Capítulo 55

RECIBIMIENTO: una nueva discusión con su madre y el posterior discurso por parte de sus hermanas pequeñas. A Raúl todo aquello empieza a resultarle cotidiano. Un ritual. Cuando regresa del instituto, se encuentra con ese panorama la mayor parte de los días. Y no es que le dé lo mismo, pero tampoco puede hacer nada por evitarlo.

A veces, siente mucha rabia, pero se la come para no empeorar las cosas. Desde que su padre falleció, nada ha vuelto a ser igual en su casa. Se acabó la familia feliz. Su madre anda perdida en su propio mundo, triste y somnoliento, y las gemelas son demasiado pequeñas como para comprender la situación. A él le costó un tiempo salir de la gran depresión que se apoderó de su interior. Sufrió mucho. Se sintió solo día y noche. Sin embargo, poco a poco, pasito a pasito, logró superarla. Pero jamás olvidará a su padre; ni siquiera puede dejar de pensar en él. Incluso tiene la certeza de que lo observa desde alguna parte. La idea de que continúa estando cerca lo alivia en los momentos en los que la angustia y el miedo lo atenazan.

Encerrado en su cuarto, escucha música tumbado sobre la cama. Suena la banda sonora de La vida es bella, su película preferida. No quiere pensar. Necesita aislarse de todo lo que sucede al otro lado de la puerta de su habitación. Ojea con curiosidad una revista de cine. Quizá algún día sea él el protagonista de esas páginas. Es su sueño, su meta: hacer una película tan buena como la de Roberto Benigni y que las salas se llenen para verla; su nombre en los créditos y una alfombra roja vistiendo el estreno. Iría perfectamente arreglado, con un traje blanco, gris o negro, y lo acompañaría su novia o, quién sabe si su esposa, que llevaría un precioso vestido de gala.

¿Sería Valeria esa acompañante? Le gustaría. Es una chica muy especial. Y desea que lo que acaban de comenzar siga hacia delante.

Y, de repente, la echa de menos. Ella ha sido lo mejor que le ha pasado últimamente. Le encanta cómo besa y cómo se sonroja cuando pasa vergüenza. Tiene unos ojos muy expresivos, y es precioso verla sonreír.

¿Está empezando a enamorarse?

No lo sabe. Nunca ha estado enamorado de nadie. Ninguna de las chicas con las que ha salido ha llegado a cautivarlo. No ha echado de menos a ninguna tras romper la relación. En cambio, Valeria le ha aportado más en dos días que el resto a lo largo de todo un año. Aunque es cierto que ella partía con ventaja.

Deja la revista a un lado y busca su BlackBerry. Tiene ganas de escuchar la voz de Valeria. Además, todavía no ha contestado en el WhatsApp de los Incomprendidos a lo de si va a ir al cine esa tarde. Espera que no tenga que trabajar en la cafetería. Meri, Bruno y Ester ya han dicho que no van. Si Val tampoco puede, se quedaría a solas con Elísabet y, después del fin de semana que han pasado, quizá no fuera lo más conveniente.

—¡Hola! ¡Justo iba a llamarte ahora!

Ha contestado a la primera. Raúl sonríe cuando la escucha. Se incorpora y se sienta sobre el colchón.

—¿Ah, sí?

—¡Sí! Acabo de llegar a casa. Ya hasta tenía la BlackBerry en la mano.

—Será cosa del destino.

—No me hables del destino.

—¿Por qué? ¿Qué te ha pasado con él?

—Nada, nada. Cosas mías.

—Si se ha metido contigo, avísame y voy en su busca —se ofrece con tono de burla.

—Sé defenderme sólita.

Raúl suelta una carcajada. Le divierte cuando se pone así, en plan niña pequeña.

Cómo ha cambiado Valeria. El día que la conoció ni siquiera fue capaz de mirarlo a la cara. Se moría de la vergüenza. Y durante varios días apenas lograron intercambiar alguna que otra palabra. Su timidez y su inocencia le encantaron desde el primer instante.

—No lo dudo, no lo dudo.

—Pues, por tu risa, diría que sí que lo dudas —replica alzando un poco la voz—. Soy muy fuerte, ¿sabes?

El joven no puede evitar reírse de nuevo. Pero a la chica, que también sonríe, no le molesta.

—Esta tarde me lo demuestras.

—Esta tarde…

—Sí. Vas a venir al cine con Eli y conmigo, ¿no?

Un silencio en la línea hace que Raúl suponga lo peor.

—Ésa era la razón por la que iba a llamarte.

—Yo pensaba que era porque me echabas de menos.

—Sí. Eso también. Te echo mucho de menos —dice compungida—. Pero no puedo ir al cine con vosotros.

—¿Tienes que ayudar a tu madre en Constanza?

—Sí.

—¿Toda la tarde?

—Bueno… toda la tarde no.

—Pues quedamos cuando hayas terminado. No hay prisas. No hay mucho que hacer para mañana.

De nuevo, silencio al otro lado del teléfono. Raúl tiene la impresión de que hay algo más que le impide a Valeria ir con ellos esa tarde.

—No es eso.

—Pues ¿qué es? Cuéntamelo.

—Verás, ha surgido un problema…

—¿Un problema? ¿Qué problema?

—Eli no quiere que vaya con vosotros al cine.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Os habéis enfadado?

—No. Es más… complicado —comenta titubeante—. Lo que quiere es estar contigo a solas para volver a intentar que caigas en sus redes.

—¿Qué? ¿Otra vez?

Creía que las cosas habían quedado claras. Es verdad que anoche lo pasó bien hablando con ella por el MSN. Y que durante toda la mañana han estado muy cercanos. Pero no imaginaba que Eli volvería a tirarle los tejos.

—Otra vez. Y por eso me ha pedido que yo no vaya.

—¿Y tú le has dicho que lo harás?

—Es mi amiga y no sabe absolutamente nada de lo nuestro, ¿qué querías que le dijera?

—Que te apetecía ir al cine.

—Claro. Y antepongo mis ganas de ir al cine a ayudar a mi mejor amiga. ¿Cómo iba a decirle eso, Raúl?

—Ya. Pero, entonces, ¿tengo que ir con ella? ¿Solos?

—¿Se te ocurre algo mejor?

El joven piensa, pero no encuentra una respuesta. Está seguro de que Eli volverá a emplearse a fondo para que suceda algo entre los dos. Y, dado que él no quiere nada con ella, no le apetece pasar de nuevo por esa situación.

—¿Y si le decimos lo que hay entre nosotros? —termina preguntándole a Valeria.

—¿Qué? ¡No podemos! —exclama la chica nerviosa—. Es pronto para contárselo, Raúl. Le daría otro ataque de ansiedad.

—Pero algún día tendrá que asumirlo.

—Nos matará.

—Lo sé. Pero ¿es mejor que se eche encima de mí en el cine mientras tú te vuelves loca pensando en lo que podría estar haciendo?

—No sé qué es mejor y qué es peor.

—Sé que te comerás la cabeza. Y no quiero que eso ocurra.

Si a Valeria le afectó una simple conversación de MSN, no imagina lo que le supondrá un encuentro a solas y a oscuras entre Eli y él.

—Haré lo posible por no pensar mucho en ello.

—Sabes que no lo conseguirás.

—Pues tendré que aguantarme y confiar en… que no pasará nada y en que Elísabet no conseguirá lo que pretende.

—No pasará nada. Te lo prometo.

—No tienes que prometerme nada, Raúl.

Esta situación le recuerda a la película Moulin Rouge, a cuando Nicole Kidman, perdidamente enamorada de Ewan McGregor, se ve obligada a ir a cenar con el dueño del teatro en el que actúa para que no acabe con la función. Los dos se prometen que no dejarán de pensar el uno en el otro ni un instante, pero, aun así, los celos son inevitables.

—¿Puedes conectarte al MSN?

—Sí.

Ambos cogen sus ordenadores e inician sesión. Encienden las cámaras y se ven a través de ellas. Raúl está sentado en la cama, en posición de yoga, y Valeria en el sofá del comedor. Los dos sonríen y apagan las BlackBerrys. La conversación continuará por videollamada.

—Estás muy guapa.

—No es verdad —contesta; en seguida se sonroja y se aparta el pelo de la cara.

—Es cierto. Estás preciosa.

No suelen verse a través de la cam. Ya casi no usan el Messenger, y tampoco la ponen en los chats de las redes sociales para evitar saturaciones en la red.

—Deja de piropearme o la quito.

—¿No te gusta que te diga lo bonita que eres?

—No me gusta que mientas.

—Val, no miento —repone el joven sonriendo.

—Qué calor. Así no se puede…

—Está bien. Ya paro. Se acabaron los piropos.

—Gracias.

Pero no las miradas intensas. Raúl se fija en todo lo que la ventana del MSN le muestra. La camiseta que lleva Valeria le queda muy bien, pero no va a decírselo, porque la mataría de vergüenza.

—¿Confías en mí?

—Claro, Raúl. Pero, como te he dicho antes, no tienes que prometerme nada. Acabamos de empezar. Y, aunque no quiero perder esto que tengo contigo, tampoco puedo limitarte.

—¿Limitarme es pedirme que no haga nada con Eli? —pregunta él algo confuso—. Creo que eso está muy lejos de ser una imposición. Si me enrollara con otra, ¿qué clase de novio sería?

—¿Novios?

—¿No somos novios?

—¿Tú quieres serlo?

—¿Y tú?

El chico sonríe. Sin embargo, le acude a la mente, fugaz, el beso que le dio ayer a Elísabet en su casa. Técnicamente, no se enrolló con ella. Fue un beso robado y, aunque no se apartó, no sintió nada. Quizá debería contárselo a Valeria para ser sincero con ella. Pero todo a su debido momento. Y ése no lo es, precisamente.

—Nunca he sido novio de una chica a los dos días de liarme con ella.

—¿Entonces?

—Tampoco había sido novio de ninguna amiga —añade al reparar en la emoción que transmiten los ojos de Valeria—. Pero siempre hay una primera vez para todo.