SENTADA en el sofá del comedor con el portátil sobre las piernas, Valeria mira las fotos que tiene en su Tuenti. En todas sale con sus amigos, los del Club de los Incomprendidos. Va pasándolas una a una, lentamente. Sonríe. Se detiene y recuerda el momento en que nació cada imagen. Cada una de ellas es una pequeña historia y cuenta con un significado especial.
La número 311 la hace suspirar. Eli y ella aparecen al lado de Raúl, dándole un beso en la mejilla cada una por un lado. Se acuerda perfectamente de ella. Es del tercer fin de semana de junio. Fueron los tres juntos a la piscina y se dieron el primer baño del verano antes de las vacaciones. Ella ya sentía por el chico lo mismo que hoy, aunque, por aquella época, él salía con una tía de su edad que se llama Diana. Ese mismo sábado, Elísabet también se lió con uno de segundo de Bachillerato del instituto.
Cuánto han cambiado las cosas. Es como una partida de naipes. Como si cogieras una baraja de cartas y las mezclaras todas: la que estaba la primera puede que ahora esté en el medio o al final. Y la última puede salir al principio. Sin embargo, por más veces que se barajen las cartas, siempre hay alguna que permanece en el mismo sitio. En el mismo lugar. Como sus sentimientos, que son los mismos que en aquel mes de junio.
Se levanta del sofá y se despereza. Está agotada. Lleva todo el día de aquí para allá. Que si metro, que si taxi, que si Raúl, que si César…
César. Él no existía en junio. Si hubiera aparecido antes, ¿habría sido diferente su vida a como es en ese instante? ¿Y sus sentimientos? Es fácil enamorarse de alguien como ese chico, con un físico tan imponente y que parece que lo hace todo bien. Sin embargo, la zona de su corazón reservada al amor está bien cubierta. Y, a pesar de que el universitario la atrae, porque es innegable que la atrae, no cambiaría a Raúl por él. Aunque sólo fuera porque su amigo ha llegado primero.
Pero está cansada de darle vueltas a la cabeza. Harta de pensar si el uno es quien dice ser, si el otro estará superando la tentación… Necesita respirar hondo y olvidarse de todo durante cinco minutos. Cinco minutos de tranquilidad.
Camina hasta la cocina y abre el frigorífico. Saca una botella de zumo de naranja y se echa un poco en un vaso. Bebe y se queda embobada mirando los azulejos de la pared. Pensando… ¡Qué idiota! Parece imposible desconectar. No es capaz de alejarse de la realidad. De aislarse. Los dos chicos que la han vuelto loca durante esos últimos días no se marchan de su mente.
Y sonríe. Tampoco es tan malo volverse loca con ellos. Son únicos. Y, cada uno en su estilo, inigualables. Sigue sonriendo como una tonta hasta que suena el telefonillo de su casa y casi hace que se atragante. Deja el zumo sobre la encimera y contesta.
—¿Sí? ¿Quién es?
—¿Valeria? Hola. Soy César.
¡César! ¿Qué hace allí? ¿Y qué quiere? Si no le abre, será imposible averiguarlo. Va a pulsar el botón que abre la puerta de abajo, pero se arrepiente. ¡Cómo va a dejarle subir a su piso! Mejor baja ella. Pero alguien conocido podría verla hablar con él en mitad de la calle. ¿Y si pasa por allí alguno de sus amigos? La someterían a demasiadas preguntas. Mejor que suba. Sí, qué más da, ya sabe dónde vive…
—¿Está?
—¡Sí! ¿Subo?
—Sube.
—Subo.
Rápidamente, Valeria se dirige hacia la puerta de entrada. Se estira la camiseta, se alisa el pantalón, se asegura de que todos los botones y cremalleras que lleva encima están cerrados. Está atacada de los nervios. ¡Se ha atrevido a ir hasta su casa!
¿Abre y se asoma o espera a que llame al timbre? La B. Mira hacia arriba y reza porque su pelo esté bien, porque su madre no vuelva antes que de costumbre, ¡porque César no note su histeria! Pero no es creyente. ¿O sí? ¿Es agnóstica? No lo ha decidido aún. Entonces, ¿a quién reza? A Dios, a Mahoma, a los visigodos, al Pato Lucas…
El timbre.
Un respingo. Toma aire. Lo suelta. Nota que el sabor a naranja se ha quedado instalado en su paladar. ¿También en sus labios? Seguro. Si le da dos besos, puede que le transmita el olor amargo. ¿Y si es alérgico a los cítricos? ¡Cómo va a serlo! ¿Y si lo es? Se pasa la lengua por los labios a toda prisa. Ahora están mojados de saliva. Vaya. No tiene tiempo de ir a por un trapo o una toalla para secarse. La manga de la camiseta es la solución. ¡Pero es blanca! Ya no. Al menos la manga izquierda…
El timbre otra vez.
Resopla y abre con el brazo escondido detrás de la espalda.
—¡Hola! ¡Qué sorpresa! —grita Valeria exagerando su sonrisa y agudizando la voz.
—¿Sorpresa? Si acabamos de hablar por el interfono.
—Digo antes de que llamaras al telefonillo.
La chica lo invita a pasar. Menos mal, no ha habido besos. Así que, si es alérgico a los cítricos o no le gusta cómo huelen o saben las naranjas, ya no hay problema. ¡Se ha salvado!
—¿Te pasa algo en el brazo? —le pregunta el joven mientras entra en el comedor.
—¿A mí? ¡Qué va!
César se encoge de hombros y se sienta en el sofá. Valeria se acomoda a su lado, después de alcanzar un cojín con el que taparse.
—Bueno, ¿qué querías?
—¿Yo? ¡Si el que ha venido a mi casa has sido tú!
—Porque Tania me ha mandado un mensaje diciéndome que habías ido a mi casa preguntando por mí.
Al final la camarera se ha ido de la lengua. Debió de imaginárselo.
César la mira como si analizase cada uno de sus pestañeos. La chica se sonroja. Se echa hacia delante y aprieta el cojín con fuerza.
—Sí. Es verdad.
—¿Y qué querías?
—Hablar contigo —contesta tímidamente—. Que me explicaras de una vez por todas qué es verdad y qué es mentira de todo lo que me has contado.
—Qué más da eso ya.
—¿Cómo que qué más da? No puedo fiarme de una persona que se inventa historias.
—No te fiaste de una persona que te había contado la verdad.
—Eran muchas coincidencias, César. Entiéndeme.
—Las casualidades se dieron en los dos sentidos. Para ti y para mí. Sin embargo, yo confié en ti. Al principio incluso te seguí el juego de que estabas en la universidad y estudiabas odontología aunque sabía que me mentías.
Con cada frase que le dice César, más razón cree Valeria que tiene y más cuenta se da de que la que ha metido la pata ha sido ella. Puede que le haya mentido, que creara historias tan fantasiosas como falsas, que la haya seguido hasta su casa o que se inventara lo del bautizo para fastidiarla. Pero ella tiene buena parte de culpa de que todo eso se haya desarrollado así. César, simplemente, ha utilizado su ingenio para permanecer cerca de ella. Y siempre con una sonrisa.
—Lo siento. Ahora mismo estoy hecha un lío.
—Desenlíate.
—Eso sólo podría pasar si me contaras la verdad.
El joven vuelve a sonreír y la observa mientras cruza las piernas divertido.
—¿Te das cuenta de la cantidad de veces que me has pedido eso en sólo tres días?
—Soy muy pesada.
—Y desconfiada.
—También.
—Y un poco histérica. Y cabezota.
—Uff. ¿Algo más?
César se frota la barbilla y finge que piensa. Pero en seguida la mira otra vez, descruza las piernas y le coge la mano que no sujeta el cojín con el que se cubre.
—Preciosa, lista, divertida, cariñosa, comprensiva, intuitiva, simpática… ¿Sigo?
—No.
Nadie le había dicho jamás tantas cosas bonitas. Valeria no cree que tenga todas esas cualidades, ni siquiera la mitad. Ella es una chica normal. El que realmente sobresale por cada una de esas características es el chico que está a su lado.
—La primera vez que te vi fue el sábado. Nunca he hecho de mimo, lo confieso. No serviría para permanecer quieto durante demasiado tiempo en un lugar, sin moverme. No es lo mío.
—Me lo creí.
—Fui convincente.
—Demasiado.
—Eso no era verdad, pero te puedo asegurar que, desde nuestro primer encuentro en la estación del metro de Sol, no he dejado de pensar en ti. Has sido mi primer flechazo.
La mano de César está caliente, casi tanto como el rostro de Valeria. Le queman las mejillas. Debería soltarse, debería decirle que no siga hablando, que se olvide de ella y deje de aparecer por sorpresa en cada rincón. Pero no hace nada. No puede.
—¿Cómo es eso posible, César? No me conocías de nada.
—Ya lo sé. Pero fíjate cuál sería mi sorpresa cuando después te encontré en la fiesta de la discoteca. ¿Sabes lo que me entró por dentro?
Lo mira prendada de sus dulces ojos verdes y lo escucha ensimismada, embrujada por su cálida voz.
—Yo… No sé qué decir.
—Es cosa del destino, Valeria. ¡El destino nos ha unido por algún motivo!
—Ésa es una idea muy romántica, pero las casualidades también existen.
—Sí. Pero las cosas pasan por algún motivo. Y que me encuentre contigo una vez tras otra…
—Tengo novio, César —lo interrumpe tras soltarle por fin la mano—. Y, curiosamente, empezamos a salir el sábado.
El joven cabecea sin perder de vista sus ojos. Parece que aquello no le ha afectado. Y, si lo ha hecho, no lo demuestra.
—¿Y lo quieres?
—Mucho.
—Eso está bien.
—Lo conozco desde hace dos años, y es un chico genial.
—Seguro que, si te ha elegido a ti, es buen chico.
—Lo es.
Los ojos de Valeria brillan y se iluminan cuando habla de Raúl. Decirle en voz alta a otra persona que lo quiere, que lo quiere de verdad, le provoca una grandísima satisfacción.
—No voy a interponerme entre tu novio y tú, Valeria.
—Te lo agradezco, porque estoy enamorada de él.
—Eso es muy bonito. El amor correspondido es lo mejor que te puede pasar en la vida —comenta sonriendo.
—Eso dicen en Moulin Rouge, ¿verdad?
—Sí. También lo dicen en Moulin Rouge —asiente sin dejar de sonreír—. Quiero que sepas una cosa más.
—¿Qué?
—Te voy a esperar. Aunque ahora mismo no quieras nada conmigo… sé que algún día volverás a mí. Y yo te estaré esperando.
—Pero…
—Sé que eso pasará.
—¿Cómo puedes saberlo?
—En realidad no lo sé. No tengo una bola de cristal. Y ojalá duréis mucho. Eso significará que eres feliz, que es lo más importante. Pero algo me dice que algún día tendré mi oportunidad.
Y, tras afirmar eso, se levanta del sofá. Despacio, casi a cámara lenta, se inclina sobre ella. La chica se sobresalta y se echa hacia atrás temiendo que César busque su boca. Sin embargo, no puede esquivarlo y los labios del chico terminan besándola. Es un dulce beso de despedida en la frente.
—Tienes mi teléfono, llámame un día de éstos —le pide sonriendo.
Y, tranquilamente, se marcha del piso, seguro de que el destino, algún día de algún mes de algún año, volverá a unirlos.