HA sentido la tentación de escribirle en varias ocasiones, pero se ha contenido. Le ha dicho que estaría tranquila y que confiaría en él completamente, así que enviarle un mensaje no sería la mejor manera de demostrárselo. Lo que sí es cierto es que, tras el fogoso encuentro frente a la puerta de la sala 2, la seguridad de Valeria es mucho mayor.
Sólo tiene que esperar a que Raúl llegue a su casa para poder hablar con él y enterarse de lo que ha pasado en el cine. Aunque, ¿qué va a pasar? Nada de nada. Le dirá si le ha gustado la película o no o si las palomitas estaban muy saladas. Poco más. O eso es lo que espera. Sin embargo, no tiene dudas de que Eli lo intentará de nuevo. De eso está convencida.
Valeria llega a la parada de Sol, donde se baja. Ha elegido volver en el metro. Un taxi es un lujo que sólo puede permitirse en ocasiones especiales, como la de antes. De otra forma, no habría llegado a tiempo.
No oye música en el vestíbulo de la estación. O, al menos, no la que esperaba oír. Dos chicas jóvenes, vestidas elegantemente, interpretan una pieza clásica. La más bajita toca el violín y la más alta el violonchelo. Suena bien, pero Valeria tenía la esperanza de escuchar una voz rasgada acompañada de una guitarra española. O, tal vez, a un rapero rimando frases imaginativas.
Camina hacia una de las salidas del metro, la más cercana a la calle Mayor, sin dejar de mirar a un lado y a otro. El último encuentro con César, o Carlos, o como se llame el joven, terminó de una manera extraña. Con la historia de Raúl y Eli en la cabeza apenas ha pensado en ello. ¡Pero ese chico le había confesado que estaba enamorado de ella! Nada más y nada menos.
Si de alguna manera se siente atraída por él, se debe a su curiosa personalidad y a ese ingenio tan increíble. Sin embargo, Valeria no lo cree. No puede tragarse que se haya enamorado de ella.
Es raro que no haya vuelto a mandarle ningún mensaje. Y que no haya aparecido por sorpresa en la cafetería de su madre. Tratándose de él, habría sido lo lógico.
¿Lo echa de menos?
—Eh, hola.
¿Es a ella? Mira a derecha y a izquierda, pero no hay nadie a su alrededor. Sí, le hablan a ella. Es una chica muy mona, vestida con una minifalda oscura y una camiseta de escote bastante pronunciado. Lo más curioso es que le resulta familiar.
—Hola —responde algo confusa.
—¿No te acuerdas de mí?
Qué despistada. ¿Cómo puede olvidarse tan fácilmente de las caras de la gente? Esa chica es…
—Pues… ahora mismo no caigo.
—Es que tú y yo no hablamos. Pero te vi un rato el sábado en el reservado de la discoteca en la que trabajo.
¿En el reservado de la discoteca? Entonces ella es… ¡Tania, la camarera! Es verdad. Ahora que se fija mejor, se da cuenta. Va menos maquillada que el sábado, pero con la ropa que lleva ahora también podría ponerse a servir copas.
—Perdona, soy muy mala para las caras. Pero ya sé quién eres.
—¡No te preocupes!
—Te llamas Tania, ¿verdad?
—Sí. Encantada.
—Igualmente. Yo soy Valeria.
Se dan dos besos de presentación y, juntas, suben por la escalera que lleva a la calle Mayor.
—¿Vives por aquí? —le pregunta la joven, que parece simpática.
—Más o menos. Por La Latina. ¿Y tú?
—No, yo vivo lejos. En Vicálvaro. He venido a ver a mi novio, el chico que te vendió el carné y la entrada de la discoteca.
A ése sí que lo recuerda bien. Es el caradura que los timó y les pidió el doble de dinero de lo que había solicitado en un principio. Entonces, a Valeria se le pasa algo por la mente. Algo que no encaja. Si Tania y el otro tío son novios, César, Carlos, le había dicho la verdad sobre ese asunto. Los conocía de esa misma noche. Pero ¿cómo lo sabía la primera vez que le explicó quiénes eran? ¿Lo había acertado por casualidad? Durante la charla que tuvieron a mediodía le dejó claro que no tenía ni idea de si Tania y el de los carnés falsos eran pareja.
¡Menudo lío!
—Me acuerdo de él.
—No estaba demasiado contento el sábado con vosotros. Pensaba cobrar por seis y al final sólo entrasteis tres.
Valeria casi se atreve a echarle en cara el engaño de su novio. Pero prefiere no entrar en polémicas absurdas ni discutir ese tema después de tanto tiempo. Además, esa chica puede servirle como fuente de información, si es que de verdad conoce a su amigo el músico del metro.
—Lo pasé muy bien el sábado —comenta cambiando de asunto. Quiere ganarse su confianza.
—Uff. Hubo mucho trabajo. Fue una noche de locos.
—Es verdad. Había mucha gente.
—Ya ves. ¡Y mucho pesado también!
—¿Te tiraron muchos los tejos?
—A las camareras siempre nos dicen de todo. El secreto está en sonreír, servir y pasar del tema. Aunque este sábado a muchos se les fue la pinza y querían meter mano como fuera.
—La gente se desfasa un montón en esas fiestas y pierde la cabeza.
—Sí, pero tú elegiste bien.
—¿Ah, sí? —pregunta haciéndose la sorprendida.
—Claro. César es un tipo estupendo. De lo mejorcito. Lo conozco perfectamente porque es el compañero de piso de mi novio. ¿No te lo dijo?
Esas palabras dejan helada a Valeria. ¡César! ¡Lo ha llamado César! Y vive con su novio, no en un albergue juvenil. Le había dicho la verdad desde el principio y ella no lo creyó. ¡Qué estúpida!
—Sí, algo me comentó —le confirma intentando disimular su desorientación.
—Mi novio le tiene un gran aprecio a ese muchacho.
—Me has dicho que vas a verlo ahora, ¿verdad?
—¿A mi novio? Sí. Al piso.
—¿Está muy lejos de aquí?
—No, no demasiado.
—Es que me gustaría ver a César. ¿Sabes si estará allí?
—Creo que sí. No lo he visto tocando en la estación. Pero, si quieres, le mando un mensaje y se lo pregunto.
—No, no hace falta. Quiero darle una sorpresa.
Tania sonríe con picardía. Se arrima a ella y le da un ligero codazo en el brazo.
—Te gusta mucho, ¿no?
—Casi no lo conozco —contesta ruborizada.
—Es normal, ¿eh? Yo, porque ya tengo a mi novio, si no, seguro que le lanzaría la caña a César. ¡Está tan, tan, tan bueno!
—Es guapo.
—¿Guapo? Es impresionante. Y eso que tú no lo has visto sin camiseta… ¿O sí lo has visto?
—No, no. Claro que no —niega Valeria acalorada—. Ya te digo que apenas nos conocemos de aquella noche y un par de jarras de sangría.
—Pues es un chico que tiene muchas cosas para conocer.
Si no fuese porque sabe lo del novio, Valeria pensaría que el verdadero amor de Tania es César. Se le iluminan los ojos cuando habla de él. Pero es natural. Ella también está enamorada de otro y ese joven la ha cautivado. Debe reconocer que no ha conocido a muchos chicos que reúnan tanta belleza e ingenio al mismo tiempo.
—Hace Periodismo, ¿verdad?
—Sí, está en tercero. Le va muy bien. Todo notables y sobresalientes.
—Vaya. Es un cerebrito.
—Sí, es que, aparte de estar bueno, es un tío muy inteligente.
—Ahora me explico lo de las rimas…
—¿Lo has visto rapear?
—Sí. En el metro.
—¡Es alucinante! La primera vez que lo hizo delante de mí me quedé muerta. ¡Tengo amigos que llevan toda la vida haciendo rap o hip hop y que no le llegan ni a las suelas de los zapatos!
Ese joven es todo un prodigio en cualquier cosa que se propone. Y parece que Valeria no es la única impresionada por sus hazañas.
Las dos continúan caminando y hablando de las cualidades de César. Valeria comprueba que todo lo que le había contado al principio es verdad. O al menos ésa es la impresión que tiene. ¿Por qué se inventaría la otra historia? Puede que estuviese harto de que no lo creyera y decidiese improvisar algo para convencerla. Con su capacidad mental no le habría resultado difícil crearse otra vida que tuviera sentido en relación con los encuentros que habían tenido hasta ese momento. O quizá lo mezclara todo. O, simplemente, esté jugando. No lo sabe. Ni sabe si quiere saberlo. Pero está claro que tiene una nueva conversación pendiente con él.
—¿Sabes si ha trabajado de mimo?
—¿De mimo? No me suena. Pero no te lo puedo asegurar.
—Ya le preguntaré yo.
Qué difícil será descubrir cuál es la auténtica verdad. Se siente inferior a él, y al mismo tiempo deslumbrada. Si hasta hace unos minutos sólo Raúl ocupaba su pensamiento, ahora su mente está volcada casi exclusivamente en César.
—Ya hemos llegado —dice Tania cuando se para frente a una puerta rojiza.
La chica llama al telefonillo del segundo B.
—¿Sí? —responde una voz masculina.
—Cariño, soy yo. ¿Me abres?
—Claro.
Suena un pitido metálico y la puerta cede ante el pequeño empujón de la joven. Sin embargo, antes de que Tania entre en el edificio, Valeria la sujeta del brazo.
—¿Puedes preguntarle si está César en casa?
—Es verdad. Espera. —Vuelve a pulsar el botón del piso en el que vive su novio.
Otra vez contesta la misma voz.
—¿No se ha abierto? ¡Jodida puerta!
—No, amor. Está abierta. No te preocupes —lo tranquiliza—. Es que me he encontrado con una amiga de César y quería saber si está en casa.
—No, no está.
—¿Sabes dónde ha ido?
—Ni idea. No lo he visto desde esta mañana.
—Gracias, cariño.
Tania se encoge de hombros.
—Ya has oído —comenta mientras sujeta la puerta.
—No pasa nada. Ya le llamaré.
—¿No quieres subir a esperarlo?
—No. Muchas gracias por todo —dice Valeria. Las dos chicas se abrazan—. Espero verte otro día.
—Claro, cuando tú quieras. Ya sabes dónde trabajo.
Con una sonrisa, se despide de ella y entra en el edificio.
Es hora de regresar a casa. Mala suerte. Quería verlo. En esta ocasión, el destino ha jugado al despiste: le ha ofrecido la posibilidad de saber más cosas de él, pero no ha considerado oportuno que volvieran a encontrarse. Aunque ahora están empatados: ella también sabe dónde vive César.