LOS pesados de sus hermanos acaban de irse a las actividades extraescolares. La más pequeña asiste a clases de ballet y el otro juega al tenis. Los dos mayores están en la universidad y no regresarán hasta la noche. Vía libre.
Son casi las cuatro de la tarde y Bruno está nervioso. Ester le ha mandado un mensaje hace unos minutos avisándolo de que ya sale hacia su casa. Por la mañana ella le ha hablado de estudiar, pero imagina que no harán sólo eso. Tienen pendiente una conversación sobre Meri. Explicarle la situación a Ester por el móvil no era lo adecuado. Mejor en persona y cara a cara. Espera no ponerse muy nervioso cuando estén el uno frente al otro en su habitación.
—Bruno, ¿has recogido tu cuarto? —le pregunta su madre, que entra en el dormitorio sin llamar.
—Sí, mamá. Está todo recogido y arreglado.
—Bien.
La mujer echa un vistazo a su alrededor y comprueba que lo que dice su hijo es cierto. Y se sorprende. Normalmente, la habitación suele estar hecha un desastre.
—¿Tienes ropa sucia para lavar?
—No.
—¿Cómo que no? —replica malhumorada—. ¿Y eso qué es?
Se refiere a la sudadera que Bruno ha llevado esa mañana a clase. La tiene colgada en el respaldo de una silla.
—Está limpia, mamá.
—Limpísima —dice ella tras alcanzarla y olería—. ¡Mira que te he dicho veces que no dejes la ropa sucia tirada por la casa!
—No está tirada en ningún sitio. Ni tampoco está sucia.
—¡Lo que tú digas!
—Tú con tal de gritarme…
—Si estuvieras como yo, todo el día trabajando y recogiendo lo que vosotros dejáis tirado, me entenderías un poquito.
—Siempre me riñes a mí. Al resto de mis hermanos no les dices nada.
—Porque tú eres el más desordenado de todos.
En ese instante, suena el telefonillo del piso. Bruno y su madre se miran. El chico no le ha comentado nada de la visita de Ester. Es la primera vez que lleva a una chica a casa.
—Voy yo —dice resoplando.
—¿Esperas a alguien?
—A una amiga.
—¿Qué? ¿Una chica?
Parece sorprendida. Agradablemente sorprendida. Eso sí que es una gran novedad. Sólo conoce, de refilón, a la pelirroja que lleva gafas, y no recuerda ni su nombre.
—Sí. Viene a estudiar y a pasar la tarde conmigo.
—Ah. Me parece muy bien.
—No nos molestes mucho, ¿vale?
—Claro que no os molestaré, ¿por quién me tomas?
El timbre del telefonillo vuelve a sonar. Bruno corre hacia él y su madre lo sigue de cerca. Tiene mucha curiosidad por ver a esa joven.
—¿Sí?
—Hola, soy Ester.
—Hola, te estaba esperando. —Pulsa el botón que abre la puerta del edificio—. ¿Está abierta?
—¡Sí!
El chico sonríe y respira hondo. ¡Qué nervios! ¡Está allí! ¡Ester está allí! Y también su madre. La mujer parece dispuesta a recibirla junto a su hijo.
—Mamá, ¿qué haces?
—Nada.
—¿Cómo que nada? No deberías estar aquí.
—¡Por supuesto que debo! Quiero conocer a nuestra invitada.
—¿Nuestra?
—Es tu amiga, pero viene a mi casa. Es lógico que por lo menos la salude. ¿Qué clase de anfitriona sería si no?
—¿No has dicho que ibas a dejarnos tranquilos?
—Y lo haré. Pero quiero saber quién es.
Bruno mueve la cabeza de un lado a otro, molesto. Su madre es incorregible. Sólo espera que no lo fastidie mientras Ester esté en su casa.
Por fin, unos segundos más tarde, suena el timbre del piso. El chico se anticipa a la mujer y abre la puerta. Sin embargo, su madre asoma la cabeza en cuanto puede. Por encima de los hombros de Bruno contempla a una preciosa jovencita, morena y con el flequillo recto en forma de cortinilla. Tiene un rostro muy agradable y, después de darle dos besos a su hijo, sonríe de una forma muy simpática, arrugando la nariz.
—Hola, señora. Me llamo Ester —le dice; también a ella la saluda con dos besos—. Encantada de conocerla.
—Yo soy Esperanza. Pero trátame de tú, que soy muy joven.
Las dos hablan durante un par de minutos sin que Bruno intervenga. El joven sólo desea que aquello no dure demasiado.
—Mamá, nos vamos a mi habitación —anuncia, algo desesperado, cuando ve que aquello puede prolongarse—. No nos molestes, ¿de acuerdo?
—Hija, ¿ves cómo me habla? ¡Con todo lo que yo hago por él…!
—Sí, mamá, sí.
Y, entre quejas murmuradas, se lleva a Ester hacia su cuarto para evitar que su amiga se vea obligada a responderle a su madre. Deja que la chica entre primero y, una vez que él también pasa, cierra la puerta con fuerza para que la mujer lo oiga.
—No os lleváis demasiado bien, ¿no? —pregunta la joven mientras se sienta en una de las sillas del dormitorio.
—Bueno. Va por rachas.
—Y estáis en una racha difícil.
—Algo así. Aunque está siendo demasiado larga.
—Me parece una mujer muy simpática.
—Eso es porque no la conoces. Si yo te contara…
Bruno coge la otra silla, la acerca hasta Ester y se sienta en ella. Continúa muy tenso. No es que su madre haya ayudado demasiado. Pero no debe culparla. La única responsable de sus nervios está sentada a su lado.
—¿Has vuelto a hablar con Meri? —le pregunta la chica tras un breve silencio.
—No. No me ha escrito más. Ni me ha llamado. Lo último que sé es lo que puso en el WhatsApp del grupo diciendo que no podía ir al cine esta tarde. Está con su padre y su hermana.
—¿Y qué le pasa? Me dijiste que no está enferma, ¿verdad?
—No está enferma.
—¿Y qué es lo que le sucede? Llevo toda la tarde preocupada.
—Ahora te lo cuento. Pero prométeme que no dirás nada. Es muy importante que siga siendo un secreto hasta que ella lo explique.
—Claro. No diré nada, Bruno. Te lo prometo.
Los dos se miran fijamente. Al joven le cuesta hablar sobre el tema. Aunque Ester sea una gran amiga tanto de Meri como de él, se siente mal, como si la estuviera traicionando. Sin embargo, ya no puede echarse atrás. Tiene que contárselo.
—Todavía no es seguro. Ni lo tiene confirmado —comienza a decir—. Pero, posiblemente, se marche a vivir a Barcelona con su padre.
—¿Qué? ¿Hablas en serio?
—Por desgracia, sí.
Bruno le relata a Ester todo lo que su amiga le reveló ayer. Ella, atenta, lo escucha sin pestañear. Se nota que lo que oye la está afectando de verdad. Desde que llegó a Madrid, Meri y ella han sido inseparables. María la ayudó a adaptarse rápido tanto a la ciudad como al instituto, y siempre ha podido contar con su apoyo para todo. Sin una mala cara ni un simple enfado.
—No me puedo creer que Meri se vaya —susurra Ester con tristeza—. No sé qué voy a hacer sin ella.
—Ya. Es muy duro.
—Con todo lo que hemos hecho juntas… Y lo que nos quedaba por hacer. Con lo bien que se ha portado conmigo siempre. No me lo puedo creer, de verdad.
—Aún no es seguro que se marche.
—Tiene que irse. Su padre es lo primero. Yo haría lo mismo que ella, aunque me costase dejarlo todo.
El joven se mesa el cabello y gesticula. No sabe si él haría lo mismo que sus amigas. Quiere mucho a sus padres, por supuesto. Pero su relación con ellos es más bien fría desde hace tiempo. Si le dieran a elegir entre marcharse con uno de los dos a otra ciudad o quedarse en Madrid con Ester, Meri y los demás —a pesar de que el grupo no atraviese su mejor momento—, no cree que se decidiera por la primera opción.
—Cada persona tiene una vida, y cada vida es diferente.
—Sí. Es verdad… ¿Y no sabes cuándo se iría?
—Si al final se fuera, no creo que tardase mucho.
—US…
—De todas formas, siempre nos quedarán la BlackBerry, las redes sociales, los SMS…
—Pero no es lo mismo, Bruno. No es lo mismo.
El chico la observa. Acostumbrado a verla sonreír constantemente, en seguida aprecia cuándo está mal. Y le apena mucho que esté así. Sobre todo siente no poder hacer nada. Él no quiere ser, ni va a serlo, el sustituto de Meri, pero, si su amiga se fuera, Bruno pasaría con Ester todo el tiempo que hiciera falta. No le importaría en absoluto. Aunque eso significara sufrir todavía más por su amor no correspondido.
Daría lo que fuera por Ester.
—Bueno, lo mejor es no darle más vueltas al tema hasta que esté confirmado.
—Tienes razón. No ganamos nada.
—Y si pasa, pues trataremos de que Meri se sienta lo mejor posible.
—Claro que sí… La que peor lo está pasando es ella, seguro. Habrá que animarla.
—Aunque no se deje…
Los dos sonríen y se miran con complicidad. Como si juntos estuvieran planeando una importante misión. Pero, en ese momento, suena la BB de Bruno. Es un mensaje de WhatsApp. El chico lo abre y lo lee en voz baja. Luego resopla y le muestra la pantalla a Ester. Ésta la examina rápidamente.
—Como ya te he dicho antes, yo haría lo mismo.
Sin embargo, sus ojos enrojecen a toda velocidad y una gran tristeza la envuelve de inmediato. Apenas puede contener las lágrimas.
Y es que María acaba de confirmar con aquel mensaje que pronto su vida continuará lejos de Madrid y, por lo tanto, lejos de sus mejores amigos.