—PERO si cuando conocí a César tú y yo todavía no… No nos habíamos besado.
Valeria y Raúl caminan juntos por la calle, rumbo a la cafetería Constanza, donde el Club de los Incomprendidos se reúne cada domingo. La chica le ha explicado varias veces lo que sucedió la noche anterior, pero, aun así, el joven insiste:
—De todas maneras, es muy extraño. No me parece normal que a un tío que te encuentras en el metro y que, además, te deja dinero para el billete, vuelvas a verlo luego en la discoteca a la que vas. Rarísimo.
Otra vez la misma historia. Ya se la ha contado a Bruno y a María hace un rato en el partido de Ester, y ahora le ha tocado relatársela a Raúl. Lo que no va a decirle es lo de Los Cien Montaditos, el nuevo encuentro en el metro, la sangría… Eso para más adelante. Cuando se casen o tengan el primer niño.
—Sé que es raro. Pero las casualidades existen.
—Y los maníacos también.
—No creo que César sea un maníaco —repone Valeria algo molesta.
—Pues tienes que reconocer que lo parece.
—No hay nada que temer. Es un buen chico.
—Mmm. ¿Cuánto de bueno?
—¡No me digas que estás celoso!
—¡Claro que no! —exclama Raúl mientras gesticula—. ¿Es guapo?
—No me he fijado.
—Ya. No te has fijado…
Valeria resopla, aunque en el fondo le gusta que esté un poco celoso. Eso significa que de verdad siente algo por ella.
—Sí, es guapo. Pero tú lo eres muchísimo más —dice. A continuación, le da un beso en la mejilla—. ¿Por qué no nos olvidamos ya de él y hablamos de lo que pasa con Elísabet?
Y es que, desde que colgaron el teléfono, sólo han hablado del estudiante de Periodismo. Presunto estudiante de Periodismo. Pero para ella es más importante lo que le ha dicho su amiga: cuenta con ella para ayudarla a superar lo de Raúl.
—Con Elísabet no pasa nada que no pueda controlar.
—Claro, sólo se te ha declarado dos veces y lo ha intentado todo para que estés con ella. Sin olvidarnos de que anoche te besó antes de que lo hiciera yo. No, no ha pasado nada. Nada de nada.
—Terminará por aceptar que sólo podemos ser amigos.
—Eso espero. No parecía muy segura de ello por teléfono.
—Es normal. Está todo muy reciente —señala seguro de sí mismo—. Cuando encuentre a otro tío, se le pasará lo que siente por mí. Y no creo que eso tarde en ocurrir.
—Ya. Ella no debe de tener problemas para encontrar pareja. Es tan guapa…
—Tú también. No te menosprecies.
—No puedo compararme con Eli. Ella es inalcanzable para mí —sentencia Valeria. Luego, hace una mueca con la boca.
El chico la observa y sonríe. Se aproxima a ella y la abraza.
—¿Y para qué quieres compararte con ella? No se trata de una competición de misses. —Ahora el beso en la mejilla se lo da él—. Además, ganaría Ester.
—¡Tonto! —grita ella al tiempo que se aparta y lo golpea sin demasiada fuerza en el brazo.
Pero, tras el débil puñetazo de Valeria, Raúl vuelve a abrazarla. Ella se resiste, pero finalmente se deja hacer. Se acopla a su cuerpo y caminan al mismo tiempo, con el mismo paso. A la vista de todo el mundo, son una pareja de novios. Sin embargo, ellos saben que lo suyo no ha hecho más que empezar.
—¿Qué harás para ayudar a Eli?
—No tengo ni idea.
—Lo más importante es que no descubra nada de lo nuestro. Cuando se entere, que sea porque se lo contamos nosotros.
—No se me da bien mentir, me pongo colorada.
—Te pones colorada siempre, Val.
—Es lo que tiene ser de piel blanca —protesta refunfuñando.
A Raúl le divierte picarla. Se le enrojecen los pómulos y se pone muy nerviosa. Muestra inseguridad, la misma que tenía cuando él la conoció hace ya más de dos años. Valeria sigue siendo una chica tímida, pero por lo menos ahora se atreve a hablar con él.
—Me gusta tu piel. Es delicada. Como tú.
—Menos cachondeo, ¿eh?
—No es cachondeo —asegura con una sonrisa—. Es verdad. Tienes una piel muy bonita y suave.
La chica mueve la cabeza de un lado a otro. Se está burlando de ella. En fin. Hace un tiempo habría salido corriendo o se habría escondido en algún lugar donde no pudiera verla.
—Dejemos de hablar de mi piel, anda. ¿Cómo vamos a entrar en la cafetería?
—Andando, ¿no?
—Estás muy gracioso hoy —comenta Valeria con los ojos entornados—. Me refiero a que no podemos entrar los dos juntos en Constanza.
—¿Por qué no? Seguimos siendo amigos. Los amigos suelen ir juntos a los sitios. O eso es lo que tengo entendido.
—Sospecharán.
—¿De que hemos empezado a salir? No creo.
¿Eso ha querido decir que ni él mismo los ve como pareja? Espera que no. No lo había pensado hasta ese instante. Él es mucho más guapo que ella. ¿Y si no pegan y la gente se ríe o los señala cuando los vea juntos?
—Da igual. Por si acaso, es mejor que entremos separados. Yo entro primero y tú vienes a los diez minutos, ¿vale?
—¿Y qué hago yo diez minutos por ahí dando vueltas?
—Vete a ver tiendas.
—Es domingo.
—Seguro que encuentras algo que hacer. Sólo son diez minutos, Raúl.
El joven se encoge de hombros y termina accediendo a la petición de Valeria. No entiende muy bien por qué deben hacerlo así, pero no quiere discutir.
La pareja llega a la calle del barrio de La Latina, donde está la cafetería Constanza. La chica se detiene en una esquina y le pide a Raúl que se pare también.
—¿Qué pasa ahora?
—Aquí nos separamos.
—¿Aquí? ¡Si tu cafetería está a un kilómetro!
—Bueno, mejor prevenir. Nos vemos dentro de diez minutos.
Y tras darle un beso rápido en los labios, después de asegurarse de que nadie los miraba, cruza corriendo al otro lado de la calle a la altura del semáforo.
«Es mejor así», piensa Valeria mientras camina. Ya le gustaría a ella contarle a todo el mundo que está saliendo con Raúl. Pero, si van a mantenerlo en secreto, tienen que hacer las cosas bien y no arriesgarse a ser descubiertos.
Mira el reloj; es la hora a la que habían quedado. ¿Habrá llegado ya alguno de sus amigos?
Cuando abre la puerta de la cafetería descubre que no. Ella es la primera del grupo en entrar. No hay demasiada gente: un par de mesas con parejas tomándose un café y un anciano en la barra. Su madre la saluda y le pide que se acerque. La joven pasa al otro lado del mostrador y le da dos besos.
—¿Mucho trabajo? —le pregunta mientras busca con la mirada a alguno de los camareros que trabajan allí.
—Ahora no demasiado. Pero hemos tenido un mediodía ajetreado. Los chicos acaban de irse.
El rostro de la mujer denota el cansancio que arrastra. Tiene los párpados caídos y las cuencas de los ojos moradas. Se nota que lleva muchas horas allí.
—Luego te ayudo yo.
—Bien. Muchas gracias —dice al tiempo que apoya las manos en las caderas—. Tus amigos vienen ahora, ¿verdad?
—Sí. Deben de estar al llegar.
—Esta mañana, muy temprano, ha venido Raúl.
A Valeria se le ponen los ojos como platos. Cuando se da cuenta de su reacción, trata de calmarse y sonríe.
—¿Ah, sí? ¿A qué?
—Pues a ver si estabas para desayunar contigo. ¿No fue luego a casa?
—Eh… No —miente.
—Qué raro. Creía que tras salir de Constanza iría para allá —comenta mientras se dirige hacia la cafetera—. Hemos estado hablando un rato los dos. Incluso de que de pequeña te encantaba desayunar chocolate con churros.
¡Qué capullo! ¡Por eso lo sabía! Se muerde el labio para contenerse y no gritar de rabia. Y ella que pensaba que… ¡Se va a enterar cuando…!
En ese instante, la puerta de la cafetería vuelve a abrirse. Un joven tapado con una capucha gris entra en el establecimiento. Se aproxima hasta donde están madre e hija y las saluda afectuosamente.
—Me alegro de volver a verte, Raúl.
—Igualmente, Mará.
Valeria sonríe entre dientes y también lo saluda con la mano. Ha llegado cinco minutos antes de lo pactado. Ahora no es el momento de soltarle nada, pero ya lo hará.
—Mamá, ¿no te importa que…?
—No te preocupes, hija —la interrumpe—. Ya me echarás una mano cuando acabéis.
—Gracias.
—Lo que necesitéis o queráis merendar no tenéis más que pedirlo o cogerlo vosotros mismos. Como siempre.
—Gracias, Mará. No sé cómo nos soportas después de tanto tiempo.
La mujer sonríe y se mete en la cocina a la vez que Valeria sale del mostrador y se reúne con el joven.
—¿También vas a ligarte a mi madre? —le pregunta en voz baja.
—No creo que se deje. Demasiado para mí —contesta él en el mismo tono.
—Mañana, si quieres, puedes invitarnos a desayunar chocolate con churros a las dos. Pero no hace falta que vengas a casa, aquí lo ponen muy rico.
Raúl se quita la capucha y sonríe con picardía. Lo han pillado.
—¿Ya te lo ha dicho?
—¿Tú qué crees? Ya me parecía extraño que supieras ese detalle sobre mí.
—Sé otras cosas.
—¿Sí? Sorpréndeme.
Sus rostros se aproximan mucho. Valeria lo desafía con la mirada. La tensión de sus ojos se mezcla con unas inmensas ganas de besarlo.
Su madre está en la cocina y los clientes de la cafetería no están mirando.
¿Se lanza? Sólo es un beso… Un simple beso.
Se acerca aún más a él, sin pestañear. Ninguno de los dos se aparta. Ninguno de los dos frena. Es como si dos coches se dirigieran por el mismo carril uno contra el otro hacia el mismo punto. Hasta que sus caras se tocan. Nariz con nariz, frente con frente. Ella es la que por fin ladea la cabeza y cierra los ojos. No puede reprimirse más. Busca los labios del chico, pero no los encuentra. Sólo hay un vacío. Y después un toquecito en la cabeza.
Cuando abre los ojos contempla la expresión desconcertada de Raúl. Éste le indica que se dé la vuelta. La chica lo hace y, estupefacta, descubre a una boquiabierta Ester, que acaba de entrar en la cafetería Constanza.