DURANTE el recreo, recorre cabizbajo la parte de atrás del instituto, como cada mañana desde hace varias semanas. Normalmente, allí no hay nadie a esa hora. Sólo hay árboles viejos que, en los días que sopla el viento, dejan que éste meza sus ramas. Por eso le gusta ir a esa zona y sentarse solo en la escalera del pórtico trasero. Suele recostarse sobre sus rodillas y se esfuerza por no pensar en nada. Aunque es difícil aislarse de todo después de lo que sucedió hace unos meses. Aquel maldito mes de octubre.
—Oye, tú. ¡Ven aquí!
Raúl mira a un lado y a otro. ¿Lo están llamando a él?
Eso parece. Hoy han invadido su espacio. Y no precisamente gente que le agrade. Se trata de un grupo formado por cuatro chicos de su clase. Junto a ellos hay una niña con gafas que da la impresión de sentirse bastante asustada.
—¿No has oído a mi amigo David, rarito? Te ha dicho que vengas.
El chico que interviene ahora es Raimundo Sánchez, el delegado de la clase. No le cae demasiado bien. Pero es alto, fuerte, rubio y les encanta a todas. Sin embargo, en lo que se refiere a neuronas, anda un poco justo.
—¿Qué queréis?
—¡Anda! ¡Pero si habla! —grita el que se ha dirigido a él en primer lugar—. Y nosotros que creíamos que te habías quedado mudo…
—Ven aquí. Queremos que nos ayudes con una cosa —insiste Raimundo.
Raúl no busca problemas con nadie, y menos con esos tipejos, pero sabe que si se acerca a ellos los tendrá. Sin embargo, ¿qué puede hacer? De todas formas no lo van a dejar tranquilo. Lentamente, camina hasta donde se encuentran los otros. Cuando llega, observa detenidamente a la niña. Es pelirroja, no muy guapa, y lleva el pelo cortado como un chico. Cree que se llama María y que va a un curso por debajo de él.
—¿Qué? —Procura aparentar calma, aunque los nervios lo comen por dentro. Aquello le da mala espina.
—A ver, chaval. ¿Has besado alguna vez a una chica?
La pregunta del delegado de su clase lo coge totalmente desprevenido. ¿Y eso a qué viene? No responde de inmediato. La realidad es que, a sus quince años, nunca ha besado a nadie. Tampoco ha tenido oportunidad de hacerlo, porque hasta el momento no ha salido con nadie.
—Verás. Es que hemos hecho una apuesta —comienza a explicarle un tercer chico, moreno y algo más bajo que los otros dos, que lleva un pendiente en la oreja izquierda. Se llama Manu y es uno de los guaperas del curso—. Nosotros tres ya nos hemos enrollado con varias tías. Lo normal. Pero aquí nuestro amigo Rafa todavía no se ha estrenado.
Y señala con sorna al cuarto miembro del grupo, un chaval gordo y feo, con el pelo rizado.
—¿Y a mí qué me importa? —responde sin comprender lo que pretenden.
—Eh, rarito. No te alteres. ¿O quieres cobrar?
Raúl no reacciona ante la amenaza de Raimundo, que se ha puesto muy serio.
—Bueno. La apuesta consiste… —continúa diciendo Manu— en que Rafa tendrá que hacer cien abdominales si tú te lías con una tía antes que él.
—Sois unos cabrones —escupe el gordo mientras mueve la cabeza de un lado para otro.
—Y como sabemos que a ti lo que te gustan son los tíos, nos imaginamos que nunca has besado a una chica.
—No cuentan familiares —apostilla David.
—Aunque tampoco creemos que hayas estado con ningún tío. Vas siempre solo. Seguro que no te quieren ni tus padres. Eres el marginal del instituto.
Las palabras de aquellos muchachos hieren a Raúl. Le gustan las chicas, no es homosexual. Y si lo fuera, sería asunto suyo. Lo que más le duele es que aquel estúpido lo haya llamado marginal y se haya referido a sus padres. ¿No sabe lo que pasó hace cinco meses? ¿O lo ha hecho a propósito?
La pelirroja del pelo corto sí que lo sabe. Se enteró de que aquel chico nuevo del curso siguiente al suyo perdió a su padre por culpa de un accidente de tráfico. Incluso estuvo varios meses sin ir a clase.
—Sois unos capullos. No os atreváis nunca más a mencionar a mi padre.
—¿Qué te pasa, niñato? No nos hables así.
Raimundo, que es el que parece que tiene más ganas de bronca, lo agarra del jersey y amaga con golpearlo con el puño cerrado.
—Para, Rai —le ruega el chaval del pendiente mientras aparta el brazo de su amigo.
—Sí, no le pegues o nos quedaremos sin ver al gordo hacer ejercicio —comenta David burlón.
El delegado de clase hace caso a lo que le dicen sus compañeros y suelta a Raúl. Se peina con las manos el cabello rubio y se apoya en una pared al tiempo que maldice la osadía de aquel marginado por enfrentarse a él.
—Venga, vamos al grano, que se termina el recreo —sugiere Manuel, que es quien toma ahora la voz cantante—. Queremos que beses a esta chica. Así Rafa perderá la apuesta y tendrá que pagarla haciendo abdominales.
—Eso no es justo —señala el aludido.
—¿Cómo que no? No pusiste condiciones, gordo. La apuesta consistía en que tú te enrollarías con una tía antes que el rarito. ¿No decías que eso estaba chupado?
María y Raúl se miran el uno al otro. En menudo lío los han metido. ¿Y ahora cómo salen de ésta?
—No voy a besarla —repone valiente el chico.
—¿Cómo que no? Por supuesto que sí.
Raimundo se abalanza sobre él y logra inmovilizarlo con la ayuda de Manu, que le sujeta las manos detrás de la espalda. Por otra parte, David agarra de los hombros a la joven de las gafas y la empuja hacia Raúl. Está muy asustada. Ella tampoco ha besado nunca a nadie.
—¡Bésala! —grita uno de ellos.
—¡No! ¡Dejadnos en paz!
—¡Bésala y os podréis ir!
—¡Sois unos gilipollas! ¡Olvidaos de nosotros!
Las quejas del muchacho son inútiles. María y él están cada vez más cerca. Sólo es un beso y después los soltarán. Pero es su primer beso, y no quiere recordarlo de esa manera. Además, aquella chica… pobre. Le da mucha pena. Está temblando.
¡Cobardes!
—Rarito, dale un beso en la boca ahora mismo a la pelirroja.
—¡No! ¡Soltadnos de una vez!
—Si en realidad os estamos haciendo un favor. Si no es por nosotros, ninguno de los dos os comeríais una rosca en la vida.
El rostro de Raúl está apenas a unos milímetros del de María. Está tan cerca que siente su respiración agitada. Una lágrima asoma bajo las lentes de la chica, que no puede soportarlo más. Cierra los ojos y une sus labios a los del joven. Éste, sorprendido, también los cierra y responde al beso.
—¡Muy bien! ¡Así, así! ¡Comeos toda la boca!
—¡Qué máquina el margi! ¡Y parecía tonto!
Los tres animan a la pareja sin cesar, aullando a gritos y haciendo todo tipo de gestos obscenos. El momento álgido de sus vítores llega cuando, a petición del rubio, contemplan cómo la lengua de María se introduce en la boca de Raúl. El chico, obligado por quien le aprieta con fuerza las manos detrás de la espalda, la imita e introduce también la lengua en la suya.
—¡Sois unos fieras! ¡Esta noche ya quedáis vosotros solitos para culminar lo que habéis empezado! ¡Pero con condón!, ¿eh?
Poco después, la campana que anuncia que el recreo ha terminado pone el punto y final a la escena. Raimundo y Manu sueltan al joven y David hace lo propio con la chica. Ambos se quedan inmóviles. Jadeantes. Les cuesta mirarse a los ojos.
—¡Gordo! ¡Al final de la clase te toca pagar la apuesta! —grita el rubio delegado mientras los cuatro se alejan de allí sin parar de burlarse del chaval de pelo rizado.
María y Raúl los observan hasta que los pierden de vista.
—Lo siento —dice ella con la voz quebrada—. Yo…
—No te preocupes. Tú no tienes la culpa de nada.
El chico intenta sonreír, pero apenas lo consigue.
Aquél ha sido su primer beso. Nunca lo habría imaginado así.
Compungido, se deja caer y se sienta en el suelo. Cruza las piernas y apoya la espalda contra la pared. María suspira y hace lo mismo adoptando una postura similar.
—¿Quieres que vayamos a contarle al director lo que ha pasado? —pregunta mientras se limpia las gafas con la manga de la sudadera.
—No. Sólo empeoraría las cosas.
—¿Tú crees?
—Sí.
El ruido de los alumnos regresando a sus aulas les llega desde lo lejos. Es la hora de reiniciar las clases. No obstante, ninguno de los dos parece tener intención alguna de volver.
—Te llamas Raúl, ¿verdad?
—Sí.
—Yo soy María.
—Lo sé.
La afirmación del chico sorprende a la joven pelirroja, que lo mira algo desconcertada. Pensaba que en aquel instituto nadie sabía que existía.
—¿Sabes? Nunca había besado a nadie.
—Yo tampoco.
—¿No?
—No.
María sonríe. No es la única, entonces. Ella sólo tiene trece años. Y jamás se ha interesado por ningún tío. Pero aquél… le cae bien.
—Pues eres guapo.
—No creo.
Quizá exagera. Guapo, lo que se dice guapo, no es. Pero apunta maneras. Es alto, delgado, y tiene la cara muy finita.
—En el fondo no ha estado mal que hayas sido mi primer beso. Eres mucho mejor que cualquiera a quien yo pueda aspirar.
Aquel comentario le arranca una sonrisa a Raúl, que examina con curiosidad a aquella jovencita tan particular.
—No digas tonterías.
—He dicho la verdad —señala convencida—. En cambio, para ti…
—Para mí, ¿qué?
—¡Que menudo marrón! Que yo sea tu primer beso debe de ser algo así como una gran pesadilla.
—Déjalo ya.
—Vale. Pero es la ver…
Y, sin que la pelirroja lo espere, se encuentra con el rostro de aquel chico enfrente del suyo. Rápidamente, su boca busca la de ella y ambos se funden en un nuevo beso. Éste no ha sido forzado. Es limpio. Amable. Sencillo. Natural.
De fondo, se oye la voz de un profesor de Matemáticas explicando algo sobre las derivadas, pero María sólo percibe los latidos de su corazón. Va muy de prisa.
—Espero que a partir de ahora no digas más tonterías como las que me acabas de decir —comenta Raúl cuando se separan sus labios—. Nadie es más que nadie. Aunque no nos comprendan. No lo olvides.
Y, tras una bonita sonrisa, se pone de pie y, con las manos en los bolsillos, se aleja de aquel lugar. María no puede creerse lo que acaba de pasar. ¡La ha besado un chico! Está confusa. ¿Debería preguntarle si lo ha hecho de verdad o sólo por pena?
No tendría ocasión de hacerlo: Raúl no volvería al instituto en todo lo que quedaba de curso.