YA ha pasado más de una hora desde que se separaron y no sabe nada de Raúl. En varias ocasiones ha tenido la tentación de escribirle, pero no quiere agobiarlo. Estará hablando con Elísabet de muchas cosas y solucionando lo ocurrido anoche. Debe confiar en él. Tiene que hacerlo. Pero Valeria no puede quitarse de la cabeza la posibilidad de que su amiga lo esté intentando de nuevo y de que él se dé cuenta de que ayer eligió a la chica equivocada.
—Muchas gracias por venir, chicos. Sois los mejores.
Ester sonríe, feliz de ver a sus amigos en la grada. Es un partido muy importante. El más importante de la temporada. Juegan contra las primeras y debe darlo todo. Además, está contenta, y al mismo tiempo ansiosa, porque después le espera un regalo de Rodrigo. ¿Qué será?
—¡Cómo no íbamos a venir! —exclama Bruno.
—Sí. Todos te apoyamos. Seguro que lo haces genial —añade María sonriente—. ¡Duro con ellas!
La chica les da una vez más las gracias a sus tres amigos y regresa corriendo al vestuario junto con sus compañeras de equipo. Rodrigo la recibe en la puerta muy serio, pero cuando llega hasta él le guiña un ojo y entran juntos. Ahora le toca concentrarse en el partido.
—No nos has contado todavía cómo os fue anoche —comenta María—. ¿Ligaste con algún universitario?
Valeria duda un instante sobre qué responder. No va a decirles nada de lo que hay entre ella y Raúl. Pero tampoco quiere engañarlos.
—Bueno… —Y de repente recuerda a su amigo, el estudiante de Periodismo de la melenita. Él es una buena excusa para hablar de otra cosa. Así no tendrá que mentirles—. Conocí a un chico bastante majo. ¿Os acordáis del tío que cantaba en el metro de Sol, del que os hablé?
Bruno y María asienten con la cabeza.
—¿El que te dejó el dinero? —pregunta la pelirroja.
—Sí, ése —contesta Valeria sonriendo al recordar aquel momento tan curioso—. Pues resulta que luego me lo encontré en la fiesta.
—¿Sí? ¡Qué casualidad!
—Ya ves. Se llama César y estudia tercero de Periodismo.
—Joder, parece el argumento de una película.
—De una película de miedo —apunta Bruno nada convencido de la autenticidad de tal coincidencia—. Es muy raro que a un tío que conoces tocando en el metro lo veas un rato después en una discoteca a tres kilómetros de allí. ¿Seguro que no te siguió?
—No, no. De hecho su facultad era la que organizaba la fiesta. Y su compañero de piso, el que nos vendió los carnés y las entradas.
—¡Venga ya! ¿Y te creíste todo eso?
—¡Que sí, Bruno! ¡Que es verdad!
Los gritos de la chica llaman la atención de la gente que está a su alrededor, que se vuelve hacia ellos. Valeria se sonroja y agacha la cabeza avergonzada.
—Lo siento, pero no me creo nada. Te dijo todo eso para ligar contigo.
—Pero ¿cómo va a hacer eso para ligar conmigo? —pregunta en voz baja.
—Muy fácil: te lo encontraste en el metro, nos siguió y luego se hizo pasar por universitario para llamar tu atención. Seguro que es un loco peligroso.
—El que está loco eres tú.
—¿No le darías tu teléfono?
La chica se frota la mejilla con la mano y, luego, los ojos.
—Me da que sí se lo dio —interviene María con una sonrisa.
—Pues sí, se lo di. Incluso me escribió un mensaje anoche cuando llegué a casa.
—Qué mono.
—Sí, pero no le he respondido todavía.
Ha estado tan ocupada pensando en Raúl y en Eli que se le ha pasado por completo responder a César. Lo hará durante el partido.
—Vale. Le diste tu teléfono móvil a un mendigo que te siguió por todo Madrid. Bien, Val, bien.
—¡No es un mendigo! ¡Es un estudiante de Periodismo que se saca un dinerillo tocando y cantando en el metro!
De nuevo, los gritos de Valeria provocan que los que están en los asientos cercanos se fijen en ella. Azorada, pide disculpas y se encoge sobre sus rodillas.
—Era guapo, ¿verdad?
—Sí, Bruno, era guapo.
—Por eso le diste tu móvil y te creíste todo lo que te dijo.
—Lo que me dijo era verdad —insiste ella con un suspiro—. Y le di mi móvil porque estuvimos hablando un buen rato y me cayó bien. No porque fuese guapo o feo. Meri, tú me crees, ¿no?
La pelirroja se ajusta las gafas y se recuesta en su asiento.
—Bueno, hay que reconocer que es todo muy raro. Demasiadas coincidencias.
—Sí, eso es verdad. Hasta yo me extrañé cuando lo vi.
—Pero míralo por el lado bueno: si ese chico te siguió desde el metro hasta la discoteca y luego forzó un encuentro contigo y te pidió el teléfono, será por algo.
—Porque está loco.
—Joder, Bruno, déjalo ya —protesta Valeria enfadada—. Te aseguro que César es un buen chaval. Y no está loco.
Pero ¿le dijo aquel chico la verdad? Ella le mintió primero… ¿Y si él también la engañó? Ahora ya no sabe qué pensar. Sus amigos tienen razón en señalar que su encuentro había sido una casualidad improbable. Sin embargo, el destino hace ese tipo de cosas. Une y desune a las personas a su gusto. ¿Por qué no iba a vivir ella una experiencia de ese tipo?
—¿Quedarás con él? —pregunta María cada vez más interesada en la historia de su amiga—. Así podrás averiguar si te mintió o no.
—¡Cómo va a quedar con él! —exclama el chico—. Si es un loco, a saber qué podría hacerle.
—Eres un exagerado, Bruno. No le haría nada.
—¿Y tú qué sabes?
—Pues si anoche no le hizo nada… —la pelirroja se detiene y mira a Valeria—. Porque no te hizo nada, ¿no? Quiero decir que…
Las dos chicas se sonrojan.
—¡Claro que no! ¡Ni él ni yo hicimos nada!
—Menos mal. Al menos no te liaste con el loco.
—Se llama César.
—Vale. César el Loco.
—A veces eres un poco pesadito, ¿eh? —Su enfado va en aumento—. Tú no lo conoces de nada para calificarlo de loco. Y, si está loco, no creo que lo esté mucho más que tú.
Los tres se quedan momentáneamente en silencio después de las palabras de Valeria. Bruno se da cuenta de que su amiga se ha puesto muy nerviosa y de que quizá se haya pasado un poco. Tiene razón en que él no conoce al chico de nada y lo está juzgando a ciegas. Es algo que siempre han hecho con él y la razón por la que tan mal lo ha pasado desde que era un niño.
—Es verdad, Val. Perdona. No debería haber dicho todas esas cosas —reconoce arrepentido—. Puede que todo fuese fruto de la casualidad.
El público del pabellón comienza a aplaudir a los equipos que salen a la pista en ese instante. Ester mira hacia donde están sus amigos y los saluda con la mano.
—No te preocupes, Bruno. Discúlpame tú también por hablarte así.
Los dos se sonríen tímidamente y se centran en su amiga, que está hablando con el entrenador.
—Sigo creyendo que deberías quedar con él y averiguar si te dijo la verdad.
—¿Para qué?
—Porque le gustas. Y él a ti también, ¿me equivoco?
—Es guapo y muy agradable, pero apenas lo conozco. Y… —Y el que le gusta de verdad es Raúl, que sigue sin dar señales de vida—. No, no me gusta. Y tampoco creo que yo le guste a él. Sólo le caí bien.
—Un tío no te pide el móvil si no le gustas, Valeria.
Las seis jugadoras de cada equipo se colocan en su respectivo lado de la cancha: las de Ester, que van con pantalón rojo y camiseta blanca, juegan a la izquierda. Además, a ellas corresponderá el primer saque del encuentro.
—Ya te digo, Meri, que debí de caerle bien. Un tío como él, guapo, universitario, que conocerá a miles de chicas en la facultad, no se interesaría por alguien como yo.
Y, aunque tuviera interés, ella ya tiene a alguien en quien pensar, por quien preocuparse, con quien soñar… Ya ha encontrado lo que buscaba. No necesita a nadie más, por muchos calificativos positivos que pueda reunir el chico que conoció ayer. ¿Qué más da si le dijo la verdad o le mintió? No hay nada entre ambos.
La jugadora del equipo de Ester bota la pelota una, dos, tres veces. La lanza hacia arriba y la golpea con fuerza en el aire. Comienza el partido.
Valeria comprueba su BlackBerry. La una y un minuto. Empieza a preocuparse de verdad.
¿Por qué no le escribe Raúl?