Capítulo 13

EL taxi circula a ochenta kilómetros por hora. Aunque, si por ella fuera, pisaría el acelerador hasta subir a doscientos. Y se saltaría todos los semáforos en rojo, que parece que se han puesto de acuerdo para fastidiarla.

¡Elísabet quiere llegar ya a su casa!

Suena la radio dentro del coche. Se trata de una emisora musical que no ha identificado todavía, pero que, por lo escuchado, sólo pone temas melosos. En ausencia de ti, de Laura Pausini, es la tercera canción romántica que oye desde que se subió.

—Perdone, ¿le importaría cambiar la emisora? —pregunta la chica tras asomarse por el hueco que se forma entre los asientos delanteros.

—¿Disculpe?

—La radio. ¿Puede poner otra cosa?

El taxista gruñe algo en voz baja y cumple el deseo de su joven pasajera. Juega con el botoncito del dial hasta que por fin se detiene. Más música: El regalo más grande, de Tiziano Ferro. La cosa va de italianos y de canciones bobaliconas. Eli resopla y se da por vencida. Mueve la cabeza a un lado y a otro y se apoya contra el cristal de la puerta derecha.

—¿Una mala noche?

No esperaba que aquel tipo volviese a dirigirle la palabra. No tiene ganas de conversar con nadie. Y menos con un tío al que no conoce de nada y que podría ser su padre.

—No —responde seca y escueta. Miente.

Saca la BlackBerry de su bolso. Finge que llama a alguien para que el taxista no vuelva a molestarla. Sabe que la está observando por el espejito. Es el truco que utiliza siempre que un tío que no le gusta intenta ligar con ella. En esta ocasión también da resultado. Aquel hombre no dice nada más hasta que llegan al final del trayecto. La joven paga a toda prisa y se baja del coche sin mostrar ningún cuidado al cerrar.

Todas las luces de su casa están apagadas, salvo la de la ventana de la habitación de sus padres. Seguro que no esperaban que regresase tan temprano. Les ocultó que iba a una fiesta de universitarios, pero les explicó que volvería tarde. Bastante tarde. Mira el reloj; apenas son las once y cuarto de la noche.

Saca las llaves del bolso y entra. Grita que ya está en casa y camina de prisa hacia su dormitorio. En la escalera, se topa con su madre, que está anudándose el cinto de la bata.

—¿Ya estás aquí?

—Sí.

—¿Te encuentras bien? Es pronto.

—Estoy algo cansada. Pero todo bien.

—¿Seguro?

—Que sí, mamá.

Simula una sonrisa y le da un beso en la mejilla. La mujer no la cree, pero imagina que tampoco va a contarle lo que le sucede. Eli les habla pocas veces de sus sentimientos. Se ha vuelto muy reservada desde hace un par de años. Apenas saben nada de sus relaciones con los chicos, de novios, o del trato que tiene con sus amigos. Sólo habla cuando quiere hablar. Así que lo mejor es dejar que se vaya a la cama; si necesita algo, ya lo dirá. Le devuelve el beso y le da las buenas noches.

La joven se dirige a su habitación y se encierra en ella. Se quita la chaqueta, la guarda en el armario y se sienta en la cama. Tacones fuera. Se masajea los doloridos pies y se queda mirando hacia ninguna parte, pensativa.

—Estúpido, estúpido, estúpido —corea en voz baja.

Da un manotazo en el colchón y se tumba boca abajo con la cabeza apoyada en la almohada. Tarda un segundo en darse la vuelta. Mira hacia arriba, pero en seguida cierra los ojos y aprieta con fuerza los párpados. Visualiza sus labios, sus palabras… Sus últimas palabras.

No es justo.

Con lo bien que iba todo…

—¿Sabes una cosa? —le susurra al oído—. Me apetece muchísimo besarte.

Raúl se echa hacia atrás y sonríe. Pero no va a dejarlo escapar esta vez. Elísabet bebe un sorbo de su vodka con naranja y vuelve a por el chico. Esta noche tiene que ser suyo. Lo mira a los ojos, esos imponentes ojos azules, y abre las piernas lo justo para que la rodilla de Raúl quepa entre las suyas. Él acepta la oferta y contempla cómo ella se balancea con sensualidad.

Es el momento.

La joven le rodea el cuello con los brazos y acerca su rostro al de él. Lentamente, se pone de puntillas sobre los zapatos de tacón. Su boca se acerca despacio a la de Raúl hasta que ambos se unen en un beso, con la música y las luces de colores como testigos.

Es increíble lo que siente. Cree que jamás ha experimentado algo así. ¿Es su primer beso de amor? Sí. Está muy claro que sí. Y, después de haberlo dado, está segura de que lo que siente por su amigo es algo muy especial. No se trataba de un cuelgue pasajero o un capricho. Le gusta de verdad.

No dura mucho. Unos cuantos segundos. Pero son mágicos. Cuando se separan, ambos sonríen. Pero Elísabet quiere más. Necesita más. Vuelve a por sus labios. Sin embargo, Raúl los aparta y le habla al oído.

—¿Podemos ir a un sitio más tranquilo?

—Claro.

El chico la coge de la mano y juntos salen de la pista de baile. Eli ve un pequeño sofá vacío en una esquina de la discoteca y se lo señala. Es el lugar perfecto para continuar lo que han empezado. En cambio, él declina su proposición y sigue caminando entre el gentío de universitarios.

—Mejor vamos fuera.

—¿Fuera?

—Sí. Aquí dentro casi no nos oímos.

¿Oír? ¿Qué quiere oír? ¡Si no van a hablar! Al menos ahora no. Necesita besarlo. Besarlo muchas veces. Ya hablarán luego de lo que significan esos besos. De su próxima relación. De cómo decirle a los demás que ahora forman una pareja.

Pero los planes de Raúl son otros. Recogen sus chaquetas en el guardarropa y se dirigen a la salida. El portero le pone un sello a cada uno y ambos abandonan el local.

Hace algo más de frío que cuando entraron, aunque se está bien en la calle.

—¿Allí? —pregunta Elísabet, que está algo confusa, refiriéndose a un banquito de madera situado a unos metros de ellos.

—Vale.

La noche cerrada de Madrid está vacía de luna y estrellas. Los dos se sientan en el banco, con una farola que los ilumina como único testigo. La chica no sabe qué decir, sólo quiere saborear los labios de Raúl una vez más. Sin embargo, él toma la palabra.

—¿Por qué me has besado?

—¿Cómo? ¿Que por qué te he besado? —Es lo último que esperaba escuchar de su boca—. ¿Me lo preguntas en serio?

—Sí.

Había entendido bien. ¿Le está pidiendo explicaciones?

—Me apetecía hacerlo. ¿A ti no?

—No ha estado mal.

—¿No te ha gustado? ¿Es que beso mal?

—No, no. Besas muy bien.

Aquélla no era la idea que Elísabet tenía sobre lo que vendría después de su primer beso de amor. Será tonto.

—¿Qué pasa, Raúl? ¿No querías que te besara?

—Pues… si te soy sincero, no busco un rollo de una noche.

—¿Por quién me tomas? ¿Crees que sólo soy una chica de una noche?

Su confusión se transforma en indignación. Aquello ha sido un golpe bajo. Y viniendo de él, le duele de verdad.

—No. No he dicho eso.

—Pues aclara qué es lo que has dicho, porque me estás haciendo sentir fatal.

—Es difícil de explicar, Eli.

—Esfuérzate.

El joven resopla, se pasa la mano por el pelo y busca las palabras adecuadas. No quiere hacerle daño. Aunque va a ser inevitable.

—Digamos que busco algo serio con alguien. Y no me apetece tener más rollos o empezar algo con… —Se detiene un instante. Esto va a doler—. Con chicas con las que sé que no voy a llegar a ninguna parte.

La expresión de Elísabet muestra claramente que sí, que aquello le ha dolido.

—Entiendo.

—¿Sí?

—Sí. Perfectamente —responde muy seria—. El señorito se ha cansado de jugar con niñatas estúpidas y ahora va a empezar a machacar a las amigas que de verdad lo quieren.

—No seas así. No he di…

—¿Qué pasa? ¿Te da miedo empezar algo conmigo? —lo interrumpe alzando la voz.

—¿Qué?

—Yo tampoco quiero un rollo de una noche. Para eso me habría liado con cualquier tío bueno, que había unos cuantos ahí dentro.

—Eli…

—Yo quería algo contigo porque me gustas. Me gustas de verdad, capullo. ¿O es que crees que arriesgaría nuestra amistad por dos besos en una discoteca?

La chica se pone de pie y camina por delante de Raúl, que la observa con amargura.

—Es que yo no… —tartamudea—. Eres una gran chica, una gran amiga…

—¡Venga ya! Corta el rollo…

—Es cierto. Lo que pasa es que…

—No quieres una relación de verdad conmigo. De pareja. Como novios. ¿No?

—No sabía que sentías eso por mí.

—Pues ya lo sabes.

—¿Por qué no me lo has dicho antes?

—Te lo he dicho hoy. Cuando ha llegado el momento —dice con una sonrisa triste—. Después de que hayan pasado unas cuantas semanas desde que dejaste a la gilipollas de Beatriz.

Silencio. La confesión de Elísabet ha sorprendido a Raúl. No se imaginaba que su amiga albergara esos sentimientos. Ahora está confuso, pero, al mismo tiempo, más decidido que antes.

—Lo siento. No creo que tú y yo funcionásemos como pareja.

—Bien. Bien. Bien.

Sonríe nerviosa. Agacha la cabeza y luego la levanta de nuevo para mirarlo con odio. Se mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y resopla. Hay un taxi parado delante de un semáforo en rojo justo enfrente de ellos. Sin decir nada, Elísabet corre hasta el vehículo y se sube en él. Dentro suena Para tu amor, de Juanes. Estúpida canción. No podía ser más inoportuna.