Conduje de nuevo a casa de la mujer de mi hermano… Ya se había hecho de noche, lo agradecí… Ella ya había vuelto a casa. Le dejé a las gemelas, pero no me preguntó absolutamente nada… Tan sólo las acogió y me dejó marchar.

Bajé al sótano a rebuscar entre las cosas del otro de los hermanos gemelos. El pequeño murió pocos meses después que el mayor… Ella los cuidó a los dos. La herencia de mi madre nos llegaba a todos…

Yo nunca tuve mucha relación con mis hermanos gemelos, como os conté. Además, creo que no os había explicado que aquel gemelo no era exactamente el hermano gemelo de mi hermano. El hermano gemelo de sangre… Madre lo adoptó.

Adoptar era muy de madre…

Y es que madre dio a luz al último de sus hijos el mismo día que una mujer que pasaba por el pueblo. Una forastera a la que jamás habíamos visto y a la que después de dar a luz nadie más volvió a ver.

Su niño había nacido con un problema mental, según dijeron los médicos en aquel tiempo.

Madre siempre nos dijo que aquel chaval no tenía nada, absolutamente nada. Así que jamás pregunté mucho más.

Ahora, de mayor, os podría dar mil etiquetas de lo que tenía, pero sería una falta de respeto a madre.

Madre y aquella mujer desconocida dieron a luz a la misma hora y el mismo minuto.

Cuando aquella mujer desapareció, supongo que fruto de la noticia impactante, madre lo tuvo claro… Dijo que aquel chico era gemelo de su hijo. Mismo instante, dos cuerpos naciendo, dos mujeres pariendo… Y lo quiso adoptar.

Padre no estaba aquel día, rodaba algo, no me preguntéis qué… Así que madre decidió unilateralmente que había tenido gemelos y así nos los presentó.

De pequeño, jamás supe aquella historia. Es cierto que no se parecían mucho, pero bueno, como todos los bebés.

Madre los cuidaba de la misma manera a los dos, no hizo jamás distinciones y les hizo sentirse gemelos… Les dio ese sentimiento de seres unidos ante todo…

Jamás vi al gemelo de sangre despreciar al otro. Se consideraban parte de un mismo instante… Eso era lo importante.

Si alguien les preguntaba a ellos por qué no se parecían, se miraban y se veían iguales. Lo que hace la fuerza de la convicción…

Cuando los gemelos cumplieron ocho años, madre nos reunió a todos. Tras un desmayo de noventa segundos, nos lo explicó todo.

Nadie dijo nada, algunos ya lo suponíamos y a otros no nos importaba.

Cuando murió el gemelo mayor, el pequeño contrajo la misma enfermedad que madre. Pareció increíble, daba la sensación de que era algo psicológico, pues no era su hijo biológico y teóricamente la herencia genética no la había recibido…

No caímos en la leche materna. La leche materna sí que la había tomado y a través de allí, al ser su madre y ejercer de ello, recibió su herencia mortal.

Cuando lo visité me dijo que no tenía miedo a morir. Creo que se sentía orgulloso de ser quien era. Y enfermar le hacía sentirse uno más.

Sé que era imposible que él hubiera robado los anillos pero debía rebuscar entre sus cosas, necesitaba su ayuda… Su ayuda en forma de dibujos…

Y es que el gemelo no gemelo dibujaba muy bien… Hacía unas preciosas acuarelas. No sé cómo lo conseguía, pero veía una persona una única vez y recordaba todos sus detalles…

Madre decía que tenía un don. Sus acuarelas eran brutales.

Jamás me ha gustado registrar objetos de otras personas que se marcharon, pero esta vez era necesario. Creedme…

Encendí la luz del sótano. Ella había guardado allí todos los objetos de su marido y de su hermano gemelo…

Cuidó a su marido hasta que murió y luego se hizo cargo del otro. Jamás la escuché quejarse.

Yo les fui a ver a menudo. Perder a tus hermanos es casi como perder parte de uno. Como si se te marchase una arista.

Y allí estaba, viendo los restos terrenales de dos personas importantes de mi vida que habían desaparecido…

Objetos, deseos y anhelos en forma de objetos… Lo que no nos llevamos. Me sentía como un mirón… Y es que ya no existía nadie que protegiese sus secretos, estaban a mi alcance.

Me centré en las acuarelas. Pero aquello no era menor, diría que eran los objetos que más hablaban de él.

Y eso que en vida jamás miré mucho sus pinturas. Sabía que había demasiada parte de su vida…

Viendo aquellas enormes cajas de objetos, pensé lo absurdo que es almacenar cosas en vida. Ahí estaba todo aquello cogiendo polvo, sin dueño, tan huérfano y sin conseguir que ningún otro ser humano se interesase por ello de la misma forma que fue creado…

«Todo tiene menos valor una vez lo adquieres», me decía siempre mi mujer… Era una de sus máximas.

Cuando adquirí el coche supe qué significaba aquello en su plenitud. Lo intentamos vender a los pocos meses al enterarnos de la llegada de las gemelas y nos ofrecieron la mitad de su valor. Y eso que el coche no tenía ningún arañazo ni golpe…

Nos decían que el uso había devaluado su precio. Me indigné… ¿Qué debemos valer entonces los seres humanos según pasan los años…?

El uso… Creo que cuando notas que te toman el pelo de esa manera deberías poder clamarlo a los cuatro vientos.

Quizá por ello con mi mujer hicimos un pacto… Realizamos bastantes, pero aquel fue el gran pacto… Bueno, ya os lo contaré…

Comencé a mirar los cuadros de mi hermano. Sabía lo que buscaba, pero hasta que lo encontrara pasaría por muchas otras imágenes que creó y que no deberían ser vistas.

Notaba que cada rostro que pintaba, cada paisaje, cada color, cada tonalidad hablaban de él, de su incomprensión del mundo, de sus secretos, de sus amores no correspondidos.

Sigo pensando que los amores no correspondidos son la droga natural más potente de este mundo. Tanto de los que los sienten como de los que no los corresponden… Todos siempre acaban sufriendo, pero vuelven a caer en sus redes…

Hay una épica difícil de explicar: se sufre, se intenta, se sufre, se prueba… ¿Qué te lleva a desear a alguien con tanto ahínco cuando sabes que no te quiere? Y si lo has sentido, si te has sentido deseado y has rechazado a la otra persona, ¿por qué entonces deseas a alguien que sabes que no te corresponderá?

No lo sé… Pero sigo pensando que el pacto con mi mujer a mí me salvó de desengaños y frustraciones… Y el pacto duró hasta que ella se marchó, porque me sentí traicionado… No estaba implícito marchar antes que el otro…

Las mujeres de mi vida me abandonaban…

Miré al techo, sabía que justo arriba estaba la habitación de la mujer de mi hermano.

Un tabique separaba su sueño de mis pensamientos. Me la imaginé flanqueada de mis «tun».

Ella las colocaba una a cada lado y les daba la mano fuerte.

—¿No se te caerán? —le pregunté un día.

—Jamás. Aprieto mis puños con fuerza… —me respondió—. Me concentro, ellas se sienten seguras, notan mi fuerza…

—¿Y si te duermes?

—No me duermo —replicó—. Ellas duermen por mí.

Puños, niños… Creo que aquel día fue lo más cerca que estuvimos de que algo pasara entre nosotros. La conversación fue intensa entre líneas, se respiraba mucho amor.

Pero no era el instante ni el momento… Dejé de mirar el techo.

Volví a observar cuadros… Cada detalle de los rostros que mi hermano dibujaba destilaba pasión.

Era como un viaje al pasado. Comenzó a pintar con nueve años, justo después de conocer su pasado, así que en aquellas pinturas veía tenderos, profesores, compañeros de clase… Todos aquellos secundarios de nuestras vidas estaban allí…

Primero dibujaba con trazos de niño, pero, poco a poco, su maestría fue en aumento y aquellos dibujos pueriles fueron cogiendo claridad y peso.

Cada cuadro lo observaba lentamente, lo saboreaba… Me deleitaba con cada pintura, con las que jamás tuve tiempo de gozar…

Yo era su hermano mayor, nunca fui su amigo… Fui amigo de hermanos de otros.

Volví a pensar en el pacto con mi mujer. Aquel instante recordando a mi hermano me llevó…

El pacto lo hicimos una madrugada tras horas de discusión… El primer año de convivencia estuvo trufado de discusiones… Yo era inseguro, no sabía qué buscaba con aquello, sentía que quizá me había equivocado, que había hipotecado mi tiempo y mi amor con la persona incorrecta.

Aquella noche discutimos en el salón hasta que amaneció. Yo tenía frío mientras ella hablaba. El sol comenzó a salir justo cuando el silencio se apoderó de nosotros.

—Hagamos un pacto —dijo.

Ella siempre tenía ideas buenas, la escuché deseoso de encontrar un final. Lo que no sabía es cómo aquello que iba a proponer me inspiraría.

—Lo más complicado en este mundo es no reaccionar de la misma manera a estímulos parecidos. Te hieres y te entristeces… Deseas algo y lo observas… Y a veces no sabes si hacer algo, paralizarte o justo lo contrario… Cada persona tiene reacciones, resortes que provienen de su infancia…

Hizo una pausa… Yo estaba ensimismado, jamás me había atrapado tanto aunque su discurso fuera inconexo… Pero es que aquel speech no me sonaba a nada conocido… Ella hablaba sin rencor, sin querer aleccionarme por mi enésimo error.

Recuerdo que tardó en continuar… Tanto que pensé que perdería aquel sendero certero… Pero ahí estaba, lo tenía…

—Los resortes nos causan infelicidad porque nos llevan a los mismos lugares, y en esos lugares ya hemos estado y vuelve a haber ahí decisiones y nuevos resortes que nos llevan a otros sitios semejantes al primero donde estuvimos… Y cambiar los resortes o las costumbres es casi imposible porque desactivas uno y aparecen diez…

Hizo una nueva pausa… No nos miramos… El pacto estaba a punto de aparecer.

—Yo te propongo que me permitas cambiar mis resortes a tu lado. No los juzgues y no los pongas en cuestión. Y yo haré lo mismo por ti… Te permitiré cambiar, que hurgues en tu interior, que me ofrezcas otra versión de ti mismo y no la juzgaré…

»Quiero que llegues a ser tú mismo conmigo… Que tu resonancia interna, eso que te hace vibrar, suene igual que tu resonancia exterior… Que te sientas uno sólo… Que no necesites buscar la respuesta porque ya la tienes dentro de ti…

Me miró. En todo aquel parlamento inicial no lo había hecho. Sentí la verdad de sus palabras. Me ofreció el fin a mi dolor.

Iba a decirle que yo le ofrecía exactamente lo mismo, pero hubiera sido banalizar su discurso y el esfuerzo con que lo construía…

La vida en pareja a veces te lleva a la competencia «y tú… y yo… y tú… y yo…».

Pero en sus palabras había verdad. Es brutal porque la sinceridad siempre me ha atrapado.

Dejó de mirarme, creo que lo necesitaba para continuar.

—Pero todo esto sólo funcionará si hacemos un pacto…

»Si hacemos equipo, si confiamos en el otro, si el respeto para dejarle modificar sus resortes existe.

»La esfera que nos rodea ya no nos deja movernos. Esa esfera está construida con nuestros resortes más inamovibles.

»Crear una esfera nueva que nos cobije es lo más complicado pero es la única forma de continuar.

»Te ofrezco crear esa nueva esfera que nos permita ser tu nuevo tú y mi nuevo yo…

El sol salió. Recordé aquella canción que me fascinaba: «No hay prisa cuando sale el sol en la mañana de una noche larga…».

No nos dimos un «sí» a aquel pacto porque aquello hubiera sido activar un resorte que ambos habíamos utilizado en numerosas ocasiones.

No nos dimos un beso, no nos abrazamos. Tan sólo nos quedamos en silencio y aquel mismo día empezó el pacto… Todo lo que ella pronosticó, pasó y nos permitimos cambiar. Fue épico…

…Hasta que me abandonó en aquel accidente… Perderla no estaba en mis planes, no sabía qué resorte activar… Aún os diría más, perderla hizo que todos mis resortes se fueran a la mierda.

El pacto necesitaba de la otra parte. Pero os puedo jurar que los años que lo pusimos en práctica conseguimos que nuestra esfera fuera gigantesca y llena de nuevas sensaciones y resortes…

Volví a aquel sótano… La tristeza que acompañó mi vuelta fue enorme… Las niñas lloraban en el piso de arriba como si supieran lo que estaba pensando…

Me di cuenta en ese instante de cuánto las había abandonado. Quizá no me diferenciaba tanto de mi padre. Realmente cambiamos poco de una a otra generación.

No podía negarlo, las había abandonado de la misma forma que padre había hecho con nosotros. No era mejor que él, aunque lo creyese.

Qué fácil es juzgar al otro. Respiré fuerte, necesitaba que el aire oxigenase aquellos pensamientos. Enfrentarte a tu verdad te consume.

Seguí mirando aquellos cuadros… Y finalmente apareció…

Allí estaba madre. Guapa, hermosa, increíble… Recordaba aquel cuadro, fue justo antes de que empezara su fin…

Un cuadro lleno de detalles. Bello por quien contenía. Mi hermano amaba a madre y en aquella pintura se reflejaba todo su cariño. Me entusiasmaba aquel retrato.

Me centré en madre, en su rostro, durante un buen rato. Y finalmente fui a los anillos. En su mano se divisaban claramente. Hacía años que no los veía. Me emocioné con tan sólo mirarlos.

Aquellos dos objetos dorados nos habían separado durante años. Estaban tan bien reproducidos mediante aquella pintura… Su mano, sus dedos y las inscripciones de aquellos dos anillos…

Separé ese lienzo del resto. Me sentí mal, os lo puedo prometer. Mi hermano jamás vendió un solo cuadro. En aquel sótano estaba toda su obra, a excepción del que presidía el despacho de padre. Separar otro era casi como un sacrilegio.

Me prometí a mí mismo que lo cuidaría y lo devolvería intacto.

Volví a subir a la planta de arriba. Ella dormía, las gemelas la cogían de las manos.

Me acerqué a ellas y les di un beso pequeño en cada mejilla que fue recibido con sendos «tun» casi murmurados… La miré a ella. Dormía sosteniendo a mis cachorros…

Estaba bella. Siempre he pensado que las personas que realizan actos altruistas respiran de otra manera y generan a su alrededor una energía tremenda.

Ella la poseía, y no porque cuidaba de los míos, sino porque vivía para lo que ella deseaba.

Me hubiera encantado ser así, pero en mi tribu… Y tu tribu no deja de ser tu familia, tus amigos de colegio, tus conocidos de la universidad y finalmente tu pareja… Ellos me habían llevado a verlo todo de esa forma…

Veía a cada uno de mis hermanos en las personas que he conocido después en este mundo… Todos ellos eran reducidos a mi tribu…

He conocido muchas personas idénticas a mi hermano mayor… Otros eran como el gemelo, otros, como el adoptado, y aquello marcaba mis reacciones y mi forma de tratarlos.

¿Y yo? Yo no me veía reflejado, quizá ése era el problema y ella, la mujer de mi hermano, tenía algo de las mujeres de mi vida… Tan sólo algo, quizá por ello el gemelo la eligió.

Sentía que deseaba tocarle el rostro. Pero nuevamente no era el momento ni el lugar de hacerlo.

Me quedé allí, sosteniendo en mi mano el rostro de mi madre y observando el de ella…

Al final no pude más y rocé suavemente su cara con mis dedos… Ella emitió un sonido parecido a un «tun»… Aunque quizá no lo fuera… Pero yo creí oírlo…

Me marché, dejando a esos tres seres increíbles respirando aquel mismo aire.

El final estaba cerca…