LE duele la cabeza. Demasiada tensión para un solo día. Ha sido un domingo completamente fuera de lo común. Se tumba boca arriba en la cama y estira los brazos. Cierra los ojos y suspira. No sabe si ha hecho lo correcto al votar que no quería continuar con las reuniones obligatorias del Club de los Incomprendidos.
En cierta manera, le da pena, pero así podrá pasar más tiempo a solas con Raúl y evitará momentos como los de esa tarde, en los que se hable de si Elísabet y él tienen algo entre ellos. Qué rabia le ha dado no poder gritar que en realidad la que tiene algo con él es ella. Además, si no se hacen reuniones, correrán menos peligro de que su madre, que es una buena observadora, descubra su relación. Tenerla allí, tan cerca, en la cafetería, no le ofrecía ninguna seguridad. Estaba convencida de que tarde o temprano encontraría o tropezaría con algo que la ayudara a descifrar que entre Raúl y su hija existía algo más que amistad. Si es que lo del chocolate con churros de la mañana no le había servido ya como pista definitiva.
Dos años de reuniones que hoy han puesto el punto y final. Quizá haya sido un poco egoísta por mirar sólo por ella misma. Pero ya no hay marcha atrás. La mayoría manda: tres votos negativos y uno en blanco, el de la pobre Ester, que por no fastidiar a nadie al final ha decidido no mojarse sin pensar que su abstención sería decisiva para que las reuniones no siguieran adelante. Imaginó que tanto Valeria como Raúl votarían en blanco o a favor de continuar. Sin embargo, estaba equivocada.
En cuanto se supo el resultado, no tardó en marcharse de la cafetería. Ni tan siquiera esperó a que sus amigos le explicaran lo que había visto cuando llegó. Con las lágrimas saltadas, antes de irse de Constanza, repetía una y otra vez que todo le salía mal hoy.
A Valeria las cosas le han salido bastante mejor, a pesar de que, en general, ha sido un día bastante extraño y de que sigue sintiéndose culpable por lo que ha pasado con el club.
Lo de Raúl parece un sueño, una película. Y ella es la protagonista, algo a lo que no está acostumbrada. Sus besos son increíbles. Mucho mejores de lo que había imaginado. Y, aunque Eli haya vuelto a intentarlo y la propia Valeria crea que su amiga no ha dicho la última palabra, el comportamiento del chico ha sido admirable. Puede y debe confiar al máximo en él.
Por otra parte, también ha vuelto a encontrarse con César. Todavía no sabe quién es realmente ese curioso y sorprendente joven de melenita castaña e ingenio prodigioso. Mientras ayudaba a su madre en la cafetería, una vez acabada la reunión, ha pensado mucho en su nuevo amigo. Buscaba cabos sueltos que le permitiesen encontrar algún error en sus historias. No obstante, por mucho que ha repasado todo lo que ha hablado con él entre ayer y hoy, no ha sido capaz de hallar ningún fallo. Deberá andarse con cuidado si se lo vuelve a encontrar, porque no puede mentir otra vez a Raúl. No está dispuesta a estropear lo que tanto tiempo ha tardado en conquistar.
De todas maneras, debería escribirle un mensaje a César… Se lo prometió.
Se levanta de la cama y coge su BlackBerry rosa. La examina y se da cuenta de que hay un mensaje de Ester que no había visto en el WhatsApp del grupo. Es de hace un par de minutos.
Lo siento. Soy tonta, porque amo esas reuniones con vosotros. Espero que mi estúpido voto no signifique el final de nuestra amistad.
Valeria piensa que su amiga exagera, aunque la comprende. Ella es muy buena, incapaz de hacer daño a nadie. No quería ni que unos ni que otros se sintieran mal por un sí o un no suyo. Tal vez debería llamarla. Y no sólo para consolarla y asegurarle que la amistad de todos seguirá adelante, con o sin reuniones, sino también para explicarle lo que ha visto al entrar en Constanza. Debe asegurarse de que no le dice nada a nadie de lo que ha descubierto. Ya cuenta con su promesa, pero es mejor aclararle la situación.
Busca su número y la llama. Tarda dos bips en responder.
—Hola, Val.
Su voz surge entre lágrimas. Se la nota triste, muy afectada por lo que ha sucedido. Da la sensación de que se ha pasado un buen rato llorando y todavía no se ha recuperado.
—Hola, ¿cómo estás?
—Pues… me encuentro fatal —dice después de sorber por la nariz—. Soy estúpida.
—No eres estúpida.
—Sí que lo soy. ¿Por qué he votado en blanco? ¡Si me encantan las reuniones del club!
—Si te sirve de consuelo, a mí también me gustan y he votado que no. Así que soy más estúpida que tú.
Ester sorbe de nuevo por la nariz y respira hondo.
—No entiendo qué ha pasado.
—No le des más vueltas. Que no hagamos reuniones no quiere decir que dejemos de ser amigos. Simplemente significa que tendrás las tardes de los domingos libres y que podrás hacer otras cosas.
—Me gustaba ir los domingos por la tarde a tu cafetería. Lo echaré de menos.
—Puedes seguir yendo; mi madre estará encantada de seguir viéndote por allí.
Una leve risa al otro lado del teléfono. Ester le pide a Valeria que espere un segundo, se aparta del móvil y se suena con un pañuelo de papel.
—¿Por qué has votado que no, Val?
No es una pregunta sencilla. Puede que sí de responder, pero no de explicar.
—Si te soy sincera, no sé por qué he votado eso. Por un lado, me lo paso bien con vosotros y me encanta ser una incomprendida. Pero, por otro, nos estamos haciendo mayores, y eso de reunimos de esa forma, como si fuéramos unos crios… Llevamos dos años así. Tal vez sea hora de cambiar.
—Ya, puede que tengas razón. Pero me da pena.
—A mí también me da pena. Aunque seamos amigos toda la vida, las reuniones no podían ser eternas.
—Sí, eso es verdad —reconoce Ester—. Lo comprendo. Pero pensaba que el que hubieras votado que no tenía algo que ver con Raúl.
—Claro que no —contesta inmediatamente. Instantes después, titubea—. Bueno, no lo sé, Ester. No hacer reuniones de grupo obligatorias tal vez me permita pasar más tiempo a solas con él.
Y evitar que esté con Elísabet. Pero prefiere omitir ese detalle.
—¿Desde cuándo estáis juntos?
—Desde… ayer.
—¿Desde ayer? ¡Madre mía!
—Lo sé, es una sorpresa. También para mí. Sigo sin creérmelo.
—¿Cómo fue? ¿Pasó anoche en la discoteca?
—Sí —afirma con timidez.
Valeria le cuenta lo que sucedió. Incluso lo de Elísabet. Y también lo de esta mañana, pero omite que luego Raúl ha estado en casa de su amiga y que ella ha vuelto a intentarlo; y el posterior ataque de ansiedad. Cuanto más habla de sí misma y de todo lo que le ha acontecido a lo largo de las últimas horas, más le parece que esté hablando de otra persona y no de ella. ¡Es una sensación tan extraña!
—Qué sorpresa. Y qué ilusión. Los dos merecéis ser felices. Espero que dure mucho tiempo.
—Yo también. Raúl me gusta mucho.
—Será una boda de incomprendidos. —Ríe arrugando la nariz—. ¡Qué emocionante!
—¡No corras tanto, que acabamos de empezar!
—Deja que me ilusione con esto, que después del día que llevo…
—No te martirices más por lo del voto en blanco, Ester. Nunca dejaremos de ser tus amigos.
—No es sólo por eso… —le aclara con un suspiro—. Mi equipo ha perdido el partido de voleibol contra las primeras, yo he jugado fatal… El entrenador me ha echado una bronca tremenda…
Está a punto de seguir hablando, pero decide callarse. Aún no está preparada para revelar su secreto. Además, Rodrigo no le ha escrito ni llamado en todo el día. No sabe si lo que tenía con él se ha terminado para siempre. De todo lo malo que hoy le ha sucedido, eso es, sin duda, lo peor.
—¡Bah! No le hagas caso a ese capullo.
—No sé si dejar el equipo.
—¿Qué? ¡Por supuesto que no lo vas a dejar! —exclama Valeria indignada—. No puedes venirte abajo porque ese tipejo te haya echado una bronca. El próximo partido seguro que lo haces genial y le cierras la boca.
—No sé.
El solo hecho de pensar en que volverá a verlo el martes le provoca tanto miedo que no está segura de si debe ir. ¿Y si pasa de ella y no le dirige la palabra? No lo soportaría.
—Sí que lo sabes. Te encanta el voleibol y no vas a dejar que nadie te impida seguir jugando.
—¿Y si continúo fallando?
—Pues sería normal. Yo no entiendo mucho de voleibol, pero hoy te he visto jugar y lo haces muy bien.
—Gracias, pero no he tenido un buen partido.
—Yo te he visto bien. Es normal que falles alguna.
—Ya lo sé. Pero es que últimamente me equivoco demasiado.
—Ésa no es la Ester que yo conozco. Estás muy negativa. Te metes mucha presión a ti misma, y seguro que tu entrenador tiene la culpa de eso. El deporte es para pasarlo bien y divertirse, no para amargarse por perder un partido.
También Ester cree eso, pero Rodrigo va más allá. Recuerda lo que le contó de su anterior novia: ésta lo dejó porque anteponía el deporte a todo lo demás. Con ella está volviendo a pasar. ¡Y para colmo es una de sus jugadoras!
Sigue doliéndole lo que pasó en el vestuario después del partido. Y siente escalofríos al pensar en su voz mientras le decía todas aquellas cosas.
—Gracias por intentar animarme, Val. Te haré caso —contesta poco convencida. De pronto le han vuelto las ganas de llorar, y no quiere que su amiga la oiga.
—Muy bien. Si necesitas algo…
—Lo mismo digo.
—Mañana nos vemos, Ester. Y no le digas a nadie lo mío con Raúl, por favor.
—No te preocupes. Mis labios están sellados. Hasta mañana.
—Muchas gracias. Adiós, guapa.
Y las dos, prácticamente al mismo tiempo, cuelgan sus smartphones.
Valeria, que ha estado caminando de un lado al otro de la habitación mientras hablaba con Ester, regresa a la cama. Se sienta sobre el colchón y mira la BB. Está segura de que su amiga cumplirá su palabra y no dirá nada. Si hay alguien de quien se puede fiar, es de Ester.
Resopla y estira el cuello moviéndolo lentamente a izquierda y derecha. Está cansada, pero sabe que le costará dormir. Mira hacia la ventana de su dormitorio y se queda pensativa unos minutos.
¿Qué estará haciendo él ahora? ¿Estará pensando en ella?
Se tumba en la cama y se tapa imaginando que sí, que Raúl está pensando en ella en ese instante. Se acurruca bajo las sábanas con la compañía de su inseparable BlackBerry de color rosa. Con los pulgares, desactiva el bloqueo de la pantalla y la examina por enésima vez ese domingo. No hay ninguna novedad. Cierra los ojos y vuelve a abrirlos en seguida. Insiste y comprueba que durante esos cinco segundos no ha llegado nada nuevo. Y, de repente, un pitido que le anuncia que tiene un mensaje. Casi no puede creérselo. ¿Es el destino? ¿O tal vez es maga y tiene poderes? Se incorpora y apoya la espalda contra la pared. Abre el SMS y lo lee.
Mira que me dijiste que me escribirías. Pero bueno, te lo perdono si me perdonas el haberte seguido hasta tu casa. Lo siento, pero tenía que asegurarme de que llegabas bien. Ahora ya sé dónde vives. Un beso de tu amigo el periodista.
Valeria da un brinco y vuelve a ponerse de pie. ¡César la ha seguido esta tarde hasta su casa!
Se toca el pelo, nerviosa, mientras relee el mensaje.
¿Y ahora? ¿Debe darle las gracias por cuidar de ella o llamar a la Policía?
Sea como sea, el joven tiene su correo electrónico y su móvil y ahora sabe dónde vive. Si está interesado en ella, lo está haciendo muy bien, pero si sus intenciones son otras… también.