AL recibir su mensaje, no ha podido evitar sentir un sobresalto. Ya ha anochecido y no esperaba volver a tener noticias de ella hasta mañana. Desde que Ester se marchó de su casa, Bruno no ha pensado en nada ni en nadie más.
Hola, perdona que te moleste ahora, pero necesito hablar con alguien y creo que tú eres la única persona con quien puedo hacerlo. ¿Nos vemos dentro de quince minutos en el mercado de San Miguel?
Parece que su amiga tiene problemas. ¿Qué habrá pasado? Seguro que tiene algo que ver con el encuentro con su entrenador. A Bruno le ha hecho daño enterarse de que su amiga tiene una relación con alguien, pero todavía le ha fastidiado más saber que es con ese tío. De esto no puede salir nada bueno.
Claro. Allí nos vemos. ¿Estás bien?
Ester no ha respondido a la pregunta. Eso le hace presagiar que no, que no está bien. Pero Bruno no quiere adelantar acontecimientos y prefiere escuchar lo que tenga que decirle antes de volverse loco pensando en lo que habrá podido suceder.
Ha intentado darse prisa y, por una vez, no va tarde. Han pasado quince minutos exactos desde que recibió su WhatsApp. Sin embargo, cuando llega al mercado de San Miguel, Ester ya está allí, cruzada de brazos, inquieta, mirando a un lado y a otro. Se ha cambiado de ropa, no va vestida como cuando fue a su casa. Mientras se acerca, Bruno también aprecia que se ha maquillado un poco. Sin duda, todo eso es por él, por su entrenador.
La joven lo ve y camina rápidamente hacia su amigo. Para sorpresa de Bruno, lo abraza. El chico la acoge entre sus brazos y la escucha sollozar. Algo grave ha debido de ocurrirle para que esté así. Ahora lo averiguará.
—Gracias por venir, Bruno —dice Ester cuando se separa de su amigo y se limpia los ojos con la mano—. Tenía que hablar con alguien.
—Para eso estoy —comenta con una sonrisa.
—Gracias, de verdad.
—¿Qué te ha pasado?
—Uff. Todavía estoy muy nerviosa.
—Tranquila. Cuéntamelo todo.
Los dos comienzan a caminar por el centro de Madrid mientras la chica le confiesa lo que ha pasado hace un rato en el piso de la calle Imperial. El muchacho la escucha atentamente. No le resulta agradable oírlo, pero resiste con gallardía. Ella lo necesita y, aunque le duelan sus palabras, debe soportarlo.
—Rodrigo, por favor… No puedo… hacerlo. —Estoy seguro de que disfrutarás mucho. Confía en mí.
—Que… no. ¡No quiero!
Y, reuniendo todas sus fuerzas, lo empuja y consigue quitarse al joven de encima. Rápidamente, Ester se levanta del sofá y se sube el vaquero.
—¡Vamos! ¡No me jodas! ¿De verdad que no quieres hacerlo?
—No estoy preparada. Ya te lo he dicho.
—¿Bromeas? ¡Has cumplido dieciséis años! —exclama el entrenador—. ¿Cuántas chicas de tu edad y más jóvenes tienen ya relaciones sexuales?
—No lo sé, y tampoco me importa.
Desconcertada, se dirige hacia la otra parte del estudio y se sienta en un taburete que hay en la cocina. No imaginaba que Rodrigo pudiera comportarse así con ella. Hasta entonces la había respetado y nunca la había forzado a nada. Sus discusiones más fuertes habían estado relacionadas sólo con el voleibol.
—Te estás comportando como una niña pequeña.
—Es que puede que siga siéndolo.
—Entonces estaba equivocado contigo. Creía que eras mucho más madura.
—¿Qué tiene que ver el sexo con la madurez?
—Están bastante relacionados.
—No veo cómo, pero bueno… Conozco a bastantes chicas y chicos que son muy inmaduros y ya no son vírgenes. Y al contrario.
El joven suspira y se pone de pie. Camina hasta ella, pero Ester se vuelve y mira hacia otro lado.
—Perdóname otra vez. No he debido presionarte tanto.
—No, no has debido hacerlo —responde muy afectada.
—Lo siento. Llevo unos días un poco nervioso.
—Y lo pagas conmigo.
—Sí. Y no tendría que hacerlo. Lo siento, Ester.
La chica se da la vuelta y entonces sí lo mira a los ojos. No entiende qué es lo que se le pasa por la cabeza cuando actúa como ayer en el vestuario o como hace unos minutos. Es una especie de doctor Jekyll y míster Hyde. Debería salir corriendo de allí y escapar de él para siempre. Pero no es capaz de hacerlo. Y sabe cuál es el motivo.
—¿Sólo querías traerme aquí para acostarte conmigo?
—No, por supuesto que no.
—Pues me da esa sensación.
—Estás equivocada. Pero no voy a negarte que tenía muchas esperanzas de que hoy… Era una buena manera de hacer las paces.
Su media sonrisa fastidia a Ester. Pero también la seduce. Y, por supuesto, ese perfecto torso desnudo… Y su mirada insinuante… No puede negar que se siente muy atraída hacia él. También sexualmente. Sin embargo, hay algo que le impide entregarse a Rodrigo por completo.
—No es que esté en contra del sexo ni nada de eso, ¿eh? Sólo es que… aún no me veo haciéndolo.
—¿Es por miedo?
—No lo sé.
—Es normal que estés nerviosa y que tengas un poco de miedo. A todos nos pasó en su día. Pero eso se cura.
—¿Se cura? ¡Ni que fuera una enfermedad!
—Quiero decir que hay un remedio para que se pasen los nervios, el miedo y la tensión de la primera vez.
—¿Sí? ¿Cuál?
—Hacer el amor.
Otra vez esa estúpida media sonrisa que tanto le gusta. Es tan guapo. Y, aunque se enfade mucho con ella, no podría dejar de quererlo.
—¿Tantas ganas tienes de hacerlo conmigo? —pregunta con timidez.
—No te lo puedes ni imaginar.
—¿Qué ves en mí?
—Todo. Me encantas —le susurra al oído—. Y para que veas que no sólo te he traído aquí para lo que piensas…
Rodrigo se aleja de la cocina y busca algo en la cazadora que llevaba puesta. De uno de los bolsillos saca un paquetito envuelto en papel de regalo. Ester lo observa, expectante, desde el taburete. El joven se lo coloca en la palma de la mano y se acerca de nuevo a ella. Estira el brazo y le pone delante el pequeño obsequio.
—¿Es para mí? ¡Gracias!
Nerviosa, lo abre, aunque ya intuye qué puede ser. No se equivoca. Ayer tuvo uno igual en las manos, pero hecho añicos. Es el mismo botecito de perfume de vainilla que Rodrigo estrelló contra el suelo del vestuario.
—Era la otra manera que teníamos de hacer las paces —comenta él sonriendo.
—Gracias, de verdad.
Y, apartándose el pelo del cuello, se echa un poco. Rodrigo acude de inmediato a olerlo. Y la besa sensualmente en el mismo punto de la piel en el que la chica se ha aplicado el perfume.
—Huele bien. Muy bien.
—¿Sí?
—Sí. Me gusta…
Y vuelve a besarla en el cuello. Ester se levanta del taburete y apoya las manos en el pecho de Rodrigo. Es una sensación increíble. Lo acaricia suavemente mientras él prosigue dándole besos por todo el cuerpo. Con lentitud, los dos se dirigen hacia el sofá. Ella es la primera en sentarse y se desliza hasta quedar tumbada casi por completo. Rodrigo se coloca a su lado e introduce las manos por debajo de la camiseta de la chica para acariciarle la espalda.
—Estoy muy nerviosa —murmura Ester.
—Tranquila. Ya sabes cuál es el remedio para que se terminen esos nervios.
—¿De verdad vamos a… hacerlo?
El joven la mira a los ojos y sonríe. Se coloca sobre ella y la besa en los labios. En esta ocasión empieza a desnudarla por arriba. Le levanta la parte de abajo de la camiseta, hasta el comienzo del sujetador. Lo hace poco a poco. Contempla el vientre plano de la joven y se deja caer hasta su cintura. Le da delicados besos alrededor del ombligo y va subiendo hacia el pecho.
—¿Quieres quitarte la camiseta?
—¿Tengo que hacerlo?
—Como tú veas.
Su mirada la convence. Se la quita y la deja caer al suelo. Siente un escalofrío cuando las manos de Rodrigo se dirigen hacia su pecho medio desnudo.
—Sigo nerviosa.
—Tranquila. No pasa nada. Es algo normal.
Sus susurros, lejos de calmarla, la ponen más nerviosa. Cierra los ojos e intenta relajarse. Hacer el amor es lo natural entre dos personas que se quieren. No tiene por qué alterarse tanto. Debe disfrutar, dejarse llevar.
Los besos que el chico le da en los labios, en el cuello y por toda la cara van acompañados de caricias por encima de la copa de su sostén. Pero entonces los dedos de Rodrigo se introducen por debajo de la tela. Ester abre los ojos de golpe. Él sigue tocándola bajo el sujetador, cada vez con más fuerza, con más determinación. Ella nota su respiración más agitada. Más excitada. Y Ester también debería estarlo. Sin embargo, le ocurre todo lo contrario. Incluso le entran ganas de llorar.
Con un movimiento ágil, consigue situarse al lado del chico, que busca el botón de su pantalón mientras sigue besándola. Ester se lo impide con la mano derecha y, con la izquierda, se apoya con fuerza en uno de los cojines del sofá y se deja caer al suelo. Como si estuviera lanzándose a por una pelota en un partido de voleibol.
—Lo siento, Rodrigo. Te quiero mucho, pero no estoy preparada para esto.
—¿Qué? No me lo puedo creer.
—Perdóname.
Coge su camiseta y se levanta. Mientras se la pone, alcanza su chaqueta. Se siente mal, fatal, y no tiene valor para mirar al joven, que, desde el sofá, no deja de maldecir en voz baja. Ester abre la puerta del piso y se marcha. Rápidamente, baja la escalera. Está avergonzada por todo lo que ha pasado en el estudio. Sin embargo, tiene claro que no se siente preparada para su primera vez, por mucho que quiera al chico al que acaba de dejar con la miel en los labios.