Capítulo 31

LOS Cien Montaditos. César lleva a Valeria a tomar algo al bar que está abierto en plena calle Mayor. Se han sentado fuera, en una mesita, uno frente al otro. Ya han pedido. El joven ha elegido uno de carne mechada con queso ibérico y pimiento verde y la chica uno de atún con tomate natural. Los dos comparten una jarra de sangría. Al principio, ella se resistió a pedir algo de comer, pero, ante la insistencia del otro, se dio por vencida. Invita él y no puede negar que tiene hambre.

—Y eso del rap, ¿dónde lo has aprendido? —pregunta Valeria antes de darle un gran mordisco a su bocadillo.

—Se lo vi hacer una vez a un rapero en la línea cinco. Se llama Adán. Me pareció muy ingenioso y le pregunté si me daba permiso para copiarle la idea. Él me dijo que sí, aunque no creía que fuera capaz de imitarlo.

—Pues se te da muy bien.

—He practicado bastante. Lo de cantautor con la guitarra está muy visto. Los raps me dan más dinero, aunque también queman más energía.

César la mira sonriente y le advierte, tocándose los labios con los dedos, que se ha manchado la boca con el alioli. La chica coge una servilleta de papel y se limpia. Ya se ha puesto colorada. Para ella, estar a solas con un chico supone un esfuerzo muy grande. En cambio, con ese joven no le resulta tan difícil. Salvo cuando comete alguna de sus típicas «valeriadas».

—¿Cómo te organizas para sacarlo todo adelante?

—Tampoco son tantas cosas.

—¿Que no? —comenta con la intención de conducir la conversación hacia el terreno que quiere—: la carrera, el piso con tus amigos, lo que haces en el metro, las fiestas universitarias… ¿Duermes?

El muchacho le da un trago a su vaso de sangría y la observa divertido.

—Claro que duermo. ¿Tú ves que tenga ojeras?

Se levanta, se inclina hacia delante y acerca su rostro al de ella. Valeria, en cambio, se echa un poco hacia atrás, algo intimidada por el atrevimiento de César. Vuelve a enrojecer ante la mirada de aquellos ojazos tan increíbles.

—No, no tienes.

—Menos mal. No estaba seguro —admite con una sonrisa—. Habría quedado fatal.

Y se sienta otra vez en su silla. Alcanza su bocadillo y lo muerde.

La chica suspira. Qué tipo tan peculiar. No se parece a nadie que conozca. Tampoco es que tenga mucha experiencia con los chicos, pero, bajo esa apariencia de bueno, se esconde un seductor nato y quién sabe si un encantador de serpientes. Aunque le gusta estar con él, no debe confiarse.

—¿Vives por aquí? —continúa con su interrogatorio.

—Más o menos. A un cuarto de hora.

—Debe de ser divertido eso de compartir piso con tus amigos.

—Bueno, tiene cosas buenas y cosas menos buenas. Pero sale más barato que una residencia o un colegio mayor.

—Ya ese tío…, el que nos vendió los carnés falsos, ¿hace mucho que lo conoces?

César duda un instante. Deja el bocadillo a un lado y hace cálculos con los dedos.

—Un año y medio, más o menos. Nos conocimos en la fiesta de la primavera del año pasado.

—¿Ya salía con la camarera de la discoteca?

—¿Con Tania? No. Por aquel entonces no tenía novia.

—¿Y quién es el otro chico con quien compartes piso?

—Se llama… Joel —contesta con tranquilidad. Y bebe una vez más.

—Joel. ¿Estudia en la Complutense?

—Sí. También estudia en la Complu. Hace Publicidad.

Se las sabe todas. Y responde muy rápido, con sobriedad. Como si no estuviese inventándose nada. Claro que a un tío que es capaz de hacer rimas con todo lo que ve sin titubear, aquello debe de resultarle un juego de niños. Podría estar engañándola perfectamente. ¿Cómo puede descubrir si dice la verdad sin que se ofenda? No quiere confesarle que desconfía de él. Si está loco y anoche la siguió, a saber qué podría hacerle si surge la oportunidad.

Las preguntas van y vienen sin cesar mientras comen y la sangría desaparece. César parece tranquilo, y Valeria no consigue pillarlo en ninguna.

—¿Es muy difícil tu carrera?

—¿Periodismo? Para nada. Es una RPC.

—¿RPC?

—Recorta, pinta y colorea.

La chica suelta una carcajada. Nunca lo había oído.

—¿Tan sencilla es?

—Sí. Demasiado fácil. Yo le incluyo una letra más. La E —añade sonriendo—: recorta, pinta, colorea y entrevista.

Más risas. Aquel joven quizá sea un mentiroso compulsivo, pero no puede evitar sentir algo especial hacia él. Su ingenio la divierte, y también la impresiona la capacidad para pensar tan de prisa que posee.

—No creo que se me diera bien el Periodismo. Soy muy tímida.

—Se te nota.

—Lo sé —admite al tiempo que se sonroja otra vez—. Aunque he mejorado algo a lo largo de los últimos años.

—Ser tímido no es algo malo. No tienes por qué mejorar. Si eres tímida, pues lo eres y ya está. De vez en cuando es bonito encontrarse a alguien que no se crea el mejor del mundo y que no es un prepotente.

—Bueno…

—Y por eso me alegro de haberte encontrado a ti. Me gusta tu timidez, y que te pongas tan roja cuando te sientes desprotegida.

Las palabras de César provocan que Valeria enrojezca a gran velocidad; parece que va a estallar en cualquier momento. Le arde la cara y siente muchísimo calor por dentro.

—¡No me digas eso! ¡Quieres que salga ardiendo aquí en medio! —exclama justo antes de taparse el rostro con las manos.

—Bebe un poco de sangría, está fresquita. O, mejor, te la echo por encima de la cabeza y así te bautizo.

—Muy gracioso. —Se destapa la cara y le saca la lengua.

—Sólo era una sugerencia.

—No me propongas más cosas que tengan que ver con bautizarme. ¡Anoche ya tuve bastante!

Pero, aunque pasó pánico al pensar que hablaba en serio, fue divertido.

Sonríe para sí al recordar el momento en el que cayó sobre él. En realidad, se quedó en la discoteca gracias a César. Por lo tanto, si no hubiera sido por aquel chico, nunca habría pasado lo que luego sucedió con Raúl.

—¿Me dejas preguntarte ahora a mí?

—¿Cómo?

—Durante un rato me has hecho un interrogatorio. Es mi turno, ¿no?

No ha terminado, pero mientras tanto se le irán ocurriendo más preguntas para averiguar si ese joven es quien dice ser en realidad.

—¿Qué quieres saber de mí? Soy poco interesante.

—No lo creo —la corrige después de servirle más sangría en el vaso—. Seguro que tu vida está llena de muchas cosas que contar.

—No demasiadas. Soy una chica de dieciséis años que estudia primero de Bachillerato, vive con su madre y no tiene nada de especial.

—¿Tu padre y tu madre están divorciados?

—Sí. Desde hace tiempo.

—¿Y eso no te afectó?

—Mmm. Un poco. Me encerré mucho en mí misma y era incapaz de relacionarme con nadie. Me gustaba estar sola. En parte, porque era muy tímida. No tenía amigos y tampoco me preocupaba hacerlos.

—¿Eso ha cambiado ahora?

—Sí. Bastante. No tengo muchos amigos, pero esos pocos son muy buenos.

—¿Son con los que ibas anoche?

—Sí.

—¿Y alguno de esos es… más que un amigo?

¿Y aquella pregunta? ¿La ha hecho porque está interesado o por simple curiosidad? No sabe si debe contarle la verdad. César le cae bien, pero continúa habiendo muchas incógnitas en torno a él.

—¿Me estás preguntando si tengo novio?

—Más o menos.

—¿Para qué quieres saberlo?

—Por la misma razón que tú querías saber si Joel estudia en la Complutense.

—No lo creo.

—¿No? ¿Y entonces cuál es el motivo por el que querías saber tanto sobre mí y lo que tiene que ver conmigo?

—Curiosidad.

—Entonces sí es la misma razón.

Valeria sabe que no le está diciendo la verdad. Y también que él sabe que ella ha hecho exactamente lo mismo. La curiosidad existe, pero hay algo más detrás de cada una de sus preguntas.

¿A qué juegan?

La chica sonríe y bebe de su vaso de sangría. Casi se lo termina. Entra muy bien. ¿Es la segunda copa que se toma? No, la tercera.

—¿Y tu familia? ¿De dónde es?

—¿Ya ha terminado mi turno de preguntas?

—Sí.

—Ha sido rápido.

—Es que tú eres más misterioso que yo —afirma mientras percibe cómo se le empiezan a amontonar las ideas—. Y por eso… tienes que contestar a más cosas.

—¿Misterioso?

—Venga, César. Cuéntame: ¿quién eres? ¿De dónde has salido?

—De la línea dos, como tú. Estación de Sol.

Una sonrisa más en su rostro. Qué guapo es. Pero está claro que esconde algo. No es lo que parece. La está narcotizando con su atractivo y su dulzura. No. No puede dejarse embaucar por ese joven seductor. Hay muchas preguntas que debe…

Suena un pitido.

—¿Es mi BlackBerry? —Debe de serlo, porque yo no tengo. Busca en su bolso hasta que da con ella. Sí, es la suya. Hay un mensaje sin leer. Rápidamente, lo abre.

En veinte minutos estoy en tu casa. Tengo mucho que contarte. Un beso.

—¡Raúl! —exclama, levantándose de la silla—. ¡Debo marcharme a mi casa!

—Te acompaño.

—No, no. Voy sola.

—No creo que debas ir…

—¡Que sí! ¡Voy yo sola! —insiste alzando la voz—. Ya te escribiré.

—No sé si creerte, porque ayer no contestaste al SMS que te envié.

—¡Joder! ¡Es verdad! ¡Perdona!

El joven sonríe y también se pone de pie.

—No te preocupes. Pásalo bien con tu amigo Raúl, Valeria. —Y le da dos besos.

Ella lo observa fijamente. «Qué ojos tan bonitos». Tras sentir los labios de César en su mejilla, se despide de él y se aleja a trompicones por la calle Mayor. Siente calor en los pómulos, aunque sabe que en esta ocasión el culpable es el alcohol. Si sólo han sido tres vasitos de nada. ¿O cuatro? Da lo mismo, el caso es que sigue sin saber si ese chico le ha contado la verdad. Pero ¿volverá a encontrárselo alguna vez más por casualidad?