Tardé casi veinte minutos en recorrer las cuatro calles que separaban la casa de la mujer de mi hermano de la de Voy…

Aquel pueblo era inmenso… Todo estaba tan separado…

Byron me acompañaba. De fondo aún oía llorar a las gemelas. El viento jugaba a su favor… Pero sabía que aquellos lloros sin lágrimas pronto volverían a ser risas… Me encanta la bipolaridad de ser niño o bebé…

Cuando llegué a la casa que me había indicado, Voy estaba esperando ya en la puerta. Hasta con las visitas sorpresa se adelantaba…

Me miraba mientras yo daba los últimos pasos en su dirección… Deseaba que no me hubiera olvidado.

No había envejecido mal. Aún llevaba su inhalador en la mano izquierda. Lo usó una vez mientras no dejaba de mirarme…

Antes de llegar a su altura, puso los dedos simulando una pistola y me disparó. Yo acepté la bala cómicamente… Me recordaba…

Me dio la mano. Jamás había sido tan efusivo conmigo. Manos huesudas como no podía ser de otra forma en él.

—¿Todo bien? —me preguntó.

—Sí, Voy. Todo bien…

Me salió. No quería, pero me salió.

Yo me sonrojé y el rió a carcajadas. Supongo que ya conocía ese mote, aunque creo que nadie se había atrevido a decírselo a la cara.

—Lo siento.

Byron ladró, haciendo el momento todavía más incómodo. Voy lo acarició y lo calmó…

—Nunca me ha molestado. Nadie me lo llamó nunca a la cara, pero siempre me pareció un buen sobrenombre. Me lo pusisteis los hermanos, ¿verdad?

Asentí…

—Normal… —Sonrió—. Nosotros, la gente del equipo, le pusimos uno a tu padre…

Me lo susurró al oído como si no quisiera pronunciarlo en voz alta. Al escucharlo no pude más que exteriorizarlo…

—¿Dios? —repetí.

Reí. Lo necesitaba.

Mi pequeña carcajada se fundió con la de las gemelas, que se oían desde tan lejos… Y es que cuando ambas se unían al reír, conseguían elevar su sonido los decibelios que se propusieran.

—Siento si ellas… —me disculpé por algo que sabía que ni tan siquiera le molestaría.

—Me dan vida —respondió—. Las semanas que ellas están cerca me noto con más energía. Y a ella también la siento mejor… Aunque ella siempre está bien. Los jueves siempre cenamos juntos. ¿Te lo ha contado?

No me lo había contado, pero no me extrañó…

Voy y ella debían de tener buenas conversaciones sin necesidad de exteriorizarlas con palabras ni de eclipsar o demostrar nada al otro.

—A ver si te unes un día —dijo sabiendo que yo jamás lo haría.

Y el silencio apareció, ese instante que se produce entre dos desconocidos que hace tiempo que no se ven. Ni Byron ladraba… Tan sólo miraba nuestros rostros… Sabía que era el momento de marcharse o lanzarse…

Tenía claro que debía explicarle cómo estaba de mal su Dios. Siempre es complicado comenzar a hablar de estas cosas.

Por suerte, con Voy todo era fácil. Él siempre se adelantaba a todo.

—¿Cómo está Dios?

Sonreí. Qué forma más preciosa de comenzar…

Tardé en contestar… Pero mientras anochecía, en la entrada de su casa, se lo conté todo. El olor de la naturaleza nos envolvía mientras nuestro entorno se oscurecía.

Él no preguntaba y su rostro huesudo no delataba ninguna emoción… Tan sólo escuchaba atentamente…

Cuando acabé de relatarle el extraño reencuentro con su Dios y la curiosa propuesta que me había hecho, él lo tuvo claro…

—Hazlo… Trabajar junto a él es una gran experiencia que todo el mundo debería poder gozar.

Ni una palabra sobre su enfermedad, sobre los problemas éticos y morales que significaba aceptar aquella proposición.

Una respuesta muy al estilo de Voy…

—Quizá deberías hacerlo tú… —le respondí—. Tú fuiste y eres su gran ayudante de dirección, su leal escudero…

Me miró y sonrió. Creo que aceptar cumplidos era algo que le iba grande… Tardó en responder. Lo que me iba a decir no era fácil de asimilar.

—A mí ya hace tiempo que no me reconoce. Los miércoles a primera hora siempre lo visitaba. Hablábamos de antiguos rodajes, de secuencias que rodaría desde otra perspectiva, de metraje perdido…

»Pero un miércoles, cuando llegué, me había olvidado… Se había desvanecido de su memoria que yo había sido su compañero de rodaje…

»Ahora, cuando voy, me ve como un amigo, pero el arte que creamos, los instantes y aventuras que pasamos juntos mientras filmamos aquellas películas míticas han desaparecido de sus recuerdos…

Se hizo un silencio que me pareció eterno… Byron soltó unos gemidos. Juraría que aquel perro lo comprendía todo.

Prosiguió…

—Cada semana hemos tenido menos que contarnos. Nos unía el cine. Sin él, es complicado comunicarnos… Yo no sé y él tampoco…

Su rostro huesudo se inundó de una gran tristeza. Había perdido a su Dios y tenía, como nosotros, al hombre, a aquel ser que casi no se relacionaba con nadie…

Por fin había conocido a mi padre… A mi padre en estado puro… Y con él no era fácil hablar…

—Deberías aceptar lo que te propone… Todo mejoraría —volvió a repetir.

—No lo sé… No creo que aceptarlo cambiara mucho nuestra relación. Creo que ya no tenemos mucho que salvar —añadí mientras me disponía a marcharme.

Comencé a mover uno de los pies con poca convicción… Byron ni tan siquiera lo intentó, no se movía del lado de Voy, como intuyendo que aquella conversación todavía no había finalizado.

—¿Sabes lo de su tic?

—¿Su tic? —pregunté.

Voy siempre sabía cómo atraer tu atención.

Alguna vez que había visitado algún rodaje, me había dado cuenta de que él conseguía tener contento a todo el equipo técnico y artístico. Desde el poderoso director de fotografía al extra sin frase que no come ni lo mismo que el resto del equipo y devora un triste bocadillo.

Todos quedaban siempre cautivados por Voy… Por su fuerza, por su energía y por esas últimas palabras que siempre decía a modo de coletilla y que te hacían sentir único antes de que fuera a conversar con otras personas.

Él era la voz de mi padre en el plató… Pero siempre fue más amable y estilizada que la original…

Decidí no marcharme. No sería el primero ni el último en caer en sus redes.

—¿Qué tic?

Sonrió. Había picado en su anzuelo.

—Tu padre tiene un tic…

—No.

—¿No lo tiene? ¿O no lo sabes?

—No lo tiene —afirmé.

De pocas cosas podía estar seguro, había convivido con él desde pequeño y sabía que aquello no era verdad…

Arqueó sus cejas como el que conoce un secreto que puede cambiar tu visión sobre algo.

—Lo posee desde el primer día que le conocí —dijo.

—¿Padre? —Yo estaba totalmente desconcertado—. ¿Dónde?

—Se mueve —sonrió.

—¿Su tic se mueve?

—Sí, siempre ha intentado…

Hizo una pausa, como decidiendo si debería contármelo, si estaba revelando algún secreto oculto… La pausa duró poco.

—Siempre ha intentado ocultarlo, su tic nunca está en los ojos o en la cara. Me contó que de pequeño residía allí y le causaba problemas. La gente le observaba como si fuera un bicho raro y aquello le avergonzaba…

—¿Te lo contó él?

No me lo podía creer.

—Lo deduje. Con tu padre casi todo hay que deducirlo. Nada es expresado.

Sonreí. Lo conocía tan bien…

—Durante su adolescencia se dio cuenta de que a aquel tic no lo podía apartar de su vida, que ya formaba parte de él… Pero un día descubrió que podía moverlo.

—¿Moverlo?

—Moverlo… Bajarlo, subirlo, transportarlo a otra parte de su cuerpo. A algún sitio donde no fuese tan evidente su presencia…

Pensé en él, busqué sobre su cuerpo en mi memoria. Deseaba encontrar esa zona antes de que Voy me la dijera…

—Las manos —dijimos al unísono.

Recordé que mi padre casi nunca las mostraba… O estaban bajo una mesa u ocultas por algún objeto… Nunca me había preguntado por qué… Supongo que te fijas en lo que muestran las personas, no en lo que ocultan…

—Sus manos, exacto. —Le gustó que lo acertara—. Allí arrinconó al tic y allí vive. Eso sí, aquella mudanza fue dolorosa…

»El tic vive en sus manos, y por ello se disloca y se vuelve a poner en su sitio el índice casi cincuenta veces al día… Eso los días que el tic es suave y ligero… Cuando está nervioso y no hay control puede llegar a las doscientas…

»Durante algunos rodajes nocturnos, de aquellos que no acababan nunca, se escuchaba aquel sonido de fondo. Algunos eléctricos pensaban que eran grillos… Él sonreía…

»No sé si aún lo tiene allí arrinconado… No sé si la enfermedad lo ha movido o ha desactivado su enclaustramiento…

Y no dijo nada más. Se despidió, me volvió a dar la mano y se fue hacia dentro. Siempre era él quien daba por finalizadas las conversaciones. Lo había olvidado.

Pensé que quizá aquella cita de mi abuela en aquel libro que no me correspondía leer tenía que ver con su tic, con los inicios… Quizá el fascinante chico que sacaba la lengua cuando hacía trabajos manuales era él y su tic… Su tic cerca de su cara, instalado en su propia lengua…

Byron no escuchó mis pensamientos y también se fue a casa. Ambos tenían claro que aquello había finalizado…

Voy entraba en casa cuando le hice la pregunta, en busca de las respuestas que había ido a buscar.

—¿Qué hace un ayudante de dirección?

Sonrió y dijo en un tono muy pausado:

—Todo lo que el director quiere que hagas… Y un poco más… —Hizo una leve pausa—. Espera un momento…

Desapareció. Byron se quedó a medio camino intuyendo que se había adelantado al marcharse, pero sin querer admitir su error.

Mientras esperaba su retorno, tenía la sensación de que todo aquello era una equivocación.

Voy tardó casi diez minutos en volver. Me entregó unas hojas arrugadas, cuatro rollos de película inmensos y una botella de whisky.

—¿Qué es todo esto? —pregunté.

—Su primera película en treinta y cinco milímetros, creo que nadie más tiene una… El whisky que bebe siempre que acaba un rodaje y una lista con los nombres, teléfonos y direcciones de la gente que trabajaron en ese primer film… Creo que, si aceptas el trabajo, deberías llamar a los que comenzaron con él… Está bien acabar con los que empezaron junto a ti… Suerte…

Y ahora sí que desapareció…

Volví a casa de la mujer de mi hermano acarreando aquellas cuatro latas pesadas, aquel viejo whisky y aquellas hojas mohosas.

Byron trotaba delante de mí, cruzándose de vez en cuando… Creo que tenía ganas de que tropezara…

Me sentía absurdo y desconcertado… Había recibido demasiada información…

Me pasé toda la noche pensando, intentando tomar la decisión correcta.

Me seducía la idea de despertarme, coger a las gemelas y marcharme de allí a toda velocidad. Volver a casa…

Estaba seguro de que a padre lo cuidarían. Tenía gente a su alrededor que aparecería si yo lo dejaba tirado…

Pero pesaba la promesa a madre… Pesaba mucho…

Como no podía dormir, decidí volver a aquel día en que le prometí aquello… Necesitaba retornar a aquella encrucijada, ponerla en cuestión, encontrar fallos…

Buscar una segunda lectura o una escapatoria a mi promesa… Creo que deberían existir abogados que te pudieran ayudar a desligarte de las promesas de adolescencia alegando incapacidad emocional.

Y es que aquel día pasó de todo… Madre se moría y padre enloqueció…