NO puede contenerse más. ¡Tiene que ir!
Se levanta de la mesa y grita:
—¡Mamá! ¡Ahora vengo!
—¿A dónde vas? ¡La comida está lista! —exclama la mujer desde la barra.
—Come tú. Me ha surgido algo. Pero no tardo en volver. Es sólo un momento, voy aquí al lado.
Y, sin decirle nada más a su madre, sale apresuradamente de la cafetería. Camina muy de prisa. El metro está a menos de cinco minutos de Constanza. ¿Seguirá César allí? Si vuelve a encontrárselo, dejará las cosas claras de una vez por todas. Quiere la verdad. La única verdad. ¿Quién es en realidad? ¿Cuántas mentiras le ha contado? ¿Por qué la sigue y le escribe tantos mensajes si apenas se conocen?
Necesita respuestas. Y esta vez no se conformará con cualquier cosa.
Mientras se dirige hacia la estación de La Latina recibe un mensaje en la BlackBerry. Es de Raúl, que pregunta si alguien se apunta esa tarde a ir al cine. ¿Y eso? Imaginaba que pasarían algo de tiempo juntos, pero solos. Además, tiene que ayudar a su madre después de comer. Qué extraño. Seguro que ha sido cosa de Elísabet. Eso la pone nerviosa. Si no va, puede que su amiga se aproveche e intente algo con el chico. Aunque no debe desconfiar de él. Le está demostrando que quiere intentarlo de verdad. Sin embargo, de la que no se fía es de Elísabet.
Luego hablará con él. Primero debe resolver otro asunto.
Llega a la boca del metro y, a toda prisa, baja la escalera. Al fondo del pasillo, oye la melodía de una guitarra y una voz rasgada que le resulta muy familiar. Lo que suena es Kiss me, de Ed Sheeran.
Valeria se acerca al lugar del que proviene la música. Sus pasos son rápidos y decididos. Está muy cerca de solucionar algunas cuestiones.
Ya lo ve. César está sentado en un taburete pequeño y tiene las piernas cruzadas. Lleva una boina de Kangoo puesta hacia atrás y un jersey gris muy fino, con una camiseta blanca debajo. Un grupito de chicas vestidas con el uniforme del colegio lo observan embobadas. Él las mira de vez en cuando, y les sonríe. Val se coloca junto a ellas y saluda al joven con la mano. Éste no parece sorprendido de verla; le guiña un ojo y continúa cantando.
Valeria debe reconocer que el chico lo hace genial. Es lo único que sabe de él con seguridad: que es un artista increíble. Esa versión es fantástica.
Termina el tema y las colegialas aplauden entusiasmadas. César se levanta y las besa a todas en la mejilla, una por una. Las chicas no pueden creerse que ese chico tan guapo y que canta tan bien les haya dado un beso. ¡Seguro que es famoso o que pronto lo será! Entre grititos, se marchan hacia una de las salidas de la estación.
—Las tienes locas —comenta Valeria cuando se quedan solos.
—No es para tanto.
Coge el taburete y le pide a la chica que lo siga.
—¿A dónde vamos?
—A dejar esto. No pretenderás que vayamos a comer cargados…
—¿Qué? ¡No voy a comer contigo!
César se encoge de hombros y se dirige hacia la taquilla. Allí habla con una señora que ríe con cada frase que le suelta. Da la impresión de que se conocen desde hace tiempo. Finalmente, el joven le entrega el taburete a la mujer y ella lo guarda dentro de la cabina desde la que atienden a los clientes. El joven le da dos besos y regresa junto a Valeria.
—Bueno, ya está. ¿Tomamos algo?
—No. Mi madre me ha preparado la comida.
—Pues yo tengo que comer. Puedes mirarme mientras lo hago, si quieres —suelta sonriente.
Valeria se sonroja. Tonto. Sabe cómo ponerla nerviosa. Desde el sábado por la noche, cuando le gastó la broma del bautizo, lo ha conseguido siempre que se lo ha propuesto. ¡Qué rabia!
Los dos caminan por el pasillo hacia la puerta de salida.
—Tenemos que hablar.
—Bien. Hablemos —dice él tranquilamente.
—¿Cómo te llamas?
—¿Cómo me llamo? ¿Me lo estás preguntando en serio?
—Totalmente.
César ríe y sube por la escalera de la estación sin responderle. La chica lo sigue, expectante. ¿No va a contestarle?
—Soy César. No imaginaba que tuvieras tan mala memoria.
—¡No es mala memoria! ¡Me acordaba! Pero ¿te llamas así de verdad?
—Eso dicen mis padres.
—No te andes por las ramas. ¿Te llamas César de verdad sí o no? ¡No me mientas!
—Sí.
Los dos salen a la calle y comienzan a caminar en dirección contraria a la cafetería Constanza.
—¿Y tus apellidos?
—¿Para qué quieres saber mis apellidos? ¿Qué más da eso?
—Quiero saberlos. ¿Cuáles son?
—Pérez Vidal —apunta con una sonrisa—. ¿Alguna cosa más?
—Muchas.
—Pues si quieres que te conteste, acompáñame a comer. Estoy muerto de hambre.
—Ya te he dicho que no voy a ir a comer contigo. Mi madre me ha preparado ensalada de pasta y tortilla.
—¡Qué rico! Podrías invitarme.
Empieza a sacarla de sus casillas. Pero cada vez que se fija en sus ojos… ¡Es incapaz de enfadarse con él! Sólo consigue sonrojarse más. ¿Por qué tiene que ser tan guapo?
—Venga, ¿dónde quieres ir a comer? —termina por preguntarle. Es tan atrevido que lo ve capaz de presentarse en Constanza y de hacerse amigo de su madre.
—A cualquier parte. Por aquí hay mil sitios. Bueno, qué te voy a decir a ti, que vives por esta zona. Los conocerás todos.
—No suelo ir a comer fuera.
—Claro, teniendo una cafetería propia… ¿Cómo se llama?
—No voy a decírtelo.
—Ah, es verdad. Que no te fías de mí —dice mientras se coloca bien la boina—. Aunque podría averiguarlo.
—¿Cómo?
—Recuerda que estudio Periodismo. No sería difícil.
Es un farol. No lo cree. Por mucha carrera de Periodismo que estudie, si es que es realmente eso lo que estudia… Si Valeria tuviera que apostar, diría que ni tan siquiera va a la universidad.
—¿Por qué te intereso tanto?
—¿Qué te hace pensar que me interesas?
—No has parado de seguirme desde que nos conocimos.
—¿Que yo te he seguido? —pregunta haciéndose el sorprendido—. Que yo sepa, las tres primeras veces que nos vimos fue por casualidad. Y ayer, después de comer, sólo te vigilé para que no te pasara nada. La sangría te afectó más de lo que podía imaginarme. Y hoy… la que has venido a verme has sido tú.
¡Quiere gritar! No es capaz de pillarlo nunca. Un tío tan ingenioso como éste no debería estar tocando la guitarra en el metro, sino haciendo monólogos en «El Club de la Comedia».
—Sabías que iría al metro.
—No, no lo sabía.
—Ayer te dije que mi madre tenía la cafetería por La Latina. Había muchas posibilidades de que estuviera cerca de ti y fuera a verte. Incluso de que tropezáramos por «casualidad» una vez más. ¡Lo tenías todo calculado!
—¿Y por qué iba a imaginar que vendrías a verme?
—Eh…
—A ver si la que está interesada en mí eres tú…
—Pero… pero…
El pitido de la BlackBerry la salva. Enfurecida, la examina. María ha contestado que esa tarde no irá al cine porque la pasará con su padre y su hermana. Una menos.
—¿Entramos aquí? —pregunta César tras detenerse delante de un bar de pinchos—. Parece bueno y no demasiado caro.
—Como quieras. Pero no pienso probar nada. Sólo quiero que me respondas a unas cuantas cosas.
—Eres especialista en interrogatorios —comenta el joven sin dejar de sonreír mientras abre la puerta del local—. Entremos, que me muero de hambre.
La invita a pasar delante y él la sigue. Hay bastante gente y mucho ruido. Sólo queda libre una mesita del fondo, pero tiene puesto encima el cartelito de reservado.
César se acerca a una camarera y comienza a dialogar con ella. Es bastante mona, y no deja de sonreír con lo que el joven le cuenta. A Valeria la escena le recuerda mucho a la que tuvo lugar en la discoteca con la camarera del reservado. Está muy claro que César tiene un don para el sexo femenino.
Por fin, tras una animada conversación en la que prácticamente los dos se hablan al oído, ella le dice que puede ocupar la mesa.
—No me digas que tenías una mesa reservada aquí —susurra Valeria cuando llega hasta él.
—Claro que no. ¿Cómo iba a reservar una mesa si ni siquiera sabía que existía este sitio?
—¿Y por qué nos ha dejado ocuparla?
—No me hagas revelar mis secretos para conseguir ciertas cosas.
¿Que no le haga revelar sus secretos? ¡Menudo morro!
Los chicos se sientan a la mesa y retiran el cartelito. César examina la carta detenidamente. Valeria lo contempla molesta. Muy molesta. Tiene hambre, pero no piensa comer nada en absoluto.
—¿Podemos hablar ya?
—¿Seguro que no quieres nada?
—¡Segurísimo!
—Bueno. Como tú veas.
Una nueva sonrisa de César desespera a Valeria, que tamborilea con los dedos sobre la mesa mientras él continúa mirando el menú. Instantes después, la camarera se aproxima a ellos y les pregunta qué van a tomar. El joven le responde que aún no lo han decidido, pero que puede ir trayendo una jarra de sangría para dos. La muchacha sonríe y se retira.
—¿Todavía no te has enterado? ¡No quiero tomar nada! —exclama Valeria resoplando.
—Ya lo sé.
—¿Y por qué pides sangría para dos?
—Por si cambias de opinión durante la charla. Más vale que sobre a que falte, ¿no?
—No cambiaré de opinión.
Si quiere que coma o beba, no va a salirse con la suya. Esta vez no.
De nuevo, suena su BlackBerry. La saca y lee el mensaje que Ester ha escrito en el WhatsApp del Club de los Incomprendidos:
No puedo ir esta tarde al cine. Pasadlo bien vosotros. Besos.
Y, unos segundos después, es Bruno el que comenta lo mismo, que tampoco cuenten con él. Sólo quedan ella, Eli y Raúl. Si ella no va, será como una cita entre los otros dos. ¿Se atreverá el chico a ir al cine a solas con su amiga después de todo lo que ha sucedido entre ellos? ¡No puede consentirlo!
Protesta en voz baja y piensa en qué puede hacer.
—¿Problemas?
—¿Qué?
—Que si te han dado malas noticias.
—Ni buenas ni malas —responde muy seca—. Varios de mis amigos no pueden ir al cine esta tarde.
—Si quieres yo puedo ir contigo.
Valeria hace una mueca y niega con la cabeza.
La camarera regresa con una jarra de sangría y dos vasos de cristal. Les coloca uno a cada uno delante, y vuelve a preguntarle a César qué van a comer. Éste pide un bocadillo de calamares partido en dos. La chica lo apunta en una pequeña libreta y se retira.
—¿Nunca te das por vencido?
—¿Por qué lo dices? —pregunta el joven mientras llena los dos vasos.
—Ni voy a beber sangría ni me voy a comer medio bocadillo de calamares.
—Me parece bien. Eso sería consecuente con lo que has venido diciendo desde que nos vimos en el metro.
Y, sonriente, coge el vaso y bebe un gran trago. Se limpia la boca con una servilleta y, tras apoyar los codos sobre la mesa, mira fijamente a Valeria.
—¿Por qué no has ido hoy a clase? —quiere saber ella, que empieza a notar el calor en las mejillas.
—¿Quién te ha dicho que no he ido?
—Puedes mentirme, pero no puedes estar en dos sitios a la vez. Si estás tocando en el metro, no puedes estar en la facultad.
—He estado esta mañana y me he vuelto sobre las doce. Ha faltado un profesor a última hora y he aprovechado para ganar unos eurillos.
—¿Te llevas la guitarra y el taburete a la universidad?
—A veces —contesta, y le da otro sorbo a la sangría—. Aunque hoy no ha sido el caso. Primero he pasado por mi piso.
El sonido de la BlackBerry rosa de Valeria interrumpe la conversación. En esta ocasión no se trata del WhatsApp. Eli la está llamando. ¿Lo coge? No le queda otra.
—Perdona, un momento.
—No te preocupes. No me moveré de aquí sin ti.
La chica se levanta de la silla y responde mientras camina hacia la salida del local.
—¿Sí?
—Hola, Val. ¿Interrumpo? ¿Estás comiendo?
—No. De momento no. ¿Qué pasa?
—Mmm. Tengo que pedirte una cosa. —Eli se queda en silencio un instante.
—¿El qué? Cuéntame.
—Quiero que esta tarde no vengas al cine con Raúl y conmigo. Necesito estar a solas con él.