Resultaba casi imposible creerlo. Los strigoi estaban prácticamente en la puerta de al lado, a la espera de que cayese la noche para completar su huida. Al parecer, en el caos del ataque, algunos strigoi habían ocultado su rastro mientras que otros hicieron que tuviese la pinta de haberse marchado por otros tantos puntos del campus. Inmersos en las consecuencias que habíamos sufrido nosotros, nadie le dio demasiada importancia al hecho. Las defensas estaban restauradas. En lo que a nosotros respecta, los strigoi se habían marchado, y eso era lo importante.
Ahora nos encontrábamos ante una extraña situación. En condiciones normales —y no es que un ataque strigoi masivo fuese normal— nunca los habríamos perseguido. A los capturados por los strigoi se les consideraba muertos y, tal y como mi madre había señalado, los guardianes rara vez sabían dónde buscarlos. Esta vez, sin embargo, lo sabíamos. Básicamente, los strigoi estaban atrapados, y eso presentaba un interesante dilema.
Bien, no era ningún dilema para mí. La verdad es que no era capaz de imaginarme por qué no estábamos ya en aquellas cuevas, purgándolas de strigoi y buscando supervivientes. Dimitri y yo nos apresuramos a volver, ansiosos por actuar de acuerdo con las novedades que traíamos, pero nos tocó esperar hasta que todos los guardianes estuviesen reunidos.
—No les interrumpas —me dijo Dimitri cuando estábamos a punto de entrar en la reunión que decidiría nuestro siguiente procedimiento de actuación. Nos quedamos cerca de la puerta y hablamos en voz baja—. Sé cómo te sientes. Sé lo que quieres hacer, pero ponerte a despotricar contra ellos no te va a ayudar a conseguirlo.
—¿Despotricar? —exclamé. Se me había olvidado lo de hablar bajo.
—Lo veo —me dijo—. Ese fuego te quema otra vez. Tienes ganas de descuartizar a alguien. Es lo que te convierte en alguien tan mortal en el combate, pero no estamos combatiendo ahora mismo. Los guardianes cuentan con toda la información, tomarán la decisión correcta. Sólo has de ser paciente.
Parte de lo que había dicho era cierto. En los preparativos de la reunión habíamos compartido todas nuestra novedades y habíamos indagado un poco. La investigación reveló que, unos años atrás, un profesor moroi que daba clase de Geología había cartografiado las cuevas y nos había proporcionado todos los datos que nos hacían falta. La entrada estaba situada a ocho kilómetros de la linde trasera de la academia. La cámara más larga de las cuevas era de unos ochocientos metros, y la salida más lejana distaba unos treinta y dos kilómetros de la pista forestal del mapa. Se pensaba que unos corrimientos de tierras habían bloqueado ambos accesos; ahora, nos dábamos cuenta, desbloquearlas no resultaba muy complicado con la fuerza de un strigoi.
Pero no estaba muy segura de confiar en eso que Dimitri había mencionado sobre los guardianes, que tomarían la decisión correcta. Unos minutos antes de que la reunión se iniciase, apelé a mi madre.
—Por favor —le dije—. Tenemos que hacerlo.
Me estudió con la mirada.
—Si se produce un rescate, no va a haber un «nosotros». Tú no irás.
—¿Por qué? ¿Porque nuestras filas son tan cojonudas que no perdimos a ningún guardián en el primer ataque? —dio un respingo—. Sabes que puedo ayudar. Sabes lo que hice. Falta una semana para mi cumpleaños y apenas unos meses para que me gradúe. ¿Es que crees que va a cambiar algo por arte de magia antes de ese día? Sí, claro que aún tengo que aprender algunas cosas más, pero tampoco creo que sean tan importantes como para que me impidan echar una mano. Y necesitáis toda la ayuda que podáis conseguir, y hay gran cantidad de novicios preparados para hacerlo. Llevemos a Christian, seremos imparables.
—No —se apresuró a decir—. Nunca debiste implicar a un moroi, y no digamos ya a un moroi tan joven como él.
—Pero si tú ya has visto lo que es capaz de hacer.
Eso no lo discutió. Vi la indecisión en su rostro. Miró el reloj y suspiró.
—Déjame que compruebe algo.
No sé adónde se marchó, pero llegó quince minutos tarde a la reunión. Para entonces, Alberta ya había puesto al día a los guardianes con la información que habíamos obtenido. Gracias al cielo, evitó los detalles acerca de cómo la habíamos logrado, así que no perdimos tiempo explicando la parte de los fantasmas. Se examinó en detalle la disposición de las cuevas, la gente hizo preguntas y llegó la hora de tomar la decisión.
Me preparé. La lucha contra los strigoi siempre había supuesto el confiar en una estrategia defensiva. Las anteriores discusiones sobre una ofensiva siempre habían fracasado. Ahora me esperaba lo mismo.
Sólo que esta vez no sucedió.
Uno por uno, los guardianes se pusieron en pie y dieron voz a su compromiso de participar en la misión de rescate. Conforme lo iban haciendo, veía ese fuego del que hablaba Dimitri. Todo el mundo estaba listo para entrar en combate. Lo deseaban. Los strigoi habían ido demasiado lejos. En nuestro mundo sólo había unos pocos sitios seguros: la Corte Real y nuestras academias. Los padres enviaban a sus hijos a lugares como St. Vladimir con la certeza de que estarían protegidos. Esa certeza se había hecho añicos, y no íbamos a admitirlo, en especial si, por añadidura, teníamos la posibilidad de salvar algunas vidas. Mi pecho ardía con una sensación de ansia, triunfal.
—Muy bien, entonces —dijo Alberta mirando a su alrededor. Creo que estaba tan sorprendida como yo, si bien ella también se había mostrado partidaria del rescate—. Planificaremos la logística y saldremos. Aún disponemos de cerca de nueve horas de luz para ir tras ellos antes de que se vayan.
—Espera —dijo mi madre, que se puso en pie. Todas las miradas se posaron sobre ella, pero ni siquiera pestañeó ante tal escrutinio. Su aspecto era temible y capaz, y yo me sentía inmensamente orgullosa de ella—. Hay algo más que deberíamos valorar. Creo que debemos dejar que participen algunos novicios de último año.
Esto dio pie a un pequeño alboroto que, no obstante, procedía de un sector minoritario. Mi madre ofreció un argumento similar al que yo le había dado a ella, y también propuso que los novicios no estuviéramos en primera línea, sino que hiciésemos las veces de línea de respaldo por si algún strigoi atravesaba el frente. Ya casi habían aprobado la idea los guardianes cuando les soltó otra bomba.
—Creo que deberíamos llevar con nosotros a algunos moroi.
Celeste saltó como un resorte. Lucía un enorme corte profundo en un lado de la cara. En comparación, la herida que le vi el otro día parecía una picadura de mosquito.
—¿Qué? ¿Te has vuelto loca?
Los ojos de mi madre se fijaron en ella con una mirada de calma.
—No. Todos sabemos ya lo que han hecho Rose y Christian Ozzera. Uno de nuestros mayores problemas con los strigoi es ser capaces de superar su fuerza y velocidad para entrar a matar. Si llevamos moroi que dominen el fuego, contaremos con una distracción que nos proporcionará ventaja. Y podremos darles muerte.
El debate se encendió. Hizo falta hasta la última brizna de autocontrol que tenía para evitar que interviniese. Recordé las palabras de Dimitri acerca de no interrumpirlos aunque, mientras escuchaba, no me podía aguantar la frustración. Cada minuto que pasaba era un minuto que no empleábamos en ir tras Eddie y los demás, otro minuto en que alguien podía morir.
Me volví hacia Dimitri, sentado junto a mí.
—Están siendo unos idiotas —susurré.
Sus ojos estaban fijos en Alberta, que debatía con un guardián que solía proteger el campus de primaria.
—No —murmuró Dimitri—. Observa, el cambio se está produciendo ante nuestros ojos. La gente recordará este día como un momento crucial.
Y tenía razón. Una vez más, los guardianes se fueron alineando con la idea. Pensé que formaba parte de aquella misma iniciativa que les hacía desear el combate en primera instancia. Teníamos que vengarnos de los strigoi. Aquello era más que nuestra guerra, también era la guerra de los moroi. Entonces, mi madre dijo que reclutaría un buen número de profesores voluntarios —en absoluto aceptarían alumnos para esto—, y la decisión quedó tomada. Los guardianes irían a por los strigoi, y los novicios y los moroi irían con ellos.
Me sentía exultante, triunfal. Dimitri estaba en lo cierto, aquél era el momento en que cambiaría nuestro mundo.
Pero eso no sucedería durante las próximas cuatro horas.
—Hay más guardianes en camino —me contó Dimitri cuando, una vez más, comencé a expresar mi indignación.
—¡En el plazo de cuatro horas, los strigoi podrían decidir tomarse un aperitivo!
—Necesitamos un despliegue de fuerzas increíble —me dijo—. Nos va a hacer falta cada ventaja que podamos sacar. Sí, los strigoi matarán a un par más antes de que lleguemos allí. No lo deseo, créeme, pero si vamos a por ellos sin estar preparados, podríamos perder más vidas que ésas.
Me hervía la sangre. Sabía que Dimitri tenía razón, y que no podía hacer nada al respecto. Lo odiaba. Odiaba sentir aquella impotencia.
—Venga —me dijo con un gesto que señalaba la salida—. Vamos a dar un paseo.
—¿Adónde?
—Da lo mismo. Tenemos que lograr que te calmes, o no estarás en condiciones de entrar en combate.
—¿Ah, sí? ¿Te da miedo que salgan a la luz mi lado oscuro y mi probable demencia?
—No, me da miedo que salga a la luz el lado normal de Rose Hathaway, esa Rose que no teme saltar al vacío sin pensarlo dos veces cuando cree que lo que hace está bien.
Le lancé una mirada cortante.
—¿Es que hay alguna diferencia?
—Sí. El segundo me da pavor.
Resistí las ganas de soltarle un codazo. Por apenas medio segundo pensé que ojalá pudiese cerrar los ojos y olvidarme de todo el daño y la sed de sangre que nos rodeaba. Quería quedarme tirada en la cama con él, entre bromas y risas, sin que ninguno de los dos se preocupase por nada excepto por el otro. Sin embargo, eso no era real. Esto sí.
—¿No te necesitarán aquí? —le pregunté.
—No. Lo que están haciendo ahora, principalmente, es esperar a que lleguen los demás, y en este momento cuentan con gente de sobra para colaborar en la planificación del ataque. Tu madre lo dirige.
Seguí su mirada hasta el lugar donde se encontraba mi madre, en el centro de un grupo de guardianes, que señalaba lo que parecían mapas con gestos enérgicos y marciales. Aún no tenía muy claro qué pensar de ella, aunque al observarla así, no podía evitar admirar su dedicación. No había rastro de la irritación insociable que solía sentir cuando ella estaba cerca.
—Muy bien —dije—. Vámonos.
Me llevó a dar una vuelta por el campus, y revisamos algunas de las consecuencias. La mayor parte del daño, por supuesto, no la había sufrido el campus, sino nuestra gente. Aun así, quedaban patentes algunos signos del ataque: desperfectos en los edificios, manchas de sangre en lugares inesperados, etcétera. Lo más palpable de todo era el ánimo. Incluso a plena luz del día, nos rodeaba la oscuridad, un pesar profundo que casi se podía tocar y sentir. Lo vi en los rostros de todos aquellos con quienes nos cruzamos.
En parte me esperaba que Dimitri me llevase hasta donde se encontraban algunos de los heridos. Sin embargo, me condujo lejos de aquello, y pude imaginarme el motivo. Lissa estaba allí, echando una mano, utilizando sus poderes para sanar a los heridos. Adrian también estaba, aunque no era capaz de hacer, ni de lejos, tanto como ella. Por fin habían decidido que merecía la pena arriesgarse a que todo el mundo supiera del tema del espíritu. La tragedia que estábamos viviendo era demasiado grande; además, de lo referente al espíritu, mucho había salido a la luz durante el juicio y probablemente no era ya más que cuestión de tiempo.
Dimitri no me quería cerca de Lissa mientras hacía uso de su magia, algo que me resultó interesante. Él aún no sabía si de verdad yo «atrapaba» la demencia de Lissa pero, al parecer, no deseaba correr ningún riesgo.
—Me contaste que tenías una teoría sobre el porqué de la debilidad de las defensas —me dijo.
Habíamos alargado nuestra vuelta por el campus y estábamos muy próximos al lugar donde la sociedad de Jesse se había reunido la noche antes.
Casi lo había olvidado. Una vez hube juntado todas las piezas, la razón se había revelado como algo obvio. Nadie había hecho muchas preguntas al respecto, no aún. La preocupación inmediata había sido el restablecimiento de las defensas y la atención a nuestra gente. La investigación se llevaría a cabo más adelante.
—El grupo de Jesse estaba realizando su iniciación aquí mismo, junto a las defensas. Sabemos que las estacas pueden anularlas porque los elementos actúan unos contra otros, ¿no es así? Creo que la razón es la misma. Sus ritos de iniciación implicaban el uso de todos los elementos, y creo que anularon las defensas del mismo modo.
—La magia, sin embargo, se utiliza en el campus a todas horas —señaló Dimitri—, en todos los elementos. ¿Por qué no ha pasado esto antes?
—Primero, porque la magia no se suele utilizar justo encima de las defensas. Éstas se encuentran en los límites del campus, de manera que ambas fuerzas no entran nunca en conflicto. Además, creo que hay una gran diferencia en el uso que se ha hecho de los elementos. La magia es vida, que es la razón por la cual mata a los strigoi y por la que éstos no la pueden atravesar. La magia de las estacas se utiliza como arma, y la magia de las sesiones de tortura se usó del mismo modo. Creo que cuando se utiliza en esa especie de forma negativa, anula la magia positiva.
Sentí un escalofrío al recordar las náuseas que sufrí cuando Lissa utilizó el espíritu para atormentar a Jesse. No había sido natural.
Dimitri se quedó mirando a una valla rota que marcaba una de las lindes de la academia.
—Increíble. Nunca pensé que tal cosa fuese posible, pero tiene sentido. La verdad es que el principio es el mismo de las estacas —me sonrió—. Le has dado muchas vueltas a esto.
—No sé. Es como si todo hubiese cobrado sentido en mi cabeza.
Me encendí al pensar en el estúpido grupito de Jesse. Malo era ya lo que le habían hecho a Lissa, bastaba para darme ganas de atizarles una buena patada en el culo (aunque ya no de matarlos, había aprendido algo de control desde anoche). Pero ¿esto? ¿Permitir la entrada de strigoi en el campus? ¿Cómo pudo algo tan penoso y estúpido por su parte conducir a semejante desastre? Casi hubiera sido mejor que lo hubiesen hecho aposta, pero no, tenían que haberlo provocado con su jueguecito en busca de la gloria.
—Idiotas —mascullé.
Se levantó una ráfaga de viento. Sentí un escalofrío, y esta vez fue por las bajas temperaturas, no por mi propia inquietud. La primavera podía estar en camino, pero a buen seguro que no había llegado aún.
—Volvamos dentro —dijo Dimitri.
Nos dimos la vuelta, y, al caminar de regreso al corazón del campus de secundaria, la vi. La cabaña. Ninguno de los dos aminoró el paso ni la miró de forma obvia, pero sabía que él era tan perfectamente consciente de la cabaña como yo. Y lo demostró al hablar un instante después.
—Rose, en cuanto a lo que pasó…
Solté un gruñido.
—Lo sabía. Sabía que iba a pasar esto.
Se me quedó mirando, perplejo.
—¿Que iba a pasar qué?
—Esto. La parte en que tú me das la charla de que lo que hicimos estuvo mal y que no deberíamos haberlo hecho y que no volverá a pasar nunca —hasta el momento en que las palabras salieron de mis labios, no me di cuenta de lo mucho que había temido que él me dijera aquello.
Aún parecía perplejo.
—¿Y cuál es el motivo de que pienses eso?
—Pues porque tú eres así —le dije. Creo que soné un poco histérica—. Tú siempre quieres hacer lo correcto, y cuando haces algo que está mal, entonces tienes que arreglarlo y hacer las cosas bien. Y sé que me vas a decir que lo que hicimos no debería haber ocurrido y que ojalá…
El resto de lo que pude haber dicho quedó amortiguado cuando Dimitri me rodeó por la cintura con el brazo y me atrajo hacia sí a la sombra de un árbol. Nuestros labios se entrelazaron y, en aquel beso, olvidé todas mis preocupaciones y temores de que dijese que lo que hicimos fue un error. Incluso —por imposible que parezca— olvidé la muerte y la destrucción causada por los strigoi. Sólo por un instante.
Cuando por fin nos separamos, aún me sostuvo cerca de él.
—No creo que lo que hicimos estuviese mal —dijo en voz baja—. Me alegro de que lo hiciésemos, y si pudiéramos retroceder en el tiempo, volvería a hacerlo.
Un torbellino de emociones me ardía en el pecho.
—¿En serio? ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
—Que resulta difícil resistirse a ti —me dijo, claramente divertido ante mi sorpresa—. Y… ¿recuerdas lo que me dijo Rhonda?
Fue otra sorpresa oír que la mencionase en nuestra conversación, aunque entonces me acordé de la cara que puso cuando la escuchaba y de lo que dijo sobre su abuela. Intenté recordar las palabras exactas de Rhonda.
—Algo acerca de que ibas a perder… —al parecer no me acordaba muy bien que digamos.
—«Perderás lo que más aprecias, así que valóralo mientras puedas».
Como es natural, se lo sabía palabra por palabra. Ya me había burlado en su momento de lo que dijo, pero ahora intentaba descifrarlo. Al principio sentí un brote de alegría: era yo lo que más apreciaba él. Entonces le miré sorprendida.
—Espera, ¿crees que voy a morir? ¿Por eso te acostaste conmigo?
—No, no. Por supuesto que no. Hice lo que hice porque… créeme, no fue por eso. Al margen de los detalles, o de si es cierto siquiera, tenía razón en cuanto a la velocidad con la que todo cambia. Intentamos hacer las cosas bien o, mejor dicho, lo que otros dicen que está bien; pero a veces, cuando eso va en contra de lo que somos… tienes que escoger. Incluso antes del ataque strigoi, al ver todos los problemas con los que te peleabas, me di cuenta de lo mucho que significas para mí. Lo cambió todo. Estaba preocupado por ti, muy, muy preocupado. No te haces una idea. Y resultó inútil intentar comportarme como si fuese capaz de poner alguna vez la vida de cualquier moroi antes que la tuya. Eso no va a suceder, da igual lo mal que otros digan que está, y también decidí que me tenía que enfrentar a ello. Una vez tomada esa decisión… no había nada que nos contuviese —vaciló, como si se estuviera repitiendo sus propias palabras mientras me quitaba el pelo de la cara—. Bueno, que me contuviese a mí, hablo sólo por mí mismo, no pretendo hacer como si supiese con exactitud por qué lo hiciste tú.
—Lo hice porque te quiero —le dije, como si se tratase de lo más obvio del mundo. Y lo era.
Se rio.
—Eres capaz de resumir en una sola frase algo que a mí, para poder expresarlo, me lleva todo un discurso.
—Porque es así de simple. Te quiero, y no tengo ganas de seguir fingiendo que no.
—Yo tampoco —su mano descendió de mi rostro y encontró la mía. Reemprendimos la marcha con los dedos entrelazados—. No quiero más mentiras.
—¿Entonces qué va a pasar ahora? Me refiero a nosotros, cuando todo esto termine… con los strigoi…
—Mira, por mucho que odie afirmar tus temores, tenías razón en una cosa. No podemos volver a estar juntos… durante el resto del curso escolar, quiero decir. Tendremos que mantener las distancias.
Me sentí algo decepcionada ante aquello, si bien tenía la certeza de que Dimitri tenía razón. Quizá hubiéramos alcanzado por fin ese punto en el que íbamos a dejar de negar nuestra relación, pero, mientras yo fuese una alumna, difícilmente podríamos alardear de ella.
Nuestros pasos aplastaban el aguanieve del suelo. Algunos pájaros dispersos trinaban en los árboles, sin duda sorprendidos ante la gran actividad diurna que los rodeaba. Dimitri permaneció con la mirada perdida en el cielo que teníamos por delante, pensativo.
—Cuando te gradúes y estés ahí fuera con Lissa… —no concluyó. Me llevó un momento, pero me di cuenta de lo que iba a decir. Casi se me para el corazón.
—Vas a pedir el traslado, ¿no es así? No serás su guardián.
—Es la única forma que tenemos de estar juntos.
—Pero en realidad no estaremos juntos —señalé yo.
—Quedarnos los dos con ella nos sitúa ante el mismo problema: que me preocuparé más por ti que por Lissa, y ella necesita dos guardianes con dedicación plena. Si consigo que me trasladen a algún lugar de la Corte, estaremos todo el tiempo cerca el uno del otro. Y en un lugar seguro como aquél, hay más flexibilidad con los horarios de los guardianes.
Una parte egoísta y quejica de mí quería interrumpirle de inmediato para decirle que eso era una mierda, pero la verdad es que no lo era. No teníamos opción alguna de lograr la situación ideal. Todas ellas acarreaban decisiones difíciles. Era consciente de lo duro que resultaba para él dejar a Lissa. Le importaba mucho, y deseaba mantenerla a salvo con una pasión que casi rivalizaba con la mía. Pero yo le importaba más y Dimitri debía realizar ese sacrificio si aún deseaba hacer gala de su sentido del deber.
—Bueno —dije al darme cuenta de algo—, sí que es posible que nos viéramos más si protegemos a gente distinta, podríamos librar a la vez. Si ambos estuviéramos con Lissa, tendríamos turnos alternativos y siempre estaríamos separados.
Frente a nosotros se acababan ya los árboles, una lástima, porque no me apetecía nada soltarle la mano. No obstante, una llama de alegría y esperanza comenzó a brotar en mi pecho. Me hacía sentir mal a la luz de tanta tragedia, pero no lo pude evitar.
Tanto tiempo después, tanto sufrimiento después, Dimitri y yo haríamos que funcionase. Siempre existiría la posibilidad de que le destinasen lejos de la Corte, pero aun así, ya nos las arreglaríamos para conseguir algo de tiempo libre juntos de vez en cuando. Las épocas de separación serían agónicas, pero lograríamos que funcionase, y sería mejor que seguir viviendo una mentira.
Sí, iba a suceder de verdad. Todas las preocupaciones de Deirdre sobre mi capacidad de gestionar las piezas en conflicto que formaban mi vida habrían sido para nada. Iba a conseguirlo todo: Lissa y Dimitri. La idea de que podría estar con ambos me fortalecería, me llevaría en volandas a través del ataque a los strigoi. Lo guardaría en un rinconcito de mi mente, como un hechizo de buena suerte.
Dimitri y yo no dijimos nada durante un rato. Como siempre, a él no le hacía falta. Sabía que sentía el mismo ronroneo de felicidad que sentía yo, a pesar de su estoico exterior. Ya casi habíamos salido del bosque, de nuevo a la vista de todo el mundo, cuando empezó a hablar otra vez.
—Pronto cumplirás los dieciocho años, pero aun así… —suspiró—. Cuando esto se sepa, habrá mucha gente a quien no le haga nada feliz.
—Pues bueno, ya se las arreglarán —sabía cómo manejar los rumores y cotilleos.
—Me da también la sensación de que tu madre va a tener una conversación bastante fea conmigo.
—Estás a punto de enfrentarte a unos strigoi, ¿y es mi madre quien te da miedo?
Notaba que combatía la sonrisa que estaba a punto de aparecer en sus labios.
—Menuda es, como para plantarle cara. ¿De quién te crees que lo has heredado tú?
Me reí.
—Todavía es un misterio que te molestes siquiera en perder tiempo conmigo.
—Mereces la pena, créeme.
Aprovechó el resguardo de las últimas sombras del bosque y me volvió a besar. En un mundo normal, esto habría sido el feliz y romántico paseo de la mañana posterior al sexo. No estaríamos preparándonos para entrar en combate ni preocupándonos por nuestros seres queridos. Nos reiríamos y nos tomaríamos mutuamente el pelo mientras planeábamos en secreto nuestra siguiente escapada romántica.
No vivíamos en un mundo normal, por supuesto, pero durante sus besos resultaba sencillo imaginar que así era.
Cuando salimos del bosque, nos separamos a regañadientes el uno del otro y nos dirigimos al edificio de los guardianes. Sobre nosotros se cernían tiempos oscuros pero, con el ardor de su beso aún presente en mis labios, me sentía capaz de cualquier cosa.
Incluso de hacerle frente a una horda de strigoi.