Conduje de camino a la casa donde estaban todas mis posesiones y las cosas que me importaban… Hice varias paradas antes de llegar… Comí solo, paseé… Necesitaba pensar en lo que había sentido en aquella habitación…
Todo lo que tenía en este mundo residía en la casa de la mujer de mi hermano… Aquella casa siempre había sido neutral.
Y ella, la mujer de mi hermano, siempre me gustó. Me daba paz. Cuando le comenté si podía quedarme un día en su casa porque debía ver a mi padre, ella no puso ninguna complicación, ningún problema ni ningún inconveniente…
Ella ahora vivía sola con su perro… Pero aquella casa seguía siendo un lugar neutral… En vida de mi hermano ya lo era… Siempre pensé que era ella quien le daba esa tranquilidad al lugar…
Me alegraba que no estuviera sola… Byron la cuidaba… Recuerdo cuando llegó aquel cachorro, aquel perro soñado por ella desde pequeña.
Su amor por los perros, su deseo de tener uno, me lo expresó la noche de bodas, en medio de un baile extraño en el que hubo una conexión mágica entre nosotros.
—¿Tu sueño es tener hijos pronto? —le pregunté.
Ella bailó bastante antes de contestar… Tan sólo me dio una respuesta muy corta, susurrada…
—Antes deseo tener un perro… Nunca me dejaron tener uno…
Deseaba tener ese perro porque jamás se lo habían permitido… Traumas de la infancia…
Siempre he creído que es lo que somos… Traumas de la infancia… Lo que te prohibieron, lo que no te dieron, lo que te obligaron a aceptar y lo que te arrebataron crean tu carácter.
Ella añoraba tener un perro. El día que lo tuvo, bueno, más bien el día que lo encontró, el trauma se desvaneció…
Recuerdo aquel instante, hace casi siete años…
Ella fue al buzón de su casa, como hacía cada mañana a primera hora… Y desde dentro del buzón se escuchaban ladridos y cuando lo abrió encontró aquel pequeño fox terrier. Había lamido todas las cartas y hasta se le había pegado un sello en medio de los ojos. Parecía que lo habían enviado certificado.
El grito de alegría que ella emitió fue increíble. Hacía tiempo que no escuchaba a nadie gritar con tanta pasión… Aún reside dentro de mí ese sonido…
Ya casi no quedan sorpresas de verdad y, supongo que por ello tampoco emociones reales en forma de respuesta… Y quizá por ello, cuando te encuentras con una, te fascina tanto…
Jamás le dije que aquel cachorro se lo regalé yo… Jamás… Ella siempre pensó que aquel perro se había perdido y había acabado escondido en su buzón para protegerse del frío.
Ambos congeniaron al instante. El sello que llevaba en la cabeza era de aquellos de coleccionista, dedicado a grandes personalidades, en este caso a Lord Byron.
Ella tuvo claro al instante cómo se llamaría: Byron… «Byron», dijo dos o tres veces en voz alta… Y Byron ladró como si ése fuese su nombre…
Aquel día me miró y volví a sentir aquello tan extraño que nos unía… No sé por qué había aquella magia tan especial entre nosotros… Y es que no era exactamente atracción física. Jamás nos habíamos besado ni nos deseábamos… Ni tampoco habíamos hablado mucho de nada excesivamente importante…
A veces pienso que todo el odio que mi hermano y yo nos teníamos, ella lo transformaba… Si ella estaba cerca, yo podía estar con mi hermano y no llegar a sentir odio. Era como un catalizador de buena energía…
Y ella era así, porque la mujer de mi hermano poseía una cualidad que yo ya hacía años que había perdido… Era una mezcla entre sencillez y humildad…
Escuchaba de una manera que te hacía sentir cómodo, y jamás parecía desear nada de ti… Daba la sensación de que nunca perseguía quimeras ni imposibles…
Mi hermano tuvo suerte. Lástima que la muerte le llegase tan pronto… Ella superó su pérdida de la misma forma que se tomaba todo en la vida, con suma tranquilidad…
Tan sólo en el entierro la noté totalmente perdida…
Aquel día Byron no se separó de ella. Le lamía la mano izquierda cuando notaba que ella se marchaba demasiado lejos… Y ladraba a los que se le acercaban o se quedaban demasiado rato dándole las condolencias…
Yo no supe qué decirle cuando me acerqué… Acabé jugando con el perro.
¿Qué le iba a decir…? No sabía qué era perder a tu pareja… Sentí que cualquier cosa que dijera sería falsa… En aquellos instantes no esperaba que, dos años más tarde, la muerte me sacudiría a mí de la misma forma y perdería a mi esposa…
Ella también vino a visitarme al tanatorio donde reposaba el cuerpo de mi mujer… Estaba a casi doscientos kilómetros del cementerio de su marido, pero existían un dolor y una frustración bastante semejantes… Y sobre una misma búsqueda tortuosa de porqués…
En su cementerio sólo se divisaban campos y bosques… Aquel tanatorio daba a una carretera donde no paraban de pasar coches.
Gente que iba a toda velocidad en ambas direcciones…
Yo estuve casi todo el tiempo en aquella terraza mirador con vistas a la carretera… Sentía que mirar coches me relajaba… Ver el cuerpo sin vida de mi mujer se me hacía demasiado doloroso…
La gente que venía tenía que ir hasta el mirador del tanatorio a darme el pésame. Se quedaban poco rato, pues el ruido de los coches era ensordecedor… Además, su muerte estaba tan relacionada con los vehículos, que ver todo aquel tráfico producía un efecto cortante y chocante.
Cuando la mujer de mi hermano llegó, no dijo nada. Le pasó como a mí… Y allí no había ningún perro con el que jugar…
Se ofreció a cuidar de mis gemelas el tiempo que necesitase. Fue la única persona que lo hizo… El resto me decía: «Lo que necesites… Cuando lo necesites…». Pero eran palabras vacías, nadie ofrecía nada en realidad… Sólo palabras vacías…
Ella me dio algo que realmente necesitaba y yo acepté inmediatamente.
El primer mes sin mi mujer lo pasé borracho… No me sentí nada culpable…
Las gemelas estaban bien cuidadas y yo necesitaba descuidarme.
Sabía además que los valores que ella les estaría inculcando tendrían una fuerza incalculable.
A partir del segundo mes, me las llevé a casa… Pero, cada dos o tres meses, se las dejaba un par de semanas… Siempre lo hacía cuando todo me superaba y el dolor se hacía complicado de soportar… Y aquello pasaba a menudo…
Ella era terreno neutral… Me hacía sentir bien… Jamás hacía preguntas, jamás daba sermones, jamás solicitaba explicaciones.
De mis hermanos nunca hablábamos. Ella sabía que algo había ocurrido entre todos nosotros, pero nunca preguntó sobre el problema que me había alejado de su marido y de mis otros hermanos…
Creo que siempre comprendió que éramos una familia rota y que eso no lo soluciona alguien de fuera…
Quizá por ello le había pedido instalarme allí antes de ver a padre… Pero no había resultado como esperaba…
Regresaba de su casa y sabía que no había obtenido lo que buscaba… Al volver a casa de la mujer de mi hermano, Byron salió a lamerme, como notándome ese sentimiento…
Aquel perro me tenía un cariño intenso mezclado con un respeto eterno… Siempre he tenido la sensación de que sabía que era yo quien lo había depositado en aquel buzón…
Ella estaba fuera, en el jardín, jugando con las gemelas… Las dos corrían hacia ambos lados y chillaban…
Hacía pocos meses que habían conseguido esa habilidad tan complicada que es el andar y no paraban de explotarla… Con los años la olvidamos, la interiorizamos y no nos parece nada mágica. Qué absurdos somos…
Mi presencia no alteró a las gemelas. Tampoco lo hacían mis ausencias…
Ella me miró. Creo que mi cara era de circunstancias. Lo notó… Se daba cuenta de casi todo…
—¿No ha ido bien?
—Cree que va a rodar una película —contesté.
Ella no dijo nada. Creo que sabía de qué le hablaba… Ella todavía lo visitaba de vez en cuando.
—¿Ya lo sabías?
Ella sonrió sin dejar de jugar con las gemelas…
—El otro día me hizo un casting para un papel principal. Fue bonito —dijo sin darle casi importancia.
—¿Bonito?
—Sí, me hizo hablar sobre mí, los motivos por los que deseaba aquel papel. —Hizo una pausa—. Nunca le había visto escucharme tan atentamente.
—¿Por qué no me lo dijiste? —inquirí.
Ella no contestó. Tan sólo siguió jugando con las gemelas… La respuesta era tan obvia. Supongo que deseaba que fuera a verle sin prejuicios.
Me senté en el césped… Byron se colocó muy cerca de mí y me lamió, esta vez la cara… Intentaba animarme…
Las gemelas jugaban entre ellas, se disputaban un payaso que llevaba tiempo sufriendo una mala vida. Alguien debía darle la jubilación, se lo merecía…
Al rato ella también se colocó al lado de Byron…
—¿Te ha hecho un casting también?
—Cree que soy el ayudante de dirección de su última película.
Ella se rió. Yo también… Era tan absurdo todo aquello…
—Ese cargo parece importante, ¿no? —añadió.
—Sí, lo parece.
—¿Y qué hace un ayudante? —me preguntó.
No supe qué contestarle, no lo sabía exactamente. Jamás me había interesado mucho el trabajo de padre.
—Supongo que ayudar… Ayudarle… Y eso jamás se me ha dado bien.
Se hizo un silencio.
—«Voy» vive cerca de aquí. A tres calles —dijo sin darle excesiva importancia a aquel dato.
Voy había sido el ayudante de todas las películas de mi padre. De pequeño, todos los hermanos le llamábamos así porque siempre estaba dispuesto a hacer todo lo que mi padre le pedía y lo demostraba siempre diciendo «voy».
Voy debía de tener ya casi noventa años… Siempre me había gustado Voy… A nosotros nos dispensaba el mismo trato que a padre. Le podías pedir favores, cromos, canicas o bebidas y siempre respondía con su obediente «voy».
Un «voy» que nunca sonaba igual. Tenía mil matices y pronunciaciones dependiendo del instante, el lugar y el tiempo que tardaría en conseguirte lo que deseabas…
Estaba muy delgado y en su rostro se marcaban todos y cada uno de sus huesos. Era un tipo bastante serio y tenía un inhalador de asma que era su compañero inseparable. Aspiraba cíclicamente cada quince minutos. No sabías quién le daba la vida a quién…
De pequeño siempre pensé que Voy necesitaba energía extra para hacer todas las cosas que le pedían y la sacaba de allí… Aquel aparato era un poco como el corazón de Voy… O su alma…
Esas cosas pensaba cuando era pequeño… Luego esos pensamientos se fugaron… La muerte de madre me los arrebató…
Recuerdo que un día le robé su inhalador… Quería tener su energía, quería respirar como cualquier otro niño… No sé si para que padre me quisiera, para curar mi defecto o para ser tan eficiente como Voy…
Después de robárselo, respiré siete u ocho veces seguidas lo que salía de aquel aparato porque deseaba transformarme…
Acabé en el hospital… Voy nunca se chivó a mi padre…
Recuerdo que sólo me dijo: «Tu inhalador lo tienes por todos lados… Aprovéchalo cuando lo necesites…». No entendí qué quería decir…
Tras la muerte de mi mujer, volví a recordar esa frase y muchas veces respiro rápido y fuerte como él me aconsejaba… Los problemas no se solucionan… Pero se diluyen un poco…
No fue ésa la primera vez que Voy estuvo conmigo en el hospital…
También me acompañó cuando me operaron por última vez… Aquel día madre ya estaba enferma y padre… Creo que padre rodaba una de sus películas.
Me imagino que padre le ordenó ir al hospital conmigo en lugar de quedarse en el rodaje… Y Voy dijo lo que siempre decía y allí estaba conmigo en aquella habitación…
No os lo he contado todavía, pero de pequeño yo tenía el pecho hundido… Un defecto con el que nací. Mi tórax estaba hacia dentro. Como escondido. Tan metido que hasta podías introducir un par de dedos en su interior…
En aquella época no se podía operar, sólo aliviar. Cuando se hundía mucho, lo tenían que sacar un poco para que no me aplastara los pulmones… Así que, de vez en cuando, pasaba por el quirófano y me lo empujaban hacia fuera…
Creo que visité quirófanos una decena de veces.
El día que Voy estaba conmigo en el hospital fue la última operación… Había una técnica nueva: me abrirían el pecho, me introducirían un hierro por encima de los pulmones y volverían a cerrar… Seguiría teniendo aquel agujero en el que cabían dos dedos enteros, pero ya nunca más debería preocuparme que se volviese a hundir mi pecho…
Así que aquel verano caluroso se acabarían mis problemas… Pero, como siempre, iban con retraso y aún tardarían un par de horas en llevarme al quirófano… Hacía tanto calor que tenía todo el pijama empapado…
Tenía ganas de quitarme la parte de arriba, pero me avergonzaba tanto aquel agujero, mi defecto, que jamás me la quitaba en público… Me bañaba con la camiseta puesta en la piscina y el mar, para que os hagáis una idea…
Diría que Voy conocía aquel miedo personal… Creo que Voy lo sabía todo…
Los dos sudábamos… Casi no hablábamos, no teníamos mucho que decirnos…
Voy no estaba ni muy cerca ni muy lejos de mí. Su prudencia era perfecta hasta en esos detalles…
Según pasaron las horas, el calor en aquella pequeña y cerrada habitación se volvió inaguantable. Voy sudaba, yo también…
—¿Te importa? —dijo señalando su camisa totalmente empapada.
Le dije que no con la cabeza. Voy se abrió la camisa… Su cuerpo era igual de huesudo que su cabeza…
Miró mi pijama, que estaba igual de empapado que su camisa.
—A mí tampoco me importa… Si quieres…
Ya me imaginaba que no le importaba, pero a mí me costaba horrores enseñar mi cuerpo… Sentía absoluta vergüenza de mostrar aquellos pectorales con ese absurdo agujero en medio…
—Rodé una vez un western —comenzó a explicar—. El director que lo filmó no valía mucho, pero había dos o tres secuencias que tenían mucha fuerza…
No entendía a qué venía toda aquella historia…
—La escena que estaba mejor era una en la que le pegaban un tiro al protagonista, justo aquí en medio…
Señaló la misma zona que yo tenía hundida. No había duda de que alguna vez había visto mi defecto de cerca para poder señalarlo con tanta exactitud…
—Recuerdo que el director quería mostrar cómo se le introducía la bala… Era un plano complicado de conseguir… Así que le hicimos al protagonista un molde de su pecho y creamos todo el agujero que le haría la bala… Después filmamos desde el interior del pecho falso…
Voy no paraba de señalar con los dedos el lugar que habían hecho los planos. Iba moviendo sus huesudas manos como formando una cámara… No entendía bien por qué me comentaba todo aquello, pero lo contaba con tanta pasión…
—¿Sabes qué dijo el actor cuando le colocamos el pecho falso para hacer el plano del disparo?
Negué con la cabeza.
—Que cuando introducía su dedo en aquel agujero de bala… Sentía como si pudiera tocar su alma… Su propia alma. —Sonrió y me miró—. Tú tienes suerte, puedes tocar tu alma cada día sin llevar un molde falso… Te envidio…
Sé lo que intentaba. Voy era bueno en casi todo lo que se proponía…
Le miré, sabía lo que esperaba de mí…
Tardé casi media hora, pero al final me desabroché los dos primeros botones de mi pijama… Para mí aquello fue un logro. El inicio de mi agujero, el conducto a mi alma quedó al descubierto… Aquello era una proeza…
Voy no dijo gran cosa… Tan sólo me observó orgulloso… Ojalá mi padre me hubiera mirado así alguna vez…
Cuando Voy se marchó de la habitación aquella noche, introduje mi dedo en aquella imperfección pectoral que tanto me aterraba…
No os diré que sentí que tocaba mi alma, pero sí que fue como si pudiera hacerme cosquillas en un pulmón.
Y la operación salió bien… Jamás se me volvió a hundir el pectoral, pero el agujero quedó allí…
Aún voy por la calle casi todos los días con mi camisa bien ceñida al cuerpo y con todos los botones abrochados. Pero algunos días que me siento valiente me desabrocho el primer botón. Y los días que estoy pletórico llegan a ser dos…
Pero desde que mi mujer murió ya no hay días pletóricos, ni tampoco días valientes…
La mujer de mi hermano me tocó suavemente la nuca… Creo que había sentido que había volado lejos… No me preguntó adónde.
Las gemelas se pusieron a llorar cuando el payaso se rompió por la mitad… Se veía venir…
Me desabroché un botón. Siempre me sentía bien con su comprensión… Byron me lamió la oreja izquierda como premiando ese pequeño acto de valor…
—¿Te indico dónde vive Voy? —dijo devolviéndome a la realidad.
Asentí con la cabeza… A los pocos segundos me encontraba siguiendo sus indicaciones…
El frío apretaba, sería un invierno duro…
Pero, de camino a su casa, me desabroché dos botones más, se lo debía a Voy… Se lo debía…