PRIMER día del curso 2009 - 2010. A algunos les han comentado que tercero no será tan sencillo como segundo. Unos lo creen y otros no. Siempre que empieza un nuevo año de clases sucede lo mismo: las advertencias de compañeros mayores, padres y profesores sobre que hay que esforzarse mucho más para aprobarlo todo.
Elísabet y Valeria no están demasiado preocupadas por eso. Han llegado temprano para elegir sitio. No piensan ponerse en las primeras filas, como durante el curso anterior. Ya han escarmentado. Este año quieren estar más alejadas de los profesores, en la parte de atrás de la clase.
—¿Izquierda o derecha, nena?
—Mmm. No sé. ¿Izquierda?
—Vale.
Rápidamente, se dirigen hacia la última fila de la izquierda del aula de tercero B. Eli se coloca pegada a la pared, y Valeria en la mesa de al lado. Ésa será su ubicación para todo el año. Colocan las mochilas en el suelo y celebran haber escogido unos asientos tan buenos. Es el segundo curso al que van juntas. ¡Menuda alegría se llevaron cuando se enteraron! Segundo no estuvo nada mal. Sirvió para que se hicieran todavía más amigas. Compartieron grandes momentos. Aunque tuvieron que aguantar muchas estupideces y bromas de todo tipo sobre su sexualidad —les preguntaban si eran novias y cosas por el estilo—, ellas pasaban de las tonterías y disfrutaban de su gran amistad.
—¡Dios, no me lo puedo creer! ¡Nos ha tocado con las bolleras! —exclama un chaval rubio, con tupé, que acaba de entrar.
Éste, acompañado de dos amigos más, se dirige hacia la zona de la clase donde se han sentado Eli y Valeria. Son tres repetidores. Las chicas los ven acercarse y resoplan.
—Oye, estás más guapa este año, rubita —comenta el chico mientras apoya los codos sobre la mesa.
—Gra… gra… cias, Raimundo —tartamudea Valeria sonrojándose. En sólo un segundo, se ha puesto rojísima.
—Anda, ¿sabes mi nombre? ¡Soy famoso!
¿Quién no ha oído hablar de Raimundo Sánchez, el delegado de esa misma clase durante el curso pasado? Hasta entonces, en aquel instituto nunca había repetido curso un delegado. Pero es que este chico todo lo que tiene de fuerte y atractivo le falta de inteligencia y horas de estudio. Tampoco han conseguido pasar a cuarto ni Manu Díaz, el chico del pendiente que va con él, ni Rafa Treviño, uno de los tipos más desagradables de todo el centro, el perrito faldero de Rai.
—Bueno…
—Luego, si quieres, nos vamos al baño tú y yo…
—¿Qué quieres, tío? —lo interrumpe Elísabet desafiante—. Déjanos en paz.
—Tú, Granos, trátame con respeto y de usted, que te saco un año.
—Será en el DNI, porque lo que es mentalmente…
Los tres repetidores se miran entre ellos y se ríen a carcajadas. Sin embargo, la expresión de Raimundo cambia cuando se vuelve de nuevo hacia las dos amigas.
—Niñata, te advierto que si no te portas bien vas a sufrir mucho este año.
—No te tengo miedo, capullo.
—¿He oído bien? ¿Me has llamado capullo?
—Sí. ¿Es que además de un capullo eres sordo?
—¿Cómo te atreves? Tendrías que ponerte una careta para venir al instituto y hablar conmigo.
—¿Eso se te ha ocurrido a ti solo con la única neurona que te queda o te lo han soplado tus amiguitos macarras?
La insolencia de Eli enfada a Rai y a sus amigos. Éstos dialogan entre ellos en voz baja mientras las dos chicas se atrincheran detrás de sus mesas.
—Hemos decidido que queremos esos sitios —señala el rubio muy serio, amenazante—. Marchaos a otra parte de la clase. ¡Ya!
Valeria está muy alterada y ya no lo soporta más. Está muy asustada. Se siente intimidada por esos chicos a los que teme todo el instituto. No quiere problemas el primer día. Se levanta para dejar los asientos libres, pero la mano de Elísabet la detiene.
—No me da la gana —responde la joven, valiente—. Hemos llegado primero y vamos a quedarnos aquí.
—¿Qué dices, delgaducha?
—Lo que oyes. Éstos son nuestros sitios y no pensamos movernos.
—¿Nos estás haciendo frente, Granos? —pregunta el del pendiente al tiempo que da un paso adelante.
Y sin que las chicas lo esperen, se agacha y saca de debajo de la mesa la mochila de Valeria. Ésta se queda inmóvil, llorosa, mientras contempla como el tipo abre la cremallera y empieza a registrar sus cosas.
—¡Eh, tú! ¡Suelta la mochila de mi amiga! —grita Eli. Se levanta en seguida.
—Y si no ¿qué?
—¡Si no…!
No le salen las palabras. Muy enfadada, Elísabet abandona su asiento e intenta quitarle la mochila a Manu, pero éste la esquiva y se la pasa a Rafa, quien a su vez se la entrega a Raimundo.
—¿La quieres, Granos? ¿La quieres? —pregunta sonriente mientras la joven se dirige hacia él—. Pues ve a por ella.
El rubio lanza la mochila hacia el otro lado de la clase. Al estar abierta, todas las cosas de Valeria salen despedidas por los aires y se dispersan por el suelo del aula.
—¡Eres un gilipollas! —grita Eli, enrabietada.
Uno por uno, va recogiendo los objetos de su amiga, que, petrificada, es incapaz de moverse de su silla. Hasta que los repetidores le ordenan de nuevo que se levante. Valeria obedece y, en silencio, se aproxima a Eli, que continúa insultándolos. Las dos terminan de recuperarlo todo y buscan otro lugar en el que sentarse. Se deciden por la parte derecha del aula, en el extremo opuesto adonde ríen los que acaban de quedarse con sus asientos.
En ese instante, un chico alto y desgarbado entra en la clase acompañado del profesor de Matemáticas. El muchacho señala a las chicas y ambos acuden junto a ellas.
—Buenos días, jóvenes. Me alegro de encontrarme un año más con ustedes. Durante este curso seré su tutor —comenta prácticamente sin pestañear—. Este muchacho me ha dicho que las han molestado. ¿Serían tan amables de indicarme quiénes han sido los responsables de tal ofensa el primer día de clase?
Valeria y Elísabet se miran sorprendidas. Finalmente, las dos se vuelven hacia la esquina donde Raimundo y sus amigos siguen riéndose.
—Esos —responde Eli al tiempo que los señala.
—Muchas gracias.
El profesor de Matemáticas camina hasta el trío de repetidores y, con firmeza y en su habitual tono de voz, les pide que lo acompañen. En un principio, Rai y sus secuaces no acceden, pero unas palabras que el hombre pronuncia en voz baja terminan convenciéndolos. Los cuatro salen de la clase rumbo al despacho del director.
Las dos amigas festejan entre ellas aquella intervención tan oportuna y recuperan su sitio. Mientras, el joven alto y desgarbado se sienta en la penúltima mesa del otro lado de la clase.
—Ese chico es al que se le murió el padre, ¿verdad? —le consulta Eli a Valeria en voz baja.
—Me parece que sí. Es un año mayor que nosotras.
—Pobrecillo.
—Sí. Me da un poco de pena. El año pasado, siempre que lo veía, estaba solo.
—Parece majo. ¿Le decimos que se siente aquí con nosotras?
—¡No! Ya sabes que hablar con chicos me da mucha vergüenza.
—Venga, nena. Algún día tendrás que quitarte ese trauma que tienes con los tíos… Espera.
Elísabet vuelve a levantarse y camina hasta donde está sentado el joven, que escribe algo en su cuaderno. Valeria va tras ella, moviendo la cabeza de un lado a otro.
—¡Hola! —grita Eli una vez delante de él—. Muchas gracias por… ayudarnos a mi amiga y a mí.
—De nada —responde tranquilo. Tiene una voz dulce y, aunque no es guapo, posee algo especial—. Cuando entré en la clase vi que esos tipos os estaban fastidiando, y entonces avisé al profesor de Matemáticas.
—Sí, son muy pesados.
—Lo sé.
El año anterior compartió con ellos varios meses de curso, hasta que dejó el instituto. La depresión que sufrió tras la muerte de su padre le impidió rendir en clase. Por eso prefirió dejar de ir. Aunque no perdió el tiempo. Durante ese período que pasó en su casa, estudió Inglés y Francés y escribió el guión de una película. Su sueño es llegar a convertirse en un gran director de cine algún día.
—¿Por qué no te sientas con nosotras?
El joven las observa extrañado. Nadie ha sido tan amable con él desde hace bastante tiempo. Parecen muy raras, pero también agradables. ¿Por qué no? Asiente sin dejar de sonreír. Recoge sus cosas y se traslada con ellas al extremo izquierdo del aula. Se sienta delante de Elísabet, en la penúltima mesa de la última fila.
—Me llamo Raúl.
—Yo soy Eli… y ella es Valeria.
El chico mira a la más bajita de las dos. Ésta se sonroja y sólo es capaz de saludarlo con la mano. Es más guapa que la otra, pero da la impresión de ser extremadamente tímida y vergonzosa. El chico no puede evitar sentir una gran simpatía hacia ella. Le gusta.
—Me alegro de conoceros.
—Igualmente.
Elísabet y Raúl dialogan entretenidos mientras Valeria escucha con atención lo que dicen su amiga y su nuevo compañero. Así pasan el rato hasta que suena la campana de la primera clase. El resto de los alumnos ocupan sus asientos. Todos excepto los tres repetidores que han acompañado al profesor de Matemáticas, que no volverán hasta dentro de una semana. Y una extraña pareja, formada por un chico bajito y una pelirroja con gafas, que llega dos minutos tarde. Ésta busca un lugar donde sentarse y mira hacia los asientos del fondo, donde reconoce, sorprendida, al joven que le dio su primer beso. Justo a su lado, quedan dos mesas libres.