—DIME que lo que estoy viendo no es verdad —susurra Elísabet, apretando los puños.
—No sé qué es lo que estás viendo.
—¡Aquello!
Su voz alterada es una mezcla de incredulidad, sorpresa, indignación y ganas de asesinar.
—Está muy oscuro…
—¡Otra vez con que está muy oscuro! ¡En la barra, nena! ¡Allí! —Coge a Valeria por los hombros y la hace volverse hacia el lugar donde está señalando—. ¡Raúl!
—¿Dónde está…?
—¡Ostras, nena! ¡Lo tuyo es muy fuerte! —grita Eli enloquecida—. ¡Con la zorra rubia esa!
—¿Una zorra rubia?… ¡Ah!
¡Ya lo ve! Está sentado en un taburete junto a una de las barras de la discoteca. Una chica de pelo largo y rizado, y de pronunciadísimo escote, está frente a él. Demasiado cerca. Pasea un dedo por su pecho arriba y abajo, recorriendo su camisa azul. Incluso da la impresión de que le ha desabrochado algún botón.
—¡Qué cara más dura! ¿Eso ha estado haciendo mientras lo esperábamos?
Ella quería el Twitter del rapado de la gorra, pero Valeria evita soltarle ese detalle para no enfadarla más. El caso es que aquella universitaria buenorra le está tirando los trastos a su amigo. Lo que faltaba. ¡Ya no sólo tiene a Elísabet como rival! Una tía que podría ser portada de Playboy también se ha interpuesto en su camino. ¡La noche se complica por momentos!
—¿Qué hacemos?
—¿Cómo que qué hacemos? ¡Ir a por él!
—¿No molestaremos?
—¡Claro que molestaremos! ¡De eso se trata!
Ahora la que agarra de la mano a la otra es Eli, que tira de su amiga y la arrastra nuevamente por toda la pista de baile. Van tropezando con unos y con otros, pero eso no es impedimento para ellas. La fe mueve montañas. Y la furia las arrasa.
—¡Imaginaba que una fiesta universitaria sería movidita, pero no tanto! ¡Y eso que no llevamos aquí ni media hora!
Pero la morena del vestido negro y ceñido no oye nada de lo que le dice Valeria. Sólo tiene un objetivo entre ceja y ceja: llegar hasta Raúl y la zorra rubia escotada para poner las cosas en su sitio.
Misión cumplida. Tras varios empujones, codazos y algún que otro insulto, las dos amigas consiguen su propósito. La mirada de Eli se enfrenta a la del joven. Sonrisa irónica entre dientes y brazos en jarra:
—¿Y mi vodka con naranja? —pregunta fingiendo estar calmada—. ¡Ah… hola! ¿Qué tal? Soy Elísabet, encantada.
La chica sujeta con fuerza el cuello de la rubia, apretando sus dedos con rabia, y le da dos besos. La universitaria se queja al sentir las uñas de aquella loca desconocida.
—¡Tía! ¡Me haces daño! —grita, apartándose de ella—. ¿De qué vas?
—¡Perdona! —exclama; en seguida, ocupa el lugar que tenía antes la rubia, delante de su amigo. Se anuda al brazo del chico y lo mira sonriente—. ¿Qué has hecho con mi copa?
—Aquí está —indica el joven con tranquilidad.
Se vuelve y alcanza dos vasos de tubo llenos de hielo y líquido naranja. Le entrega uno a Eli y otro a Valeria.
—¿Estas dos son amigas tuyas?
—Más que eso —se anticipa a contestar Elísabet—. Somos sus compañeras de instituto.
—¿De instituto? ¿Vas al instituto?
El muchacho se encoge de hombros y asiente con la cabeza.
La rubia contempla con odio a Raúl. Lo llama niñato y se aleja de ellos todo lo rápido que le permiten sus plataformas.
—Menudas amigas te buscas —protesta Eli mientras ocupa el taburete de al lado—. ¿No las había más… operadas?
—¿Operadas? Yo creo que eran naturales.
—¡Venga ya! ¿Las has tocado?
—Esto…
Los ojos de Elísabet se abren de golpe. Luego los cierra de la misma manera y, de un trago, se bebe media copa. Valeria la observa atónita. Da un sorbito a su vodka con naranja y sonríe a Raúl.
—¿Dónde os habíais metido? Llevaba un rato esperando.
—Hemos ido al baño. Es que cuesta muchísimo cruzar la pista para llegar a ellos.
—Te iba a mandar un mensaje a la BB, pero imaginé que no lo oirías con tanto ruido.
Y le sonríe. ¡Qué guapo es! Y cuánto lo quiere. Ella sí que lo ama de verdad, y no su amiga que ahora… ¡se bebe de un trago la otra media copa! Aquello terminará mal.
El cambio que ha experimentado Raúl a lo largo del último año y pico ha sido espectacular. Cuando lo conoció no era feo. Un chico normal. Monillo. Pero estaba sin formar. Demasiado delgado, sin ninguna musculatura. Era como si a una tabla de planchar le hubieran puesto brazos y piernas. Sin embargo, cuando comenzaron cuarto de la ESO, después de todo un verano sin verse… ¡Guau! ¿Se trataba del mismo chico?
Fue al gimnasio durante aquellos meses. Se le ensanchó la espalda y se le desarrollaron los bíceps. Desaparecieron los granitos y se le embelleció el rostro. Ya no era aquel muchacho aniñado y frágil, sino un atractivo y apuesto adolescente de dieciséis años. Se transformó en un bellezón y las chicas comenzaron a interesarse por él. Así, al mes de empezar el curso, ya se había echado novia, aunque su mayor pasión seguía siendo el club que él mismo había creado junto a sus amigos los incomprendidos.
—¡Chicos! ¡Quiero bailar! —grita Eli saltando del taburete—. ¡Vamos!
¿Otra vez para la pista de baile?
A Valeria, que habría preferido pasar un rato tranquila charlando con Raúl mientras su amiga se emborrachaba, no le gusta la idea.
Sosteniendo en equilibrio su segundo vodka con naranja, Elísabet se dirige a la zona de baile, moviendo insinuantemente todo su cuerpo.
—No podemos dejarla sola —indica sonriente el chico—. ¿Un bailecito, nena?
—Qué remedio.
Los dos se dan prisa por alcanzarla. Suena a todo volumen Live Tonight, de Basto.
Eli se detiene en el centro de la pista y busca a sus amigos con la mirada. Cuando los ve llegar, sonríe y comienza a bailar alzando los brazos y contoneando las caderas. Raúl se coloca a su lado y la agarra por la cintura. Los dos se mueven con sensualidad al ritmo de la melodía mientras Valeria los contempla resignada. También baila, pero lo hace de forma mucho más discreta. Suspira. No puede apartar la mirada de ellos. Harán muy buena pareja. Ahora sí que Elísabet ha iniciado el ataque final. Coloca las manos alrededor del cuello del chico y le acerca la boca a la mejilla. Parece susurrarle algo al oído. Raúl se echa hacia atrás y ríe. Pero Eli no va a dejarlo escapar. Después de darle un trago a su copa, vuelve a aproximarse a él y logra que la rodilla de Raúl se introduzca entre sus piernas. Mirándolo a los ojos, provocativa, se balancea. Vuelve a colocar las manos en torno a su cuello y persigue los labios de él con los suyos. Hasta que por fin… sucede.
Un beso.
Ese beso que llevaba persiguiendo toda la noche y que deseaba como ninguna otra cosa en el mundo.
Un escalofrío sacude el cuerpo de Valeria. Es más que eso. Su mente se bloquea, el pecho se le contrae y de repente siente unas inmensas ganas de llorar. ¡Dios! Traga saliva y mira hacia otro lado, pero es inútil. La angustia se apodera de ella. Necesita salir de allí. Joder, ¡lo necesita de verdad!
La música sigue sonando, atronadora, en aquella maldita discoteca. Da un paso hacia atrás, y otro. Y otro. Se tambalea. Las luces de colores parpadean en la oscuridad. Tropieza y el vaso de tubo con el vodka con naranja cae al suelo. De rebote, le tira la copa a un tío que se queja y la insulta. Qué más da. Ese cretino no puede comprender cómo se siente ahora. Se quiere morir. ¿Cómo ha podido ser tan tonta? Pero si ya lo sabía. Si sabía que aquello iba a pasar. ¡Qué estúpida! Debería haberse ido con los otros. Tuvo su oportunidad. La oportunidad de no presenciar lo que adivinó desde el mismo momento en el que Eli le contó lo que sentía por Raúl. ¿Cómo iba a resistirse nadie a una chica como ella? Joder, si es que hacen una pareja genial.
Por fin, la ansiada salida de aquel laberinto humano. Respira profundamente. No quiere mirar hacia la pista de baile. Ellos… ¿Por qué todo es tan injusto? ¿Por qué su amiga se ha fijado en él? ¡Ese beso tenía que haber sido con ella! ¡Joder! Se pasa la mano por los ojos y se da cuenta de que están mojados. ¡Idiota, no llores!
—¿Hola? ¿Eres… tú?
¿Es a ella? Alguien habla a su espalda. Le suena la voz. No se vuelve hasta que siente una mano sobre el hombro. Entonces sí se da la vuelta.
No puede creerlo. ¡Él!
—Hola…
Y observa su bonita sonrisa. Esos dientes perfectos blanquísimos. Ya no lleva el sombrero de antes. Ni la guitarra. Pero sigue estando buenísimo.
El chico que tocaba en el metro se agacha y contempla sus ojos manchados.
—¿Estás bien?
—Sí.
—Se te ha corrido el rímel —indica sonriendo—. Espera.
Saca un pañuelo de papel de un bolsillo de su pantalón y, con delicadeza, recorre el hilo de pintura del rostro de Valeria. Luego, se lo entrega para que ella termine de limpiarse la cara.
—¿Qué haces aquí? —le pregunta confusa.
—Mi facultad es la que organiza la fiesta.
—¿Qué? ¿Estudias en la universidad?
—Claro. ¿Qué pensabas?
Pues algo así como que tocaba y cantaba en el metro para poder comer y que su casa estaba hecha de cartones y plásticos.
—Nada. No pensaba nada.
—Seguro que creías que era un mendigo y que vivía en las vías de la línea tres.
—No.
—¿No?
—Claro que no, hombre.
Y se le escapa una sonrisilla. ¿Por qué? No tiene motivos. Aunque la presencia de aquel chico, de alguna extraña manera, la anima.
—¿Y tú qué haces aquí?
Ésa es una buena pregunta. ¿Qué demonios está haciendo ella allí? No sabe la respuesta. Sólo sabe que el chico del que está enamorada y su mejor amiga se están liando ahora mismo a sólo unos metros de ella. Eso y que aquel joven de larga melena tiene la sonrisa más increíble que ha visto nunca.