CUATRO

Comenzó.

Al principio, las cosas no eran demasiado distintas de cualquier otro día. Dhampir y moroi asistían a clases separadas durante la primera mitad de la jornada escolar. A continuación, se reunían tras el almuerzo. Christian tenía en su mayor parte las mismas clases vespertinas que yo había tenido el semestre anterior, así que era como volver a seguir mi propio horario de nuevo. La diferencia era que yo ya no asistía como alumno a estas clases. No me sentaba en un pupitre ni tenía que hacer ningún ejercicio; estaba más incómoda pues había de permanecer de pie todo el rato al fondo de la clase, junto con otros novicios que también llevaban a cabo las labores de protección de los moroi. Fuera de las clases, así es como solía ser: los moroi iban delante, los guardianes eran sombras.

La tentación de hablar con nuestros compañeros novicios era bastante fuerte, en particular en los momentos en que los moroi trabajaban por su cuenta y hablaban entre ellos. Sin embargo, ninguno de nosotros sucumbió. La presión y la adrenalina del primer día nos mantenían a todos con una buena conducta.

Después de Biología, Eddie y yo comenzamos a utilizar una técnica de guardaespaldas que denominamos «protección pareada». Yo hacía la guardia de proximidad e iba caminando con Lissa y Christian de cara a una defensa inmediata. Eddie, en la guardia de perímetro, caminaba un poco más alejado y escrutaba un área mayor en busca de amenazas potenciales.

Seguimos tal patrón durante el resto del día, hasta que llegó la última clase. Lissa le dio un beso rápido a Christian en la mejilla, y me percaté de que se estaban despidiendo.

—¿Es que no tenéis las mismas clases a esta hora? —pregunté consternada mientras me echaba a un lado del pasillo para apartarme del camino del resto de los alumnos. Eddie ya había deducido que nos estábamos despidiendo y había abandonado las labores de la guardia de perímetro para venir a hablar con nosotros. Yo no sabía cómo encajaban los horarios de Lissa y Christian en este nuevo semestre.

Lissa captó mi mirada de decepción y me dedicó una sonrisa de solidaridad.

—Lo siento, vamos a estudiar juntos después de clase, pero ahora mismo, yo me tengo que ir a Creación literaria.

—Y yo —anunció Christian de forma altanera— tengo que marcharme a Ciencia culinaria.

—¿Ciencia culinaria? —grité yo—. ¿Has elegido Ciencia culinaria? Debe de ser la clase más estúpida jamás vista.

—No lo es —contrarrestó él—. Y aunque lo fuera… bueno, oye, que es mi último semestre, ¿verdad?

Yo solté un gruñido.

—Venga, Rose —se rio Lissa—. Sólo será una clase, no es que vaya a…

Se vio interrumpida cuando una conmoción estalló abajo, un poco alejada, en el vestíbulo. Nos detuvimos, igual que todo aquel que teníamos alrededor, y nos quedamos mirando. Uno de mis instructores, Emil, había aparecido prácticamente de la nada y —haciendo de strigoi— agarró a una chica moroi. Tiró de ella, la presionó contra su pecho y le dejó el cuello al descubierto como si la fuera a morder. No pude ver quién era, sólo una maraña de pelo castaño, pero su protector asignado era Shane Reyes. El ataque le había cogido por sorpresa —era el primero del día—, aunque apenas titubeó un poco antes de darle una patada en el costado a Emil y arrebatarle la chica en un forcejeo. Ambos se cuadraron, en guardia, y todo el mundo observó con expectación. Hubo incluso unos pocos que silbaron y gritaron para alentar a Shane.

Uno de los alborotadores era Ryan Aylesworth. Estaba tan concentrado en ver la pelea —que Shane acababa de vencer blandiendo su estaca—, que no había advertido que otros dos guardianes adultos se les acercaban con sigilo a él y a Camille. Eddie y yo lo vimos al tiempo y nos pusimos en tensión, el instinto nos preparó a ambos para saltar.

—Quédate con ellos —me dijo Eddie.

Se dirigió hacia Ryan y Camille, que acababan de descubrir que estaban siendo atacados. Ryan no había reaccionado igual de bien que Shane, en especial porque se enfrentaba a dos atacantes. Uno de los dos guardianes distrajo a Ryan mientras que el otro —Dimitri, pude distinguir entonces— atrapaba a Camille, que gritó sin fingir en absoluto su temor. Según parece, a ella no le resultaba tan emocionante como a mí estar en sus brazos.

Eddie se fue hacia ellos, acercándose por detrás, y propinó un golpe a Dimitri en la cabeza. Él ni se inmutó, pero aun así me quedé sorprendida. En todos nuestros entrenamientos, yo apenas había sido capaz de conectarle un solo golpe. El ataque de Eddie obligó a Dimitri a soltar a Camille y enfrentarse a aquella nueva amenaza. Se giró con la elegancia de un bailarín y avanzó hacia Eddie.

Mientras tanto, Shane había «atravesado» con la estaca a su strigoi y se lanzó a ayudar a Eddie, rodeando a Dimitri. Yo lo observaba con los puños apretados por la excitación, intrigada con la pelea en general y observando a Dimitri en particular. Me asombraba que alguien tan mortífero pudiese ser tan hermoso. Sentí deseos de participar en la refriega, pero sabía que debía vigilar el área a mi alrededor por si acaso algún «strigoi» atacaba por aquí.

Sin embargo, no lo hicieron. Shane y Eddie «liquidaron» con éxito a Dimitri. Una parte de mí se sentía un poco triste por ello. Deseaba que Dimitri fuera bueno en todo. No obstante, Ryan había intentado ayudar y había fracasado. Técnicamente, Dimitri le había «matado», así que tuve una retorcida sensación reconfortante al pensar que no había dejado de ser un strigoi con muy mala leche. Emil y él elogiaron a Shane por la rapidez de sus pies y a Eddie por entender que la situación había de tratarse como una cuestión colectiva y no como enfrentamientos individuales. Yo recibí un gesto de aprobación por guardarle la espalda a Eddie, y Ryan, una reprimenda por no prestar atención a su moroi.

Eddie y yo nos sonreímos el uno al otro, felices por conseguir buenas calificaciones en nuestro primer test. No me hubiera importado desempeñar un papel ligeramente mayor, pero no era un mal comienzo en mis prácticas de campo. Nos chocamos los cinco, y vi cómo Dimitri nos hacía un gesto negativo con la cabeza mientras se marchaba.

Una vez finalizada la representación, nuestro cuarteto se separó. Lissa volvió la cabeza para sonreírme una vez más y me habló a través del vínculo, ¡que te diviertas en Ciencia culinaria! Elevé la mirada al techo, aunque Eddie y ella habían doblado ya la esquina.

«Ciencia culinaria» sonaba impresionante, pero en realidad sólo era un nombre llamativo para lo que en esencia no era más que una clase de cocina. A pesar de mis bromas a Christian sobre el carácter estúpido de esta asignatura, sentía cierto respeto por ella: yo apenas era capaz de hervir agua, al fin y al cabo. Aun así, era muy distinta de otras optativas como Creación literaria o la clase de Debate, y no tenía la menor duda de que Christian la había escogido porque era una «maría», y no porque quisiera ser chef algún día. Al menos, yo podría obtener alguna satisfacción al verle preparar una masa para tarta o algo similar. Quizá tuviera incluso que llevar delantal.

Había otros tres novicios en la clase protegiendo a sus moroi. Dado que el aula de Ciencia culinaria era grande y abierta, con gran cantidad de ventanas, los cuatro trabajamos juntos para idear un plan con el que aunar esfuerzos y asegurar toda la sala. Cuando veía a los novicios llevar a cabo las prácticas de campo en años anteriores, sólo prestaba atención a las peleas. Nunca me había fijado en el trabajo de equipo y la estrategia que implicaba. En teoría, los cuatro estábamos allí sólo para proteger a nuestros moroi asignados, pero habíamos adoptado el papel de proteger toda la sala.

Mi puesto se hallaba junto a una salida de incendios que conducía al exterior de la escuela. Dio la casualidad de estar junto al lugar donde Christian se encontraba trabajando. En condiciones normales, los alumnos cocinaban en parejas, pero en este caso, el número de participantes era impar. En lugar de trabajar en un grupo de tres, Christian se había ofrecido voluntario para hacerlo solo. No parecía haberle importado a nadie, muchos seguían considerándolos a él y a su familia con el mismo prejuicio que Jesse. Para mi decepción, Christian no estaba haciendo una tarta.

—¿Qué es eso? —pregunté al verlo sacar del frigorífico un bol con alguna especie de carne picada y cruda.

—Carne —me respondió al tiempo que la volcaba sobre una tabla de corte.

—Eso ya lo sé, idiota. ¿Qué tipo?

—Carne picada de vacuno —sacó otro recipiente y después otro—. Y esto es ternera. Y esto es cerdo.

—¿Es que tienes un tiranosaurio rex y lo vas a sacar para comer?

—Sólo si tú quieres probarlo. Esto es para hacer barra de carne.

Me quedé sorprendida.

—¿Con tres tipos de carne?

—¿Por qué pedir algo que se llama «barra de carne» si en realidad no vas a encontrar carne cuando te lo comas?

Hice un gesto negativo con la cabeza.

—No me puedo creer que esto sea sólo el primer día contigo.

Bajó la vista y se concentró en amasar el conjunto de su creación a base de tres carnes.

—Lo que está claro es que estás haciendo una montaña de todo esto. ¿De verdad me odias tanto? Me han contado que te pusiste a gritar como una energúmena en el gimnasio.

—No, no lo hice. Y… no te odio en absoluto —admití.

—Entonces te estás desquitando conmigo porque no te emparejaron con Lissa —no respondí. No andaba demasiado lejos—. Ya sabes, en el fondo podría ser bueno para ti el prepararte con alguien diferente.

—Lo sé. Dimitri también lo dice.

Christian puso la carne en un bol y comenzó a añadir algunos otros ingredientes.

—¿Y por qué cuestionarlo, entonces? Belikov sabe lo que hace. Yo me fiaría de cualquier cosa que diga. Es un fastidio que lo vayan a perder cuando nos graduemos, pero yo prefiero verlo con Lissa.

—Yo también.

Hizo una pausa y levantó la vista para mirarme a los ojos. Los dos sonreímos, divertidos por la sorpresa que suponía para ambos el haber estado de acuerdo. Un instante después, regresó a su trabajo.

—Tú también eres buena —dijo sin demasiada reticencia—. El modo en que te manejaste…

No finalizó su razonamiento, pero yo sabía de lo que hablaba. Spokane. Christian no estaba conmigo cuando maté a los strigoi, pero su ayuda fue una pieza clave en la huida. Los dos trabajamos en equipo y utilizamos su magia con el fuego como herramienta que me permitiese someter a nuestros captores. Habíamos trabajado bien juntos, con toda nuestra animosidad puesta a un lado.

—Imagino que tú y yo tenemos mejores cosas que hacer que pelearnos sin parar —reflexioné. Como, por ejemplo, preocuparnos por el juicio de Victor Dashkov, caí en la cuenta. Por un instante, valoré la posibilidad de contarle a Christian lo que sabía. Él estaba allí la noche en que se precipitaron los acontecimientos con la caída final de Victor, pero decidí no mencionar las novedades aún. Lissa tenía que enterarse primero.

—Sip —dijo Christian, que desconocía mis pensamientos—. Agárrate, que no somos tan distintos. O sea, yo soy más listo y mucho más gracioso, pero al fin y al cabo, ambos queremos mantenerla a salvo —vaciló—. Ya sabes… yo no la voy a alejar de ti. No puedo. Nadie puede, no mientras tengáis ese vínculo.

Me sorprendió que sacase el tema. Para ser sincera, sospechaba que había dos razones por las cuales discutíamos tanto. Una era que ambos teníamos personalidades que disfrutaban discutiendo. La otra —la de peso— era que ambos teníamos envidia de la relación que el otro tenía con Lissa, tal y como él había dicho, en el fondo teníamos los mismos motivos. Nos preocupábamos por ella.

—Y tú no pienses que el vínculo os va a separar —le dije. Sabía que nuestra conexión le preocupaba. ¿Cómo te ibas a aproximar sentimentalmente a alguien que tiene ese tipo de nexo con otra persona, aunque esa otra persona fuese una amiga?—. Ella se preocupa por ti… —no era capaz de decir «te quiere»—. Hay un lugar reservado en exclusiva para ti en su corazón.

Christian metió la fuente en el horno.

—No acabas de decir eso. Me da la sensación de que estamos a punto de abrazarnos y de ponernos motes monos el uno al otro —estaba intentando parecer asqueado ante mi sentimentalismo, pero yo notaba que le gustaba oír que era importante para Lissa.

—Yo ya tengo un mote para ti, pero me metería en un lío si lo dijese en clase.

—Ah —dijo con alegría—. Ésa es la Rose que yo conozco.

Se marchó a hablar con otro amigo mientras se hacía su barra de carne, lo cual era probablemente bueno. Mi puerta era un punto vulnerable y, de todas formas, yo no debería haber estado de charla, aunque el resto de la clase lo estuviera. Vi a Jesse y a Ralf que trabajaban juntos al otro lado del aula. Al igual que Christian, ellos también habían escogido una «maría».

No se produjo ningún ataque, pero un guardián llamado Dustin sí que entró para tomar notas sobre nosotros, los novicios, mientras manteníamos nuestras posiciones. Se encontraba junto a mí cuando Jesse decidió acercarse dando un paseo. Al principio pensé que era una coincidencia, hasta que Jesse abrió la boca.

—Retiro lo que te he dicho antes, Rose. Ya sé por qué. No estás fastidiada por Lissa o por Christian. Es porque las normas dicen que debes estar con un estudiante, y Adrian Ivashkov es demasiado mayor. Según me han dicho, vosotros dos ya tenéis mucha práctica en vigilaros físicamente el uno al otro.

Aquella broma podía haber sido mucho más divertida, pero ya había aprendido a no esperar demasiado de Jesse. Yo sabía a ciencia cierta que a Jesse le dábamos igual Adrian y yo, y también sospechaba que él ni siquiera creía que estuviese pasando algo entre nosotros, pero Jesse aún estaba molesto porque le amenazase antes, y he aquí su oportunidad de devolvérmela. Dustin, que observaba a una distancia audible, no mostró interés alguno en la estúpida broma de Jesse. Lo hubiera tenido, no obstante, si le llego a aplastar a Jesse la cabeza contra la pared.

Sin embargo, eso no quería decir que me tuviese que quedar callada. Los guardianes hablaban con los moroi de manera constante; se limitaban a mostrarse respetuosos y a no perder de vista los alrededores, de forma que le ofrecí a Jesse una leve sonrisa y le dije sin más:

—Su ingenio es siempre una delicia, señor Zeklos. Tanto, que apenas soy capaz de permanecer a su alrededor —me di media vuelta y supervisé el resto del aula.

Cuando Jesse se dio cuenta de que no iba a hacer nada más, se rio y se alejó con aspecto de estar pensando que había logrado una gran victoria. Dustin se marchó muy poco después.

—Tonto del culo —masculló Christian conforme regresaba a su puesto. A la clase le quedaban no más de cinco minutos.

Seguí el recorrido de Jesse por el aula con la mirada.

—¿Sabes una cosa, Christian? Me alegro mucho de estar protegiéndote a ti.

—Si me estás comparando con Zeklos, no me lo voy a tomar como un cumplido, precisamente. Pero toma, prueba esto. Entonces sí que te vas a alegrar de verdad de estar conmigo.

Su obra maestra ya estaba hecha, y me ofreció un tenedor. Yo no me había percatado, pero había envuelto la carne en beicon justo antes de meterla al horno.

—Cielo santo —dije—. Es el plato más típico de los vampiros en toda la historia.

—Sólo si estuviera crudo. ¿Qué te parece?

—Está bueno —dije a regañadientes. ¿Quién se iba a imaginar que el beicon le diese ese toque?—. Realmente bueno. Me parece que tienes un futuro prometedor como ama de casa mientras Lissa trabaja y gana millones de dólares.

—Qué curioso que precisamente ése sea mi sueño.

Salimos de la clase de mejor ánimo. Las cosas se habían vuelto más amistosas entre nosotros, y decidí que iba a poder con las próximas seis semanas de guardia con él.

Lissa y Christian iban a encontrarse en la biblioteca para estudiar —o para fingir que estudiaban— pero teníamos que hacer una parada en su edificio primero, así que le seguí a través del patio, de vuelta al frío aire invernal que había bajado de temperatura desde la puesta de sol siete horas atrás. La nieve en las aceras, medio derretida al sol, se había vuelto a congelar y convertía el paseo en algo traicionero. Por el camino se unió a nosotros Brandon Lazar, un moroi que vivía en el pasillo de Christian. Brandon no era capaz de contenerse y nos relató una pelea que había presenciado en su clase de Matemáticas. Escuchamos su representación y todos nos reímos ante la imagen de Alberta colándose por una ventana.

—Oye, tal vez sea mayor, pero puede con casi todos nosotros —les dije. Me quedé mirando a Brandon con perplejidad. Tenía marcas rojas y arañazos en la cara; así como unos golpes muy raros cerca de la oreja—. ¿Qué te ha pasado? ¿También te has peleado tú con los guardianes?

Su sonrisa desapareció de golpe, y desvió la mirada de mí.

—Qué va, es sólo que me he caído.

—Venga ya —le dije. Puede que los moroi no se entrenasen para combatir como hacíamos los dhampir, pero se metían en peleas entre ellos mismos tan a menudo como cualquier otro. Intenté pensar en otro moroi con quien él pudiese tener algún conflicto. En general, Brandon era bastante agradable—. Ésa es la peor excusa del mundo y la menos original.

—Es verdad —dijo. Seguía evitando mis ojos.

—Si alguien te está jodiendo, puedo enseñarte algún truco.

Se volvió y clavó los ojos en mí.

—Déjalo, ¿vale?

No fue hostil ni nada por el estilo, pero su voz era firme, casi como si estuviera convencido de que el simple hecho de decir aquellas palabras me haría obedecer.

Me carcajeé.

—¿Qué es lo que intentas hacer? ¿Obligarme…?

De repente sentí movimiento a mi izquierda, una tenue sombra que se fundía con las oscuras siluetas de un grupo de pinos nevados, pero que se movió lo justo para llamar mi atención. El rostro de Stan emergió de la oscuridad en un salto hacia nosotros.

Por fin, mi primera prueba.

La adrenalina recorrió mi cuerpo con la misma fuerza que si se abalanzase un strigoi de verdad. Reaccioné de forma instantánea y me estiré para agarrar tanto a Christian como a Brandon. Aquélla era siempre la primera maniobra: anteponer su vida a la mía. Detuve a los dos chicos de un tirón y me volví para enfrentarme a mi atacante al tiempo que buscaba la estaca para defender a los moroi…

Y entonces fue cuando apareció.

Mason.

De pie, a unos metros delante de mí, a la derecha de Stan, con el mismo aspecto que tenía anoche. Translúcido. Resplandeciente. Triste.

Se me erizó el vello de la nuca. Me quedé congelada, incapaz de moverme o de terminar de sacar la estaca. Me olvidé de lo que estaba haciendo y perdí completamente la conciencia de la gente y el tumulto que me rodeaba. El mundo deceleró y todo se desvaneció en torno a mí. Sólo estaba Mason —ese Mason fantasmal y resplandeciente, que brillaba en la oscuridad y con aspecto de querer contarme algo de manera desesperada—. Regresó a mí la misma sensación de impotencia de Spokane. No había sido capaz de ayudarle entonces. No podía ayudarle ahora. Sentí el estómago gélido y vacío. No había nada que pudiese hacer salvo quedarme allí de pie y preguntarme qué estaría intentando decir.

Levantó una mano translúcida y señaló en dirección al lado opuesto del campus, pero no supe qué significaba. Había muchas cosas allí, y tampoco estaba claro a qué señalaba. Hice un gesto negativo con la cabeza, sin entender nada pero con el desesperado deseo de hacerlo. La pesadumbre de su rostro pareció crecer.

De pronto, algo me golpeó en el hombro, y me tambaleé hacia delante. El mundo volvió a arrancar de golpe y me extrajo del estado de ensoñación. Lo único que pude alcanzar a hacer fue extender los brazos a tiempo de detenerme y evitarme un golpe contra el suelo. Levanté la vista y vi a Stan, de pie, encima de mí.

—¡Hathaway! —me ladró—. ¿Qué está haciendo?

Parpadeé, todavía en un esfuerzo por sacudirme la extrañeza de volver a ver a Mason. Me sentí entumecida y confusa. Miré al iracundo rostro de Stan y volví a mirar allá donde Mason acababa de aparecer. Se había ido. De nuevo presté atención a Stan y me di cuenta de lo que había sucedido. En mi distracción, me había quedado completamente colgada mientras que él llevaba a cabo su ataque. Ahora tenía un brazo alrededor del cuello de Christian y el otro alrededor del de Brandon. No les estaba haciendo daño, pero había logrado su fin.

—Si hubiera sido un strigoi —me gruñó—, estos dos estarían muertos.