PONE la música bajito para no molestar a sus hermanos y a sus padres y se sienta delante del ordenador. Bruno mueve la cabeza lentamente al ritmo de Snow Patrol y su Open your eyes. Son más de las doce de la noche.
Enciende la cámara y la conecta al portátil. Se abre una carpeta luminosa que parpadea para anunciar que ya está lista la opción para importar imágenes y vídeos. Clic. En su pantalla aparece una decena de fotografías. Todas son de esa noche. Lleva el cursor hasta la primera y la amplía. Sus amigos posan juntos antes de llegar a la discoteca en la que finalmente sólo entraron tres de ellos. Raúl está en el centro y a su alrededor las cuatro chicas del grupo. Ester sonríe divertida, Valeria parece distraída, Elísabet se muestra eufórica y María mira seria al objetivo. Ella siempre sale así, muy seria. Como a él, no le gusta aparecer en las fotos. Captan la verdadera realidad, esa de la que no pueden ocultarse ni evadirse, plasman todos sus defectos visibles. Ellos son como son y las fotografías se lo demuestran. Es una pena que no enseñen lo que cada uno lleva dentro. El interior. Entonces muchas de esas personas destacarían por algo diferente a la apariencia y el físico.
Siguiente imagen. Ester aparece dándole un beso en la mejilla a la pelirroja, que vuelve a salir seria, aunque en esta ocasión se aprecia cierta alegría en su expresión. Es un bonito primer plano de las dos. Se nota la amistad que las une.
Pasa a la foto posterior. Suspira cuando ve a la chica del flequillo caminando sola, mirando hacia el suelo, sonriente, con las manos detrás de la espalda en una pose muy dulce. Es preciosa. Apunta con la flechita del ratón a su rostro y aumenta la resolución. Qué guapa es. Bruno la observa con detenimiento. Acerca la mano a la pantalla del portátil. Pasea los dedos por los ojos de Ester, su boca, su frente. Es totalmente comprensible que se enamorara de ella. Su belleza resalta tanto por fuera como por dentro.
Desde el episodio de la carta, ha intentado olvidarse de sus sentimientos. Y ha habido momentos en los que lo ha conseguido a medias. Especialmente durante los meses de verano, cuando se vieron menos.
Sin embargo, es complicado dejar de querer a una persona como Ester. No puede odiarla por nada, ni enfadarse con ella por algo que haya hecho o dicho. Siempre correcta, siempre amiga. Siempre haciendo lo que se supone que debe hacer.
¿De quién será su corazón?
Casi es mejor no saberlo. Desde hace varias semanas, intuye que hay alguien en su vida. No le ha preguntado al respecto ni piensa hacerlo.
Cuando hace un año le respondió en la carta que quería a otra persona, en seguida supo que no era verdad. Había sido su manera de salir del paso. De no dañar a nadie en particular de aquella lista. Decir que estaba enamorada de otro chico fue una solución diplomática para no defraudar a ninguno de ellos. Bruno lo sabía. Y la comprendía. De aquéllos no le gustaba ninguno y tampoco había nadie más que la atrajera. Pudo comprobarlo a lo largo de los meses siguientes, durante los que su amiga no salió con nadie ni dijo nada sobre ningún chico.
En cambio, ahora es diferente. Esas llamadas de teléfono a escondidas, esa sonrisilla tonta cuando recibe algún mensaje, esas miradas y suspiros… Todo la delata. Ester está enamorada.
Ya pesar de que no lo quiere reconocer e intenta evitar el dolor, a Bruno le fastidia que haya algún afortunado en alguna parte. Porque eso significa que, poco a poco, Ester puede ir alejándose. Mientras no salga con nadie, disfrutará de ella a menudo, de su compañía, de su sonrisa encantadora. Pero si comienza a pasar más tiempo con otra persona, a la que además quiera tanto como para ser su novia, corren el riesgo de perderla. De que vaya marchándose del grupo paulatinamente. Y ése sería un gran castigo. Sobre todo porque Bruno, en su subconsciente, todavía mantiene una mínima y remota esperanza de que algún día Ester y él tengan algo juntos.
¿Un regalo? ¿Qué será?
La verdad es que no esperaba nada de él. Su relación es muy extraña. Pero Ester sabe que lo que siente por su entrenador de voleibol es muy especial.
Tumbada en la cama, tapada con las mantas hasta el cuello, revisa el último mensaje que Rodrigo le ha enviado:
Siento si esta noche he sido duro contigo. Quiero lo mejor para el equipo, pero sobre todo para ti. Descansa, preciosa.
Lo ha releído una decena de veces. Y se ha emocionado otras tantas. Nunca había vivido con anterioridad lo que está experimentando con él. Un sentimiento tan intenso, tan profundo. Hasta ahora no sabía lo que era querer a alguien de verdad.
No te preocupes. Tenías razón. El partido de mañana es muy importante y debo estar preparada. Ya estoy en la cama y hasta que me duerma pensaré en ti. Un beso.
Sonríe después de enviarle la respuesta. Es feliz. Él la hace feliz.
El único obstáculo que existe entre ambos es… la diferencia de edad. Que se haya enamorado de un chico diez años mayor que ella representa un problema. Especialmente para él, que le ha rogado que todo lo que suceda entre ellos sea un secreto. No está bien que el entrenador del equipo de voleibol salga con una de sus jugadoras menores de edad.
¿Por qué?
Pues porque la gente es así. A Ester le da igual el tema de la edad, pero el mundo juzga y prejuzga sin saber. Por el mero hecho de juzgar. Y no quiere que la directiva del club termine por despedir a Rodrigo o que los padres del resto de las jugadoras se le echen encima. Tampoco está muy segura de la reacción de sus padres si se enteraran de lo que está haciendo su hija. Posiblemente la sacarían del equipo y le pedirían que se olvidara de él.
¡Como si eso fuera tan fácil!
Durante estos dos últimos meses ha comprobado lo que es el amor de verdad. Lo que es desear con todas tus ganas que alguien te llame, te mire, te haga cómplice de un gesto. Cualquier cosa relacionada con él se transforma en un universo maravilloso. En una película de dibujos animados con final feliz. Vive por un beso suyo, por una caricia de sus manos. Y el resto, la mayoría de las veces, ocupa un segundo plano. Salvo su familia y sus amigos: sus cinco amigos del Club de los Incomprendidos.
A ellos no les ha dicho nada. Algunos la entenderían y otros le pedirían que cortara aquello rápidamente, porque opinarían que no va a ninguna parte. Le dirían que ese tío se está aprovechando de ella. Es lo que ha oído otras veces en casos parecidos al suyo.
¿Qué pasa, que porque sólo tiene dieciséis años no sabe lo que hace ni con quién lo hace?
Quien pensara así estaría muy equivocado.
Además, Rodrigo jamás ha intentado nada más allá de lo que Ester ha querido. Pero, después de dos meses de besos, abrazos y todo tipo de carantoñas, el chico ya le ha preguntado si está preparada para dar el siguiente paso. Y eso ni ella misma lo sabe.
Revisa su Tuenti antes de irse a dormir. Como la mayoría de las veces, no tiene ningún comentario. Apenas cuenta con una quincena de amigos, aunque realmente sólo cinco de ellos son de verdad. María ha pensado varias veces en borrar su cuenta, pero se arrepiente de su decisión siempre que coloca el cursor del ratón sobre esa opción.
Apaga el ordenador y resopla. Un día más que transcurre sin que…
En ese instante, llaman a la puerta de su habitación. Los golpes son suaves, casi inaudibles.
—Meri, ¿se puede? —pregunta una voz femenina al otro lado.
La chica se sienta en la cama y da su consentimiento.
En su habitación entra una joven pecosa y con el pelo castaño claro recogido en un moño.
Gadea camina hasta donde está su hermana y se coloca a su lado.
—¿Qué pasa? Creía que estabas durmiendo.
Cuando llegó a casa hace un rato, vio la puerta del dormitorio de Gadea cerrada y la luz apagada.
—No. Sólo estudiaba.
—¿Un sábado por la noche?
—Sí. Es lo que tiene ser universitaria. También estudiamos los sábados por la noche.
María está a punto de decirle que no todos hacen lo que ella. De hecho, hoy ha visto a unos cuantos universitarios que no estaban precisamente estudiando.
—Te esfuerzas demasiado.
—No te creas. La mayor parte del tiempo he estado… distraída. Pensando.
—¿En qué?
—En papá.
Sus palabras están cargadas de tristeza.
—¿Le pasa algo a papá? —pregunta la pelirroja preocupada.
—Bueno, hoy he hablado con él por teléfono. No está bien.
—¿No?
—No. Se encuentra muy solo y… no sé. Nunca lo había visto así de mal.
Hace tres años y unos cuantos meses que los padres de Gadea y María se separaron. Ella se quedó en Madrid con las dos niñas y él se marchó a Barcelona con su hermana Isabel que murió hace unas pocas semanas.
—¿Está todavía afectado por lo de la tía?
—Sí. Se le ha juntado todo. Lo de la tía Isabel y lo de esa mujer con la que salía y que lo dejó hace un mes.
—Es que menuda racha. Pero lo de esa tía se venía venir.
—Ya. Se lo advertimos. Aunque ahora eso ya no sirve de nada.
—Pobre.
—De verdad que nunca lo he visto así de mal —repite Gadea resoplando—. Temo que haga alguna tontería.
—¡Qué dices! ¡La que está diciendo tonterías eres tú!
—Es que dice que no tiene nada por lo que vivir, por lo que luchar, y que nosotras preferimos a mamá. Que no lo queremos tanto como a ella.
—Eso es mentira. ¡Pues claro que lo queremos mucho! —exclama al tiempo que se levanta de la cama—. Fue él el que se marchó cuando se separaron.
—Ya sabes cómo es.
Un cabezota de los grandes. Pero muy buena persona. Una de las mejores que ha conocido. Cuando se divorciaron, ni siquiera discutió la custodia de sus hijas. No quiso tener con su esposa problemas que afectaran a las pequeñas, así que prefirió alejarse y buscarse la vida en otro lugar. Su hermana soltera Isabel le ofreció su casa en Barcelona hasta que consiguiera establecerse por su cuenta. Tardó poco en encontrar un gran trabajo y un pisito pequeño en el que vivir, aunque viajaba a Madrid frecuentemente para visitar a sus hijas.
—¿Y por qué no regresa para estar más cerca de nosotras?
—Eso es imposible, Meri. No puede dejar su trabajo y su casa para empezar otra vez de cero aquí. La crisis se lo llevaría por delante. Pero… —La mirada verde de Gadea se clava en los ojos de su hermana—. Una de nosotras podría irse a vivir con él. Al menos unos meses, hasta que se recupere. Y he pensado que ésa podrías ser tú.
¿Qué? ¿Ha entendido bien? ¿Irse ella a Barcelona? ¿A vivir? ¿Cómo va a hacer eso?
—¿Y por qué yo y no tú?
—Porque he empezado la universidad y ya no es posible encontrar plaza allí. Perdería un año de carrera.
—Pero si me voy yo, perdería un año de instituto.
—No. Ya he mirado algunos centros y puedes matricularte todavía.
—¡No sé nada de catalán!
—Pues… aprendes. No es difícil. Así sabrías otra lengua.
—¡Apréndela tú!
La mayor de las hermanas suspira.
—No quiero dejar a Alex. Si me voy a Barcelona nuestra relación se rompería. Y ya sabes lo enamorada de él que estoy.
Ésa es una buena razón. Y muy comprensible. La pelirroja se sienta otra vez en la cama junto a Gadea. Se miran la una a la otra con sinceridad.
—Y yo tengo aquí a mis amigos. No quiero perderlos.
—No los perderás. Hoy en día hay millones de maneras para mantener una amistad, pero una relación a distancia… es mucho más difícil.
—Uff.
—Papá está mal, cariño. Muy mal. Si no lo hubiera visto así, no te metería en este compromiso tan grande —dice pasándole la mano por la espalda—. Pero no puedo obligarte a que te vayas con él, ya que también tú tienes tu vida aquí. Como yo.
—Es una decisión muy difícil.
—Lo sé, pequeña. Al menos piénsatelo unos días. ¿Vale?
María asiente con la cabeza y hace una mueca de resignación con la boca. Irse de Madrid a Barcelona… supondría dejar todo lo que tiene. No es mucho. Casi nada. Pero ese poquito es muy importante para ella. Sus amigos, el Club… y esa persona, su verdadera razón para seguir adelante. Y aunque ese alguien no comparta sus sentimientos, no se imagina la vida sin su presencia.