una sonrisa. Y una sonrisa justificada.
—¿Ester?
—Hola, Bruno.
—Hola.
Parece sorprendido. A lo mejor estaba discutiendo con su madre o con alguno de sus hermanos. Ella, que es hija única, siente envidia sana de que él tenga cuatro.
—¿Estabas ocupado?
—No, no. Precisamente estaba pensando en ti… Quiero decir que… A ver… Me había acordado de ti porque acabo de hablar con Meri.
Se ha puesto nervioso. La joven sonríe. Ese punto de comicidad del chico le resulta muy divertido. Incluso cuando no quiere hacerla reír voluntariamente.
—¿Has hablado con Meri?
—Sí.
—¿Y cómo está? ¿Se siente triste porque se marcha? No he querido llamarla ni escribirle para que no sospechara que lo sé.
—Bueno. Está regular —contesta Bruno con un suspiro—. Se va este miércoles.
—¿Qué dices?
—Es lo que me ha dicho.
—¡Vaya! Creía que tardaría más en marcharse. ¡Si casi no nos va a dar tiempo a despedirnos de ella!
Qué complicadas serán las cosas sin Meri. Ella le aporta tanto… Espera que su amistad no se resienta con su marcha.
—Su padre está aquí e imagino que querrá volver a Barcelona con ella.
—Uff. Tendríamos que hacerle algo especial.
—¿Una fiesta?
—Sí, algo así. Podríamos reunimos todos mañana por la tarde o por la noche y darle una gran despedida.
—¿Dónde?
—Pues, no sé… En alguna de nuestras casas.
—En la mía imposible —advierte Bruno—. En la de Raúl, complicado con sus hermanas; y la de Val es demasiado pequeña. Y, además, su madre llega agotada a casa.
—¿Y en la de Eli?
—Es la más grande, pero no creo que sus padres la dejen.
—Mmm. Como a mí —comenta apenada la chica—. ¿Y en Constanza? Como si fuera una reunión del grupo.
—La última reunión del Club de los Incomprendidos.
—¡No digas eso! ¡Di la penúltima!
—No nos engañemos, Ester. Meri se va a Barcelona. Los demás no quieren que nos reunamos más… Es el final.
—Me resisto a pensar eso.
Sería muy triste. Aunque hay muchas posibilidades de que ésa sea la última vez que queden los seis juntos.
—Ya veremos qué pasa. No le demos más vueltas, que ya bastante has tenido hoy —afirma Bruno, muy serio—. ¿Te encuentras un poco mejor?
—Tengo fases. Pero no puedo quitarme de la cabeza lo que ha pasado.
—Te comprendo.
—No sé cómo me he metido en esto, Bruno. Y mañana tengo que verlo otra vez en el entrenamiento.
—No vayas.
—Tengo que ir. No puedo huir constantemente. Debo dar la cara. Aunque me dé miedo enfrentarme a él.
—No tienes que hacerlo. Pasa de una vez de ese tío, del equipo… Olvídate de todo. Tú eres más y mejor de lo que ese tipo se merece.
—Estoy… enamorada de él. Y no puedo evitarlo. Quiero arreglar las cosas.
El silencio de su amigo le da a entender su desacuerdo en cuanto a su comportamiento.
—Vas a tropezar en la misma piedra.
—Puede ser.
—¿Y si vuelve a intentar… ya sabes? ¿Qué harás?
—Negarme. ¿Qué voy a hacer?
¿Qué va a hacer? Necesita aclarar su relación con él. Necesita saber si lo que ha pasado en el piso ha sido sólo un calentón. Si puede volver a confiar en su entrenador. Para ello, debe acudir al entrenamiento y, cuando acabe, hablar con Rodrigo.
—Pues iré contigo.
—¿Cómo?
—No pienso dejarte sola. Iré al entrenamiento.
—No puedes…
—Sí que puedo. Me quedaré en la grada esperando a que termines de entrenar y a que hables con él. Y no vas a convencerme para que no lo haga.
—Bruno…
—Si tú vas a ver a ese tío… yo estaré cerca de ti. Y, por favor, no me pidas más que no lo haga, porque no voy a hacerte caso. Al menos no en este asunto. Nunca volverás a pasar por lo que has pasado hoy. Te lo prometo.