Capítulo 44

—AQUÍ es donde vengo con mis amigos —dice María cuando su padre y ella se encuentran delante de la cafetería Constanza.

Tal vez debería haber usado el pretérito, «venía», pero aún no ha asimilado que no habrá más reuniones del Club de los Incomprendidos. Para ella, es algo que sigue perteneciendo al presente, aunque en realidad ya forme parte del pasado.

—Me gusta.

—La dueña es la madre de Valeria. ¿Te acuerdas de ella? La viste una vez hace dos veranos, cuando viniste a Madrid con… Montse.

El hombre trata de recordar, pero en ese instante no cae, así que mueve la cabeza negativamente. Sin embargo, cuando entran en el establecimiento, en seguida reconoce a Mará. Le causó una gran impresión cuando la vio. Es una mujer rubia, delgada, con los ojos claros.

—Ya sé quién es —le comenta en voz baja a su hija mientras se sientan en una de las mesas que están libres.

—¿Ah, sí?

—Sí. Fue a recoger a tu amiga el día que estuvisteis en el parque de atracciones, ¿verdad?

—Eso es. Exactamente.

—No ha cambiado nada.

—Papá, no ha pasado ni un año y medio desde aquel día.

—Ya. Pero yo tengo la impresión de que ocurrió hace mucho.

La mujer se acerca a la mesa en la que padre e hija conversan. Cuando la ven, ambos dejan de hablar y reciben a Mará poniéndose de pie.

—¡Hola! ¡Cuánto tiempo! —exclama ella, que también reconoce a Ernesto.

Le da dos besos y otros dos a María, algo que nunca hace cuando va allí con el grupo. La chica, extrañada, vuelve a sentarse y observa atenta la conversación entre la madre de Valeria y su padre.

—Pues sí, mucho.

—¿Estás de vacaciones en Madrid?

No… Bueno, más o menos. He pedido un par de días en el trabajo para venir a visitar a mis hijas. Hacía mucho que no las veía.

—¡Ah! ¡Genial!

—Pero ya me voy mañana.

Un grupo de cinco personas, clientes que trabajan por la zona y que son habituales de la cafetería, entran en Constanza y saludan a Mará. Detrás de ellos, aparece una pareja de ancianas que también suele frecuentar la cafetería por las mañanas.

—Perdonadme, tengo que seguir. Se me acumula faena. ¿Qué queréis tomar? Invita la casa.

—No, no hace falta.

—Que sí, hombre. María es como una hermana para mi hija. Ya ti hace mucho que no te veo. Insisto en invitaros.

La joven pelirroja oculta su sorpresa tras una sonrisa discreta. ¿Que hace mucho que no lo ve? ¡Sólo han coincidido una vez en su vida! Ya Valeria la quiere mucho, es una gran amiga, pero eso de hermana… Mará ha exagerado un poquito.

—Bien. No discutiré contigo, entonces. Para mí un café con leche y un cruasán.

—Yo un Cola Cao y otro cruasán —añade Meri.

—¡Estupendo! Ahora mismo os lo traigo.

La mujer se dirige hacia la barra de la cafetería a toda prisa. Si no fuera porque son su padre y Mará, la joven diría que los dos adultos han flirteado. ¿Han ligado el uno con el otro delante de ella? No es normal. Y menos la mirada que él le ha dedicado a Mará cuando se ha marchado. ¡No ha apartado la vista de su culo!

—Qué mujer más guapa. Se conserva muy bien —apunta Ernesto sonriente.

—Esto… Es la madre de mi amiga, papá.

—¿Y qué? ¿Qué tiene que ver eso con que sea atractiva o no?

Cómo son los hombres. En el fondo todos son iguales. ¡Incluido su padre! Ayer estaba hundido; hoy ve un trasero bonito y se le olvida todo.

—Dejémoslo. ¿Has dormido bien esta noche?

—Regular. El colchón es demasiado blando y hacía bastante calor en la habitación.

—¿Comprobaste si tenías la calefacción encendida? Suele pasar.

—No. No sé dónde se mira eso. Abrí la ventana y he dormido con ella abierta.

María se da una palmada en la frente con la mano. Este hombre no tiene remedio.

—¿Y de ánimo cómo estás?

—Bueno, mejor después de haberos visto.

—Me alegro.

—Pero mañana volveré a irme y… no sé. Es difícil alejarse de vosotras. Estáis tan mayores y tan guapas…

—Será Gadea…

—Pequeña, no te infravalores. Tienes los genes de tu madre, y ella es la mujer más hermosa que he conocido nunca.

—Todos esos genes de los que hablas se los quedó mi hermana. Yo he salido a ti —bromea.

Ernesto ríe y estira el brazo para cogerle la mano a su hija.

—Todavía eres una niña, María. Y puede que las chicas de tu edad estén más… avanzadas que tú. Pero llegará tu momento. No tengo ninguna duda. Ya lo verás.

Le resulta muy raro que su padre le hable de esas cosas. Nunca lo ha hecho. Jamás han tenido una conversación sobre sexo, sobre los cambios de su cuerpo o sobre chicos. Ni tan siquiera han hablado acerca de otros temas más sencillos, como qué le gusta hacer o con qué se divierte. Y, por supuesto, Ernesto nunca ha considerado que María pudiera estar enamorada de alguien. Y no es que la joven se sienta incómoda con la charla, pero tampoco quiere adentrarse demasiado en ciertos asuntos.

La madre de Valeria regresa con una bandeja con sus desayunos, y le echa una mano a la chica:

—Aquí tenéis —dice mientras lo coloca todo sobre la mesa.

—Muchas gracias, Mará.

—De nada. Si necesitáis algo… llamadme. Espero que os guste.

—Seguro que sí.

—Que aproveche.

—Gracias de nuevo.

Ambos intercambian sonrisas antes de que la mujer vuelva a la barra de la cafetería.

—Papá —interviene Meri al tiempo que alcanza el sobre del Cola Cao—, ¿estás ligando con la madre de Valeria?

—¿Qué? ¿Ligando? No. ¡Claro que no!

—Pues tengo la impresión de que…

—Yo ya soy un cincuentón. Pronto me haréis abuelo. Hace miles de años que no ligo. Ni me acuerdo de la última vez que le tiré los tejos a una mujer.

—¿Y Montse?

—Montse me ligó a mí. No pude resistirme.

Otra palmada en la frente. Sin embargo, ahora la pelirroja sonríe. Echa el polvo de cacao en la leche y lo revuelve con una cuchara. Debe reconocerlo: el comentario ha tenido su gracia.

Los dos hablan poco durante los minutos posteriores, están entretenidos con los cruasanes. A lo largo de ese tiempo, María se debate entre contarle a su padre lo que su hermana y ella volvieron a discutir anoche cuando llegaron a casa o callárselo. ¿Debe irse alguna de las dos a vivir con él a Barcelona?

La hermana mayor lo tiene claro, pero ella…

—Papá, ¿de verdad que en Barcelona te encuentras tan mal?

El hombre le da el último sorbo a su café y mira muy serio a su hija pequeña.

—Ya sabes que lo que ocurre es que me encuentro solo, María.

—¿No tienes amigos?

—Sí. Claro. Pero ninguno de ellos puede hacer nada en este tema. Ellos tienen su familia, su trabajo, su forma de vivir…

—Entiendo.

—De todas maneras, es mejor que hablemos de otra cosa. Disfrutemos de este día y… mañana volveré a la realidad.

—Es que no quiero que esa realidad te pase por encima. Gadea y yo estamos muy preocupadas por ti. Incluso… —La joven se queda en silencio, pero de alguna parte saca las fuerzas necesarias para soltarle lo que tanto ha pensado durante el último día y medio—. Incluso hemos pensado en irnos a vivir contigo a Barcelona unos meses, al menos una de las dos.

Ernesto frunce la frente y se acaricia la barbilla, inquieto. Se lleva la taza de café a los labios sin darse cuenta de que ya está vacía. Cuando lo comprueba, la deja de nuevo encima de la mesa.

—No sé qué decir. Me has pillado por sorpresa —responde al fin—. ¿De verdad que lo habéis pensado en serio?

—Sí. Es algo de lo que las dos hemos hablado unas cuantas veces.

—Pero… tenéis vuestra vida aquí. Gadea está en la universidad y sale con ese chico. Y tú…

—Yo no tengo novio ni estoy en la universidad.

—Ya lo sé, hija. Pero sería un cambio muy grande para ti. Y tu madre me mataría. Pensaría que te he comido la cabeza para que te vinieras conmigo a Barcelona.

—Ya soy mayorcita para poder elegir ciertas cosas.

—Sigues siendo menor de edad.

—Me da lo mismo. Si quiero irme contigo, ni mamá ni nadie podrá impedírmelo.

—Un juez sí podría.

—No creo que mamá recurra a un juez para algo así. Si mi voluntad es la de marcharme a vivir contigo durante unos meses, le fastidiará bastante, pero no le quedará más remedio que aceptarlo.

Sus palabras, convincentes, retumban en la cafetería Constanza. Lo ha dicho. Ya está. Se ha quitado un peso de encima. Y se siente mejor. Aunque le tiembla todo el cuerpo. Su vida puede dar un giro radical a partir de ese momento. ¿Está preparada para ello?

—Vamos a hacer una cosa, María.

—Dime.

—Disfrutemos juntos del día de hoy. Y mañana, antes de que regrese, me dices si de verdad quieres venirte a vivir conmigo. Pero piénsalo bien, ¿vale?

—Vale.

El hombre sonríe, se levanta y se coloca detrás de su hija, que continúa sentada. La besa varias veces en la cabeza. El gesto por parte de la pequeña lo llena de alegría; le haría muchísima ilusión que se fuera unos meses con él. Sería un sueño. Sin embargo, no está seguro de si María sería feliz junto a él. Y eso es lo que lo preocupa realmente. En cualquier caso, espera que ella misma tome la decisión.

—Bueno, ¿qué lugar de Madrid quieres visitar?