Cogí el coche y conduje lentamente… Más noche, el día aún dormía. Iba lento, al compás de mis biorritmos vitales.
Estaba acompasado. Sentía que lo que iba a hacer, la culpa que iba a asumir, no era del todo un acto altruista. Tan sólo lo hacía para cerrar una herida y un círculo…
Levantar esa campana de cristal que me separaba de mis hermanos, el que quedaba en este mundo y los que ya habían marchado.
Y es que odiar tiene tan poco sentido…
En realidad, todas las fases por las que pasas cuando hay un desacuerdo total carecen de sentido. Siempre he creído que esos indicios de desentendimiento empiezan con algo inesperado, una emoción que no sabes ubicar…
Seguramente tiene que ver con perder a alguien de tu vida sin un motivo, de la noche a la mañana, sin posibilidad de luchar… Es terrible… Eso lo inicia todo…
Yo diría que el ser humano no está jamás preparado para ese tipo de pérdidas y por eso lucha contra ello y a veces pierde su ánimo en el camino…
Mi mujer sabía de eso. Me lo enseñó. Siempre fue mucho más evolucionada que yo en todo lo que se refería al ser humano.
Ella me decía que jamás en la vida te tienes que preguntar el porqué de las cosas, pues no existe… Creía que los porqués sólo conducen a la tristeza, a la depresión y te hacen caer en el pozo.
—La gente no actúa de forma normal. Sus resortes muchas veces no tienen sentido y son incomprensibles… Y es que, si uno no se comprende a sí mismo, ¿cómo va a comprender a los demás? —me decía.
Ella jamás se metía con nadie, no intentaba comprenderlo todo. Nunca le escuché un reproche contra nadie.
Ella siempre se llevaba de viaje una versión antigua que tenía de De profundis, el libro de Oscar Wilde.
Nunca me contó qué sucedió, pero sé que a los catorce años algo le pasó, se preguntó el porqué y cayó en el pozo.
Un pozo terrible de tres años duros, de noches sin dormir, de sentir que el Universo te ha dado una pregunta que no sabes responder.
Jamás me quiso hablar de ello, aquello pertenecía a otro tiempo… Pero sí que me contó que aquel libro la salvó.
Se lo regaló un hombre siciliano que conoció en Buenos Aires. Ella vivía en Argentina desde pequeña, en aquel país pasó lo que la trastornó y allí también se solucionó.
Ella iba a menudo a una librería, el Ateneo… Un bello teatro que se transformó en una hermosa librería…
Me contaba que cada tarde se acercaba allí y tomaba un café en el escenario reconvertido en bar.
Y allí disfrutaba de un café pausado mientras veía transcurrir su lenta tristeza.
Aquel era el único sitio donde se sentía bien y al único al que se permitía ir… En aquel escenario habían actuado cientos o miles de actores creando personajes memorables y, de alguna manera, sus espíritus se unían a ella y la reconfortaban…
Era el café corto más largo… Sorbo a sorbo, observaba a la gente remirar libros en las casi tres plantas en forma de platea y anfiteatros.
Le aliviaba mirar a aquella gente rebuscar entre libros, era lo único que la sacaba de casa.
El día que me contó aquello sentí que me hubiera gustado tanto ayudarla, estar allí, tener una solución para ella… Pero era más un sueño que una realidad… El daño que le hizo aquella persona no sería solucionado por otra… Era mucho más complicado…
La solución estaba a ciento quince años de ella…
Me contó que el camarero siciliano que le traía el café siempre se lo llevaba a una temperatura extrema porque sabía que ella tardaría en bebérselo.
Era un hombre mayor, canoso y con acento marcadamente italiano…
Ella siempre esperaba que él quedara libre para pedirle el café… Él también trataba de buscarla…
Jamás hablaban más que aquellas pocas palabras relacionadas con la consumición.
Hasta que un día, nueve meses más tarde, me relató que una noche que casi no había nadie en la librería, porque el fútbol y la lluvia que arreciaba se juntaron y lo impidieron…
Y fue aquel día cuando él se sentó junto a ella.
Cuando años más tarde me lo relató hizo una gran pausa en aquel instante. Fue como si volviera a aquella edad, a ese momento…
Tenía De profundis en los brazos y lo sostuvo con fuerza.
Ese libro había estado tantos años en sus manos y todavía me emocionaba cómo lo cuidaba. No recuerdo ningún momento de su vida en que no lo tuviera a menos de un metro de ella, siempre muy cerca, como si ese libro la protegiese.
Nunca la vi leyéndolo, pero allí estaba siempre… Creo que era un seguro por si aquello, aquel dolor tremendo, algún día retornaba…
Cuando ella murió encontraron el libro en la guantera del coche medio quemado… Ahora era yo quien lo llevaba cerca. No lo leí jamás, pero saber que a ella le había ayudado era suficiente para mí para tenerle un respeto eterno.
Y fue en aquella noche lluviosa, donde sólo estaban ella, aquel siciliano y un par de vendedores de aquella inmensa librería, cuando se produjo el milagro.
Él puso en el hilo musical de la librería la música de la Cavallería rusticana… La primera vez que la escuchó no la conocía, pero se convirtió para siempre en la banda sonora con la que se atrevió a acercarse a ella.
—¿Me permite?
Y se sentó. Traía otro café. Ella me explicó con todo detalle cómo ocurrió, como si explicara un salvamento épico.
—No quiero meterme en su vida —le dijo—. Yo soy afortunado de contar con su presencia cada tarde, pero el lujo ha de ser del mundo, sería egoísta por no compartirlo.
»Sea quien sea, haya pasado lo que haya pasado, sólo hay una solución, y a veces lo más increíble es que en el dolor de otro ser humano, en su sufrimiento, puede estar la cura del nuestro.
Y fue cuando le tendió el libro De profundis de Oscar Wilde. Ella no dijo nada… Él se levantó y se alejó…
Seguía sonando la Cavallería rusticana, el acompañamiento perfecto para aquel instante.
Ella abrió la primera página… Había una dedicatoria…
«Leerlo a sorbos cortos…»
Ella sonrió, me contó que hacía años que no lo hacía, desde que aquel otro chaval le quitó toda ilusión…
Y no fue por amor todo aquello por lo que sufría… Los temas importantes, los que de verdad valen la pena, no mezclan sólo el amor, sino también la amistad, los sentimientos encontrados y los deseos escondidos.
Pero volver a sonreír al leer aquella dedicatoria fue importante. Sé que quizá no os lo estoy trasladando bien porque son sus palabras, sus sentimientos y su pérdida.
Yo lo único que hago es intentar reproducíroslo tal como ella me lo explicó. Pero introducirse en el dolor ajeno es complicadísimo en esta vida. Tampoco nadie podría relatar aquel día con mis hermanos en el campo de fútbol.
Aquello ya está en mi ADN y nadie lo podrá extraer de allí si no lo ha vivido. Ha pasado a mi carácter, a mis acciones y a mis resortes…
Ella también llevaba el suyo marcado, pero aquel día lluvioso en Buenos Aires, aquel siciliano lo cambió todo.
Y ésa es la grandeza de estar en el pozo, que si lo deseas y la ayuda es sencilla, una simple indicación, leve pero acertada, te puede llegar a sacar de allí…
Y De profundis la sacó a ella… Aquel libro contenía claves escritas en 1897 pero vigentes en la actualidad…
Pasó la primera página y allí había una segunda indicación del siciliano.
«El primer sorbo está en el punto rojo…»
Y ella buscó el punto rojo en aquel libro… Sin prisa, pero llegó hasta aquella página donde había un enorme punto rojo señalando un párrafo…
Y decía algo como… Me lo contó tan bien que me sabe mal reproducirlo… Pero hablaba de…
«Que si el cuerpo come cosas que no son sanas y las convierte en velocidad y en energía… El alma puede llegar a hacer lo mismo con las malas experiencias del corazón… Que de todo eso se puede aprender…»
Espero habéroslo contado bien… Y aquello sólo fue el inicio… Cada tarde un sorbo con el café corto. La indicación para encontrarla estaba escrita en el azucarillo… Un pequeño punto de color…
Ella lo buscaba y lo bebía a sorbos cortos…
Los siguientes dos cafés hablaban de…
«Que uno ha de perdonar pero no olvidar…
»Lo malo que te ha pasado también forma parte de tu vida…
»No has de empezar una nueva vida, sino entender que la que viene es una continuación por desarrollo y evolución de aquella vida anterior…
»Que el dolor es una emoción suprema… Que con el dolor se construyen mundos…
»Que negar las experiencias es poner una mentira en los labios de la propia vida…»
O algo así… Ella lo contaba tan apasionadamente que siempre me quedaba absorto escuchándola… Esas enseñanzas la habían curado…
Y es que a cada sorbo literario, ella se fue recuperando y convirtiéndose en la persona que yo conocí… Fruto de la superación de un maestro irlandés y también del altruismo de aquel genio siciliano…
El día que se notó fuerte pidió café sin azucarillo.
Fue increíble porque nunca llegaron a hablar de nada de aquello.
Ella se marchó de Buenos Aires… Se recuperó y decidió abandonar aquella ciudad.
En el taxi que la llevó al aeropuerto sonaba el maestro Cacho Castaña y su Septiembre del 88.
Las primera frase de esa canción dice así:
«Si vieras qué triste está la Argentina…».
Pero ése sólo es el inicio, la canción está en dos partes: la primera habla de alguien que escribe una carta a un amigo suyo emigrante para contarle que todo está mal en su país y le recomienda que no vuelva…
Pero a la mitad es como si le cayera el mate en la carta y la vuelve a escribir, cambia de opinión y esta vez la misiva es positiva… Hay felicidad dentro de la desgracia…
Y esa segunda parte empieza con:
«Si vieras qué linda está la Argentina…».
Y cuando me hablaba de esa canción, ella sonreía y la cantaba a todo pulmón…
A ella no se le había derramado un mate sino un café… Se había reconstruido a través de la experiencia de Oscar Wilde…
Todo lo que él pasó, lo que él relató desde la cárcel, el largo viaje que hizo hasta escribir esa carta a la persona que le infligió su dolor se había convertido en un atajo para el suyo…
Ya no necesitaba pasar por años y años… Porque el maestro le había enseñado hacia dónde no dirigirse, dónde no perder el tiempo… Su dolor se convirtió en el propio; sus palabras, en una salida de emergencia…
Y fue en ese tiempo cuando creo que ella decidió que nunca más visitaría pozos.
Cuando la conocí estaba tan construida, tan hecha… Y a mí todavía se me había de derribar…
No sé qué vio en mí, pudiendo estar con gente que hubiera estado en pozos y hubiera salido. En cambio, yo aún seguía encerrado en el mío y ni tan siquiera lo sabía…
Ella sólo me pidió una cosa el día que nos conocimos…
Aquel primer encuentro se produjo en Boston, en el mismo parque donde rodaron la película El indomable Will Hunting… Yo estaba sentado en aquel banco, ella llegó y se sentó a mi lado.
No sé quién empezó a hablar, pero os diré que aquel día comimos, cenamos y desayunamos juntos… Hablamos, nos confesamos secretos y hasta tuvimos sexo…
Si diez minutos antes que ella se hubiera sentado en ese banco alguien que me hubiera contado todo lo que pasaría… Si me hubiera dicho que encontraría a mi amor… Yo no me lo hubiese creído…
Pero pasó… No recuerdo qué nos unió exactamente… Pero notamos que estábamos hechos el uno para el otro…
Os he de decir que nos hicimos una promesa al final de aquel día… Fue idea suya… Como siempre…
Pero no era una promesa creada para mí, era la promesa que hacía con la gente importante que formaba parte de su vida o que se daba cuenta de que la formaría en un futuro próximo…
—Jamás nos mentiremos… —me dijo mientras yo estaba a punto de abandonar este mundo en forma de sueño—. Escúchame bien, eso implica algo más que ser sincero… En este mundo mucha gente es falsa… Las mentiras te rodean, saber que existe un archipiélago de personas que siempre te dirán la verdad vale mucho… Quiero que formes parte de mi archipiélago de sinceridad…
Así lo llamaba… Su archipiélago de sinceridad… No conocí a más de aquellas pequeñas islas con forma de personas que siempre le decían la verdad, pero no tuve duda, quise formar parte de ello.
Aunque jamás pensé que ella tendría fecha de caducidad… Su marcha hizo que me sintiera abandonado…
Una isla sincera a la deriva… Eso era yo…
Cumplí siempre la promesa con ella… Siempre le fui sincero en todo… Y eso, tenía razón, era más que decir la verdad… Era hacer equipo, saber que siempre estarás allí, significa ser tierra firme para el otro… Piedras a las que podrás saltar de un brinco sin miedo a caer en el agua…
Y ella también lo fue conmigo. Os juro que saber que puedes confiar en la otra persona, que nunca te mentirá, que siempre te dirá la verdad cuando se lo pidas, no tiene precio… Te hace sentir fuerte, muy poderoso…
Y es que la verdad mueve mundos… La verdad te hace sentir feliz… La verdad creo que es lo único que importa…
Ella era una energía positiva, quizá por ello su archipiélago también rezumaba parte de esa fuerza…
Yo no creé mi archipiélago, tal vez porque jamás encontré gente de la que me fiara y eso era esencial para poder proponerles aquella promesa…
Sólo la encontré a ella…
La echo de menos… Te echo tanto de menos…
Seguí conduciendo hacia mi destino… Todavía más lento que antes… No tenía prisa, deseaba echarla de menos un poco más…