LE acaban de devolver la chaqueta en el guardarropa. Ha recibido otro mensaje vía WhatsApp. Raúl la espera fuera, sentado en un banco al lado de la discoteca. Le ha contestado que estará ahí en seguida.
¿Qué querrá decirle? Ha hablado en singular. ¿Y Elísabet? Todo es muy extraño.
—¡Valeria, espera!
Es la voz de César. La chica se vuelve y lo ve acercarse corriendo hacia ella. Se abre paso entre la gente hasta que por fin llega a su altura.
—¿Qué pasa?
—Te has ido tan rápido del reservado que ni siquiera me has dado tu Facebook. Me gustaría seguir en contacto contigo.
—No tengo Facebook —responde sonriente—. Tuenti. ¿Lo quieres?
—Hace tiempo que borré mi cuenta de Tuenti. ¿Y Twitter?
—No lo uso.
—Vaya. ¿Correo electrónico?
—Eso sí. Pero…
No sigue hablando. Se le enrojecen las mejillas a toda velocidad.
—¿No quieres dármelo? —pregunta César ante el silencio de la joven, que ni siquiera lo mira a la cara.
—No es eso. Es que… ¡Bueno, pero no te rías!
—Claro que no me reiré.
—¡No te rías! —repite.
—Ya te he dicho que no lo haré.
—Bien. Es… Valeriaguapetonaesunacampeona, todo junto, arroba, hotmail, punto, com.
Tras un instante de silencio, la carcajada es inevitable. Se ríe tanto que Valeria casi se muere de la vergüenza que está pasando en ese instante. Se tapa la cara con las manos y suelta un quejido.
—Per… perdona —tartamudea el chico, que aún ríe—. Perdóname, por favor.
—¡Dijiste que no te reirías!
—Es que… ese correo es… es… muy gracioso.
—¡Me lo hice con once años! ¿Qué quieres?
—Tenías dotes para la poesía, ¿eh?
Más risas. ¡Dios! En su vida lo ha pasado tan mal como ahora. El fuego que hay prendido en su cara arde cada vez con más intensidad.
—Muy bien. Sigue metiéndote conmigo.
—Perdona, Valeria —se disculpa ya más calmado—. No he podido contenerme. Perdona.
—No pasa nada. Pero que no se repita. Te perdono.
¿Cómo no va a perdonarlo? A él se lo perdonaría todo.
—Ahora que lo pienso… podría haberte pedido directamente tu número de teléfono.
—Es verdad.
—¿Me lo habrías dado?
Una sonrisa le ilumina el rostro. ¡Qué guapo es! Su belleza es diferente a la de Raúl, pero ambos podrían competir por el premio al tío más bueno que ha conocido en todos sus años de vida. ¿Y quiere su teléfono? No puede ser que le haya gustado. Seguro que hay miles de chicas detrás de él. Y mucho mayores que ella y más guapas. Y más todo. No le ha dicho su edad. Pero, si está en tercero de Periodismo, tendrá mínimo veinte o veintiuno. Demasiados para una cría de dieciséis.
—Sí. Claro que te lo habría dado. Así me habría ahorrado la humillación.
—Ha sido divertido.
—Sólo para ti.
—¿Te puedo pedir el número ahora o es demasiado tarde?
No sabe si está ligando con ella, pero, si lo está intentando, es bueno. Si no, también, porque ha conseguido atraerla muchísimo.
—Puedes.
—Valeria, ¿me das tu número de teléfono? —pregunta al tiempo que saca el móvil del bolsillo.
La chica sonríe y se lo da cifra a cifra. César lo apunta. Cuando lo tiene, le hace una llamada perdida para que también ella tenga el de él.
—Debo irme. Mi amigo quiere hablar conmigo.
—¿Volverás?
—No lo sé.
—Bueno, si no te vuelvo a ver esta noche… —Se inclina y le da dos besos—. Te llamaré un día de éstos. O quién sabe si nos encontraremos otra vez en alguna estación de metro.
—Sí. Quién sabe.
Y despidiéndose de él con la mano, sale de la discoteca después de que el portero le selle la mano.
Qué sensación tan extraña. Nunca le había pasado nada parecido con un desconocido. ¿Lo volverá a ver? No estaría nada mal. El joven estudiante de Periodismo ha mejorado una noche que se había convertido en una de las peores de su vida. No está segura de que el interés que ha mostrado hacia ella haya sido del todo real. Quizá nunca más coincidan. O tal vez sí. Pero, gracias a César, ahora camina más animada hacia el banco en el que está sentado Raúl.
Su amigo la ve y se levanta. Valeria se pregunta qué habrá pasado para que ahora esté solo. Es muy raro. ¿Y Elísabet? La última vez que los vio estaban dándose un apasionado beso en la pista de baile.
—¿Dónde te habías metido? Desapareciste de repente.
—Pues estaba dentro de la discoteca.
—Te perdí de vista.
—Normal. Estabas muy ocupado con Eli —responde tratando de ser irónica, de ocultar lo que realmente sintió al verlos besándose—. Por cierto, ¿dónde está?
Raúl hace una mueca con la boca y apoya la mano en el hombro de Valeria.
—¿Damos un paseo y te lo cuento?
—Bien.
A pesar de que sigue triste por lo que ha visto hace un rato y de que tiene pánico a lo que su amigo pueda contarle, siente curiosidad por saber qué ha sucedido entre ellos y dónde está Eli.
—No sé por dónde empezar —comienza a decir Raúl, que se mete las manos en los bolsillos.
Valeria avanza a su lado y lo observa. No puede evitar hacer comparaciones entre César y él. Físicamente son muy distintos, pero si los puntuara ambos pasarían del nueve.
—No sé. Yo me quedé en el momento en el que…
—Nos besamos. ¿No?
—Sí —contesta en voz baja. Esta vez no ha logrado esconder su frustración.
—Lo siento.
—¿Lo sientes? ¿Por qué lo sientes?
—Por dejarte sola. Eli y yo no deberíamos haber… —explica Raúl tras detenerse en medio de la calle—. Ella quería besarme y yo la dejé.
Valeria también se para, algo confusa. No tiene muy claro qué es lo que quiere contarle. Se ha liado con su amiga. Eso ya lo sabe. ¿Y luego? ¿Qué va a pasar con ellos dos? ¿Son novios?
En cambio, lo que Raúl comienza a relatarle es totalmente diferente a lo que ella había supuesto. Boquiabierta, escucha con atención todo lo que ocurrió después del beso: el segundo intento rechazado, la conversación en el banco, los sentimientos de Elísabet y… la respuesta final de Raúl.
—¿Le has dicho que no la veías como pareja?
La chica no sale de su asombro. Le han dado calabazas a su amiga. Durante un instante, se pone en su lugar. Lo tiene que haber pasado fatal.
—Sí. Es que… no sé. Sólo la veo como a una amiga. No siento lo mismo por ella. O eso es lo que creo. Y tampoco tenía ni idea de que ella sintiera algo por mí.
—Yo me he enterado esta tarde.
—¿Lo sabías? —pregunta él sorprendido.
—Más o menos. Pero, como comprenderás, no podía decirte nada.
—Ya. De todas formas, no creo que Eli y yo nos entendiéramos como novios.
—¿Estás seguro? Es una tía genial, os conocéis muy bien y no vas a encontrar a otra más guapa que ella.
Aunque sea su rival, sobre todo es su amiga. Es su obligación defenderla.
—No estoy seguro de nada. Quiero algo con alguien. Algo que no tenga nada que ver con todo lo que he tenido hasta ahora. Algo más serio.
—¿Más serio?
—Sí. Me apetece empezar una relación formal y enamorarme locamente de alguien que se enamore locamente de mí.
Nunca había oído a Raúl hablar así. Parece decidido a encontrar a una chica de la que enamorarse de verdad.
—¿Y no podría ser Eli ese alguien?
—No. No es ella quien está en mi cabeza.
—Pero ¿hay alguien en tu cabeza? —pregunta Valeria desconcertada.
—Creo que sí —confiesa Raúl con una sonrisa dulce.
Una punzada directa al corazón.
—¿La conozco?
—Me parece que sí.
Los latidos se multiplican por mil en el pecho de Valeria cuando Raúl se aproxima más a ella. No puede ser. Aquello que está imaginando no puede ser. Es imposible.
—¿Va a nuestra… clase?
—Aja.
—¿Sí?
—Sí.
Le tiemblan los labios al hablar. Empieza a tener calor. Otra vez los pómulos enrojecidos. Seguro que se le nota muchísimo que está muy tensa.
¿Y si fuera verdad? ¿Y si…?
—¿No vas a decirme su nombre?
—Por supuesto: Valeria.
Al oír su nombre, se produce una explosión de sentimientos en su interior. No es capaz de reaccionar, de soltar las emociones que no le permiten ni sonreír.
—Yo…
—¿Tú…?
Raúl, en cambio, sí sonríe. De una forma divertida. Persigue su mirada esquiva, atrapándola en la suya.
—Yo… Bueno… A mí me gustas desde hace tiempo —confiesa Valeria.
—¿De verdad te gusto? ¿Cuánto?
Mucho. Muchísimo. Lo suficiente como para casarse con él mañana mismo. Sin embargo, no termina de creerse que aquello esté pasando. ¿No es un sueño? Se siente como en una nube. Su cerebro no lo asimila y su corazón hace unos minutos que va tan de prisa que le da miedo sufrir un infarto.
—Esto no es una broma, ¿verdad?
—¿Cómo va a ser una broma?
—No sería la primera que me gastan hoy —dice recordando su «no bautizo» en calimocho y sangría—. Si no es una broma… me encantaría intentarlo contigo.
—¿De verdad? ¿No es una broma?
—No. Lo mío no es ninguna broma.
Los dos se miran, ahora cómplices. Aunque Valeria sigue en la nube de lo increíble, por fin logra sonreír. Raúl la sujeta con una mano por la cintura y con la otra le aparta el pelo de la cara hasta recogérselo detrás de una oreja. Le da un beso en la mejilla y, a continuación, se acerca a su boca.
Sus labios, como dos imanes de distinto polo, se atraen irremediablemente en la noche más triste y más feliz de la vida de Valeria.