Cuando llegué, tomé una ducha caliente… Padre dormía y chillaba… No había ni toalla ni leche ni fuego esperándome…
Estuve en la ducha hasta que logré que mi cuerpo tuviera una temperatura aceptable. Intentaba no dar valor a lo que el doctor me había contado, pero supongo que toda familia tiene sus secretos y la nuestra no iba a ser una excepción.
Padre irrumpió en el lavabo cuando estaba a punto de salir. Le noté feliz, su sonrisa presidía su cara de una forma extraña.
—Has madrugado —dijo tocando mi espalda húmeda.
Jamás, que yo recordara, padre había tocado mi carne. No sabía si al nacer lo había hecho, pero más tarde jamás…
—Un poco. —El secreto me tenía un poco lacónico.
—Hoy es el día de reflexión —comentó sonriendo.
—¿El día de reflexión?
—¿Antes de cada rodaje… El día de reflexión? —Me miró extrañado de que yo no lo recordara.
—Claro, claro… —asentí.
—Deberíamos hacer alguna locura. Siempre se hacen en el día de reflexión. Nos esperan doce semanas de rodaje…
Sonrió. Tenía algo en la cabeza. Una locura inicial.
—¿Te has bañado alguna vez desnudo en el lago? —me preguntó.
Sonreí. A los pocos minutos estábamos nadando nuevamente en el lago. Lo disfruté de otra forma. Tantas cosas son diferentes en la vida al compartirlas…
Él estaba feliz. Una felicidad casi extrema.
Mientras nadaba intenté recordar algunos otros días de reflexión cuando rodaba películas. Seguro que alguno había visto…
No recuerdo que jamás compartiera ninguno con nosotros. No hubo muchos domingos locos en casa. Pero al final la memoria me devolvió uno que casi había olvidado.
Cuando tenía quince años volví con el coche abollado a casa. Estaba preocupado porque era el coche de padre…
Él estaba con su ayudante de dirección en el porche cuando llegué. Diría que ellos estaban igual o más bebidos que yo. Quizá aquel podría ser un día de reflexión, porque recuerdo que su sonrisa era bastante parecida a la que ahora tenía.
Me miró aparcar, observó el coche, la abolladura en el lateral y se acercó a mí.
Tenía miedo… Me imaginaba que el castigo sería épico… Le había robado y abollado el coche, era menor de edad y además estaba bebido…
Él no dijo nada durante un tiempo que me pareció eterno. Tan sólo observaba. Hasta que finalmente me miró y dijo…
—Una noche loca, ¿no?
Yo no dije nada, pensé que cuanto menos dijera, más a mi favor. Tan sólo musité…
—Lo siento…
Él cogió un rastrillo que había cerca y golpeó el otro lado del coche. Un bollo diametralmente opuesto al mío.
—Las abolladuras dan vida… Ahora es vida compartida en una misma noche…
Me tendió una cerveza y continuó hablando con su eterno ayudante de dirección…
Dos semanas después de aquella abolladura, madre enfermó. Aquella abolladura emocional nos modificó a todos.
Los gritos de padre en el lago me devolvieron al presente… Su rostro reflejaba pérdida total…
Nuevamente había olvidado dónde estaba, quién era y yo diría que hasta creía que no sabía nadar porque se ahogaba al tiempo que no dejaba de gritar…
Los chillidos eran diferentes… Nacían de un rostro que parecía darse cuenta de que todo se le ha ido, que se le ha hecho oscuro… Pero que algo dentro de él aún intuye quién fue…
Temblaba mucho y no era sólo por el frío…
Lo cogí, nadé y lo saqué como pude del agua. No sé ni cómo lo hice porque parecía que pesaba cuatro veces más que yo.
Estaba sin conocimiento. Desnudo. Sus facciones totalmente serenas. De repente me di cuenta de que no sabía por qué lo había hecho. Él deseaba morir y me lo había pedido, pero había aparecido en mí un instinto brutal de supervivencia.
Lentamente volvió. Como un ordenador que se reinicia…
Sabía, como había dicho aquel médico, que la semana feliz acababa…
Le ayudé a levantarse. No comentó nada de lo que había pasado. Yo tampoco…
Pero mientras volvíamos a la casa me habló… Creo que lo necesitaba… Necesitaba sincerarse… Y era él quien me hablaba… Mi padre… Claramente… Sin tapujos, sin finales de cuento a su alrededor…
—¿Sabes lo peor? Ver ése fundido a negro… Noto cómo todo se va… Lo percibo y me da tanto miedo… No quiero olvidar a tu madre, ni a ti, ni a mi cine, ni mis errores, ni mis propios miedos… No permitas que pase… No permitas que todo se vaya, déjame irme con ello…
Seguidamente se volvió a desmayar. Cuando volvió, él ya no estaba…
Supe que la semana feliz llegaba a su fin… Y me di cuenta de que me tocaba a mí llevar la iniciativa… Así que propuse una locura… Bueno, más que una locura, era un lugar… Un lugar donde yo me había sentido bien y sabía que él también se sentiría…
—¿Quieres ir a un hotel donde por las noches un anciano escribe citas para hacerte reflexionar?
Asintió. Noté que había algo en aquella propuesta que le había ilusionado, aunque ya no quedaba nada de él…