Capítulo 12

ESTE reservado es bastante cómodo. No hay mucho jaleo, la música no suena excesivamente alta y tampoco se ven parejas pasándose de la raya.

—¿Qué quieres beber?

—Una Coca-Cola.

Y esta vez nadie la convencerá de que pida algo más fuerte. Se acabó el alcohol por esta noche.

—Perfecto. Te la traigo en seguida. Espera.

—Espero.

El muchacho se aproxima a la barra privada del reservado de la discoteca y dialoga con una guapa camarera mientras Valeria lo observa sentada en un sofá para dos.

Lo que son las casualidades. ¿Qué probabilidad existía de que el chico que tocaba la guitarra en el metro y ella se encontraran en una fiesta universitaria? Una entre mil millones de billones, como solía decir de pequeña. Y, sin embargo, allí está, esperando a que le lleve su refresco. Aunque, en realidad, tiene muy pocas ganas de continuar en aquella discoteca. Prácticamente ninguna. Él la ha convencido para que se quede un rato. «No hay que despreciar los caprichos del destino». Pero lo único que le apetece a Valeria es irse a casa y tumbarse en su cama a dormir las penas.

Taconea y mueve la cabeza al ritmo de David Guetta y Chris Brown.

A esa hora, Raúl y Eli deben de estar… ¿en el baño? ¿En un sillón de la discoteca? ¿En algún motel de la ciudad? ¡Qué mal! Cuando lo piensa, le entra una angustia tan grande que sólo le apetece llorar. La imagen del beso entre sus dos amigos será muy difícil de olvidar.

—Aquí tienes —le dice el chico cuando le entrega un vaso lleno de Coca-Cola.

—Gracias.

Él ha preferido algo más intenso. Valeria no distingue si es ron o vodka, pero lo acompaña con refresco de naranja. El olor del alcohol le inunda la nariz en cuanto el joven se sienta a su lado.

—Entonces, habíamos quedado en que tú eres Valeria.

—Así es. Y tú César.

—Correcto.

—Y estudias Periodismo. Tercero.

—Efectivamente. ¿Y tú qué haces? —pregunta él intrigado—. No me lo habías dicho, ¿verdad?

—No.

Y ahora, ¿se lo inventa? ¿O le confiesa que aún no ha terminado el instituto? Podría pasar como con la rubia que antes quiso ligarse a Raúl.

—Tienes cara de estudiar…

—Mmm. A ver… sorpréndeme.

—Derecho.

—¿Derecho? ¿Estás seguro?

Menudo ojo que tienen los periodistas de hoy en día. Así están los medios de comunicación. Quizá Derecho fuera la última carrera que ella elegiría.

—Espera. —La observa como quien examina un cuadro de arte abstracto difícil de interpretar—. ¡Odontología!

Quizá la próxima sea Ingeniería de Caminos. Así que decide ser odontóloga por una noche.

—¡Sí! ¡Lo has adivinado!

—Bueno, a la segunda. No está mal.

—No sólo tocas bien la guitarra, sino que tienes un sexto sentido para las profesiones. Enhorabuena.

César sonríe. Y ella también lo hace. Es curioso, pero está más tranquila que cuando lo conoció en el metro. No le impone como antes. Y eso que el chico es increíblemente guapo.

—¿Y en qué curso de odontología estás?

—Primero.

Tampoco iba a ponerse más años de la cuenta. Con que crea que tiene dieciocho, ya está bien.

—Una novata.

—Sí.

—¿Te han gastado muchas novatadas?

—Eh… no. De momento ninguna.

—¿No? ¿Nadie te ha bautizado como universitaria?

—¿Bautizado? —La cosa se complica—. Pues no.

—Bueno, pues entonces me tocará a mí hacerlo. No puedo estar sentado con una novata sin que esté bautizada.

¡Dios! ¿En qué lío se ha metido? ¿Qué va a hacerle?

La chica no sabe dónde posar su mirada. No basta con que su amiga se esté liando con el chico que ama, sino que ahora la quieren bautizar. ¡Si ella se llama Valeria, ya está bautizada!

—No me metas miedo. ¿Qué es eso?

—¿Bautizar a una novata?

—Sí.

—¿No lo sabes?

—¡No!

—Pues consiste en meter la cabeza de una estudiante de primer año en un cuenco lleno de calimocho o sangría durante cinco segundos.

—¿Qué? ¿Me lo dices en serio?

No puede ser verdad. Pero César no tiene cara de estarle gastando ninguna broma. ¡Madre mía! El solo hecho de pensar lo que podrían hacerle a sus mechitas rubias la pone nerviosísima.

—Pero es mejor que te bautice yo, que ya me conoces y estoy bastante sereno, a que lo haga uno de mis amigos, que llevan bebiendo cerveza desde la seis de la tarde. ¿No?

¡Los tíos de la gorra con su cuenta de Twitter inscrita! Pues sí, si lo hicieran ellos sería peor. Mucho peor. Igual moría ahogada en un barreño de calimocho. De todas maneras, aunque el encargado de hacerlo sea ese periodista guapísimo, no le hace ninguna gracia.

—¿Y no podríamos dejarlo para otro día?

—No.

—Pero es que…

—¿Qué clase de veterano sería yo si dejara sin bautizar a una novata en una de nuestras fiestas?

—Venga, César. No seas malo.

Le tiembla el cuerpo. El joven se levanta del sofá muy serio. Le da un trago a su copa y le guiña un ojo.

—Voy a decirle a Tania que lo prepare todo. Ella me ayudará —explica al tiempo que señala a la camarera con la que hablaba antes.

—Por favor, que luego tengo que ir a mi casa. ¿Qué le digo a mi madre?

—Pues la verdad. Que un veterano te ha bautizado. Ella lo comprenderá.

—Pero ¿cómo va a entender eso mi madre?

—Si ha sido universitaria seguro que también pasó por lo mismo.

Aquello es de locos. Su madre estudió magisterio. ¡Pero nunca le contó nada de que la bañaran en sangría! ¿Eso no es ilegal? ¿No está penado por algún Código Civil o algo por el estilo? Si fuera estudiante de Derecho lo sabría. ¡Mierda! Joder. No quiere que le mojen el pelo. ¡Es su pelo! ¡Son sus mechitas! ¡Pues no! ¡No lo va a permitir! ¡Por muy bueno que esté el tío que quiere hacerlo!

—Me voy.

Valeria se arrastra por el sofá y también se pone de pie.

—¿Cómo que te vas?

—No voy a dejar que me empapes de calimocho o de sangría así por las buenas.

—Pero es una costumbre universitaria…

—Me da lo mismo. Paso.

—Pero…

En ese instante, César sonríe y se interpone en su camino con los brazos abiertos.

—Déjame pasar.

—¿Y si no lo hago?

—Gritaré. O te soltaré una patada. Te advierto que he hecho cuatro años de karate.

Otra mentira. Pero qué importa ya si lo que dice es verdad o no lo es. ¡Quiere salir de aquella discoteca inmediatamente!

—Y yo te advierto que si intentas darme una patada tendrás problemas con tu falda.

—Me da lo mismo.

La chica intenta esquivarlo por su derecha, pero el joven se lo impide sin perder ni un instante la sonrisa. Valeria lo intenta ahora por la izquierda. Nada. Él sigue en medio. Resopla y lo mira a los ojos. A esos preciosos ojazos verdes. Pero ahora mismo los odia, tanto a ellos como a su dueño. ¿Es que no quedan tíos normales en todo el país?

—¿Te das por vencida?

—¡No!

Valeria coge carrera y se impulsa con fuerza contra el músico del metro. Es tanta la energía que utiliza en su embiste que tira a César al suelo. ¿Libre? Lo estaría si ella no hubiera caído justo encima de él. Uno sobre el otro, se miran cara a cara. Hay escasos centímetros de distancia entre ambos. Él sonríe, ella tiene ganas de llorar.

—¿Por qué me has mentido, Valeria?

—¿Cómo?

—No estudias Odontología. Ni Derecho. Ni siquiera vas a la universidad.

—¿Qué…? ¿Cómo…? ¿Cómo sabes tú eso?

El chico se echa a un lado y consigue ponerse de pie. Luego, ayuda a levantarse a Valeria, que no sale de su asombro.

—Tania me lo ha dicho mientras pedía las bebidas. Es la novia de quien os ha facilitado los carnés falsos.

—¡Joder! ¿La camarera es la novia del timador?

—¡Cuidado con lo que dices de uno de mis compañeros de piso!

—¿Qué? ¿También es tu compañero de piso?

—Claro. Yo toco en el metro, él hace algún que otro chanchullo para ganarse algún dinero… Pero es buen tío.

—Es un timador.

—Tú también has querido engañarme…

Touché. Ahí tiene razón. Y quizá no habría debido hacerlo.

Los dos regresan al sofá en el que estaban antes de que Valeria quisiera marcharse.

—Perdona. No sabía cuál sería tu reacción si te enterabas de que tengo dieciséis años.

—¿Mi reacción? Habría sido la misma que al decirme que estudiabas Odontología. Sólo que te habrías ahorrado lo del bautizo.

—¿Cómo? ¡Era mentira! —exclama la chica tras abrir mucho los ojos y llevarse las manos a la cabeza.

—Claro que era mentira. Pero merecías un escarmiento.

—Joder. Te has pasado.

—No haber intentado engañarme.

Ese guapo muchacho de melenita castaña se la ha colado bien. Y él que parecía tan bueno e inocente… Pero ahora… le gusta más. Incluso durante un rato se ha olvidado de Raúl y Eli.

—¿En paz? —pregunta Valeria sonriente al tiempo que propone que se den la mano.

—En paz. Y sin más mentiras.

—Sin más mentiras.

Y ambos estrechan las manos. Los dos se quedan en silencio. Mirándose. Es demasiado guapo para existir de verdad.

En ese instante, una vibración sacude su bolso. La chica despierta del sueño en el que se encontraba y lo abre. Tiene un mensaje de Raúl en su BlackBerry rosa.

Val, ¿dónde estás? Tengo que hablar contigo ahora mismo. Estoy en la puerta de la discoteca. Ven.

Lo lee una vez más. ¿Y esto a qué viene? ¿No debería de estar dándose el lote con Eli? No comprende nada. Ya le vale. Sin embargo, Valeria no puede evitar acudir a su llamada. Se levanta, le pide disculpas a César y abandona el reservado.

Puede que lo que va a escuchar dentro de unos minutos le haga más daño, pero necesita saber qué es lo que quiere Raúl.