Capítulo 35

TUMBADA en su cama y con las persianas bajadas, escucha música. Una canción triste que se repite una y otra vez. No tiene ganas de nada. Sólo de llorar. Ester tiene los ojos hinchados y el corazón destrozado. Apenas ha comido cuando ha vuelto del partido y casi no ha hablado con sus padres. Ha justificado su estado de ánimo con la excusa de la derrota, y ellos, más o menos, lo han aceptado. Aunque la mayor derrota que ha sufrido hoy ha sido en el vestuario.

Las palabras de Rodrigo, y la actitud que ha tenido con ella, permanecen grabadas en su mente. No consigue olvidar lo que ha pasado con su entrenador. Le resulta imposible hacerlo.

La tímida luz de la pantalla de su smartphone naranja ilumina el frasco roto de perfume de vainilla que él le ha regalado. Sólo quedan cristales envueltos en papel, impregnados del dulce aroma que tanto le gusta. Habría sido un detalle precioso. Nunca había recibido por su cumpleaños nada de alguien a quien amara. Porque él es la primera persona de la que está enamorada.

¿Debe olvidarse de su amor?

Esperaba una disculpa, una llamada, un mensaje, al menos, en el que le pidiera perdón. En caliente se hacen cosas de las que luego uno se arrepiente. Se cometen errores. Sin embargo, su teléfono no ha sonado. Ni siquiera tanto tiempo después de que haya acabado el estúpido partido de voleibol.

Ella lo perdonaría. Sin duda. Sabe cuánto carácter tiene Rodrigo y lo en serio que se toma los partidos. Pero es una buena persona. Está segura de ello. Y también de que la quiere y de que esto sólo ha sido un arrebato pasional por haber perdido un encuentro tan importante para el equipo. Un pronto tonto. Y ella ha sido quien lo ha pagado.

Y es que, a pesar del dolor que siente por dentro, desearía escucharlo, volver a verlo. Besarlo de nuevo.

Como aquel día…

—Ester, cuando acudas al bloqueo, tienes que hacerlo con más decisión. No me vale con que llegues a la red y saltes. Tienes que hacerte grande. Estirar mucho los brazos y poner las manos fuertes, como si un tren se dirigiera hacia ti y necesitaras pararlo para salvar la vida. La adversaria tiene que ver en ti un muro infranqueable, no una ventana que poder romper con su remate.

La chica asiente con la cabeza. Le encanta cuando le habla de esa manera. Es muy duro en los ejercicios, pero no cabe duda de que es un grandísimo entrenador.

Desde hace unos días, se queda un rato más después de terminar para practicar el saque, la recepción, los bloqueos… Y él lava corrigiendo en cada acción. Pero lo hace con mesura. Más sosegado que cuando está con el resto del equipo.

—Comprendo.

—Muy bien. Probemos otra vez.

—Sí.

Cada uno se dirige a un lado de la red. Se miran fijamente y toman posiciones para hacer la jugada.

—¿Preparada?

—Sí. ¡Vamos!

Rodrigo lanza la pelota hacia arriba y se eleva. Ester salta al mismo tiempo. Cuando el chico va a rematar, ella está a su altura. Sigue la indicación que su entrenador le ha dado antes y estira los brazos todo lo que puede; aprieta los dientes y se concentra en poner la máxima fuerza posible en sus manos. Se produce el remate. Y el posterior bloqueo. El balón golpea en las muñecas de la chica y cae al otro lado.

—¡Genial! ¡Estupendo punto!

—¡Gracias!

—Otra vez.

—¡Vale!

El entrenador coge otro balón y repite la acción con similares consecuencias. Ester vuelve a bloquearlo con éxito. Y así hasta en veinte ocasiones prácticamente consecutivas.

A la vigésima, la chica se tumba boca arriba en el parqué, exhausta. Sonriente y también cansada, mira hacia el techo del pabellón. Su abdomen sube y baja, agitado por el esfuerzo.

—Muy buen trabajo. Así es como tienes que hacerlo en los partidos.

Es él. Ha pasado por debajo de la red y ha puesto la cara justo encima de la de ella. Ya se había fijado antes, pero hoy le parece más guapo que nunca. ¿Es normal que la atraiga un chico tan mayor?

—Muchas gracias. ¿Repetimos? —pregunta tras incorporarse y sentarse en el suelo.

—No —responde él cuando comprueba el reloj—. Están a punto de empezar a entrenar las mayores. Ya has hecho bastante por hoy.

Le ofrece la mano para ayudarla a levantarse. La chica acepta y la coge para impulsarse hacia arriba. Siente algo cuando contacta con su piel. No puede explicarse qué es, pero no hay duda de que es especial. De pie, los dos se miran durante un segundo directamente a los ojos y se dedican una sonrisa recíproca.

—Me… me voy a la ducha —dice ella, algo despistada.

—Y yo a la oficina a arreglar unos papeles —indica Rodrigo, subiéndose la cremallera de la chaqueta del chándal.

—Bien. Hasta el jueves.

—Hasta el jueves.

La chica sonríe y se dirige hacia los vestuarios. Pero antes de llegar a la puerta oye la voz de su entrenador, que la llama. Ester se vuelve y lo ve caminando hacia ella.

—¿Cómo te vas a casa? ¿En metro?

—Sí, cojo la línea dos y…

—Pues hoy te llevo yo en mi coche.

—No, no hace falta. De verdad. No te molestes.

—No es ninguna molestia. Se ha hecho muy tarde y no es plan de que vayas por ahí sola. Mientras te duchas, yo soluciono lo de los papeles que tengo que tener preparados para mañana y, cuando estés lista, nos vamos.

La joven vuelve a repetirle que no es necesario que la acerque, pero Rodrigo insiste y al final la convence. Además, a Ester le encanta la idea de ir con él en su coche y de que la lleve a su casa.

—No tardo más de diez minutos.

—Vale. En diez minutos aquí.

Más sonrisas entre ambos y cada uno se en camina a hacer lo que tenía previsto. El entrenador se marcha a las oficinas del club y la jugadora entra en el vestuario.

Ester se desnuda, se ducha y se viste más rápido de lo habitual. No quiere hacerle perder el tiempo. Pero durante esos minutos no logra quitárselo de la cabeza. Le gusta ese chico, por eso se queda practicando después de los entrenamientos. Le encanta estar a solas con él. Aunque sólo sea en la pista y con un balón y una red de por medio. En ocasiones la regaña y le llama la atención por sus errores. Pero, en otros momentos, se muestra cariñoso y divertido; Ester hasta tiene la impresión de que podría gustarle. Sin embargo, cuando terminan de entrenar, bajo el chorro de la ducha, se conciencia a sí misma de que eso es imposible. Regresa a la realidad. Es demasiado joven para él y Rodrigo nunca podría interesarse por ella.

Pero esta tarde quiere llevarla a casa, ¿significará algo? No, sólo lo que él le ha comentado: que se ha hecho tarde y se quedará más tranquilo si, en lugar de coger el metro sola, él la acompaña en su coche.

—Ya estoy —dice cuando lo ve al salir de los vestuarios. Ha tardado un poquito más por culpa del pelo. Ha sido imposible secárselo.

—¿Nos vamos, entonces?

—Cuando tú quieras.

El joven le hace un gesto cómplice para que lo siga. Los dos se despiden del personal que se encarga del pabellón y se dirigen hacia el aparcamiento. Rodrigo se saca del bolsillo un pequeño mando y pulsa el botón negro que tiene en el centro. Se abren las puertas de un Seat Ibiza gris. Ester ya lo había visto antes, pero subirse a él le causa impresión.

—El coche es muy bonito —afirma mientras trata de abrocharse el cinturón de seguridad.

—Me alegro de que te guste. Le tengo mucho cariño.

—Se nota. Está muy limpito y cuidado.

Rodrigo ríe, satisfecho, y arranca. Sale del aparcamiento y gira a la derecha.

—¿Pongo música?

—Vale.

—A ver si te gusta esto.

Busca en el reproductor un tema en concreto y, unos segundos más tarde, en el Seat Ibiza comienza a sonar We found love, de Rihanna.

—¡Me encanta esta canción! ¡Adoro a Rihanna! —exclama Ester, moviendo su cabeza al ritmo de la música.

—Pues entonces tenemos gustos musicales parecidos —comenta él alegre—. Por cierto, ¿dónde vives?

La chica le da la dirección de su casa y abre un poco la ventanilla. Tiene calor. ¿Es él quien se lo provoca? Puede ser. De vez en cuando lo observa de reojo o a través de los espejos del coche. La atrae. Es la primera vez que se monta en un coche con un chico que no es de la familia. Y se siente mayor, importante, por ir junto al entrenador del equipo. ¿Cómo la verá Rodrigo? Como a una cría. ¿Cómo va a verla? Es que eso es lo que es. Una niña de quince años.

Durante el camino no hablan mucho. Ester está bastante nerviosa. No quiere decir nada que pueda resultar tonto o infantil.

—¿Y tu hermana?

—¿Mi hermana?

—Sí, ¿no me hablaste de que tenías una hermana que trabajaba en una tienda en la que le regalaban muestras de geles? ¿Cómo está?

—Ah. Pues está bien… O eso creo. No la he visto hoy.

—Genial.

Menuda pregunta estúpida que le ha hecho. No está acostumbrada a conversar a solas con chicos. Mierda, qué tonta ha sido. ¿Y ahora? ¿Sigue hablando de lo mismo o cambia de tema? Quizá lo mejor sea callarse y guardar silencio.

—¿Tienes novio?

—¿De verdad le ha preguntado lo que le acaba de oír?

—¿Cómo?

—Que si sales con alguien… Con algún chico.

Pues sí. Ha oído perfectamente.

—No.

—¿No te gusta nadie del instituto o de tu grupo de amigos?

—La verdad es que no.

—¿No? —insiste sorprendido—. Pues seguro que tienes una legión de adolescentes hormonados pendientes de ti.

—Bueno… No es para tanto.

Ester se muere de vergüenza. En cambio, él sonríe. Parece que le divierte la charla. La joven no se imaginaba que Rodrigo pudiera interesarse por algo así. Es su entrenador, para la mayoría de las chicas un tipo duro y sin piedad. Si le contara a sus compañeras que el temible Rodrigo no es tan fiero como parece…

—Mi última novia me dejó hace unos meses —comenta él de repente y sin dejar de sonreír—. Decía que le dedicaba demasiado tiempo al deporte.

—Vaya. Lo siento.

—No lo sientas. Era insoportable. Nos pasábamos el día discutiendo. Fue lo mejor que podría haberme pasado.

—Ah.

—Además era muy celosa. Pensaba que me enrollaba con las jugadoras de mi equipo. ¿Puedes creértelo?

¿Contesta? ¿Se lo cree? ¿No se lo cree? No responde, pero siente curiosidad. ¿Se atreve a preguntárselo?

—¿Y tenía motivos para ello? —suelta, valiente; pero en seguida se arrepiente de haberlo hecho.

—No. Nunca me he liado con ninguna de mis jugadoras —afirma con rotundidad. Pone el intermitente y aparca en segunda fila.

La noche ha caído sobre Madrid. Las luces del Seat Ibiza iluminan el edificio en el que vive Ester. Es el final del camino.

La chica suspira y se quita el cinturón. Le da muchísima pena tener que bajarse del coche.

—Llegamos.

—Sí. Otro día ya te contaré más cosas de mi ex… y de mi hermana.

Sonríen al mismo tiempo.

—Muchas gracias por traerme a casa.

—Un placer —apunta sin dejar de mirarla—. Ahora sí, nos vemos el jueves.

—Nos vemos el jueves.

Ester abre la puerta del copiloto y, cuando va a salir del coche, siente que la mano de Rodrigo le sujeta un brazo. Al volverse, se lo encuentra inclinado hacia ella. Despacio, Rodrigo se acerca y, sin saber cómo, Ester descubre que sus labios la están besando. No lo aparta, ni grita, ni intenta salir de allí. Sólo cierra los ojos y se deja llevar, degusta su boca y saborea al máximo ese momento tan inesperado como dulce.