LLEVA quince minutos observándolo. Ya se sabía su rostro de memoria, pero el repaso no le ha venido nada mal. Nunca habría imaginado que pudiera estar tanto tiempo seguido sin despegar los ojos de una persona dormida.
Tras el juego y los besos, Valeria y Raúl se quedaron echados en el sofá, abrazados. Apenas hablaron. Tampoco hacía falta. Ella nunca había vivido una situación parecida. Estaba disfrutando tanto que se relajó y se quedó dormida con la cabeza apoyada sobre el pecho de Raúl y los brazos de éste rodeándole la cintura.
Al despertarse, él seguía ahí. No se había evaporado. Raúl dormía con ella en el sofá de su salón. Y se sintió feliz. Emocionada. Dichosa de saborear ese instante de alegría absoluta. No llevaban cientos de años casados, apenas habían pasado unas cuantas horas desde su primer beso. Sin embargo, tenía la impresión de que habían transcurrido siglos.
—Hola, bello durmiente —lo saluda cuando el chico abre los ojos.
Está algo aturdido y le cuesta reconocer el lugar donde se encuentra. Entonces, ve la sonrisa de Valeria y sus labios que se acercan. Por fin lo comprende. Sonríe y se incorpora despacio.
—¿Cuánto he dormido?
—Un buen rato.
El chico mira el reloj. Se sorprende cuando comprueba la hora.
—¡Son casi las once y media! —exclama.
—Es que estabas cansado. Necesitabas dormir.
—Ya… ¿Y tú has dormido algo?
—Quince minutos menos que tú —contesta; en seguida, le acerca la BlackBerry—. Me ha despertado el pitido de tu BB.
Raúl le da un beso y coge el aparato. Tiene tres mensajes en el WhatsApp. Uno es de María, que les pregunta a todos en una conversación de grupo si van a ir al partido de Ester. Otro es de Bruno, que contesta que él sí que va. El tercero, privado, es de Elísabet. Abre este último y lo lee en silencio.
Espero que no estés enfadado conmigo. Siento haberme ido así anoche. Me gustaría hablar contigo y aclararlo todo. Escríbeme cuando puedas.
—¿Qué sucede? —le pregunta Valeria al notarlo preocupado.
—Eli quiere hablar conmigo para aclarar lo de anoche.
—Es normal —le responde. Suspira—. Yo aún no le he contestado a los mensajes de ayer. No me ha vuelto a escribir.
El joven se queda pensativo durante un instante. No tiene muy claro qué hacer. Tarde o temprano volverán a verse y deberán tratar la situación. Es mejor hacerlo a solas que con el resto del grupo pendiente.
—¿Vas a ir al partido de Ester?
—¿Y tú?
—Primero debo hablar con Eli. Podemos encontrarnos en el pabellón donde juega. Yo llegaré un poco más tarde.
—Bien.
A Valeria no le gusta demasiado la idea de que Raúl y su amiga se encuentren a solas. ¿No se le ocurrirá cambiarla por ella? Las dudas regresan. Espera que Elísabet no se lance de nuevo al cuello del chico, como hizo anoche. Que los dos queden no deja de ser un gran riesgo. Pero debe confiar en él. Y también es necesario que aclaren las cosas. Son muy amigos desde hace tiempo, y se necesitan el uno al otro.
¡Fuera celos!
—Y lo nuestro… ¿se lo decimos a los demás o nos lo guardamos para nosotros?
—Mmm.
Ésa es una buena pregunta. También ha pensado en ello durante la noche. No está muy segura de si es conveniente contarles al resto lo que pasa entre ambos. Por una parte, le gustaría explicárselo a los chicos y no tener que estar ocultándolo. Pero, por otra, la relación entre Raúl y ella acaba de empezar, ni siquiera está consolidada. Y la noticia provocaría cambios, opiniones, el enfado de Eli… Quizá lo que tienen que hacer es…
—Mejor esperamos —dicen los dos al mismo tiempo.
Sonrisas y un beso en los labios.
—Sí, es mejor esperar un poco —repite Valeria—. Ya se lo contaremos más adelante.
—No hay prisa.
—Ninguna prisa.
Los dos se miran en silencio hasta que Raúl se levanta del sofá. Se cubre la cabeza con la capucha de la sudadera y se inclina para besar una vez más a la chica.
—Ahora le escribiré a Meri para decirle que me guarde un sitio para el partido de Ester, aunque llegaré más tarde.
—Vale. Yo me iré dentro de un rato para allá.
—Allí nos vemos, entonces.
Un último beso. El joven abre la puerta y se marcha de la casa, que se queda en completo silencio. Valeria siente algo extraño. Miedo. Angustia. Añoranza. No sabe lo que es. Pero es un sentimiento muy intenso que se extiende dentro de ella. ¿Es posible que ya lo eche de menos?
Todo está yendo demasiado de prisa. Aunque su impresión es la de que son novios desde hace mucho tiempo. Quizá el que hayan sido tan buenos amigos antes está ayudando a que las cosas funcionen desde el primer minuto. Y ella ya estaba enamorada de él. Simplemente, se deja llevar.
Y Raúl ¿está forzando la situación o también se está dejando llevar?
Sale del edificio en el que vive Valeria y busca la BlackBerry en uno de sus bolsillos. La saca y teclea rápidamente.
Dentro de media hora estoy en tu casa. ¿Te parece bien?
La respuesta de Elísabet no se hace esperar. Contesta afirmativamente en menos de un minuto. Raúl ha elegido la casa de su amiga porque allí ella se sentirá más cómoda para hablar. No ha ido muchas veces, pero es un lugar que le gusta. Es bastante más grande que el resto de las casas de sus amigos. Y sus padres siempre son muy amables. Tanto como la madre de Valeria. Gracias a Mará, esta mañana se ha enterado de que el desayuno preferido de su hija es el chocolate con churros. Y es que, antes de ir a ver a la chica, se pasó por la cafetería Constanza para asegurarse de que estaría sola. Quería sorprenderla. Luego no fue difícil sonsacarle a Mará lo que esperaba escuchar: que siempre guardaba en la cocina, en uno de los armarios, un bote de chocolate a la taza por si acaso se le antojaba algún día a la chica.
Camina sonriente por la ciudad, con las manos en los bolsillos y la cabeza oculta bajo la capucha. No imaginaba un inicio tan bueno con Valeria. Y, aunque sólo han pasado unas cuantas horas desde que le declaró sus intenciones, está muy contento por cómo van saliendo las cosas. El momento romántico en el sofá no lo ha vivido con ninguna de las otras chicas con las que ha salido durante el último año.
Y, posiblemente, no lo habría vivido con Elísabet.
Él quiere una relación de verdad. Una pareja. Alguien en quien confiar, a quien sorprender, con quien reír… y nadie mejor que Valeria para eso. Es una suerte que ella también sienta algo por él. Se le nota. Se le nota en cómo lo mira, en cómo se comporta cuando están juntos. Es todo muy sincero. La conoce bien y sabe que no va a fallarle.
Sólo espera no fallarle él.
Ensimismado en sus pensamientos, Raúl casi no se da cuenta de que ya está en la calle en la que vive Eli. Cruza al otro lado y acelera el paso hasta llegar al número 37. Se detiene y llama al timbre. La puerta no tarda en abrirse. Es su amiga quien le abre.
—Hola, Raúl… Pasa.
—Gra… cias.
El joven obedece, aunque no puede evitar fijarse antes en el escote de Elísabet. Su amiga lleva puesto un top azul marino exageradamente ceñido. Cuando se vuelve, observa su cortísimo short vaquero. ¿Pero no están en noviembre?
—Mis padres no están, así que podemos hablar tranquilamente.
—Bien.
—¿Subimos a mi cuarto?
—Como quieras.
Raúl sigue a Eli de cerca. Sube la escalera detrás de ella sin poder evitar contemplar ese short minúsculo. Tiene que reconocer que la figura de la chica es espectacular. ¿Se habrá vestido así a propósito?
Sin embargo, el joven no tiene ni idea de lo que le espera allí arriba.
Entran en la habitación en silencio. El dormitorio huele muy bien y está ambientado con velas. De fondo suena una música relajante.
El chico se queda boquiabierto y contempla cómo Eli se sienta en la cama. La joven le pide que vaya a su lado dando unos golpecitos con las manos sobre el colchón.
—Bueno, creo que es hora de que tú y yo hablemos.