SON casi las ocho de la mañana. Su madre se ha marchado hace un rato y ahora espera impaciente a que suene el telefonillo de su casa. ¡Está deseando ver a Raúl! Anoche se fue a la cama pensando en él; se desveló de madrugada y seguía pensando en él; y se ha levantado nerviosa pensando en él. Debe de estar al llegar. Han quedado para desayunar juntos. ¡Otra vez! Así da gusto empezar la semana. Con lo que Valeria odia los lunes, éste tiene muy buena pinta. Aunque en esta ocasión no habrá chocolate con churros.
Dos minutos antes de las ocho, llaman al timbre. Ilusionada, corre hacia ella y observa al visitante a través de la mirilla. ¡Es Raúl! Abre a toda velocidad.
—¡Buenos días, princesa! —exclama él sonriente.
—Buenos días.
La chica se lanza a sus brazos y lo besa en los labios. Dando pequeños pasos, entran en la casa abrazados. Se repiten todas las sensaciones del día anterior. Es increíble tenerlo de nuevo tan cerca, saborear su boca. Valeria nunca se cansaría de ello, aunque tuviera que levantarse a las siete de la mañana todos los días de su vida.
—¿Quién te ha abierto la puerta de la entrada? —pregunta la chica mientras lo lleva de la mano hacia la cocina.
—Una vecina. Muy mona, por cierto.
—¿Una vecina mona? Será la del segundo B.
—Pues es muy guapa. ¿Sois amigas?
—No. Ella va a la universidad. Apenas hemos hablado un par de veces.
—¿Cómo se llama?
—Ángela.
—Mmm. Ángela… bonito nombre.
—Sí, ¿verdad? No vas a ponerme celosa, si es lo que pretendes —dice con seguridad—. Bueno, vale, me he puesto celosa.
El joven ríe y, antes de entrar en la cocina, la agarra por la cintura y vuelve a besarla. Valeria cierra los ojos y contiene la respiración. Qué bien sabe. Definitivamente, nunca se cansaría de aquello.
—¿Todo esto es para nosotros?
Raúl se queda asombrado ante lo que Valeria ha preparado para desayunar: zumos, cruasanes, tostadas, café, magdalenas, galletas y varias piezas de fruta.
—¡Claro! ¿No dicen que el desayuno es la comida más importante del día?
—La más importante sí, pero no la única.
—Tonto. ¡Tampoco es tanto!
—Es lo que yo desayunaría durante todo un mes.
—Eres un exagerado.
—¿Exagerado? ¡Mira toda esta comida!
—¡Te repito que el desayuno es la comida que nos da energía para el resto del día! ¡Es muy importante!
—Tendría que haber traído a mis hermanas para que nos ayudaran. —Y suelta una carcajada ante la mirada de mal humor de Valeria—. Además, sólo tenemos quince minutos. ¿O no recuerdas que entramos a las ocho y media?
—No te quejes más y ayúdame a llevar esto al comedor.
Cada uno coge una de las bandejas en las que la chica lo ha colocado todo, y salen de la cocina cargados con ellas. Las dejan sobre la mesa en la que desayunaron la otra vez y se sientan en el sofá.
—No sé por dónde empezar —comenta Raúl, que no puede evitar sonreír continuamente.
—¿Qué tal con el zumo de melocotón?
—¿Está bu…?
Pero, sin permitirle acabar la pregunta, Valeria, que acaba de servirse zumo de melocotón en un vaso y de darle un sorbo, lo besa una vez más.
—¿Te gusta?
—Mucho. Es el mejor que he probado nunca.
—Me alegro de que haya tenido éxito.
Los dos sonríen y continúan desayunando entre besos y bromas. Hasta que el timbre de la puerta vuelve a sonar. Los chicos se miran entre ellos.
—¿Esperas a alguien?
—No.
Valeria se pone de pie y se dirige a la entrada de la casa. Camina lentamente, sin hacer ruido. Se acerca a la mirilla de la puerta y, a través del pequeño cristal, ve a Elísabet. Corriendo, avisa a Raúl.
—¿Vas a abrir? —le pregunta él en voz baja.
—Claro, ¿qué voy a hacer?
El timbre suena de nuevo.
—Ya se irá.
—Si no abro sospechará algo.
—¡Qué va a sospechar! Le dices que ya te habías ido a clase.
—Ella llegará antes y no me verá allí. Además, ¿y si por casualidad nos encontramos por el camino?
Tercera vez que suena el timbre. Parece impaciente.
—Está bien. Me escondo en la cocina.
—Vale, pero llévate esto —ruega Valeria mientras señala el desayuno.
El joven se inclina sobre la mesita y, con muchas dificultades, a pulso, coge una bandeja con cada mano y se va corriendo a la cocina. Allí, se encierra y escucha pegado a la puerta.
Mientras, Valeria abre la puerta. Eli entra en el piso nerviosa, atropellada. Ni siquiera le da dos besos ni los buenos días.
—Qué majo tu vecino.
—¿Qué vecino?
—Uno moreno, con pendientes; muy, muy, muy guapo. Ha sido él quien me ha abierto abajo.
Debe de tratarse de Julio, el hermano de Ángela. Es modelo. Y también gay. Pero Valeria no quiere desilusionar a su amiga.
—Ya te lo presentaré.
—Vale… —contesta Eli. Sin embargo, no parece estar demasiado feliz por ello—. Sí que has tardado, estaba a punto de irme.
—Lo siento. Es que… estaba peinándome.
Elísabet observa detenidamente el pelo de su amiga. Da la impresión de que Valeria hubiera estado haciendo justo lo contrario.
—Pues no se nota. Lo tienes muy… alborotado.
—Porque, como te he dicho, estaba peinándome. ¡Aún no había terminado!
—Bueno. También se lleva así. —Eli se sienta en el sofá del salón. Lleva una mochila, que parece terriblemente pesada, colgada a la espalda—. Nena, estoy muy liada.
Valeria suspira. Se terminó el desayuno romántico, el paseo hasta el instituto con Raúl y todo lo demás. Se sienta a su lado y se pasa la mano por la cabeza para tratar de alisarse un poco el cabello. Los achuchones y los besos del que está encerrado en la cocina le han pasado factura a su peinado.
—Cuéntame, ¿qué te pasa?
—Raúl —dice muy seria—. Eso es lo que me pasa.
—¿Raúl? ¿Qué te ha hecho?
—Nada. Pero… estoy confusa.
—¿En qué sentido?
—No me lo quito de la cabeza. Además…
—¿Me dejas que vaya un momento a la cocina? —la interrumpe después de comprobar que son las ocho y cuarto—. Me lo cuentas de camino al instituto. Si no, llegaremos tarde.
—Vale. Te espero aquí.
Una sonrisa forzada y Valeria corre hacia el escondite de Raúl. Abre la puerta y le da un rápido beso en los labios.
—Me voy con ella —le dice hablando muy de prisa y en voz muy baja, casi inaudible para los oídos del chico.
—¿Te vas?
—Sí, tengo que hacerlo.
—Vaya.
—Cuando pasen un par de minutos, sales del piso y cierras la puerta.
—Claro, no voy a dejarla abierta —repone él, irónico, alzando un poco la voz.
—Shhhh. No hables más. A ver si se va a enterar de que estás aquí y la tenemos.
—Shhhh.
—Adiós. Nos vemos luego.
Otro beso. Y otro, el último antes de abandonar la cocina. ¡Dios, le encanta! Pero están corriendo un riesgo demasiado grande. Si Eli descubriese que Raúl está allí, no cabe duda de que los tres aparecerían al día siguiente en las páginas de sucesos de cualquier periódico. Tras despedirse del joven, camina de prisa hacia su dormitorio. Coge las cosas del instituto y regresa al salón, donde Eli ya se ha puesto en pie. No hay indicios de que sospeche o haya oído algo. ¡Menos mal!
—Sigues despeinada.
—Bueno, llevo un cepillo en la mochila, ya lo solucionaré en el instituto —apunta Valeria resoplando—. ¿Nos vamos?
—Sí.
Las dos amigas salen del piso. Hace una mañana soleada; algo fría, pero no se está mal en la calle. Valeria piensa en que ahora mismo podría ir caminando junto a él, dándole besos furtivos en las esquinas o detrás de los árboles que encontrasen en el camino. Lástima que Elísabet haya aparecido de repente. Le toca hacer de confesionario.
—A ver, dime, qué te pasa. ¿Por qué estás tan confusa?
—Es que… Ayer por la noche estuve hablando con él y… No sé, me lo pasé muy bien. Y creo que Raúl también.
—¿Hablaste con él? ¿Cuándo?
—En el MSN. ¡Nos pasamos más de dos horas con la cam puesta!
Aquello afecta a Valeria. Mucho. Experimenta una sensación muy extraña en ese instante. No se esperaba que Eli le dijese algo así, ni que Raúl hubiera hablado con ella anoche, después de la reunión de los incomprendidos.
—¿Más de dos horas?
—Sí. Hasta la una. Fue… bonito. Nos reímos mucho y lo pasamos bien recordando cosas del pasado.
—Ya.
—Pero, cuando nos despedimos, le pregunté si quería que hoy lo recogiese para ir al instituto y, aunque no me lo dijo directamente, me dio a entender que no. Entonces yo me inventé que no recordaba que había quedado con mi padre para que me llevara en coche.
—¿Y dónde está tu padre?
—¿No me escuchas? ¡Me lo inventé para no hacerlo sentir mal y para no sentirme mal yo porque volviera a rechazarme!
—Ah.
—El caso es que no quería venir conmigo. Y no sé el motivo.
—¿No lo sabes?
—No —responde Eli muy rotunda—. Pero tengo tres teorías: una, que realmente no podía por cualquier motivo. No sé… por cualquier cosa; dos, que no quiera darme esperanzas de que en algún momento pueda haber algo entre ambos y por eso no quede conmigo a solas para ir al instituto. Para no hacerme daño.
Elísabet hace una pausa. Respira y busca las palabras para explicar su última teoría.
—Y hay una tercera, ¿no?
—Sí. Que sienta algo por mí y no quiera implicarse más en la historia.
—¿Cómo?
—Muy sencillo, nena. Después de todo lo que ha pasado durante este fin de semana, descubre que realmente le gusto, pero no quiere acercarse mucho a mí por temor a… ¡Yo qué sé! Al compromiso, a que ahora sea yo la que le diga que no… O puede que simplemente siga teniendo dudas de que él y yo podamos formar una pareja de verdad.
Valeria se peina y repeina con las manos. Se está poniendo muy nerviosa. ¿Tendrá razón su amiga y estará también Raúl confuso en cuanto a sus sentimientos? No. Eso no tiene sentido. Ningún sentido. ¡Si acaba de desayunar con él en su casa!
—No sé, Eli. ¿Tu crees que…?
—¡Es que esta tercera posibilidad sería la más lógica! —grita la joven exaltada—. Tendrías que leer la conversación de anoche en el MSN. Parecíamos novios o algo así.
Sí, tendría que leerla. Y después buscar el número de algún sicario que quisiera hacer un trabajito. ¿Cómo pudo estar dos horas hablando con Elísabet y con la cam puesta en lugar de estar pensando en ella? Y, para colmo, no ha tenido la decencia de contarle nada. ¿Estará jugando a dos bandas?
A Valeria empieza a preocuparle mucho el asunto. Su amiga haría mejor pareja que ella con Raúl. En todos los sentidos. Y, si Eli sigue insistiendo, existe la posibilidad de que el chico cambie su decisión.
—Nena, ¿por qué te has quedado tan callada? ¿Qué piensas del tema? ¿Crees que todavía puedo tener esperanzas con Raúl?
—La verdad es que…
—Ya las había perdido. Pero creo que haciendo las cosas bien podría conseguir una oportunidad.
Las chicas llegan al instituto. Valeria le dice a su amiga que va al baño a arreglarse el pelo. Delante del espejo, con el cepillo en la mano, se da cuenta de que le cuesta mucho sonreír. Toda la felicidad que la inundaba cuando se despertó por la mañana se ha esfumado. Necesita hablar con él y que le aclare las cosas.
Aunque no está segura de que ni siquiera el propio Raúl las tenga claras.