Han pasado ya muchos años, pero aquel día sigue presente en mí… No hay mes que no retorne una o dos veces…
Como os comenté fue el verano más caluroso que recuerdo.
El calor y mi madre… El frío y mi padre…
Cuando murió mi mujer era primavera, una primavera otoñal, una mezcla extraña… Ella lo definía como la época de los disfraces… Y es que por la calle podías ver desde gente con manga corta y bañador hasta otros que llevaban abrigos y gorros de lana.
No sé de qué iba disfrazada ella cuando murió… No sé si iba de invierno o de verano…
En cambio, cuando madre murió, llevaba una especie de camisón blanco… Lo llevó durante toda la última época de su enfermedad…
Era un camisón de gasa blanca que siempre olía muy bien. Juraría que no era nunca el mismo… Difería en tonalidades…
Yo me imaginaba que ella poseía un armario con cientos de camisones de gasa con leves diferencias…
Madre se moría de una enfermedad sanguínea. Era hereditaria. Ya la tuvieron antes su madre, su abuela y su bisabuela… «Mi sangre no toma una dirección correcta…» Ésas fueron sus palabras para explicarlo… Jamás lo entendí bien…
Lo que estaba claro era que su sangre, de repente, desaparecía de su cabeza y ella se desplomaba en el suelo. No sabías jamás cuándo pasaría eso.
Madre era así desde que yo nací. Recuerdo que con cinco años iba con ella por un centro comercial, cogido de su mano con la sensación de que me protegería de todo, y de repente ella cayó redonda al suelo.
Pasaba tan a menudo que nos enseñó a cuidarla en aquel minuto y medio de reinicio. En esos noventa segundos debíamos evitar que le robaran, que la intentaran reanimar y, sobre todo, que nos separaran de ella.
Jamás aceptábamos ambulancias ni doctores. Noventa segundos para evitar que toda aquella gente ansiosa por ayudar o robar depositaran su atención sobre ella.
Era increíble. Cuando se caía, los depredadores aparecían como siempre predecía. Estaban los ladrones, los deseosos de ayudar y también buitres que querían sus despojos.
Yo enseguida los comencé a diferenciar. Era fácil…
Y no sólo teníamos que evitar a toda aquella gente, sino también impedir que cayera en lugares donde pudiera hacerse daño.
Y eso era un poco más complicado porque jamás se podía prever. Los brotes llegaban cuando menos lo esperabas. Escaleras mecánicas, cuestas, coches…
Todos, los cuatro hermanos, debíamos prestarle atención, cuidarla y ayudarla en ese instante y en los noventa segundos posteriores.
Y allí estábamos siempre, y os puedo jurar que nunca se lastimó ni sufrió un solo rasguño.
Ella, en broma, nos decía que era normal caerse. Decía que éramos sacos de patatas… Que los humanos éramos sacos de patatas de cincuenta, sesenta o noventa kilos que caminábamos sobre dos plataformas extrañas… Pero que los sacos de patatas no se conformaban con andar bien sin caerse, sino que además llevaban bolsas en las manos, ropa, objetos y adornos en la cabeza… Y hablaban, gritaban, discutían, miraban hacia otro lado y hasta se enamoraban… Cómo no se iban a caer…
Recuerdo que una Navidad al lado del lago, en lugar de un muñeco de nieve hicimos uno con un saco de patatas al que le pusimos zapatillas. Queríamos que andara, que se mantuviera en pie, que se fuera de compras y que se enamorara…
No lo conseguimos… Pero a los seis años compramos todo lo que nos cuentan…
Cuando llegamos a las dos cifras, todo comenzó a cambiar. Ya nadie deseaba acompañarla.
Es triste decirlo, pero lo sorteábamos. En ese tiempo no sabíamos que, al cumplir los veinte, aquella enfermedad nos comenzaría a afectar… Era su herencia… Su herencia inesperada…
Y cuando la comenzamos a sufrir, nos dimos cuenta de lo crueles que habíamos sido con ella… Cuántas veces en la vida, al revivir en nuestra piel situaciones que otras personas han sufrido, descubrimos la gravedad, el dolor y los inconvenientes que eso supone.
El cambio de ángulo, el pasar por el tamiz del yo…
Desde los veinte, como todos mis hermanos, sufro sus desmayos, caigo cual saco de patatas. Últimamente los medicamentos han mejorado un poco con respecto a su época y puedo pasar meses y meses sin desvanecerme… Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez…
Pero cuando me caía comprendía la necesidad de que te cuidaran, de que te protegieran… Sentirla en tu piel lo transforma todo…
Y es que la herencia de madre la recibimos los cuatro hermanos al cumplir los veinte, día más o día menos…
Cuando me llegó a mí, al ser el segundo en la línea de sucesión ya era esperado. No fue traumático ni doloroso, fue como quien espera el regalo de una madre que te abandonó pero sabes que en tu sangre aún vive parte de ella.
Y quizá eso no es nada comparable a saber que mis días terminarán como los suyos. No sé el tiempo exacto, no sé si más o menos que ella. Los médicos tampoco saben decírmelo, pero sé que ese día llegará…
El último de mi madre transcurrió durante aquel verano tan caluroso…
Ella se había ido debilitando año tras año… Poco a poco notaba cómo esa extraña enfermedad sanguínea le iba robando capacidades.
En sus últimos años, los mareos eran tan continuados que dejó de andar y descansaba en la cama. El último año lo pasó estirada en aquella habitación…
Padre decía que reposaba. Ella, cuando la veíamos, nos decía que no reposaba, sino que su saco de patatas había decidido dejar de moverse.
Jamás perdió su fuerza y su ilusión, aunque los dolores que soportaba eran tremendos.
De pequeño cuesta mucho ver a tu madre en una cama. Verla siempre desde arriba… Observar cómo se va yendo lentamente…
Aquellos últimos ocho meses fueron muy duros. Ella perdía el conocimiento muy a menudo y durante mucho más tiempo… Ya no sufrías por que se hiciera daño, sino por si no volvía…
Muchas veces en sus dos últimos meses, cuando el dolor era desmesurado, yo deseaba que no volviese. Que abandonase este mundo en uno de sus desmayos.
Pero cuando volvía, siempre buscaba en sus puños una de esas sonrisas que guardaba para mí…
Madre moría durante todo aquel año y padre… Padre parecía no entenderlo… Lo que hizo con nosotros en los últimos días no tuvo ningún sentido, jamás se lo podré perdonar…
Y ahora parecía que ese padre ya no existía… Quizá por eso necesitaba volver otro día… Ver si aquel hombre que habitaba ahora en su piel había desaparecido y volvía a estar nuevamente aquel al que conocía, a quien odiar, culpabilizar y negarle mi ayuda…