ESTO no puede ser real. Él camina a su lado, van cogidos de la mano y pasean por las calles de Madrid. Es lo que ella siempre ha soñado. Lo observa de reojo y se ruboriza. Sigue flotando en el cielo, creyendo que en cualquier momento despertará. Valeria le aprieta la mano con fuerza y descubre, una vez más, que todo eso que está pasando es verdad. Que el chico de quien se enamoró hace meses es el que la acompaña ahora mismo.
—Éste es el sitio del que te he hablado, nena —comenta Raúl al tiempo que señala el local que tienen delante de ellos.
Es un pub no demasiado grande. Tampoco hay mucha gente. Es pronto. Luego se llenará como todos los sábados por la noche. La pareja entra y se acomoda en una mesa de la esquina del fondo. Un pequeño beso en los labios antes de que el camarero los atienda. No les pregunta la edad, así que el joven pide un Sex on the beach. Para ella, un San Francisco sin alcohol.
—¿Sex on the beach? ¿Qué lleva?
—Vodka, zumo de naranja, licor de melocotón y granadina.
—Ah.
—Aquí lo hacen muy rico. Te daré un poco para que lo pruebes.
Valeria imagina que habrá llevado a aquel lugar a todas las chicas con las que ha salido. Y, de repente, siente unos terribles celos de ellas. Sin embargo, la que ahora mismo está sentada con él y la que acaba de probar su boca es ella. Eso la hace sentir mejor. Improvisa un nuevo beso, éste más largo que el último, y después lo mira fijamente a sus impresionantes ojos azules. Sonríe.
—¿Estás seguro de esto? —pregunta mientras le roza los dedos por debajo de la mesa.
—¿De qué?
—De qué va a ser. De lo nuestro.
—Claro que no.
—¿No?
—Es imposible estar seguro de nada ahora mismo, Val.
La sonrisa de Valeria desaparece. Aparta su mano de la de él y se pone seria.
—¿Entonces por qué nos besamos y caminamos de la mano?
—Porque me gustas.
—Pero…
—Y yo te gusto a ti, ¿no? —la interrumpe y alcanza otra vez su mano bajo la mesa.
La chica asiente con la cabeza. Su expresión calmada la tranquiliza. Se nota que tiene mucha más experiencia que ella. Quizá le esté pidiendo demasiado. No puede pretender que se enamore desde el minuto uno. Acaban de empezar. ¡Apenas llevan unos minutos saliendo juntos! ¿Salir? Pero ¿están saliendo ya? ¿Desde cuándo se considera que dos personas salen? ¿Desde el primer beso? ¿Desde la primera vez que quedan a solas? ¿Desde que…? Está un poco sobrepasada. Quiere gritar. ¡Todo aquello es una locura! ¡Ha besado a Raúl!
Tiene que serenarse. Cambio de tema. Eso es. Servirá para coger aire y darle a entender que no quiere agobiarlo.
—¿Has venido mucho a este sitio?
—Un par de veces.
—Está muy bien.
—Sí. A mí me gusta mucho.
¿Y ahora? Mira a su alrededor. Está nerviosa. ¿Qué le dice? No lo sabe. ¿Y si mete la pata? No recuerda la última vez que estuvo a solas con un chico de esa forma. En realidad, sí lo recuerda. Recuerda a la perfección las dos veces que vivió algo parecido. Dos ligues con quince años. Dos verdaderos desastres que terminaron el mismo día en el que comenzaron. Y es que, pese a que había logrado vencer su timidez casi por completo, la asignatura de salir con tíos todavía la tenía pendiente. Por eso nunca había tenido novio.
Pero ésta debía ser diferente a cualquier otra cita anterior. Raúl es su amigo desde hace mucho tiempo, se conocen muy bien, y, además, de él sí que está verdaderamente enamorada. No como de los otros, con los que salió por salir. Por experimentar. Por saber lo que se siente al dar un beso. Y es que ya puede asegurar que ninguno de los que había dado hasta ahora le llegaban a la altura de los zapatos a los besos de esa noche.
—¿Hay muchos deberes para el lunes? —pregunta tras un silencio lleno de miradas. Continúa muy tensa.
—¿Cómo?
—Deberes de clase.
—¿Qué deberes?
—Para el lunes. Creo que tenemos que hacer ejercicios de…
Y, de pronto, sus labios. Raúl la silencia con un beso. Valeria, primero sorprendida y luego cautivada, se deja llevar. Cierra los ojos y apoya las manos en los hombros de Raúl. Es una sensación inigualable. Difícil de describir con palabras. Lo mejor que le ha pasado. Hasta que el inoportuno camarero regresa con los cócteles. Los chicos se separan despacio y sonríen.
—Sex on the beach y San Francisco —dice en voz baja mientras coloca las bebidas sobre la mesa.
La pareja da las gracias y contempla cómo se aleja el chico que les ha servido.
—Val, relájate. Esta noche nada de deberes, ni de instituto, ni de nada que no seamos tú y yo. ¿Vale?
—Lo intentaré.
—Bien. Así me gusta —afirma al tiempo que alcanza su copa—. ¿Probamos esto a ver qué tal está?
—Sí.
El joven agita su bebida roja con una pajita y le da un largo sorbo. Valeria hace lo mismo con el San Francisco. Está dulce. Se mancha los labios con el azúcar que baña el cristal, pero Raúl en seguida se encarga de limpiárselos con otro beso; además, traspasa el alcohol de su copa de su boca a la de Valeria. El sabor del vodka penetra ardiente en su garganta y la hace retorcerse.
—¿Qué? ¿Te gusta?
—No está mal. Un poquito fuerte —apunta ella cuando traga por completo el líquido que él le ha dado—. Pero la próxima vez deja que sea yo la que elija cuándo beberlo.
La protesta de Valeria hace reír a Raúl, que la abraza. El achuchón la hace feliz, aunque siente mucho calor en el pecho por el trago de vodka que el chico le ha pasado desde la boca.
—Val, me encantas.
—Menos mal. Si no, no sé qué pinto aquí.
—Me gustas desde que te conocí, ¿lo sabías?
—No.
Claro que no lo sabía. Hasta el momento Raúl no lo había demostrado en absoluto. Eran amigos, lo pasaban bien en el grupo y se sentaban juntos en clase. Pero eso era lo mismo que pasaba con los otros. De hecho, el que hubiera salido con cuatro chicas a lo largo del último año y pico no reflejaba lo que acababa de confesar.
—Lo que pasa es que nunca te había visto como a una posible novia.
—Gracias, hombre.
—¡No te lo tomes a mal! —exclama sonriente, y la vuelve a abrazar tras besarla en la mejilla—. Simplemente es que no sabía que podía sentir por ti algo más que amistad.
—¿Y ahora sientes eso más?
—Más o menos. Digamos que estoy empezando a sentirlo.
Menos es nada. Está muy claro que ella es la parte enamorada de la pareja y él el que necesita tiempo para enamorarse. Debe asumirlo con paciencia.
—Espero no ser una chica transición.
—¿Una chica transición?
—Sí. —Y se lo explica.
Lo leyó una vez en una revista: «Cuando salgas con un tío, asegúrate de que no eres una chica transición. No hay nada peor que ser la novia de un chaval durante el período de tiempo que va desde el final de la relación con su ex al comienzo de la relación con su verdadero amor. Posiblemente, tendrá suficiente confianza contigo como para contarte lo que sucedió con su anterior pareja y te habrá querido antes como amiga. Te dirá que le gustas, pero que necesita tiempo para amarte».
—Lo confieso —dice él muy serio—. Eres mi chica transición.
—¿Qué?
Raúl signe sin pestañear hasta que estalla en una carcajada. Valeria arruga la nariz y se aparta de él bruscamente. ¡Estúpido! Ni lo mira. Le da un sorbo a su San Francisco y se cruza de brazos.
—No te enfades. Era una broma.
—Ya, ya.
—¿Cómo puedes creerte lo que dice una revista de cotilleos?
—Si lo dice será por algo.
—Porque tienen que llenar páginas.
—Si alguien escribe una cosa así es que le habrá pasado alguna vez o conoce a alguien a quien le ha pasado.
El joven mueve la cabeza negativamente.
—Entonces, cuando yo haga películas, todo lo que ruede será porque me ha pasado a mí o porque le ha ocurrido a alguien que conozco, ¿no?
—No lo sé —contesta Valeria tras pensarlo un par de segundos—. Tal vez.
—Pues espero que si hago alguna peli de extraterrestres no pienses que estoy loco o que alguna vez he sido abducido.
Aquel comentario le arranca una media sonrisa a Valeria. Le encantaría que Raúl cumpliera su sueño y consiguiera convertirse en director de cine.
—No cambies de tema —se queja al recordar que se había enfadado—. Me has llamado chica de transición.
—Perdóname.
—Mmm. No sé.
El chico se inclina hacia ella y acerca su rostro al de Valeria. Ésta intenta no mirarlo, pero es imposible. Cae nuevamente en su mirada embrujadora, queda atrapada en ese azul celeste hipnotizador. Un instante después, sus labios vuelven a estar unidos.
—¿Es mi BlackBerry? —pregunta la joven alertada por el ruido que surge de algún sitio cercano.
—¿Qué?
—Eso que suena…
—Yo no oigo nada.
—Espera.
Valeria se disculpa por la interrupción con un piquito suave. Coge su bolso y lo abre. Efectivamente, tiene un mensaje de WhatsApp. Lo lee y arquea las cejas preocupada.
—¿Quién es?
—Eli —responde con la voz quebrada—. Me ha dicho que no se encuentra bien y que quiere hablar conmigo.