Capítulo 60

—¡CUÁNTO has tardado! —exclama Elísabet cuando Raúl regresa a su asiento—. ¿Has ido a Atlanta a por la Coca-Cola?

—En Estados Unidos son más de Pepsi —susurra él.

—Ya, pero en Atlanta está guardada la fórmula secreta.

—¿Cómo sabes eso?

—Lo leí en la Wikipedia.

—Gran fuente de información.

—En este caso sí es cierto. También me lo dijo mi padre.

El chico sonríe y le da un sorbo a su refresco. La película ha comenzado y Sarah Jessica Parker ya está en escena. No está seguro de si va a centrarse demasiado en la peli después de haber visto a Valeria. A lo largo de los dos días que llevan juntos, durante los que han pasado bastantes momentos a solas, la chica no se había entregado tan apasionadamente como hacía unos minutos. Siempre había sido él quien había tomado la iniciativa. En cambio, esta vez ha sido diferente, y debe reconocer que no le ha desagradado.

—¿Ha pasado algo interesante? —le pregunta a Eli al oído.

—No. Sarah Jessica quiere hacer una tarta para su hija pequeña, pero no tiene tiempo por el trabajo y se la compra hecha.

—Ah. Interesante —señala el chico con ironía—. Buen argumento.

—No seas tonto. Acaba de empezar.

Y sonríe. Le perdona que se haya perdido los tráileres y el principio de la película. Está allí, a su lado, que es lo que quería. Parece mucho más relajado que hace un rato. Eli lo mira de reojo y, luego, vuelve a fijarse en la gran pantalla. Parece que va a haber una escena de sexo nada más empezar la película. Eso la pone algo nerviosa. Cierra las manos y las aprieta con fuerza. Siente un cosquilleo por el pecho. Sin embargo, es una falsa alarma. Sarah Jessica Parker se queda dormida y deja a su marido con las ganas.

—Pobrecillo —dice Raúl en voz baja.

—Pobrecilla ella, que no tiene fuerzas ni para… eso.

—Porque es su marido, ya verás como cuando aparezca Pierce Brosnan le entran ganas.

—Ya veremos.

Y se lleva rápidamente un puñado de palomitas a la boca. Eli mastica despacio, sin perder detalle de lo que el joven hace o de hacia dónde mira. Aprovecha cualquier movimiento —coger su refresco, echarse el pelo a un lado o cualquier otro gesto— para observarlo. Le encanta estar junto a él. Solos, como una parejita de enamorados. No obstante, sólo son amigos. Nada más que buenos amigos.

¿Es el momento para iniciar el acercamiento?

Lo hará poco a poco. No quiere meter la pata nuevamente. Otro error sería imperdonable y daría lugar a otro rechazo. Con disimulo, descruza las piernas y apoya el pie derecho en el suelo. Lo coloca muy cerca del pie izquierdo de Raúl. Lentamente, va moviéndolo, centímetro a centímetro, hasta que su zapato toca el de él. Cuando nota que hay contacto, observa el rostro del chico con algo más de detenimiento sirviéndose de la excusa de que se está colocando bien la camiseta. Todo correcto, no ha hecho ningún gesto contrariado. A continuación, desplaza ligeramente su cuerpo hacia la butaca que ocupa el chico. Sus codos también se rozan.

Pero no dura mucho. Raúl se inclina hacia el lado contrario a ella y se apoya en el brazo derecho para acomodarse. Todo el contacto que había entre ambos se esfuma. Eli resopla. ¿Lo habrá hecho a propósito?

La película avanza y la joven no sabe qué hacer para acercarse a su amigo. No hay escenas románticas, ni mucho menos de tensión. ¡Tenía que haber escogido una película de miedo!

—Me está entrando sueño —anuncia el chico tras reprimir un bostezo con la mano.

—¿No te gusta la película?

—Es que no pasa nada.

—Si quieres puedes echarte un rato. Te dejo que pongas la cabeza en mi hombro.

—No te preocupes. No es para tanto.

Lo de la cabeza en el hombro tampoco ha colado. Raúl le da el último sorbo a su Coca-Cola y se termina las palomitas. Abandona el cubo en el suelo y se recuesta en su butaca.

—¿Qué piensas que ocurrirá al final? —le pregunta la joven sin alzar la voz para intentar espabilarlo—. ¿Terminará con su jefe o con su marido?

—Con su jefe.

—Pues yo creo que con su marido.

—Después de acostarse con el jefe.

—No. Creo que no le será infiel.

—Lo natural sería que sí lo fuera.

—¿Por qué?

—Porque él es guapo, rico, pasan mucho tiempo juntos… Es una tentación muy grande —afirma el joven en voz baja.

—No siempre caemos en la tentación —dice Elísabet mirándolo—. Aunque, a veces, nos dejamos llevar por nuestros impulsos.

Y, tras soltar esa declaración de intenciones, vuelve a intentar contactar con él. En esta ocasión disimula menos. Su pierna busca la del chico y sus rodillas chocan ligeramente. También sus cuerpos están más cerca. Raúl intenta apartarse, pero ella no lo permite.

—Los impulsos son debilidades —murmura incómodo.

Pero Eli apenas lo oye. Empieza a sentir que debe aprovechar la oportunidad. Tiene que confesarle lo que siente, lo que quiere de verdad.

—Raúl…

—Dime.

—¿Soy una tentación para ti? Porque no quiero serlo.

El joven se vuelve hacia ella y la mira confuso. No comprende lo que quiere decir.

—No te entiendo, Eli.

—Si yo te besara ahora, en un arrebato de deseo, y tú me correspondieras, sería como si cayeses en la tentación. Pero eso sería caer otra vez en lo mismo de ayer y antes de ayer. Y está claro que no quieres un lío ocasional ni conmigo ni con nadie.

A pesar de que la joven habla muy bajito, Raúl oye perfectamente todo lo que dice. Elísabet vuelve a centrarse en la pantalla, pero en seguida lo mira otra vez y continúa hablando.

—Yo quiero ser para ti lo que fui anoche en la conversación del Messenger. La chica que te acompaña al instituto. Con la que compartes una pizza. La que se ríe con tus bromas y a la que fastidias con tus ironías.

—Ya eres eso y más, Eli. Eres una de mis mejores amigas.

—Ahí es donde las cosas pueden cambiar. Quiero demostrarte que puedo ser tu amiga y algo más. Que puedo besarte en los labios sin ser una tentación, sino la chica con quien tienes una bonita historia de amor. Lo que tú pides y quieres. Nada me gustaría más en esta vida que ser tu chica, Raúl.

Tercer intento. Y esta vez ha hablado desde el fondo del corazón. No lo ha atacado como el sábado por la noche o ayer en su casa. No ha usado sus explosivas armas de seducción, sino sus sentimientos. No se ha mostrado como una histérica desesperada por conseguir algo, sino como una persona que quiere a otra.

—Eli…

—Sé que puedes llegar a quererme como algo más —insiste—. Sé que puedo darte mucho más que cualquier otra chica de dieciséis años. Me gustas mucho. Y sé que yo también te gusto. Lo noto, Raúl. Lo noto.

El joven no sabe qué responderle. Si la ofende o le hace daño con sus palabras podría darle otro ataque de ansiedad. Y no es lo mismo que ocurra en su casa que en una sala de cine.

La chica ha dejado de ver la película. Sólo lo mira a él, que no habla, que intenta no mirarla. Que no sabe cómo actuar. El desafío de la mirada de Eli lo intimida. A él, que desde hace mucho se muestra tan seguro de todo lo que hace…

—Ya hemos hablado de esto.

—Sí. Pero no de verdad. No como ahora —rebate Eli—. No me veas como una tentación, Raúl. Mírame como a la chica perfecta para empezar la mejor historia de tu vida.