Capítulo 17

¿POR qué tiene que ir?

Ella no lo ha pedido. Ni lo cree necesario. Que sus padres se hayan separado no es culpa suya. Ellos son los que tendrían que visitar a un psicólogo.

No habla mucho, ni se relaciona con otros chicos, no porque tenga problemas mentales, sino simplemente porque es tímida y porque prefiere estar sola. ¿Tan difícil es de entender? Por lo visto, sí. Es complicado.

La profesora que se lo ha aconsejado a su madre es una estúpida. La odia.

—Creo que Valeria necesita ayuda —la oyó decir mientras permanecía escondida detrás de la puerta de su despacho durante la conversación que la docente mantuvo con su madre.

—¿Ayuda? ¿Qué tipo de ayuda?

—Apenas habla con nadie. No tiene amigos. Llevamos dos meses de clase y nunca la he visto con ningún chico.

—¿Y eso? ¿A qué puede deberse? Nunca ha sido muy expresiva ni simpática, pero en el colegio en el que estaba antes sí tenía amigos.

O eso es lo que creían ellos. Sus padres estaban más preocupados por otras cosas que por su hija pequeña. No se dieron cuenta de que, poco a poco, la chica se había ido aislando en su propio mundo.

—No lo sé. Puede deberse a varias cosas: el cambio del colegio al instituto, su separación o, simplemente, que no ha cuajado con los compañeros que tiene.

—Vaya.

—Es complicado adentrarse en la mente de una chica de doce años. Está en plena época de cambios.

—¿Y qué me aconsejas? ¿Que la lleve a un psicólogo?

—Podría ser una buena solución. En el centro tenemos uno muy bueno. Si quieres le pido cita y a ver qué tal.

Y, unos días más tarde, allí estaba ella, sentada en la sala de espera de la enfermería del instituto aguardando su turno. Enfadada con todos: con su madre, con su padre, con la profesora y con el psicólogo que había aceptado recibirla. Todavía no lo conocía, pero lo único que sabía ya era que no le caería bien. No se largaba de aquella habitación porque así al menos perdería clase.

—¿Es tu primera vez?

La voz proviene del otro lado de la sala. Pertenece a una chica morena con el pelo largo. Es muy delgada y tiene toda la cara llena de granos. Aunque van al mismo curso, no están en la misma clase. La ha visto alguna que otra vez por los pasillos, pero no sabe ni su nombre. No le apetece responderle y, de nuevo, vuelve a mirar hacia el frente.

—No te preocupes. Daniel es muy majo. No te hará decir nada que tú no quieras decir. Llevo un mes y medio hablando con él todos los miércoles.

¿Y a ella qué le importa? Lo que le faltaba. No tendrá que soportar sólo al loquero, sino también a sus pacientes. ¿Y ahora qué hace esa loca?

La chica de los granos se ha puesto de pie y se ha sentado en el sillón de al lado. Tiene una sonrisa curiosa y unos ojos bastante bonitos. Pero su rostro está tan picado… Durante un momento, Valeria siente lástima por aquella niña.

—No pienso decirle nada a ese tío.

¿Le ha contestado? No era su intención hacerlo. Ahora creerá que son amigas o algo por el estilo. No volverá a pasar.

—Eso decía yo al principio, pero ahora le cuento todo lo que hago. Mis padres me obligaron a venir. Todavía no sé muy bien por qué. Antes iba a otro, pero me han cambiado a éste desde que entré en el instituto. Y estoy muy contenta. Daniel es muy buen tío.

—Me da lo mismo.

¿Otra vez? Aquella tonta la ha vuelto a hacer hablar. ¿Será ayudante del psicólogo? Eso es. Es un señuelo para que se vaya soltando. Pero se acabó. Ésas han sido sus últimas palabras de la mañana.

—Te tengo que presentar a mi amiga Alicia. Te caería bien. Tampoco le gusta Daniel, aunque, como ya te digo, es una gran persona y un gran terapeuta.

Terapeuta, menuda palabreja. Esa jovencita tan extraña le sonríe. Parece que se está divirtiendo. Y, pese a que Valeria no vuelve a decir ni una palabra más, ella continúa hablando y hablando hasta que se abre la puerta de la habitación en la que pasa consulta el psicólogo. Un chico muy bajito y feo, con el que ha visto que los mayores se meten mucho y que responde al nombre de Bruno, sale de allí. Le da la mano a un hombre alto con una bata blanca y sale corriendo de la enfermería.

—Hola, Elísabet, ¿cómo estás?

Así que la chica de los granos se llama Elísabet. Es un nombre bonito, aunque no le pega demasiado.

—Muy bien, Daniel. Deseando hablar contigo.

—Genial. Ése es un magnífico espíritu —comenta el hombre, sonriente. A continuación, mira hacia la otra joven, que presenta una actitud completamente diferente—. Eres Valeria, ¿verdad?

No obtiene respuesta alguna.

—Sí. Se llama Valeria. Va a primero B.

Los ojos de ésta se abren como platos al escuchar a su compañera de sala. ¡Sabe su nombre y su clase! ¿Cómo es posible?

—Fenomenal. Encantado, Valeria —contesta el psicólogo, que mira el reloj de su muñeca—. Hoy me tengo que ir un poco antes. Pero se me ocurre una cosa, ¿por qué no entráis las dos juntas?

—¡Perfecto! —grita Eli contentísima—. ¡Será divertido!

En cambio, el entusiasmo de la otra muchacha no es el mismo. Chasquea la lengua y maldice el día en el que a su profesora se le ocurrió la idea del psicólogo. Aunque, pensándolo bien, si entran las dos a la vez, ella no tendrá que hablar absolutamente nada. Tan sólo oirá las tonterías que suelte aquella niña tan rara y se olvidará de los dos cuando termine la pantomima.

—Está bien. Acabemos rápido con esto.

Y es que, cuanto antes empiece la pesadilla, antes acabará.

No sabía lo equivocada que estaba. Desde aquella mañana Elísabet y ella no sólo compartirían sesión los miércoles por la mañana, sino que se convertirían en grandes amigas.

Nena, ¿dónde te has metido? Raúl me ha rechazado. Me encuentro fatal. Necesito hablar contigo urgentemente. Llámame.

Es el tercer mensaje que Eli le envía a Valeria por el WhatsApp. No ha recibido ninguna respuesta. También la ha llamado, pero no coge el teléfono. ¿Dónde estará? La última vez que la vio fue en la pista de baile de la discoteca, antes del beso. Tal vez haya encontrado algún universitario buenorro y se lo esté pasando bien con él.

Sería muy raro. Ella no se lía con chicos así como así. Su amiga no está con nadie desde hace mucho tiempo. Ha tenido propuestas y proposiciones de varios tíos, pero siempre se ha negado. ¿Habrá cambiado de actitud precisamente esta noche?

El caso es que la echa de menos. Y ahora más que nunca necesita sus palabras de consuelo.

Vuelve a tumbarse en la cama, desencajada. Como si le acabasen de robar el alma. Las palabras de Raúl se repiten una y otra vez, incesantes, en su cabeza.

¿Y si a ella nadie la ve como posible pareja?

En los últimos meses quizá se haya desatado demasiado. Muchos rollos de una noche y ninguna responsabilidad ni compromiso. Pero tiene dieciséis años, es lo normal, ¿no? Seguro que ellos buscaban lo mismo.

Comprueba de nuevo su BlackBerry morada. No hay señales de Valeria. Tampoco su amigo le ha escrito nada. La desesperanza la inunda. Y las ganas de llorar aumentan. Se abraza con fuerza a la almohada y cierra los ojos.

Si se duerme pronto, tal vez mañana al despertar logre escapar del mal sueño que está viviendo ahora mismo.