La mayoría de los temas disciplinarios en la academia pasaban por la directora Kirova. Supervisaba tanto a moroi como a dhampir y era conocida por su creativo y muy utilizado repertorio de castigos. No es que fuese cruel, exactamente, pero tampoco era blanda. Se tomaba muy en serio la conducta de los alumnos y la afrontaba de la manera que consideraba apropiada.
Había algunas cuestiones, sin embargo, que se encontraban más allá de su jurisdicción.
No es que la formación de un comité disciplinario compuesto por guardianes de la academia fuese algo inaudito, pero sí muy, muy raro. Tenías que hacer algo bastante serio para cabrearlos y recibir ese tipo de respuesta. Como, digamos, poner a un moroi en peligro de manera deliberada. O poner a un moroi en un hipotético peligro de manera deliberada.
—Por última vez —gruñí—, no lo hice a propósito.
Estaba sentada en una de las salas de reuniones de los guardianes, frente a mi comité: Alberta, Emil y otra de las pocas guardianas del campus, Celeste. Estaban sentados ante una larga mesa, con aspecto imponente, mientras que yo me sentaba en una solitaria silla y me sentía muy vulnerable. Había otros guardianes sentados, observando, pero gracias a Dios, ninguno de mis compañeros de clase se encontraba allí para ser testigo de mi humillación. Dimitri se hallaba entre los observadores, no formaba parte del comité, y yo me preguntaba si no le habrían mantenido al margen por su situación potencialmente parcial como mi mentor.
—Señorita Hathaway —dijo Alberta, metida de lleno en su papel de capitana estricta—, tiene usted que ser consciente de por qué nos cuesta tanto creerlo.
Celeste asintió.
—El guardián Alto la vio, se negó a defender a dos moroi, incluido aquel cuya protección le fue específicamente asignada.
—¡No me negué! —exclamé—. Yo… tuve dudas.
—Eso no eran dudas —dijo Stan desde la zona de los observadores. Miró a Alberta para solicitarle la palabra—. ¿Me permite? —ella asintió, y Stan se volvió de nuevo hacia mí—. Si me hubiese detenido o atacado y después hubiese fallado, eso sí habría sido dudar. Pero usted no me detuvo. No me atacó. Ni siquiera lo intentó. Se quedó ahí de pie como una estatua y no hizo nada.
Como era comprensible, yo estaba indignada. La sola idea de que hubiese permitido de manera deliberada que un strigoi «matase» a Christian y a Brandon era ridícula. Pero ¿qué podía hacer? O bien confesaba que la había cagado como una campeona, o bien que había visto un fantasma. Ninguna opción me resultaba atractiva, pero tenía que cortar por lo sano. Una me hacía parecer incompetente, la otra me hacía parecer loca. No deseaba que se me asociase con ninguna de las dos. Prefería sin duda mi habitual descripción como «imprudente» y «problemática».
—¿Por qué me veo metida en este problema debido a un fallo? —pregunté irritada—. Es decir, vi a Ryan cometer un error antes que yo, y él no ha tenido ningún problema. ¿Es que no es ése precisamente el objetivo de todo este ejercicio? ¿Practicar? ¡Si fuéramos perfectos, ustedes ya nos habrían soltado ahí fuera!
—¿Es que no estaba usted escuchando? —me preguntó Stan. Juraría haber visto una vena hinchada en su frente. Creo que él era el único allí tan enfadado como yo. Al menos, él era el único, aparte de mí, que mostraba sus emociones. Los demás tenían cara de póquer, pero también es verdad que ninguno de ellos vio lo que había pasado. De haber estado en lugar de Stan, yo también habría podido pensar lo peor de mí—. Usted no falló, porque «fallar» implica haber llegado a hacer algo.
—Entonces muy bien. Me quedé paralizada —le miré desafiante—. ¿Cuenta eso como «fallar»? Cedí ante la presión y me quedé en blanco. Resulta que no estaba preparada. Llegó el momento y me entró el pánico, algo que le sucede a los novicios constantemente.
—¿A un novicio que ya ha matado strigoi? —preguntó Emil. Era de Rumanía, y su acento venía a ser un poco más fuerte que el acento ruso de Dimitri, pero, desde luego, no era ni de lejos tan agradable—. Resulta improbable.
Repartí miradas desafiantes entre él y el resto de los presentes en la sala.
—Ah, ya veo. Tras un incidente, ¿ahora esperan que sea una experta asesina de strigoi? ¿No me puede vencer el pánico, tener miedo ni nada? Muy lógico, sí. Muchas gracias, señores. Muy justo, realmente justo —me repanchingué en mi silla con los brazos cruzados sobre el pecho. No hacía falta fingir la mala leche. Tenía de sobra para repartir a diestro y siniestro.
Alberta suspiró y se inclinó hacia delante.
—Lo que estamos discutiendo es pura semántica. Los tecnicismos no son aquí la cuestión. Lo importante es que esta mañana nos ha dejado usted muy claro que no deseaba proteger a Christian Ozzera. De hecho… creo que incluso llegó a decir usted que quería que estuviésemos seguros de que sabíamos que lo hacía usted contra su voluntad y que pronto veríamos lo mala idea que era —ay, que sí había dicho aquello. La verdad es que, ¿en qué estaría yo pensando?—. Y, a continuación, cuando llegamos a su primera prueba, nos la encontramos con una total y absoluta falta de respuesta.
Casi salgo volando de mi silla.
—¿Es eso de lo que va esto? ¿Piensan que no lo protegí por alguna extraña especie de venganza?
Los tres me miraban con los ojos fijos y expectantes.
—No es que sea usted famosa precisamente por aceptar con calma y elegancia las cosas que no le gustan —respondió en tono irónico.
Esta vez sí me puse en pie y señalé en su dirección con un dedo acusador.
—No es cierto. He seguido todas y cada una de las normas que Kirova ha establecido para mí desde que regresé. He ido a cada clase práctica y respetado cada toque de queda —bueno, me había saltado algún toque de queda, pero de forma intencionada, siempre había sido por un bien mayor—. ¡No hay ninguna razón por la cual yo pudiese hacer esto como una venganza! ¿De qué habría servido? Sta… el guardián Alto no iba a herir de verdad a Christian, así que no se puede decir que yo conseguiría ver cómo le pegan o algo así. Lo único que podría lograr es verme arrastrada en medio de algo como esto y, probablemente, enfrentarme a que me apartasen de las prácticas de campo.
—Se está enfrentando a ser apartada de las prácticas de campo —replicó Celeste con frialdad.
—Oh —dejé de pronto de sentirme tan atrevida y me senté. El silencio se apoderó de la sala unos instantes, y entonces escuché la voz de Dimitri, que hablaba desde detrás de mí.
—Tiene algo de razón —dijo. El corazón me martilleaba ruidoso en el pecho. Dimitri sabía que yo no me tomaría una venganza como ésa, él no pensaba que fuese mezquina—. Si fuera a protestar o a vengarse, lo haría de un modo distinto —bueno, no demasiado mezquina al menos.
Celeste frunció el ceño.
—Sí, pero después de la escena que ha protagonizado esta mañana…
Dimitri avanzó unos pasos y se situó junto a mi silla. Tener tan cerca su sólida presencia me reconfortaba. Tuve un déjà vu como un relámpago, de vuelta al momento en que Lissa y yo regresamos a la academia, el pasado otoño. La directora Kirova casi me expulsa, y también entonces salió Dimitri en mi defensa.
—Todo esto es circunstancial —dijo—. Con independencia de lo sospechoso que pensemos que parece, no hay pruebas. Apartarla de la preparación, y fundamentalmente acabar con su graduación, es algo un tanto extremo sin tener certezas.
El comité se mostró pensativo, y concentré mi atención en Alberta. Era quien tenía más poder allí. Siempre me había gustado, y en el tiempo que pasamos juntas, fue estricta pero siempre escrupulosamente justa. Albergué la esperanza de que continuase siendo cierto. Realizó un gesto para atraer a Emil y Celeste hacia sí, y ambos guardianes se inclinaron para acercarse. Mantuvieron una reunión a base de susurros. Alberta asintió con resignación y los otros dos se apoyaron en los respaldos de sus asientos.
—Señorita Hathaway, ¿le gustaría decir algo antes de que le comuniquemos nuestras conclusiones?
¿Que si me gustaría decir algo? Ya te digo que sí. Había montañas de cosas. Quería decir que no era incompetente. Quería decirles que yo era uno de los mejores novicios que había allí. Quería decirles que sí había visto a Stan venir y que había estado a punto de reaccionar. En especial, deseaba decirles que no quería tener esta mancha en mi expediente. Aunque permaneciese en las prácticas de campo, ya tenía un suspenso en esta primera prueba. Eso afectaría a mi calificación final y, de forma consecuente, afectaría a mi futuro.
Pero, de nuevo, ¿qué opción tenía? ¿Contarles que había visto un fantasma? ¿El fantasma de un tío que había estado colado por mí hasta la médula y que muy probablemente había muerto debido a esos sentimientos? Yo aún no sabía qué estaba pasando con aquellas apariciones. Una vez se podía achacar al agotamiento… pero lo había visto —a él o a ello— dos veces ya. ¿Era real? Mi capacidad de raciocinio me decía que no, pero, a decir verdad, daba igual por ahora. Si era real y se lo contaba al comité, pensarían que estaba loca. Si no fuese real y se lo contaba, pensarían que estaba loca y tendrían razón. No salía ganando por ningún lado.
—No, guardiana Petrov —dije con la esperanza de sonar dócil—. Nada más que añadir.
—Muy bien —prosiguió con voz de cansancio—. Esto es lo que hemos decidido. Es afortunada de contar con el guardián Belikov para abogar por usted, de otro modo, esta decisión podría haber sido distinta. Le vamos a otorgar el beneficio de la duda. Continuará con las prácticas de campo y continuará protegiendo al señor Ozzera. Se hallará usted en algo similar a un periodo de prueba.
—Está bien —dije yo. Había pasado toda mi vida académica en periodo de prueba—. Gracias.
—Y —añadió. Oh, oh—, dado que la sospecha no ha desaparecido por completo, pasará usted su día libre correspondiente a esta semana llevando a cabo servicios comunitarios.
Volví a saltar de mi silla.
—¿Qué?
La mano de Dimitri me asió por la muñeca; sentí sus dedos cálidos y dominantes.
—Siéntate —me murmuró al oído al tiempo que tiraba de mí hacia la silla—. Acepta lo que te ofrecen.
—Si acaso resultase un problema, podemos repetirlo la próxima semana —me advirtió Celeste—. Y las cinco siguientes a ésta.
Me senté e hice un gesto negativo con la cabeza.
—Lo siento. Gracias.
La vista se dispersó, y yo me quedé con la sensación de estar harta y derrotada. ¿Sólo había pasado un día? Estaba segura de que toda aquella emoción tan alegre previa a las prácticas de campo había sucedido semanas atrás, y no aquella misma mañana. Alberta me indicó que fuese a buscar a Christian, pero Dimitri le preguntó si podía disponer de un momento a solas conmigo. Accedió, sin duda con la esperanza de que él me recondujese por el buen camino.
La sala se vació, y pensé que nos sentaríamos y hablaría conmigo allí, en aquel instante, pero en cambio, nos dirigimos hacia una mesita con un dispensador de agua, café y otras bebidas.
—¿Quieres un chocolate caliente? —me preguntó.
No me lo esperaba.
—Claro.
Vertió cuatro sobres de chocolate instantáneo en dos vasos desechables y añadió el agua caliente.
—El secreto es doblar la dosis —dijo cuando los vasos estuvieron llenos.
Me ofreció el mío junto con un palito de madera para removerlo, y se fue caminando hacia una puerta lateral. En la suposición de que había de seguirle, me apresuré a alcanzarle sin derramar el chocolate.
—¿Dónde va…? Oh.
Atravesé la puerta y me encontré en un pequeño porche acristalado lleno de mesitas. No tenía ni idea de la existencia de aquel porche junto a la sala de reuniones, pero claro, ése era el edificio desde el cual los guardianes dirigían todo lo relacionado con el campus. Rara vez se nos permitía el paso a los novicios. Tampoco me había percatado de que el edificio estaba construido en torno a un pequeño jardín al que se asomaba este porche. Me imaginé que, en verano, uno podía abrir las ventanas y hallarse rodeado de verdor y aire cálido. Ahora, encerrada en cristal y escarcha, me sentí como si estuviera en una especie de palacio de hielo.
Dimitri pasó la mano por una silla para quitarle el polvo. Yo hice lo mismo y me senté enfrente de él. Al parecer, este espacio no tenía mucho uso durante el invierno. Por el hecho de estar cerrada, la estancia era más cálida que el exterior, pero tampoco había calefacción. El aire era gélido, y me calenté las manos con el vaso. Se mantuvo el silencio entre Dimitri y yo. El único ruido provenía de mis soplidos al chocolate caliente. Él se bebió el suyo de golpe. Llevaba años matando strigoi, ¿qué era un poco de agua hirviendo aquí o allá?
Allí sentados, y conforme el silencio crecía, yo le iba estudiando por encima del borde de mi vaso. Él no me miraba a mí, pero yo sabía que era consciente de que le observaba. Igual que cualquier otra vez que le observase, su aspecto fue lo primero que me impresionó. El suave cabello oscuro que se solía llevar de forma inconsciente detrás de las orejas, y que se negaba sistemáticamente a permanecer recogido en la coleta que se hacía en la nuca. Sus ojos también eran marrones, de algún modo agradables y temibles a un tiempo. Sus labios, me percaté, poseían la misma cualidad contradictoria. Cuando combatía o se encargaba de algo serio, esos labios adelgazaban y se endurecían, pero en momentos más alegres… cuando se reía o besaba… bueno, entonces se volvían suaves y maravillosos.
Hoy me chocaba algo más que su aspecto externo. Me sentí cálida y segura sólo con estar con él. Me reconfortó tras mi terrible día. Con otra gente, demasiado a menudo, sentía la necesidad de ser el centro de atención, ser siempre divertida y siempre tener algo inteligente que decir. Constituía un hábito que debía quitarme de encima si quería ser un guardián, a la vista del mucho silencio que exigía nuestro trabajo. Pero con Dimitri, nunca sentí que tuviese que ser nada más que lo que ya era. No tenía que entretenerle, pensar bromas o siquiera flirtear. Bastaba sólo con estar juntos, con estar tan absolutamente cómodos en la presencia del otro —tensión sexual provocativa aparte—, y perdíamos por completo la barrera de nuestra vergüenza. Exhalé y bebí de mi cacao.
—¿Qué pasó ahí fuera? —me preguntó por fin, mirándome a los ojos—. Tú no cediste a la presión.
Su voz era inquisitiva, no acusadora. En ese instante no me estaba tratando como a un alumno, advertí. Me estaba considerando un igual. Tan sólo deseaba saber qué me estaba pasando. No había cuestiones disciplinarias ni me estaba dando lecciones.
Y justo eso hizo que fuese aún mucho peor cuando tuve que mentirle.
—Por supuesto que sí —le dije con la mirada baja, puesta en mi vaso—. A menos que creas que en realidad sí permití que Stan «atacase» a Christian.
—No —me dijo—. No lo creo. En ningún momento lo he creído. Sabía que no te iba a gustar cuando te enterases de las asignaciones, pero jamás tuve la menor duda de que harías lo que tuvieses que hacer por esto. Sabía que no permitirías que tus sentimientos se interpusiesen en el camino de tu deber.
Volví a levantar la vista y me encontré con sus ojos, tan plenos de fe y absoluta confianza en mí.
—Y no lo hice. Estaba enfadada… aún lo estoy un poco. Pero una vez que dije que lo haría, lo decía en serio. Y después de pasar un tiempo con él… bueno, no le odio. La verdad es que creo que es bueno para Lissa, y se preocupa por ella, así que no me puedo sentir molesta por eso. Es sólo que a veces chocamos, nada más… pero nos fue realmente bien juntos contra los strigoi. Me acordé de aquello cuando estaba hoy con él, y todo ese discutir la asignación se quedó en algo estúpido, así que decidí hacerlo lo mejor que pudiese.
No había tenido la intención de hablar tanto, pero me hizo sentir muy bien el sacar todo lo que llevaba dentro de mí, y la expresión en el rostro de Dimitri me hubiera hecho decir cualquier cosa. Casi cualquier cosa.
—¿Qué pasó entonces? —me preguntó—. Con Stan.
Aparté la mirada y volví a jugar con el vaso. Odiaba ocultarle las cosas, pero no podía contárselo. En el mundo de los humanos, los vampiros y los dhampir eran criaturas pertenecientes al ámbito del mito y la leyenda, historias de miedo para asustar a los niños. Los seres humanos no sabían que éramos reales y hollábamos la tierra. Pero no por el hecho de que nosotros fuésemos reales lo iban a ser también todas las demás criaturas paranormales de los cuentos. Nosotros éramos conscientes de ello y teníamos nuestros propios mitos e historias de miedo sobre cosas en las que no creíamos. Licántropos. El hombre del saco. Fantasmas.
Los fantasmas no desempeñaban un verdadero papel en nuestra cultura, eran una especie de abono para bromas e historias de campamento. Como era inevitable, en Halloween salían de debajo de las piedras, y algunas leyendas llegaban a perdurar a través de los años. Pero ¿en la vida real? Nada de fantasmas. Si regresabas de la muerte, es porque eras un strigoi.
Al menos, eso era lo que siempre me habían dicho a mí. He de reconocer que no poseía el suficiente conocimiento para saber lo que estaba pasando. Me parecía más probable el que yo me hubiese imaginado a Mason que el que fuese un verdadero fantasma, pero claro, eso significaba que yo de verdad iba camino del territorio de la demencia. Todo este tiempo me había estado preocupando porque Lissa no perdiese la cabeza, ¿quién iba a decir que me podía pasar a mí?
Dimitri seguía observándome, a la espera de una respuesta.
—No sé lo que pasó ahí fuera. Mis intenciones eran buenas… Es que… es que fallé.
—Rose, mientes fatal.
Levanté la vista.
—No, eso no es cierto. He contado un montón de mentiras geniales en mi vida, y la gente siempre se las ha creído.
Esbozó una leve sonrisa.
—Estoy seguro, pero conmigo no funciona. En primer lugar, porque no me miras a los ojos, y en segundo lugar… no sé. Lo sé.
Mierda. Lo sabía. Así de bien me conocía. Me puse en pie y caminé hasta la puerta, dándole la espalda. En condiciones normales, valoraba cada minuto que pasaba con él, pero aquel día necesitaba aire. Odiaba mentir, aunque tampoco quería contarle la verdad. Tenía que marcharme.
—Mira, agradezco que te preocupes por mí… pero, de verdad, está bien. Fracasé y ya está, y me avergüenzo por ello… y siento haber dejado en mal lugar un entrenamiento tan increíble como el tuyo… pero me recuperaré. La próxima vez, el trasero de Stan es mío.
Ni siquiera le oí ponerse en pie, aun así de pronto Dimitri se encontraba detrás de mí. Me posó una mano en el hombro, y me quedé paralizada frente a la puerta de salida. No me tocó en ninguna otra parte. No intentó atraerme hacia sí, pero, uf, aquella simple mano en mi hombro poseía toda la fuerza del mundo.
—Rose —me dijo, y advertí que ya no estaría sonriendo—, no sé por qué mientes, pero sé que no lo harías sin una buena razón, y si algo va mal… algo que temes contarle a los demás…
Me giré tan rápido que, de algún modo, conseguí rotar sobre mis talones y, aunque su mano no se había movido, acabó sobre mi otro hombro.
—No tengo miedo —protesté—. Tengo mis razones y, créeme, lo que pasó con Stan no fue nada. En serio. Todo esto no es más que una estupidez de la que se ha hecho una montaña. No tienes que sentirte mal por mí o como si tuvieses la obligación de hacer algo. Lo que pasó es una mierda, pero voy a tener que encajar y aceptar la calificación negativa. Yo seré quien se preocupe por todo. Yo cuidaré de mí.
Me hicieron falta todas mis fuerzas para no temblar. ¿Cómo se había vuelto tan extravagante y caótico aquel día?
Dimitri no dijo nada. Se limitó a observarme desde arriba, y su rostro adoptó una expresión que yo no había visto antes. No podía interpretarla. ¿Estaba enfadado? ¿Era de desaprobación? No lo sabía. Los dedos sobre mi hombro se tensaron ligeramente y se relajaron.
—No tienes que hacer esto sola —dijo por fin. Sonaba casi a lamento, lo cual no tenía sentido, era él quien se había pasado tanto tiempo diciéndome que debía ser fuerte. Quería arrojarme en sus brazos en aquel preciso instante, aunque sabía que no podía.
No pude evitar una sonrisa.
—Eso dices ahora… pero sé sincero. ¿Vas tú corriendo a otros cuando tienes problemas?
—No es lo mismo…
—Responde a la pregunta, camarada.
—No me llames así.
—Y tampoco la evites.
—No —respondió—. Intento solucionar mis problemas por mi cuenta.
Me aparté de su mano.
—¿Lo ves?
—Pero tú cuentas con un montón de gente en tu vida en la que puedes confiar, gente que se preocupa por ti. Eso cambia las cosas.
Le miré sorprendida.
—¿Tú no cuentas con gente que se preocupa por ti?
Frunció el ceño en un gesto obvio de estar reformulando sus palabras.
—Bueno, siempre ha habido buena gente en mi vida… y ha habido gente que se preocupa por mí, pero eso no significa necesariamente que pueda confiar en ellos o contárselo todo.
Yo estaba siempre tan distraída por lo extraño de nuestra relación, que rara vez pensaba en Dimitri como alguien con una vida cuando no estaba conmigo. Gozaba del respeto de todo el mundo en el campus. Tanto profesores como alumnos lo conocían como uno de los guardianes más letales que había allí. Siempre que nos topábamos con guardianes de fuera de la academia, éstos también parecían conocerle y respetarle. Pero no era capaz de recordar haberlo visto jamás en ningún tipo de situación de vida social. No parecía tener ningún amigo íntimo entre los demás guardianes, tan sólo compañeros que le caían bien. Lo más amistoso que le había visto ponerse con alguien fue cuando nos visitó Tasha Ozzera, la tía de Christian. Se conocían de mucho tiempo atrás, pero ni siquiera eso había sido suficiente para que Dimitri lo continuase una vez finalizada su visita.
Dimitri pasaba una gran cantidad de tiempo solo, reparé, contento con encerrarse con sus novelas de vaqueros cuando no estaba trabajando. Yo me sentía sola muchas veces, pero a decir verdad, casi siempre estaba rodeada de gente. Al ser él mi profesor, yo tendía a ver las cosas de forma parcial. Siempre era él quien me daba a mí, ya fuese consejos o indicaciones. Pero yo también le había dado algo a él, algo más difícil de definir: una conexión con otra persona.
—¿Confías en mí? —le pregunté.
Sus dudas resultaron breves.
—Sí.
—Entonces, confía y no te preocupes por mí ahora mismo.
Me alejé unos pasos, fuera del alcance de su brazo, y él no dijo nada más para intentar detenerme. Atravesé la sala en que se había celebrado la vista y tiré los restos de mi chocolate caliente al pasar junto a un cubo de basura camino de la salida principal del edificio.