Y allí estábamos. Hacía tantos años que no volvía a aquel lugar… Y no deseaba regresar…

Creo que padre hacía mucho más tiempo que no lo visitaba…

—Es al fondo, donde están los caballos y la piscina, donde tenemos que ir…

Pero padre recordaba bien aquel lugar… Aquella posesión distaba casi cuatrocientos kilómetros del lago… Pertenecía a mi hermano mayor y antes había pertenecido a toda la familia de madre… Mi hermano recuperó aquella finca, la compró por cuatro chavos porque estaba medio destruida y él solito la había arreglado… Tenía algo que ver con recuperar las raíces de madre, la otra parte de la familia, la que se desmayaba, la que parecía condenada a perderlo todo… Todo eso lo supongo, él jamás me habló de ello…

Padre consideró que era una tontería… Decía que cualquier montante invertido en aquella casa era una pérdida de tiempo y dinero… No le ayudó en nada…

Él no sólo la arregló, sino que comenzó a criar caballos. Al mayor siempre le gustaron los animales… La pasión selectiva por los caballos vino más tarde… No hay duda de que te especializas en todo… Y él se especializó en caballos, en fincas y en exteriores…

Mi madre siempre decía que cuando eres niño te pasas la vida en exteriores… Y que, a partir de una edad, si quieres triunfar has de pasar a interiores… Ella nos recomendaba que no lo hiciéramos…

Y el mayor jamás hizo aquel cambio… La muerte de madre le llevó a quedarse siempre en exteriores… Quizá porque aquel fue uno de los pocos consejos que podía aplicar en su vida…

Madre nos cambió a todos… Y los anillos nos separaron… Yo no me hablaba con mi hermano por ello…

—Estaciona por aquí —me dijo como si aquel terreno fuera suyo.

Tan sólo hacerlo, padre bajó como un cohete del coche, parecía increíble que se pudiera mover tan rápido. Me abrumó…

Padre parecía no saber dónde se metía. Su pasión por aquella película sin guión parecía que lo superaba todo.

Saqué a las gemelas del coche y las puse en su carro doble… Dormían… Lo agradecí… Si hubieran estado despiertas, habrían protestado de que las tratara como a bebés…

Un caballo negro nos miraba desde una valla… Sus relinchos nos delataban…

—Creo que esta localización no nos sirve… —dije intentado hablar en su lenguaje…

Padre no me escuchaba, seguía a la suya, observándolo todo… Se dirigió hacia una piscina inmensa que había cerca de las cuadras… Supongo que ahí se bañaba la familia de mi hermano en verano…

—Qué dices… Es perfecta… Aquí podemos rodar el inicio…

De repente, mi hermano mayor apareció en un prado cercano… Parecía que había surgido desde allí, como si viviera dentro de ese pequeño bosque… En ese exterior…

Nos miró de lejos, creo que no nos reconocía… Pero lentamente, mientras se acercaba, su rostro reflejaba con claridad que nos había identificado.

Su perplejidad era alucinante… Hubo un momento en que pareció que iba a dar media vuelta, pero no lo hizo.

Su odio hacia padre creo que superaba el mío propio. Fue hacia él a toda velocidad. Temí que la envestida fuera desproporcionada…

Pero, por suerte, padre no le dejó hablar… Le interrumpió antes de que él hablase…

—Mire, soy director de cine, él es mi ayudante de dirección. Queríamos rodar aquí… Si quiere le puedo contar la secuencia… Es sencilla y dura… Le pagaremos suficiente para compensarle las molestias…

Estaba tan descolocado tras escuchar todo aquello… Me miró a mí. Yo no dije nada, quería ver cómo lidiaba con aquello.

Noté cómo el tren interior de odio y frustración que llevaba no iba a pararse por aquella respuesta extraña y absurda…

Antes de que brotara de nuevo su odio, me lo llevé…

—¿Puedo hablar con usted en privado?

—Haz las gestiones, yo haré algún boceto —dijo padre, ajeno a todo.

Sacó una de sus libretas míticas y se puso a dibujar aquella piscina rodeada de cuadras…

Alejé a mi hermano de mi padre… Le noté mayor, diferente, más ancho en todos los sentidos… Nada más alejarnos, explotó enseguida…

—¿De qué va esto? ¿Qué hacéis aquí? —me gritó.

Se lo expliqué lo mejor que pude, como horas antes padre me lo había relatado a mí…

Pero él no empatizaba como yo creí que llegaría a hacer… Lo miraba con odio y asco…

—¿Qué haces con él? —dijo cuando acabé el relato, trasladándome toda su rabia.

Tardé en responder.

Buscaba poder expresar un resumen de lo que me había hecho sentir Voy o la mujer del gemelo… Pero al final me salió un…

—No lo sé… Está enfermo y soy su hijo…

—Madre estaba enferma y él no se comportó como un buen padre… Si él no fue un buen padre, no hace falta que nosotros seamos unos buenos hijos… —me respondió.

Se hizo un silencio. Sabía qué preguntaría, quizá por eso dejé de verle…

Los hermanos son tan previsibles…

Y es que les has visto confeccionar su personalidad en tu propia casa… Trozo a trozo, semana a semana, has observado cómo se han ido haciendo… Pero ninguna de esas uniones son perfectas y siempre puedes ver las juntas porque viviste a su lado…

—¿Robaste los anillos?

Y allí estaba nuevamente la pregunta. Fue como volver al pasado, como retornar a casa…

Y es que aquella misma pregunta me la había hecho años antes, en aquel campo de fútbol, y le había dado la misma respuesta pero con mucha más furia…

—No, no los tengo… Yo no los cogí…

Ahora se lo contesté de forma seca, sin pasión, casi agotado por el paso de los años.

La vida te enfrenta a situaciones tan parecidas que tus respuestas acaban siendo cada vez menos pasionales…

No fue así aquel verano. Él me lo preguntó cuando llevábamos trescientas vueltas, cuando el sol se ponía pero el calor no bajaba, sino que aumentaba.

—¿Los tienes? —me preguntó en aquella época—. Tú fuiste el último en verla.

—¡¡¡No, claro que no!!! —dije enfadado.

Entonces respondí feroz, mostrando la verdad, mi verdad… Y a aquella respuesta le siguió un puñetazo cerca del pecho.

Era la primera vez que le pegaba. Empujones, insultos y desplantes, muchos, pero jamás violencia física intencionada… Pero aquella acusación era de las peores que me podía hacer… Los gemelos no intervinieron, nunca se metían en nuestros asuntos…

A partir de ahí ambos intentamos registrar al otro sin éxito… Mucho del odio tenía que ver con el cansancio físico, el calor insoportable y una sensación extraña de que aquello no acabaría bien…

Y es que las horas pasaban y ni rastro de padre, ni de comida ni bebida… Y además deseábamos ver a madre, nunca habíamos estado tanto tiempo separados de ella…

Estuvimos así dos días… Cuarenta y ocho largas y horripilantes horas donde las acusaciones se multiplicaron y nuestra hambre y sed fueron extremas.

Padre nos visitó a la mañana siguiente, a las diez en punto… Hizo la pregunta, esperó la respuesta y, al no ser satisfactoria, se marchó…

Durante aquellas horas, las discusiones, las peleas y los reproches entre nosotros se repitieron cíclicamente hasta agotarnos… Pero nadie daba su brazo a torcer…

Hasta que el mayor de los gemelos, al final de aquel segundo día, tuvo claro qué había que hacer…

—Quizá nadie los tiene… Yo al menos no los tengo, mi hermano tampoco, y debo confiar en que vosotros tampoco…

El otro gemelo estaba tras él y lo asentía todo con la cabeza. Daba la sensación de que aquella idea que iba a proponer era de ambos…

—Dime algo que no sepa —dijo el mayor…

Siguió hablando el otro gemelo después de que tuvieran un pequeño rifirrafe. El primero iba a continuar, pero el segundo lo interrumpió…

—Pues que alguien debe confesar —explicó el gemelo pequeño.

Se creó un silencio. Nos miramos.

—Alguien debería mentir —añadió—. No sé vosotros, pero yo tengo mucha hambre y sed. Y supongo que los demás también. Se nota, el sonido de vuestros estómagos os delata…

»Que alguien confiese por el bien de todos. El castigo, sea el que sea, será compartido por todos.

Nos volvimos a mirar… Parecía el inicio del fin…

—¿Y los anillos? —pregunté.

—¿Cómo? —dijeron los gemelos al unísono.

—El que confiese deberá entregar los anillos o padre no cederá —añadí.

—No lo sabemos —replicó el mayor llevándome como siempre la contraria y queriendo apropiarse de la idea de los gemelos—. Quizá si tiene un culpable…

—No cederá —dije seguro.

Parecía que íbamos a volver a las trifulcas de hacía dos días, pero el gemelo mayor lo evitó.

—¡¡¡Dejadlo, por favor!!! Le diré que he sido yo. Le confesaré que los tiré al lago —dijo muy seguro—. Seguramente me hará buscarlos por el lago y lo haré. Pero esto debe acabar. Quiero volver con madre. Madre ha sido siempre nuestro alimento. Las consecuencias o su reacción ya vendrán, ¿no? ¿Estamos de acuerdo?

Nos quedamos boquiabiertos, pero no porque su discurso fuera tan coherente, sino porque allí estaba el germen del adulto que sería… No me extraña que tiempo después se casara con aquella mujer tan inteligente, que ella lo eligiera…

Pero nadie llegó a contestar porque, justo detrás de él, estaba madre… Fue un momento tan alucinante… No había podido llegar en un instante mejor…

No quise imaginar cómo había llegado ahí. Ella miraba al gemelo mayor con admiración y al resto con una sensación de felicidad completa.

—No hará falta… No hará falta mentir para verme… —susurró.

El gemelo cambió de cara cuando la escuchó y fue a abrazarla… El otro gemelo se unió a aquel abrazo inmediatamente.

El mayor y yo mantuvimos la distancia, no es que no tuviéramos ganas de abrazarla, sino porque la reacción de los gemelos había sido tan potente que temíamos no estar a la altura de los pequeños.

Ella se acercó a nosotros. Sabía lo que iba a hacer.

Cerró los puños… Puso uno hacia mí, el otro enfocando al mayor…

—Tengo dos sonrisas escondidas en mis manos —dijo.

Los dos sonreímos a la vez.

—No, no —matizó—. No son sonrisas pequeñas, son de oreja a oreja. Cogedlas, ya no quedan muchas de éstas.

Abrió los puños y los dos sonreímos como idiotas. Madre nos abrazó, uno a uno, tomándose su tiempo.

—Yo no tengo los anillos —dijo el mayor en su abrazo.

—Shhh… —replicó madre haciéndole callar—. ¿Qué importan los anillos?

Se sentó en el suelo, estaba cansada. Nos sentamos alrededor de ella.

—¿Estás bien, madre? —pregunté.

Sabía que no lo estaba. En su estado, haber recorrido la distancia entre casa y el lago era una auténtica locura.

Asintió suavemente con la cabeza.

—Estoy feliz, necesitaba veros… No importa nada más.

Respiraba mal… Nos acercamos más y formamos un círculo alrededor de ella.

—Padre… Padre tiene miedo… No le hagáis caso… Cuando la gente tiene miedo no actúa con normalidad… Tenéis que prometerme que nunca tendréis tanto miedo que os impida actuar con normalidad…

El gemelo pequeño la miró y supimos qué iba a decir.

—Yo lo tengo ahora… —Su voz sonó tan débil.

Madre se acercó más a nosotros… Nuestra decena de pies estaban muy juntos… Sentíamos el calor de los otros. Sabía que era el instante de su discurso final… Su otra herencia… Todos lo notábamos…

—¿Te estás muriendo? —dijo el mayor rompiendo el respeto que ese momento necesitaba.

Ella le miró… Tardó en responder.

—Hay un poema que me encanta… —respondió—. Habla sobre la separación de unos padres… Dice que son muchas cosas a la vez… Para los niños, el primer fin del mundo… Para los muebles son golpes, cargas y descargas… Para las paredes, cuadrados con forma de cuadros inexistentes…

Madre nos miró… El gemelo mayor fue el primero en hablar…

—Tu muerte será dejar el fútbol. Ya no habrá más balones ni gritos de gol…

El gemelo pequeño también se unió a aquello.

—Tu muerte será sentirme nuevamente diferente… Menos susurros en tu cama, menos secretos… Menos nuestro mundo…

Miré al mayor, vi que no iba a jugar. Yo sí que participé.

—Tu muerte hará que ya no haya más sonrisas en puños… Y quizá encuentre más violencia en otros…

El mayor explotó. Se veía venir.

—¿No lo puedes hacer de una forma normal? —dijo levantándose y rompiendo aquel círculo—. ¿No puedes hacerlo como lo haría otra madre, sin hacernos reflexionar…?

»No lo quiero hacer, no quiero jugar a este juego absurdo…

»No quiero pensar qué será de mi vida sin ti… No eres un tema para un poema…

»Eres mi madre…

Dejó de hablar, pero enseguida volvió a la carga…

—¿Quieres saber realmente qué serás si mueres? Pues palabras, sólo eso…

»Escuchar muchos «lo siento» y «te acompaño en el sentimiento…» de gente que jamás te ha venido a ver…

»Y, en el futuro, escuchar muchas más palabras el resto de mi vida… «¿Fue difícil perder una madre tan joven?» «¿Cómo lo llevaste…?»

»Te convertirás en frases y palabras que dirán unos desconocidos que nunca formarán parte de mí… Un montón de palabras que jamás querría escuchar… Eso serás…

Madre lo cogió del brazo y lo hizo volver a sentarse, retornar al círculo…

Mi hermano mayor lloraba como nunca le había visto hacerlo… Temblaba y gimoteaba sin abrir los ojos…

Siempre he creído que una persona que no permite que vean sus ojos siente mucho placer o mucho dolor… Y es que cuando los cierras completamente sólo puede significar que estás en tu propio mundo… Y los mundos propios suelen ser tan personales que necesitas que el exterior no te salpique…

Madre tardó en contestarle… Lo acariciaba… Mi hermano mayor estaba destrozado… Los demás también estábamos rotos por ese monólogo lleno de dolor…

Quizá tenía razón y aquel fuera nuestro futuro…

—Estarán las palabras de los otros… —dijo madre suavemente al oído de mi hermano mayor—. Pero también estarán las mías…

»Llegar a este campo de fútbol ha consumido parte de mi último combustible… Lo noto…

»Pero qué son seis horas sola en la cama o veinte minutos acompañada de los tuyos… De tus hijos… La decisión ha sido tan fácil…

»Además, siempre he sido más de exteriores que de interiores… Si podéis, jamás pongáis muchos interiores en vuestra vida…

Me miró… Yo temblé… Sabía que iba a hablar de mí, darme esa herencia en forma de palabras…

—Nunca conseguiré que tu vacío se llene… —me dijo—. Nunca te consolará ninguna de mis palabras… Pero tu rabia te hará fuerte… Utiliza tu rabia a tu favor…

»Y cuida de tu padre, cuida de tu padre cuando sus fuerzas flaqueen, eres el único que…

Y en aquel instante la muerte le llegó… Cuando sus consejos comenzaban… Se desvaneció… Yo no paraba de prometerle que lo haría…

«Cuidaré de él… Te lo prometo… Cuidaré de él…»

Yo no podía dejar de chillar, quería que continuase, necesitábamos aquellas frases, aquellos consejos para poder seguir viviendo en este mundo…

Todos esperábamos que pasaran aquellos noventa segundos de mareo y que volviera… Pero no volvía… Gritábamos, chillábamos… Pasaron noventa más y noventa más… No retornaba, pero allí estábamos, esperando un milagro…

Todos destrozados, todos muertos de miedo, todos huérfanos…

Y es que madre murió y sentimos que había sido una despedida tan abrupta…

Y allí quedó, en el centro del campo de fútbol… Mis hermanos la cogieron en hombros y la llevaron a casa mientras yo me lanzaba al lago. Quería llegar a casa del médico…

Fue un acto loco, estúpido. Me lancé al lago en busca de una solución cuando ya no existía ningún problema…

Ellos, de alguna manera, lo habían aceptado. Llevarla a hombros era un pequeño paso…

Pero reaccionáramos como reaccionásemos, madre había muerto… Y padre nos había impedido despedirnos…

Aunque no era el único culpable, quien robó los anillos también era responsable…

Durante años, el tema de los anillos apareció recurrentemente en nuestras vidas… Saber quién se los llevó, quién impidió gozar más de madre con su mentira, fue un asunto familiar, mejor dicho, un asunto de hermanos…

Padre jamás volvió a preguntar sobre aquello… En realidad, padre jamás volvió a ser él…

Incineró a madre… Destrozó su cama, creó aquella mierda de banco y ya nunca más volvió a hablar de ella…

Tampoco volvió a dirigir una película ni a tomar el mando de su familia…

Se podría decir que aquel día perdimos a madre y padre nos abandonó…

Y no sólo a nosotros, sino, como os he comentado, también al cine… Ni dirigió, ni escribió, ni miró más cine…

Aunque no os lo puedo asegurar del todo porque los cuatro hermanos, en cuanto tuvimos la oportunidad, abandonamos aquella casa.

A veces para aprovechar oportunidades únicas, en otras ocasiones simplemente porque nos ofrecían simplemente una escapatoria…

Diría sin duda que hubo víctimas colaterales… Amores que no fueron tan deseados ni trabajos tan ansiados… Pero marcharse se convirtió en nuestro propósito vital…

Y es que todo en aquella casa rezumaba a madre y se hacía duro permanecer allí… Además, el odio a padre, a su forma de castigarnos aquel día, fue en aumento… E irónicamente, el único que recibió un legado de madre en forma de palabras, el que debía cumplir la promesa de cuidar de él, fue el primero en marcharse…

Y con los años, ahora que miraba el rostro de mi hermano mayor, notaba cómo aquel odio prevalecía… El odio por la búsqueda del culpable…

—Los gemelos murieron confesando que ellos no habían robado los anillos —dijo.

Volvía con el eterno tema.

—¿Y?

—Lo hubieran confesado… ¿Por qué se lo llevarían a la tumba? ¿Fuiste tú?

Supe qué quería decir… Tres caballos que miraban desde otra valla cercana se acercaron a mí, parecían desear escuchar mi confesión.

Padre estaba lejos, continuaba con sus croquis. Odiaba volverme a encontrar en esa situación…

—Podrían haber mentido los gemelos, ¿no?

—¿Por qué lo harían?

—No lo sé… Madre dijo que olvidáramos lo de los anillos… Quizá fuiste tú, ¿no?

Me cogió fuerte del cuello. Los caballos se espantaron. Casi había olvidado que tu hermano mayor siempre tiene y tendrá más fuerza que tú.

—Yo no los cogí… Así que ya sabemos quién fue… —afirmó.

Me soltó y me aparté de él. Le tenía un poco de miedo.

—No sé cómo convencerte —respondí.

Las gemelas comenzaron a llorar. Casi las había olvidado.

—Ayúdale… —le dije—. Ayuda a padre, se lo prometimos a madre. Casi no le queda nada, está perdido, dile que le dejarás rodar aquí…

Me miró, pero no supe comprender qué significaba esa mirada. Era muy acuosa y un punto turbia…

—Se lo prometiste tú… A ti es al único a quien llegó a decirle algo…

Llamó a padre mientras se dirigía hacia él.

—¡Oiga! —le gritó—. ¡Venga!

Padre se giró y vino tranquilamente hacia nosotros. Miraba a mi hermano, pero él no le devolvía la mirada. Me imaginaba lo que iba a hacer.

Padre se acercaba ajeno a todo.

—¿Os habéis puesto de acuerdo? ¿Podemos rodar? —preguntó.

Seguidamente, padre señaló a un chico pequeño que estaba cuidando un caballo tras una verja… Era el hijo pequeño de mi hermano… Tenía unos ocho años… Se parecía tanto a él…

—¿Cree que el chico este que cepilla al caballo querrá actuar? Sería ideal como protagonista…

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Mi hermano bramó…

—Fuera de mi propiedad… Eres un hijo de puta y lo seguirás siendo siempre… Y además, aunque tú lo olvides, muchos lo recordaremos…

Padre no reaccionaba. Diría que no entendía nada…

Y fue entonces cuando mi hermano mayor le devolvió aquella bofetada que había recibido hace años…

Fue doloroso verle pegar a padre… Sentir tanto odio en otra persona hace que te cuestiones el tuyo propio…

Padre no hizo nada, no reaccionó, eso fue lo peor…

Mi hermano ya no dijo nada más. Se marchó hecho una furia, llamó de un grito a su hijo y ambos desaparecieron… Hasta diría que todos los caballos se apartaron un poco de nosotros…

Padre no dijo nada, yo tampoco… No sabía si había comprendido lo que acababa de pasar… Su falta de dolor, de reacción, comenzó a mover algo en mí…

Se subió al coche desilusionado y muy tocado, como si le hubieran extirpado algo que le era necesario para vivir.

El mayor había aprovechado aquel instante de debilidad de padre. Jamás había sido fácil hacerle daño porque nunca vimos nada que él amase tanto para arrebatárselo.

Y es que desde que murió mi madre, nada parecía importarle… Pero aquel no era padre y por eso tenía ilusiones…

Montamos en el coche… No habló durante el viaje de vuelta.

A la media hora, comenzó a temblar… Más que temblar era un chasqueo en su mano izquierda…

Y fue ése el instante en que vi su tic…

Era doloroso observarlo. Como había predicho Voy, se dislocaba y colocaba el índice en numerosas ocasiones. Ese gesto repetitivo tantas veces escondido era ahora mostrado…

Quizá su mente no reaccionaba a lo que mi hermano le había chillado, pero diría que su cuerpo sí lo hacía…

Y poco a poco aquel tic derivó en temblores y seguidamente en pequeños chillidos de dolor…

Cuando llegamos a casa, ya tan sólo gritaba… Las niñas se asustaron y lloraban junto a él.

Lamentos de primera y tercera edad se mezclaban. No sabía cómo consolar ni a uno ni a otras…

Le acompañé hasta el porche. Al dolor y a los gritos se habían añadido unos espasmos y un sudor frío que le recorría todo el cuerpo.

Suerte que allí estaba aquella mujer que lo cuidaba. Lo cogió y se lo llevó hacia la habitación…

—Ya le dije que las tardes son malas… Ya verá cuando lleguen las noches…

No quería quedarme… No lo deseaba por nada en el mundo, pero lo hice… Debía hacerlo… No lo había cuidado en aquella cuadra, no había estado junto a él… Madre no estaría orgullosa de mí…

Puse a dormir a las gemelas en el despacho de padre, que era la zona más alejada de su habitación. No deseaba que le oyeran sufrir…

Y seguidamente me dispuse a ver cómo era ese inicio de tarde… El reloj tan sólo marcaba las cinco… Aquella enfermera estaba al tanto de todo y no paraba de cuidarlo. Lo que viví junto a ella fue doloroso…

Doloroso para mi padre que lo estaba viviendo, para la enfermera que lo cuidaba y también para mí, que no hacía nada, tan sólo observar…

Prefiero no relatar todo aquel dolor, todos aquellos detalles que me superaron. Sólo deseaba que volviese el día siguiente, la mañana… Que volviese el hombre que deseaba comenzar un rodaje en un par de días…

Cuando finalmente se durmió, me di cuenta de lo terribles que eran aquellas tardes, todo lo que él debía de aguantar… No podía ni imaginar cómo serían las noches…

No sabía si fue una tarde normal o si mi hermano le había incrementado el dolor con sus reproches y la bofetada… Lo que estaba claro es lo que debía hacer…

Aquella película era de las pocas cosas que le conectaban con el no dolor…

La única medicina certera, y yo pensaba conseguirle un poco más…

No sabía bien por qué lo hacía… Quizá mi hermano tenía razón… Pero aquella segunda visita me había transformado…

Ver el odio de mi hermano había suavizado el mío…