Capítulo 51

—¿Y ese Álex es de fiar?

Gadea mira a su hermana pequeña. ¡A ver qué le dice María a su padre sobre su novio! Los tres están comiendo en un restaurante de Madrid. Después de un largo paseo por la ciudad, Ernesto y María han recogido a la mayor de las hermanas en la universidad y, juntos, han ido hasta el centro.

—Mmm. Es un buen chico —responde la pelirroja sin mucho entusiasmo.

—Es el mejor.

—Tanto como el mejor…

—¡Lo es! Y me quiere muchísimo.

—Más bien te soporta.

—Yo soy muy fácil de soportar. No doy ningún problema.

—Será cuando duermes… Aunque anoche te oí roncar.

—¡Yo no ronco!

—¿Cómo lo sabes, si duermes mientras lo haces?

—¿Y cómo lo sabes tú, si duermes en otra habitación?

—Pues fíjate si roncas fuerte que te oigo desde mi cuarto. ¡Y con la puerta cerrada!

Ernesto contempla sonriente la divertida discusión entre sus hijas. ¡Cuánto echa de menos momentos como aquél! Muchas veces ha pensado que tal vez se equivocó al marcharse a vivir a Barcelona tras la separación de su mujer. Pero en aquel instante creyó que era lo más conveniente y lo mejor para todas las partes. Especialmente para ellas, a las que intentó no poner en medio de cualquier conflicto que pudiera surgir. Sin embargo, el precio que está pagando, no disfrutar de la niñez y adolescencia de sus hijas, es muy alto.

—Venga, no os enfadéis —dice el hombre mientras corta su solomillo—. Podrías haber invitado a Álex a comer con nosotros.

—¿Qué? ¡Ni de coña!

—¿Por qué?

—Porque no. Le harías el tercer grado y el pobre lo pasaría fatal.

—Pues algún día tendré que conocerlo, ¿no?

—Cuando nos casemos.

Aquello provoca que tanto María como su padre estén a punto de atragantarse con la comida. Los dos miran a la chica estupefactos, con los ojos muy abiertos.

—¿Cómo? ¿Casaros?

—¡Ahora no! —exclama Gadea sonrojándose—. Dentro de unos años. Somos muy jóvenes para el matrimonio.

—¡Qué susto! Me imaginaba que al vivir lejos de vosotras me perdía cosas, pero no tan importantes.

—No te preocupes, papá. Si me caso o me quedo embarazada, te enterarás el mismo día que me entere yo.

—¿Embarazada?

—Bueno… ya sabes… Una chica y un chico, cuando salen… Ay… Pero no te preocupes, que sé que… Tomo precauciones y eso.

La chica agacha la cabeza avergonzada y busca desesperada una hoja de lechuga o un trozo de tomate que llevarse a la boca.

—Y a ti, ¿no te gusta ningún chico? —le pregunta Ernesto a su otra hija. Quiere cambiar de tema para salir de esa situación tan embarazosa.

—Eh…

—Le gusta Bruno. ¿Te acuerdas de él?

—¿El chaval bajito?

—No me gusta Bruno —protesta María, fulminando a su hermana con la mirada—. Y ha crecido bastante desde la última vez que lo viste.

—Cinco centímetros.

—No es verdad. Ya es más alto que yo.

—Bueno, eso tampoco es muy difícil.

—Mira… No te pases, ¿eh?

El hombre da unos toquecitos con el tenedor en el plato para calmar a sus hijas. Las dos chicas dejan de discutir, se tranquilizan y continúan comiendo.

—Me parece que os habéis hecho mayores y yo no me he enterado.

—Eso lo dirás por Gadea, yo sigo siendo una cría —lo contradice María.

—Lo digo por las dos. Es increíble cómo pasa el tiempo y cómo crecéis.

—Es normal que pase eso, papá —señala la hermana mayor—. Lo que ocurre es que, como tú nos ves sólo de vez en cuando, lo notas más.

—Ya lo sé, hija.

El hombre suspira resignado. No las ve todo lo que quisiera. Le encantaría compartir más días como aquél con ellas. Ir más veces a Madrid y comer juntos, pasear, hablar de sus cosas… Pero sabe que, por su trabajo, no puede. Y se siente mal por ello. Si al menos una de las dos se fuera a vivir con él, como María le ha dicho esta mañana, todo cambiaría. Supondría un soplo de aire fresco y una nueva ilusión en su vida. Lo ha estado pensando durante todo el día. Tanto para una como para otra, aquél sería un cambio enorme. Dejarían mucho en Madrid. Sin embargo, tendrían la oportunidad de experimentar algo diferente y quién sabe si mejor. Y él no se sentiría tan solo. ¿Es egoísta querer que una de sus hijas se vaya con él a Barcelona?

Sí, es egoísta. Pero necesita algo que incentive su vida. Mañana regresará y, cuando llegue a su casa, volverá a sentir ese vacío por dentro y por fuera. No habrá nadie a quien contarle cómo está ni nadie con quien compartir sus alegrías o sus preocupaciones. Otra vez solo.

—Papá, ¿qué te ocurre? Te has quedado muy callado de repente —le dice Gadea mientras juguetea con el tenedor y la lechuga.

—¿Te encuentras bien?

A Ernesto se le han humedecido los ojos. Los abre y los cierra muy rápido un par de veces y después sonríe.

—Sé que le aseguré a María que no iba a preguntarle sobre el tema hasta mañana. Pero es que no dejo de pensar en ello.

—¿En qué tema? —pregunta la hija mayor, sorprendida.

—Le he contado a papá lo de irnos una de las dos a vivir con él durante unos meses —le aclara la chica pelirroja.

—Ah.

Los tres guardan un momento de silencio mientras el camarero se acerca a la mesa y rellena la copa de vino del hombre. Éste le da las gracias y bebe un poco. Luego, mira a Gadea.

—Quedamos en que hoy no hablaríamos más del asunto, en que nos dedicaríamos a disfrutar del día y mañana, antes de irme, le preguntaría sobre su decisión. Pero no he conseguido quitármelo de la cabeza desde que me lo ha contado.

—Entonces, sólo consideras la posibilidad de que sea mi hermana la que se vaya contigo.

—No. Me da igual cuál de las dos venga. Os quiero exactamente lo mismo. Pero sé que tú no puedes venirte a vivir a Barcelona, Gadea.

—Es que la universidad… y mi novio… Me comprendes, ¿verdad?

—Sí. Lo entiendo. Y lo comprendería también si ella prefiriera quedarse aquí.

El hombre, entonces, se fija en su hija pequeña, que ha dejado los cubiertos encima del plato y apoyado el rostro sobre las manos. María contempla los ojos brillantes de su padre. Llorosos. Lamenta que esté así, y la única manera de que empiece a ver las cosas de otra manera es que se marche con él.

Los echará muchísimo de menos a todos, en especial a Bruno y a Ester. Y puede que aquélla sea la primera piedra de su distanciamiento, algo que le dolería muchísimo. Pero su padre la necesita, así que la decisión está tomada.

—Me iré contigo, papá —responde con una sonrisa.

—¿Sí? ¿Lo has pensado bien? No quiero que te veas obligada a…

—Lo he pensado bien.

—¿Estás segura?

—Sí. Será una nueva experiencia para mí.

María se vuelve hacia su hermana mayor, que también tiene los ojos vidriosos. Se le han puesto rojos y apenas puede contener la emoción. Aprieta los labios con fuerza y respira profundamente.

—No puedes imaginarte lo feliz que me haces, pequeña.

—Me alegro mucho, papá.

—Lo pasaremos bien los dos juntos. Haremos un buen equipo.

—Claro que sí.

La chica sonríe y bebe un poco de agua. Aunque acaba de decir que se marcha a Barcelona, todavía no se cree que vaya a hacerlo. No asimila que está a punto de comenzar una vida nueva y que todo será diferente para ella dentro de unas cuantas semanas.

Todo no. Será difícil que su corazón cambie de opinión. Eso sigue viéndolo imposible. Aunque la distancia quizá consiga hacerle olvidar lo que por sí misma no ha logrado borrar durante todos esos días de sufrimiento interior.