CUANDO Elísabet se aleja hacia la verja del instituto, Ester y Bruno se quedan a solas. Sentados en el suelo, comparten los tibios rayos del sol, una ligera brisa de otoño y una bolsa de patatas al punto de sal.
El chico está un poco nervioso. Normalmente no pasa muchos momentos así con ella. Siempre los acompaña María o cualquiera de los demás. Pero le gusta estar así, muy cerca de ella, sólo el uno para el otro, aunque sea durante un simple recreo.
—Sigues enfadado con ella, por lo que veo —le comenta Ester, que hoy tampoco parece tener un buen día. No sonríe tanto como es habitual en ella.
—Es que me fastidia mucho su actitud. Se ha vuelto una creída.
—No seas tan duro. Es tu amiga.
—Sí, una amiga que ayer me dejó claro que prefiere hacer otras cosas a reunirse con sus amigos. Todo va a cambiar entre nosotros por su culpa.
—Bueno, yo también tuve parte de culpa en lo de ayer. Voté en blanco.
—Pero tú lo hiciste para no quedar mal con nadie. Ella sólo piensa en sí misma.
—No creo que eso sea así, Bruno.
—Eli va a lo suyo. Hace tiempo que dejó de mirar por los demás.
Ester mete la mano en la bolsa de patatas. Se lleva una a la boca y la mastica sin ganas. Tal vez su amigo tenga razón. O quizá Eli tan sólo esté atravesando una mala racha. Ella no lo vio porque todavía no había llegado, pero, según le ha contado varias veces el resto del grupo, Elísabet lo pasó muy mal cuando entró en el instituto. Se metían muchísimo con ella, la insultaban y la trataban como si fuese un bicho raro. El Club de los Incomprendidos y, sobre todo, Valeria la ayudaron a salir adelante. Sin embargo, tras el verano de 2010 todo cambió. Su transformación física fue espectacular y pasó de ser la más repudiada por los chicos del instituto a convertirse en la más deseada.
—Por cierto, ¿a dónde ha ido?
Bruno se pone de pie y mira hacia la verja. No la ve. Es extraño, porque para entrar de nuevo en el edificio tendría que haber pasado por delante de ellos. ¿No habrá salido del instituto? Si lo ha hecho, se arriesga a que la castiguen con dureza.
—Ni idea. —Vuelve a sentarse en el suelo.
—¿Se ha ido a casa?
—No lo sé. Tampoco me importa mucho.
—Ay. No seas así, hombre.
—Ya es mayorcita para que estemos detrás de ella todo el tiempo.
El joven se apoya contra la pared y, sin mirar, coge una patata de la bolsa. No se da cuenta, pero Ester está haciendo lo mismo justo en ese instante. Sus manos chocan y ambos se quedan sin saber qué hacer. En silencio. Avergonzados.
—¿Qué vas a hacer esta tarde? —pregunta ella intentando dar pie rápidamente a una nueva conversación.
—No tenía pensado nada —miente Bruno—. ¿Te apetece venir a mi casa?
—¿A tu casa?
—Sí. Ese edificio donde vivo, como y esas cosas.
Ester sonríe, pero Bruno lo está pasando fatal. No podría haber dicho nada más estúpido. Esto es peor que cuando le habló de su apellido.
La chica se lo piensa. ¿Es apropiado que vaya? ¿Por qué no? Es su amigo. Y, aunque sabe lo que un día sintió por ella, hace tiempo que no da señales de seguir con aquello. Parece que se le ha pasado definitivamente. Además, a ella le servirá para no estar sola en casa pensando en Rodrigo. Si se encierra, seguro que se pasa todo el rato llorando y mirando su smartphone a la espera de que la llame.
—Vale.
—¿Vale?
—Sí. Podemos estudiar allí. Ya que se han terminado las reuniones del grupo, podemos reunimos nosotros dos.
Bruno traga saliva. ¿Ha aceptado? ¡Ha aceptado! No puede creérselo. Aunque son amigos, y es normal que los amigos hagan esas cosas, ir a casa del uno y del otro, estudiar juntos… Respira hondo y vuelve a sonreír simulando tranquilidad. Debe calmarse, o se le notará demasiado que esa noticia es de las mejores que ha recibido a lo largo de los últimos dieciséis años.
En ese instante, suena el pitido de su BlackBerryy, un par de segundos más tarde, en la de Ester. Es un mensaje de María en el WhatsApp del grupo. Es la chica quien lo lee en voz alta:
Saludos desde el Retiro. Mi padre y yo disfrutamos de un bonito paseo bajo el sol de Madrid. Espero que el lunes os esté siendo leve. Se os echa de menos. Ya os escribiré luego. Besos, chicos.
—Qué mona es —comenta la joven del flequillo recto, sonriente después de leer el mensaje.
—Sí. Y qué cara más dura —bromea Bruno—. Ella divirtiéndose por ahí y nosotros esclavizados en el instituto.
—Qué malo eres —le dice empujándolo levemente con el codo—. Meri necesita estar con su padre. Con lo poco que lo ve…
—Ya, ya lo sé.
Entonces se le viene a la cabeza la posibilidad de que pronto sea a ellos a quienes vea poco. Seguro que ya ha hablado con su padre del tema de irse a Barcelona y que éste está encantado con la idea.
—¿Qué te pasa? ¿He dicho algo malo? —pregunta la joven al darse cuenta de que su amigo se ha puesto muy serio—. No lo decía de verdad.
—¿Cómo? ¿El qué?
—Que te he dicho que eres malo, pero no pretendía molestarte. Sabes que no lo pienso. Lo siento.
Esa bondad e ingenuidad la convierten en alguien muy especial. Bruno la mira y sonríe. Le encanta esa chica. Cómo le gustaría besarla. Lo ha imaginado tantas y tantas veces… Se inclina sobre ella y… coge una patata de la bolsa después de asegurarse de que sólo él está metiendo la mano en ella en ese momento.
—No te preocupes, no me ha molestado nada.
—¿De verdad? No quiero que también te enfades conmigo.
—De verdad. No estoy enfadado.
—Bueno, entonces ¿por qué te has puesto tan serio cuando te he dicho eso?
Es un secreto. Si se lo cuenta, María se enfadará con él. Pero Ester también tiene derecho a saber qué está pasando. Tiene la tentación de decírselo. Tarde o temprano se enterará.
—Si te lo digo, ¿prometes no contarle nada a nadie?
La chica duda. No imaginaba que Bruno escondiera algo tan fuerte como para hacerle prometer que no hablará.
—Claro. No diré nada —responde en voz baja. Se aproxima aún más a él, hasta que sus piernas se rozan.
El corazón del joven se acelera al sentir el contacto de la rodilla de Ester contra su vaquero. Huele su perfume de vainilla y observa de cerca la gran expresividad de sus grandes y preciosos ojos. ¡Así es imposible centrarse en nada!
—Es sobre Meri.
—¿Sobre Meri? ¿Qué le pasa? ¿No estará enferma?
—No, no está enferma —le aclara rápidamente para no asustarla—. Pero no puedes decirle nada de esto a nadie. Ni siquiera a ella misma. ¿De acuerdo?
—Que sí. De acuerdo.
Pero justo en ese instante aparecen Valeria y Raúl, que caminan hacia ellos.
—Ahora no vamos a poder hablar. Te lo cuento tranquilamente esta tarde en mi casa —susurra el chico con premura para que los otros dos no sospechen nada—. ¿A las cuatro?
—Vale. Pero no es nada grave, ¿no?
—No, no te preocupes. Meri está bien.
La chica mira hacia sus amigos, que acaban de aparecer, y sonríe tímidamente. Ellos también tienen un secreto que sólo ella sabe. Seguro que el que se hayan pasado parte del recreo juntos y alejados del grupo tiene que ver con lo que Ester vio ayer en la cafetería Constanza.
Sin embargo, ahora la joven tiene otra cosa en la cabeza. Bruno la ha dejado muy preocupada. Y es que… algo pasa con Meri.