—¡ES hora de tomar algo! Voy a pedir una copa, ¿qué queréis vosotras?
—Yo… un vodka con naranja.
—Y yo una Coca-Cola. Gracias.
Eli y Raúl miran a Valeria extrañados. Como quien no entiende un chiste.
—Vamos, nena. Estamos aquí, en una superfiesta llena de tíos universitarios, un sábado por la noche, y ¿te pides una Coca-Cola? ¡Por Dios! ¡Lánzate!
Quizá su amiga tiene razón. Además, necesitará un extra para soportar lo que se le viene encima. Desde que han entrado en la discoteca, Elísabet no ha parado de intentar llamar la atención de Raúl. Una mirada seductora, un baile sensual frente a él, un guiñito de ojo… Aunque, de momento, él se ha limitado a sonreír y no le ha seguido el juego. ¿Cuánto tiempo tardará en caer?
—Otro vodka con naranja para mí.
—¡Muy bien! ¡Marchando!
El chico se aleja hacia la zona de las bebidas. Tienen una hora de barra libre para beber lo que quieran. Luego, habrá que pagar por cada consumición. Si es que se mantienen en pie.
—¿Has visto eso?
Eli señala a un grupo de jóvenes que están apiñados montando jaleo en una esquina de la discoteca. Hacen un concurso para ver quién es capaz de tomarse una jarra entera de cerveza de golpe. Aunque alguno de ellos ya se ha deshecho de la camiseta, todos llevan una gorra de diferentes colores.
—¿Qué pone en sus gorras? No consigo verlo.
—¿No lo ves? ¡Nena, necesitas un oculista!
Valeria hace otro intento por vislumbrar la inscripción impresa en la tela de las gorras de aquellos chicos. Pero no logra distinguir nada.
—Ni idea. Está muy oscuro.
—¡Tú que ya vas ciega! ¡Y eso que todavía no has bebido nada! ¡Miope!
—¡No soy miope! ¡Tengo la vista perfectamente! —protesta Valeria acalorándose—. ¿Me dices ya qué es lo que pone?
—Su dirección de Twitter.
—¡Venga ya! ¿De verdad?
—De verdad.
—¡Qué locos!
Aunque es una idea genial para ligar. Tendría que habérsele ocurrido cuando era tan tímida que no podía cruzar una palabra con ningún chico. Claro que, por aquel entonces, ni siquiera tenía Twitter, y ahora casi no lo usa.
—¿Te has fijado en el rapado?
—Pues no.
—¡Está buenísimo! ¿De qué facultad será?
—Ni idea.
Ni quiere saberlo. Y no comprende la actitud de su amiga. ¿No le está tirando los tejos a Raúl? ¿A qué viene ahora lo de interesarse por aquel tío que no conoce de nada y que podría sacarle cinco o seis años perfectamente?
En ese instante, uno de los chicos de la gorra se da cuenta de que aquellas dos atractivas jovencitas los están mirando. Muy alterado, exclama algo ininteligible y avisa al resto.
—Nos miran.
—¿Cómo?
—Que nos están mirando.
—No me lo puedo creer —dice Valeria; a continuación, se tapa los ojos con la mano derecha—. ¡Deja de mirarlos tú!
—¡Joder! ¡Vienen hacia nosotras!
—No.
—¡Sí!
—Noooo.
—¡Síííí!
—¿Qué hacemos?
—Conocerlos. ¿Qué si no?
—Ni hablar. ¡Corre!
Valeria agarra a Eli de la mano y tira de ella con todas sus fuerzas. Atraviesan el enjambre de gente que abarrota la pista de baile y llegan al pasillo donde están los baños de chicas. Entran en el único que está libre y se encierran dentro.
—Pero ¿qué te pasa? ¿Estás tonta? —la regaña Elísabet, que no comprende nada.
—Te he salvado la vida. No te quejes.
—¿Qué? Nena, tú desvarías.
—Un montón de tíos borrachos venía como una manada de búfalos hacia nosotras a saber con qué intenciones. ¿Qué pretendías? ¿Darles tu Twitter?
—Pues no sé, pero igual me habría apuntado el de alguno de ellos. Sobre todo el del rapado, ese que estaba tan bueno.
—Tú sí que pareces haber bebido.
Pero entonces Elísabet cae en la cuenta de que se han olvidado de algo. De alguien, más bien.
—Hablando de bebidas, hemos dejado tirado a Raúl.
—No creo que se pierda.
—Seguro que está ligando por ahí.
—No creo. Estas chicas son mayores para él.
—¿Desde cuándo le importa eso?
—Venga, no seas paranoica. Seguro que está buscándonos con las tres copas en la mano. Pobrecillo.
Eli resopla y se sienta sobre la tapa del váter. Se coloca las manos en la barbilla y se inclina levemente sobre sí misma.
—Nena, no veo a Raúl muy receptivo conmigo —confiesa, sorprendiendo a Valeria, que la observa atentamente.
—¿Por qué dices eso? ¡Si no paráis de tontear!
—Ya. Pero no es suficiente.
—No te entiendo.
—No estoy segura de que quiera algo conmigo. Llevo insinuándome todo el tiempo y nada. Incluso… le he puesto la mano en el paquete en el metro —dice en voz baja, sonrojándose—. Pero poco, ¿eh? No te vayas a pensar que… sólo un poquito.
Aquello no tiene nombre. Bueno, sí, ¡acoso! No hay otra forma de llamarlo. Que una chica le ponga la mano ahí a un chico es… un acto de desesperación total.
—Prefiero no comentar la jugada.
—Mejor.
—Cómo se te ocurre… ahí… y… es que…
—¡No comentes nada! —grita Eli, levantándose. Se cruza de brazos y se apoya contra la pared del baño—. No le gusto.
—¿Cómo no vas a gustarle?
—Yo qué sé. No le gusto y punto.
—Bueno…
—Lo amo.
—¿Qué dices? ¿Que lo amas?
—Sí. Lo amo. Lo sé. Me voy dando cuenta cada minuto que paso con él. Lo amo, nena.
Esto es de locos. Una situación de lo más surrealista: ellas dos encerradas en el baño de una discoteca porque una plaga de tíos borrachos sin camiseta las perseguía, y hablando de Raúl, el chico del que Valeria lleva enamorada tantos y tantos meses en silencio. Pero la conversación no sale por ella, sino porque su amiga, la tía más buena que conoce, se ha encaprichado de él y dice que lo ama.
—«Amar» es una palabra muy fuerte.
—Y no la diría si no la sintiera.
—Ya.
Los preciosos ojos de Eli, perfectamente pintados, se empañan cuando mira a su amiga. No puede ser. Suspira y, sonriendo, la abraza.
—Gracias —dice la chica morena cuando se separan—. Lo necesitaba.
—De nada. Para eso estamos.
—No sé qué haría sin una amiga como tú.
—Te comprarías un perrito.
—Tonta.
Y, tras darle una palmada en la falda vaquera, hace un gesto para invitarla a salir de aquel cubículo.
—Vale. Pero, si ves a los de la gorra, ni los mires. ¿De acuerdo?
—Parecían majos.
—¿De acuerdo?
—Vaaaaaale. De acuerdo.
—Bien. Vamos, entonces.
Después de echar una ojeada para cerciorarse de que los chicos de las gorras no andan cerca, Eli y Valeria salen del cuarto de baño de chicas.
De aquellos tipos no volverán a saber nada en toda la noche. Sin embargo, cerca de ellas, junto a una de las barras de la discoteca, alguien no ha perdido el tiempo.