Llegué a casa de mi hermano mayor en poco más de una hora.
Aún no había amanecido, pero mi sobrino, el mismo que mi padre veía como protagonista, estaba alimentando a los caballos.
Me acerqué hasta él… Me miró… Tardó en decirme algo. Les daba de comer con mucho cariño…
—¿Te gustan los caballos? —me preguntó finalmente.
Afirmé con la cabeza.
—¿Quieres darle de comer?
Volví a afirmar. Sacó un pequeño cuchillo, cortó un trozo de manzana que tenía en la mano y me dijo que la pusiera bien plana. Lo hice…
El caballo se lo zampó de un bocado y en mi mano quedaron un montón de babas.
Me dio otro trozo de manzana.
—Háblale mientras le das de comer y acaríciale entre los ojos pero con fuerza, si no no notan nada, tienen la piel dura…
Lo hice tal como me indicó. Le acaricié fuerte. Pensé en la cantidad de humanos que tendrían aquello en común con los caballos. Piel dura que necesitaba fuertes caricias. Decidí que lo recordaría.
Le enseñé la bolsa con los anillos a mi sobrino, la misma que minutos antes me había dado el hermano de mi madre…
—¿Le darás esto a tu padre? ¿Le dirás que me disculpe y que nos deje rodar la escena contigo el lunes?
Él me miró, no cogía la bolsita.
—Muchas cosas para recordar. —Sonrió—. ¿No sería mejor que le dijeses todo eso tú mismo?
—No puedo… —contesté.
Dudó, pero al final aceptó la bolsita de su tío como yo había hecho horas antes con el mío. El círculo se cerraba.
Volví a acariciar fuerte al caballo. Me di cuenta de que faltaba algo. Se lo debía consultar…
—¿Te gustaría hacer la película si tu padre te da permiso?
Tardó en contestar. Tocó antes al caballo.
—El director es mi abuelo, ¿verdad?
—Sí…
—¿Y no sabe que es mi abuelo?
—No…
Pensó.
—¿Está enfermo el abuelo?
—Sí…
Cortó el último trozo de manzana. Se lo comió él.
—Podría estar bien actuar —dijo finalmente.
Sonreí. Me gustaba su forma de pensar y de preguntar…
Me marché… Deseaba estar lejos cuando mi hermano encontrase los anillos. Todas las fases por las que pasaría al verlos. El odio hacia mí, jamás me lo perdonaría, supongo que aquello sería nuestro fin si no habíamos llegado ya a él.
Pero eso significaba que padre podría tener también el suyo…
Estaba agotado pero feliz. Sólo quedaba ir a casa, vestirlo, disfrutar de ese último día antes del rodaje.
De vuelta a casa sólo podía pensar en aquellas cajas… Deseaba saber qué contenían.
Sería un regalo añejo, con pedigrí. Como aquellos vinos que llevan tiempo guardados en tinajas. Su tinaja era la caja de madera que lo contenía…
Quizá debía ver aquel regalo antes de volver a encontrarme con padre. Unirme nuevamente a madre, saber que había hecho lo correcto.
Llegué a casa y me senté en el banco que había hecho padre. Era la primera vez que lo hacía… Sentí que lo necesitaba. Había sido una noche y una madrugada largas, pero necesarias…
Y allí sentado, mirando el lago, la casa, el campo de fútbol, tuve la sensación de haber vuelto definitivamente a casa.
Abrí despacio el regalo, intentando respirar mucho y que ese instante se hiciera eterno y pudiera ser recuperado en cientos de ocasiones…
Tenía miedo y respeto. Los regalos de madre siempre eran muy especiales y estaban muy bien pensados. Todos tenían una intención…
Cuando lo abrí, sentí una emoción brutal, difícilmente comparable a nada anterior de mi vida… En el interior de la caja había algo parecido a un reloj… Sí, era como un reloj dorado, pero cuando presioné el botón que había en el centro, se abrió y vi que contenía una brújula…
Una brújula preciosa y llena de detalles… Había sido construida con mucha delicadeza.
Me imaginé a madre diseñándola, hablando con su hermano, y a éste creándola. Cada matiz de color me llevaba a una emoción y a una parcela de mi infancia.
Me imaginé que cada una de las otras tres brújulas sería diferente. Jamás repetía nada en su vida.
Me encantaba aquel regalo, pero no comprendí del todo por qué madre me había regalado aquello hasta que vi esas pequeñas letras…
Madre tenía una escritura muy pequeña y con letras muy juntas. Ella decía que era para que no se perdieran, que cada letra se pudiera coger a otra y no tuvieran miedo…
Decía que las palabras valientes necesitan de letras sin miedo… Así era mi madre…
Siempre nos enseñó que las grandes cosas están hechas de las pequeñas… Si cuidas las pequeñas cosas, las convertirás en grandes… Si cuidas sólo las grandes, siempre serás pequeño…
Y allí estaba, su letra pequeña en una inscripción en la parte delantera de la brújula… Ponía…
SONRISAS PERDIDAS…
Y me di cuenta de que la brújula me señalaba a mí.
Sonreí, no pude dejar de hacerlo.
Madre me había regalado una brújula que no buscaba el norte, sino que intentaba reencontrar las sonrisas perdidas, y su manecilla me señalaba a mí, el pozo de las sonrisas perdidas…
Volví a sonreír… La cerré con lentitud… Sabía que a partir de aquel día me acompañaría hasta el final de los míos…
Supuse que en cada uno de aquellos paquetitos habría otras brújulas que señalarían otras carencias que madre se imaginaba que necesitaban buscar mis hermanos…
Sonreí de nuevo y apreté con fuerza mi brújula.
Aún era de noche… Desde allí escuchaba los gritos de dolor de padre… Eso me devolvió a la realidad y a lo que había ido a hacer.
Lo iba a hacer…
Camino a casa, recordé otro momento parecido junto a él. Fue el gran instante que vivimos juntos. Pasó cuando madre se marchó a cuidar de la abuela, que también se moría de su enfermedad… Se llevó al mayor, quizá por ello amaba tanto aquella casa donde vivía… Los gemelos estaban de colonias…
Sólo padre y yo residíamos en la casa del lago… Recuerdo volver del lago y oler el tabaco que salía de su despacho, como marcando territorio, dejando claro que estaba trabajando.
Yo volvía solo con mi pelota de fútbol… Absolutamente solo pero feliz… Ahora lo hacía sin pelota pero con aquella brújula…
Y ya de noche, no podía dormir… Estaba en mi habitación, jugando con una linterna bajo las sábanas cuando él apareció. Se sentó en la cama de mi hermano mayor y me contó una historia…
Siempre tuve la sensación de que no me lo contaba a mí… Tan sólo era la audiencia de una idea que había tenido… La estaba probando… Normalmente era mi madre la afortunada, la persona con la que compartía sus ideas…
Me di cuenta de que quizá aquella era la historia que debíamos filmar, al ser la única que compartimos…
Y eso que en su despacho había miles de libretas con anzuelos de historias… El problema es que aquellas pequeñas frases, esos retratos de personas y esbozos de situaciones, sólo él y su cerebro podían interpretarlas…
Todo aquello se perdería. Era terrible y lamentable…
Cientos de libretas quedarían huérfanas en pocas semanas.
Entré en la casa… La mujer que le cuidaba estaba en la puerta… Me advirtió que estaba peor que nunca… Le dije que se podía ir a cuidar a los suyos… Yo me quedaría con él a partir de ese momento…
Ella no discutió, aceptó quizá demasiado rápido y se marchó a hacer las maletas… Yo subí a su habitación…
Padre estaba gritando medio dormido… Tapado con una única sábana… Y, en ese instante, le conté la misma historia que él me contó hace tantos años…
«Hubo una vez un chico que no tenía amigos… Se sentía solo…»
Así comenzaba su historia… Cuando escuché aquello, no salí de debajo de la sábana. Él tampoco…
Proseguí…
«Pero un verano hizo un amigo, otro hijo único… Se parecían: la misma edad, el mismo corte de pelo, las mismas ganas de soñar…»
Recuerdo que en aquel instante, hace años, padre paralizó la historia y se encendió un puro. Yo iluminado con mi linterna y él con su puro…
«Aquellos dos niños se hicieron amigos enseguida… Se sintieron como hermanos que la casualidad había unido… Y cada día de aquel largo verano quedaban en una piscina de agua cristalina y allí se pasaban el día alejados de los padres…
»Hasta que un día se contaron el gran secreto… ¿Sabes aquel gran secreto que todos poseemos pero que ocultamos?»
Recuerdo que cuando me contó aquello, yo no poseía ningún secreto y me quedé con cara pensativa intentando entender a qué se refería… Ahora noté que era padre quien lo hacía… No me detuve…
«Los dos querían volar, que les salieran alas para marcharse de allí, de aquella vida… Así que decidieron desearlo con fuerza y cada día, antes de meterse en la piscina, se quitaban la camiseta y miraban el reflejo de sus espaldas en busca de las alas…
»Cada uno miraba la espalda reflejada del otro, deseando que le hubiesen crecido…
»Pero no había suerte, no había alas. Pero aquello no conseguía desilusionarlos, sabían que tarde o temprano las alas aparecerían.
»Así que cada día hacían lo mismo: levantarse a las ocho, ir a la piscina, quitarse la camiseta y mirar sus espaldas reflejadas en esa agua transparente…
»Todo el verano lo pasaron igual. Una rutina preciosa que les hacía sentirse especiales…»
Y en aquel tiempo yo salí de mi sábana como padre hizo en ese mismo instante… Aquella historia nos enganchaba con la misma intensidad y en el mismo momento…
Continué con el desenlace…
Padre, antes de contarme el final, me explicó aquel día que él siempre buscaba finales que merecieran una historia… Cuando tenía un buen final, buscaba una historia…
Y en aquel final que me contó padre pasó del «él» al «yo»… Y supe que aquella historia era personal… O eso quise pensar…
«Y el último día de aquel verano, fui a buscar a mi amigo a su casa…
»Y su casa tenía las persianas bajadas…
»Llamé al timbre y nadie abrió, hasta que vi llegar a su madre de la calle y me dijo que mi amigo había sufrido un ataque al corazón y había muerto.
»No me lo podía creer. Empecé a llorar delante de su madre y no paré en todo el día…
»Mi abuelo me vio y me preguntó qué me pasaba. Se lo expliqué todo y me dijo que no tenía que llorar, que mi amigo había conseguido su sueño. Por fin tenía sus alas, sus alas para volar…
»Y delante de mi abuelo dejé de llorar.
»Y siempre que he recordado a mi amigo, he sonreído… Porque yo sabía la verdad, una verdad que si se la explicara al resto del mundo no me creerían y me tacharían de loco…
»Pero muchas veces a partir de ese día, cuando he mirado una piscina llena de agua hasta los bordes, si me acerco, me parece ver reflejado a mi amigo con sus alas, que me vigila y me protege…»
Cuando padre acabó la historia, mi cara era de alucinamiento… Él estaba feliz, sentí que le encantaba haberme enganchado…
Ahora era padre el que alucinaba, estaba llorando… No sé si aquello era parte de su infancia. No lo sé… No sé si aquel amigo suyo era en realidad su madre…
Cuando él acabó esa historia, recuerdo que me acerqué a él y le dije: «Te están a punto de salir», mientras le acariciaba la espalda…
Él sonrió, supongo que porque le había dado un final mejor…
Mi padre, después de contarle toda aquella historia antes explicada por él mismo, no dijo eso… Sino que pronunció unas palabras que yo no me esperaba… Que me dejaron totalmente helado…
«Consígueme esas alas… No puedo más… Ayúdame a marchar, Ekaitz…»
Había vuelto… Mi padre había vuelto… Pero el espejismo duró poco, justo después de pronunciar aquellas palabras se durmió…