Capítulo 25

EL partido de Ester está muy interesante, pero ella no deja de pensar en Raúl. ¿Qué demonios estará haciendo? Valeria comienza a inquietarse. ¿A qué espera para decirle cómo le ha ido con Eli?

No puede creerse que todavía estén hablando. ¡Ha pasado demasiado tiempo! Desde que se ha sentado en la grada del pabellón no ha transcurrido ni un solo minuto sin que haya comprobado su BlackBerry rosa. Sin embargo, el resultado siempre es el mismo: sin noticias de él.

Hasta que por fin…

Una vibración, un pitido. Un mensaje. ¡Raúl! Lo abre de inmediato.

Tenemos que hablar. Llámame cuando puedas. Rápido.

¿Cómo? ¡Cómo! ¿No hay más? Raúl siempre ha sido muy conciso en sus mensajes —al principio porque se le daba fatal la pantalla táctil, y ahora porque simplemente no le da la gana escribir más—. Pero esto… ¿Qué quiere decir que tienen que hablar? ¿Rápido? Esto es de locos.

Qué mal presentimiento.

En mitad de un punto, se levanta de su asiento.

—Chicos, tengo que irme.

—¿Ya? ¿En medio del partido? —pregunta María extrañada. Bruno también la observa con inquietud.

—Sí, me ha surgido algo importante.

—¿Todo bien?

—Sí. No os preocupéis. —Trata de tranquilizarlos forzando una sonrisa—. Esta tarde nos vemos en Constanza, ¿no?

—Claro.

—Bien. Pues allí os espero.

Y sin decir más, camina a toda prisa por la fila de asientos y baja precipitadamente la escalera que la lleva hasta la puerta del pabellón. Sale del edificio con la BB en la mano y marca el número de Raúl sin perder ni un segundo. Tras el primer bip, el joven responde:

—¿Val?

—Sí, soy yo. ¿Qué es lo que pasa?

Su voz suena atropellada. Y es que los nervios están superándola. Tiembla por lo que pueda contarle. Pero quiere una explicación de todo lo que ha sucedido con Elísabet cuanto antes.

—Mmm. Ahora no puedo hablar.

—¿Cómo que no puedes hablar? —pregunta confusa—. ¿No has dicho que tenemos que hablar? ¡Raúl, me estás volviendo loca!

—Sí, sí, pero ahora mismo no puedo.

Valeria se pasa la mano por su cabello castaño con mechas rubias. No comprende nada y empieza a impacientarse ante tanto misterio.

—¿Dónde estás?

—En casa de Eli.

—¿Todavía?

—Todavía.

—¿Y ella?

—Pidiendo una pizza desde el teléfono rojo del despacho de su padre.

—¿Cómo? ¿Pidiendo una pizza?

—Sí, las llamadas de fijo a fijo le salen gratis —comenta Raúl—. Pero no tardará en subir. Estoy en su habitación.

En su habitación. ¡En su habitación! ¿Haciendo qué? Si es una broma, ¡no tiene ninguna gracia!

—¿Vas a comer con ella y con sus padres una pizza en su casa?

—No. Sus padres no están. Vuelven esta noche.

—¿Sus padres no están?

—No. Han ido a casa de un familiar y, por lo visto, estarán fuera todo el día.

—Vaya. Entonces tú…

—Lo siento, Val, tengo que colgar. La estoy oyendo subir —la interrumpe hablando muy de prisa—. Tenemos que hablar. Es muy largo de explicar como para escribírtelo en el WhatsApp. Esta tarde, antes de la reunión en la cafetería, me paso por tu casa. ¿Te parece?

—Vale. Pero no me…

—Ya está aquí. Te dejo. Un beso. Adiós.

Cuelga.

La chica, aturdida, se queda mirando su BlackBerry. Comienza a caminar por la calle sin saber muy bien hacia dónde va.

Una pizza. En casa de Eli. Solos. En su habitación.

¿Qué significa todo aquello? Es como un rompecabezas de diez mil piezas. Como un acertijo de esos que vienen en la sección de pasatiempos de los periódicos, de esos que su madre nunca consigue descifrar.

Menudo lío tiene en la cabeza. No sabe qué es lo que ha podido suceder en casa de Elísabet para que Raúl continúe allí y no quiera que su amiga sepa que estaba hablando con ella. Ahora le tocará esperar a la tarde para resolver todas sus dudas y averiguar qué es lo que está pasando en realidad entre el chico del que está enamorada y su mejor amiga. La respuesta, tal vez, no le guste demasiado.