Capítulo 37

LOS seis están sentados alrededor de una mesa situada en una de las esquinas de la cafetería Constanza. Desde hace unos meses, es el lugar en el que el Club de los Incomprendidos convoca las reuniones del grupo. Las oficiales. Es un sitio cómodo y bastante grande, y además la madre de Valeria los invita a merendar.

Menos de un minuto después de que llegara Ester, apareció María e, instantes más tarde, Elísabet. Bruno, como siempre, ha sido el último, retrasándose diez minutos de la hora prevista.

—Queda abierta la sesión número ciento setenta y seis del Club de los Incomprendidos —dice Raúl con voz solemne mientras abre un cuaderno grande de hojas blancas. Después, anota la fecha en la parte superior de la página—. ¿Cómo se presenta la semana? ¿Quién quiere hablar en primer lugar?

El joven observa uno por uno a los demás. Se detiene un poco más en Ester, a la que él y Valeria sólo han tenido tiempo de decirle que no les cuente al resto nada de lo que ha visto antes. Ya se lo explicarán después, cuando termine la reunión. Ella les ha asegurado que guardará el secreto, aunque todavía continúa sorprendida.

—Yo misma —interviene Eli, que no ha apartado la mirada de Raúl desde que ha llegado a la cafetería—. En Lengua y Literatura no hay mucho que hacer. Unos cuantos ejercicios de clasificación de las palabras según la familia semántica y pasar los apuntes de Literatura Medieval a ordenador. Controlado.

—¿Has pasado ya lo que te quedaba del tema anterior?

—Estoy en ello. Esta noche me pongo.

Raúl anota en la libreta lo que Eli le cuenta. Así lo hace con todos los comentarios que surgen por parte de cualquiera de los chicos. Durante varios minutos, cada uno de ellos expone lo que ha hecho y lo que va a hacer durante la siguiente semana. Cada miembro del club tiene encomendada una asignatura de las que componen primero de Bachillerato e, individualmente, se dedica a ella en profundidad. Luego, le pasa el material —apuntes, ejercicios, resúmenes, consideraciones de los profesores— al resto.

María se encarga de Filosofía; Bruno, de Matemáticas; Ester, de Economía; Valeria, de Historia; Raúl, de Inglés y Francés, y Elísabet, de Lengua y Literatura. Las asignaturas de Educación Física —en su parte teórica— y Ciencias del Mundo Contemporáneo se las reparten entre todos, ya que son las dos más sencillas.

Es algo que hacen desde hace dos años, cuando estudiaban tercero de la ESO. Por aquel entonces eran cinco, ya que Ester aún no había llegado a su instituto. Se dieron cuenta de que, si colaboraban en grupo, el trabajo sería menor y el resultado, más productivo. Al comienzo, las reuniones sólo eran una excusa para pasar más tiempo juntos, pero, poco a poco, viendo que el sistema del reparto de tareas funcionaba, se fue convirtiendo en una rutina y también en una obligación a la que ninguno podía fallar para no perjudicar a los demás.

Sus notas medias subieron mucho, todos estaban por encima del siete y medio. Siempre llevaban a clase los ejercicios hechos y los apuntes y resúmenes del temario al día y pasados a ordenador. Y todo con una sexta parte del esfuerzo que hacía la mayoría de alumnos.

—Bien. Tratado el plan de la semana en el instituto, ¿alguien tiene algo más que comentar?

Tras terminar de hablar de las tareas semanales de cada uno de los miembros, el grupo siempre debate otro tipo de temas que pueden estar relacionados con cualquier aspecto, ya sea individual o colectivo.

De nuevo, Eli es la que toma la palabra.

—Creo que deberíamos eliminar estas reuniones —sugiere con voz firme y rotunda.

Los otros cinco la observan fijamente, la mayoría sorprendidos, y también se miran entre ellos.

—Explícate —la insta Raúl, que ya sabía que su amiga saldría con algo así tarde o temprano.

—Pues… me parece que esto que hacemos estaba muy bien antes. A todos nos ayudaba, y también nos servía como excusa para reunimos y estar juntos. Pero ahora… A mí por lo menos se me hace pesado reunirme dos veces por semana por obligación.

—No vengas, nadie te obliga —apunta Bruno, a quien no le ha gustado el tono que Eli ha utilizado para expresar su opinión.

—No creo que tú seas el más indicado para decir si tengo que venir o no. Eres el que ha faltado a más reuniones —se defiende la chica.

—Lo sé. Sólo te digo que, si ya no quieres estar con nosotros, puedes coger otro camino. Nadie te obliga a seguir aquí.

En ese instante, Elísabet busca con la mirada a Raúl para que diga algo en su defensa. Éste comprende su gesto y habla:

—Vamos a ver, lo que dice Eli es que no hace falta que nos reunamos aquí dos veces por semana para seguir haciendo lo que hacemos. ¿No es así?

—Eso es. Nos vemos en clase, en los recreos, algunas veces después del instituto… Y ya somos mayorcitos para hacer este tipo de cosas. Parecemos scouts. Cada uno podría seguir ocupándose de su asignatura y pasarle el material a los demás, pero sin tener que reunimos.

—Eso lo dices porque estás cansada de nosotros y sólo nos quieres para que te sigamos haciendo el trabajo.

—No, Bruno. No es eso.

—Pues yo creo que sí —insiste el chico—. Hace tiempo que vas a tu bola. Si sigues en el grupo es porque trabajas lo justo y sacas buenas notas. Pero principalmente continúas… porque está Raúl.

Las palabras del joven provocan que la tensión aumente.

—¡Eh, a mí no me metas en tus paranoias! —exclama el aludido.

—¿Paranoias? Dime que no es verdad. ¿O es que creéis que somos tontos y no nos hemos dado cuenta?

—En lo que a mí respecta, puede que sí lo crea —comenta Eli bastante alterada—. Raúl y yo somos amigos. Nada más.

—A saber qué hicisteis anoche en la discoteca.

—¡Divertirnos! Algo de lo que tú no tienes ni idea.

—Prefiero aburrirme que divertirme como lo haces tú.

La confrontación entre Elísabet y Bruno caldea demasiado el ambiente. Hacía tiempo que ambos no se llevaban tan bien como antes.

—Chicos, dejadlo ya —interviene Ester tratando de calmarlos.

Bruno, sin embargo, se levanta y mira fijamente a Elísabet. Ella hace lo mismo, aunque permanece sentada.

—No. Lo mejor es que Eli nos diga lo que piensa de mí y del resto.

—No tengo nada en contra de nadie, Bruno. No quieras ponerme en contra del grupo.

—Tú sólita lo has conseguido, no me concedas ese mérito.

—No sé qué te he hecho para que me trates así. Simplemente he dicho que me parece que estas reuniones sobran.

—No sobraban cuando nadie hablaba contigo y sólo nos tenías a nosotros.

Esa afirmación deja sin palabras a Eli, que opta por volverse y mirar hacia otro lado. Se cruza de piernas y murmura algo entre dientes.

—¿Puedo decir algo? —pregunta María rompiendo el tenso silencio que se ha creado.

—Claro —responde Raúl.

—Gracias. —Observa primero a Bruno y luego a Elísabet antes de continuar—. No me gusta veros así. El Club de los Incomprendidos lo formaron cinco personas que se llevaban bien y a quienes nadie más hacía caso. Nosotros creamos este grupo para desconectar del mundo y pasar buenos momentos. Yo sigo disfrutando mucho de todos vosotros, aunque tengo que reconocer que las cosas han cambiado, porque todos hemos cambiado.

—Es normal que hayamos cambiado, Meri —añade Eli algo más tranquila.

—Sí. Es normal. Y debo reconocer que a mí hoy tampoco me apetecía venir a la reunión. Tú lo sabes, Bruno.

El chico asiente con la cabeza, se acomoda otra vez en su silla y recuerda para sí los motivos por los que su amiga no tenía ganas de asistir al encuentro. Es muy posible que María se vaya pronto a Barcelona, a vivir con su padre. Ha pensado mucho en ello desde que se lo ha comentado, y cada vez le entristece más que pueda suceder algo así. Su amiga no les contará nada a los demás hasta que lo tenga confirmado al ciento por ciento.

—Vale, no soy yo sola quien está en contra de las reuniones.

—No he dicho eso, Eli —la corrige la pelirroja—. Pienso que las reuniones son buenas porque nos permiten seguir juntos. Si nos damos distancia, terminaremos rompiendo lo que une nuestra amistad. Y creo que, aunque todos hemos cambiado, unos más y otros menos, seguimos necesitándonos.

Una tímida sonrisa aparece en el rostro de María, que agacha la cabeza cuando concluye. Ester, que está a su lado, percibe su emoción.

—Meri tiene razón, chicos —añade ésta al tiempo que le da una palmadita en el hombro a su amiga—. Yo fui la última en incorporarme al Club, y no sé qué habría hecho sin vosotros. Me siento muy bien a vuestro lado y no quiero que las reuniones se terminen.

Un silencio sólo alterado por el ruido de platos y vasos de la cafetería se instala en la mesa que ocupan los seis chicos.

—Aunque yo fui el que tuvo la idea del club —comenta ahora Raúl—, comprendo a Eli. A mí también se me ha pasado por la cabeza lo que ella plantea. Pero me da miedo dejar esto, ya que durante mucho tiempo me ha servido de escape.

—Piensas como ella porque los dos estáis… juntos. ¿No?

Es la voz de Bruno la que se oye.

—No estamos saliendo. Eli y yo no tenemos nada. Como ella ha dicho antes, sólo somos amigos. Como siempre.

—No es la impresión que da.

—La impresión que tú tengas no nos importa —interviene de nuevo Elísabet.

—Me parece que es algo que no pienso yo solo. ¿No es verdad?

El chico mira a Ester buscando su apoyo. En cambio, su amiga no se lo ofrece. Ella sabe que, en realidad, los que están juntos son Raúl y Valeria, pero no puede decir nada. María tampoco se moja. Anoche lo estuvieron hablando entre los tres, pero no es el mejor momento para seguir echándole leña al fuego. Así que el joven se queda solo en su opinión. Se siente molesto. Y más tras la nueva intervención de Eli:

—Pues parece que sí. Que sólo lo piensas tú —dice sonriente y satisfecha—. ¿Quieres que te repitamos más veces que sólo somos amigos?

El tono sarcástico que emplea la joven enfada un poco más a Bruno. Pero el chico se niega a seguir discutiendo solo con ella. Se cruza de brazos y se reclina en su asiento. Por él, la reunión ha terminado.

—Bueno, para no seguir discutiendo el asunto de las reuniones, ¿qué os parece si lo votamos? —propone Raúl—. ¿Nos seguimos reuniendo aquí los domingos y otro día más de la semana o cada uno se dedica a su asignatura y le pasa al resto lo que vaya haciendo de ella?

El otro chico no responde, pero las cuatro muchachas están de acuerdo con Raúl. Éste arranca una página de la libreta y la rompe en seis trozos más pequeños. Uno a uno, se van pasando el bolígrafo y escriben si quieren continuar o no con las reuniones obligatorias del club. Cuando acaban, lo doblan y se lo van entregando a Raúl, que agrupa todos los papelitos.

—Empiezo el recuento —dice una vez que tiene los seis. Alcanza el primer papel, lo desenvuelve y lee la respuesta en voz alta—: Sí.

Pero el siguiente es no. Y el tercero. También el cuarto. El quinto dice que sí. Y el sexto… está en blanco.

—Por tres votos a dos quedan anuladas las reuniones obligatorias del Club de los Incomprendidos.