Capítulo 26

—¿NO tienes frío vestida así?

Elísabet se mira de arriba abajo y sonríe. Ya ha captado la atención de Raúl, tal como pretendía. Tampoco era difícil con esos shorts y ese escote.

—No. ¿Tú tienes frío? —pregunta con cierta ironía—. Si quieres enciendo la calefacción.

—No hace falta.

No es precisamente frío lo que siente Raúl. Quizá incluso tenga algo de calor.

El chico se sienta a su lado en la cama, a cierta distancia. Pero Eli se acerca en seguida y hace que sus piernas se rocen.

—Bueno. Lo que quiero es que te sientas cómodo. Tenemos mucho de que hablar.

—Estoy cómodo, no te preocupes —miente. Está bastante tenso.

—Vale. Hablemos entonces.

—Bien, hablemos.

Silencio. La joven, nerviosa, balancea los pies. Recuerda las palabras de Alicia en el parque: debe ir a por todas. Si pretende conseguir lo que quiere, necesita utilizar cuanto esté a su alcance.

—En primer lugar —comienza a decir mientras coloca una mano sobre la rodilla de Raúl—, te pido otra vez perdón; anoche no debí dejarte allí tirado. Me comporté como una cría.

—No pasa nada. Está olvidado.

—¿Sí? ¿De verdad?

—Claro. Somos amigos.

—Amigos —repite Elísabet al tiempo que aproxima disimuladamente su rostro al de él—. ¿Y sólo puedo ser tu amiga?

Mientras se lo pregunta, le aprieta suavemente la rodilla con la mano. El joven trata de zafarse de la chica inclinándose hacia la izquierda.

—Creía que de eso ya habíamos hablado ayer.

—Sí, lo hicimos. Pero… ¿estás seguro de que sólo quieres eso?

—Bueno… yo…

—El beso que nos dimos en la discoteca fue el mejor que me han dado en mi vida.

—Eso es porque te lías con cada uno…

El comentario no la ofende. Al contrario, le gusta su humor irónico. Sonríe con picardía y acerca más su pecho al de él. Su pronunciado escote es lo único que el chico puede ver en ese instante.

—¿No te gusto?

—Claro que me gustas. Estaría ciego si no me gustases.

—Entonces ¿por qué no lo intentamos?

—Ya te lo dije anoche, Eli —comenta tras tragar saliva—. No nos veo como pareja.

—Pero, si te gusto como chica, te caigo bien como persona y nos hemos tratado como amigos… ¿qué hace falta para que demos un pasito más?

—No es que se necesite nada. Simplemente, es que no te veo como mi novia.

Lejos de darse por vencida, Elísabet prosigue con su intento. Con la mano derecha le acaricia el muslo.

—¿Crees que no podría comportarme como una buena pareja? ¿Piensas que te sería infiel o algo así?

—No es eso.

—¿Entonces?

—Entonces…

El joven ya no sabe qué responder. ¿Cuál es la verdadera razón por la que no quiere a Elísabet como novia? ¿Valeria? De ella tampoco está enamorado. Es un instante de duda para Raúl, y su amiga aprovecha el momento para besarlo en la boca. Pero algo falla. Ni siquiera cierran los ojos. Los dos se miran mientras sus labios permanecen unidos. Son unos segundos muy extraños para ambos.

Es ella la que se separa de Raúl.

—¿Por qué no te has apartado? —pregunta confusa.

—No lo sé. Me has sorprendido. No lo esperaba.

La chica se levanta de la cama. Se cruza de brazos y camina en círculo por el cuarto. Está nerviosa. Se detiene junto a la estantería donde tiene los libros y los observa de pie, apoyada en la pared. Un beso… ¿No era lo que quería? Sí. Pero no de esa forma. Nunca había dado un beso tan frío como aquél. Se siente mal consigo misma, y también enfadada con él.

—¿Tan difícil es verme como alguien con quien estar?

—No, Eli. Me encanta estar contigo.

—Creo que lo que te pasa es que tienes miedo, Raúl.

—¿Miedo a qué?

—A enamorarte de mí.

—Te equivocas.

—No. No me equivoco. Ése es tu problema. Tienes miedo —expone muy seria y con los ojos vidriosos—. Ninguna de las tías con las que has estado durante este tiempo te conocía tanto como yo. Y ninguna sentía por ti lo que siento yo.

—Puede que haya alguna chica por ahí que sienta por mí aún más que tú. Y que, al mismo tiempo, yo sienta algo por ella.

Las palabras de Raúl sorprenden y hieren a Elísabet. ¿Es verdad eso que dice? ¿Hay otra?

—¿Estás con alguien y yo no me he enterado?

—¿No decías que me conocías muy bien?

—Idiota.

La mirada de la joven transmite todo el odio que ahora mismo le inspira Raúl. ¿Es un farol? De nuevo, acude a su mente lo que habló con Alicia. O todo o nada.

—Creo que es mejor que me vaya —comenta Raúl; a continuación se incorpora y camina hacia la puerta de la habitación.

—Eso. Huye de mí. ¿Desde cuándo eres tan cobarde?

—No soy cobarde. Ni huyo. Es sólo que no quiero seguir discutiendo contigo —repone sin tan siquiera mirarla.

—Ya… Si no eres un cobarde, deja de inventarte historias y di que sólo me ves como un polvo de una noche. ¿No es eso lo que piensas?

Raúl se da la vuelta y contempla a Elísabet. El pelo moreno, larguísimo, le cae salvaje por debajo de los hombros, casi hasta el abdomen. Respira jadeante con la boca entreabierta y sus ojos claros, aún encendidos de furia, son increíbles. Se ha convertido en una adolescente preciosa. Posiblemente, la más guapa que conoce. Es una chica diferente por completo a la de hace dos años.

¿Por qué no es capaz de sentir nada por ella?

—¿Es eso lo que quieres que diga?

—No es lo que quiero que digas. Pero realmente, Raúl, no me ves como otra cosa.

—Te veo como a una amiga. Una gran amiga.

—No me vale —señala ella desesperada—. No puedo seguir siendo tu amiga. No puedo verte todos los días y pensar que sólo somos amigos. Es o todo o nada.

Los labios le tiemblan al hablar. Tiene la sensación de que es otra persona y no ella misma la que ha dicho aquello.

—¿Estás hablando en serio?

—Completamente.

—No puedo creerme que me hagas esto, Eli.

—Yo tampoco puedo creerme que no seas capaz de apreciar mis sentimientos. Yo… te quiero.

Sí, lo quiere. Si no fuera así, no tendría el corazón a punto de salírsele del pecho. Le late tan de prisa que hasta puede oírlo.

Raúl la mira desconcertado. No sabe cómo actuar. ¿Se va?, ¿se queda?

—Dices que me quieres y me das un ultimátum —termina por susurrar cabizbajo—. No es justo.

—¿Y qué es justo, Raúl?

Una lágrima le resbala por la mejilla. Está llegando al límite de sus fuerzas. Todo o nada. La cabeza le da vueltas. Todo o nada. El olor de las velas que van consumiéndose poco a poco le inunda la nariz. Empieza a marearse. Todo o nada.

—No lo sé.

—¿No lo sabes? —pregunta sollozando—. Yo puedo decírtelo: no es justo que… que hace tres años nadie me mirara a la cara porque apenas se me veían los ojos de los granos que tenía… No… No es justo que todo el mundo pasara… de mí porque era la niña más ho… más horrible… que hubieran visto nunca. No… es justo que aho… ra que he cambiado todos… los tíos os fijéis en lo mismo… Lo que no es justo, Raúl, es que nadie… me valore por… por… como soy, que nadie me… me… me… mire como a una pareja, que…

En ese momento, siente que le falta el aire. Tiene que sujetarse a la estantería de los libros para no caerse al suelo. Se le taponan los oídos y el corazón se le acelera muchísimo.

—¡Eli!, ¿qué te sucede? —grita el chico asustado mientras se acerca hasta ella rápidamente.

Elísabet no puede hablar. Se lleva las manos al pecho y jadea sin parar. La taquicardia va en aumento y las lágrimas no cesan.

—Me… ahogo.

—Es un ataque de ansiedad. Tienes que intentar tranquilizarte.

Raúl la ayuda a llegar hasta la cama y los dos se sientan. Le coge la mano y se la acaricia para calmarla.

—Respira poco a poco. Toma aire y expúlsalo despacio. ¿Vale?

—Va…le.

—Despacio. Así. Despacio.

La joven obedece las indicaciones de su amigo. Está asustada. Cuando era más pequeña, sufrió alguna vez aquel tipo de ataque. Pero hacía tiempo que no le pasaba.

Transcurren varios minutos durante los que le cuesta respirar. Sin embargo, poco a poco, va recuperándose bajo el cuidado y la atención de Raúl, que no se separa de ella ni un instante.

—Hay que ver las cosas que haces para llamar mi atención, ¿eh? —le dice el muchacho sonriente.

—Lo siento.

El bello rostro de Eli enrojece. Entonces se da cuenta de cómo va vestida y de todo lo que ha intentando hacer antes para conseguir… ¿qué?

No lo ha hecho bien. Nada bien.

Cuando se siente de nuevo con fuerzas, se levanta de la cama y va al cuarto de baño. Mientras se limpia la cara y se seca las lágrimas, se lamenta de lo que ha ocurrido. Esto ha sido una estupidez. Alcanza una bata roja que hay colgada en una percha y se la pone.

—Gracias, de verdad —dice al regresar al dormitorio—. Te has portado como un… buen amigo.

—Somos amigos, Eli.

—Sí.

Amigos. La tristeza sigue en su interior, pero la oculta con una sonrisa.

Ahora es él quien la invita a sentarse a su lado en la cama. Le hace caso. Sin que Eli se lo espere, Raúl la agarra de los hombros y la empuja hacia atrás. Juntos caen boca arriba sobre el colchón. Sus cabezas una al lado de la otra, y sus miradas perdidas en el techo de la habitación.

—¿Recuerdas aquel día en el que…?

Y durante varios minutos, tumbados sobre la cama de Elísabet, los dos hablan del pasado y de los días en que sólo se preocupaban por ser lo más felices que pudieran dentro de un grupo de amigos que se comprendían entre ellos aunque nadie más los entendiera.