VEINTICINCO

Muertos o capturados.

A los strigoi no les bastaba con venir hasta aquí y atacarnos, matar moroi y dhampir por igual. También tenían que llevarse a algunos. Era algo que sabíamos bien que hacían. Incluso ellos tenían un límite en la cantidad de sangre que eran capaces de beber de una vez, así que solían llevarse prisioneros para que hiciesen las veces de posterior tentempié. O, a veces, un strigoi poderoso que no quería hacer el trabajo sucio enviaba a sus esbirros para que le llevasen las presas. De vez en cuando, se llevaban consigo a algunos prisioneros con la intención de convertirlos en strigoi. Cualquiera que fuese la razón, eso significaba que algunos de los nuestros aún podían estar vivos.

Una vez que ciertos edificios fueron examinados y declarados libres de strigoi, se nos reunió a los alumnos, moroi y dhampir. Condujeron a los moroi adultos con nosotros, y los guardianes se quedaron evaluando los daños. Sentía unas ganas desesperadas de estar con ellos, ayudarles, desarrollar mi papel, pero me dejaron claro que mi papel ya había finalizado. Llegados a aquel punto, no había nada que pudiese hacer excepto esperar y preocuparme con los demás. Aún parecía irreal. Un ataque strigoi en nuestra escuela. ¿Cómo podía haber sucedido? La academia era un lugar seguro, eso nos habían enseñado siempre, y tenía que serlo. Por eso duraba tanto nuestra etapa escolar y por eso las familias moroi soportaban estar separadas casi todo el año. Les merecía la pena con tal de contar con un lugar a salvo para sus hijos.

Eso ya no era cierto.

El recuento de bajas sólo les llevó dos horas, pero la espera pareció de días hasta que los informes fueron llegando. Y las cifras… las cifras eran duras. Quince moroi asesinados. Doce guardianes muertos. Otro grupo de trece, entre moroi y dhampir, había sido capturado. La estimación de los guardianes rondaba los cincuenta strigoi, que era algo más que sobrecogedor. Hallaron veintiocho cadáveres strigoi. Al parecer, el resto había escapado, y muchos de ellos se llevaron rehenes consigo.

Para un tamaño tal de la partida de strigoi, nuestro número de bajas sería inferior a lo esperado. Nuestra salvación había que achacarla a diversos factores: uno fue el aviso tan temprano. Los strigoi apenas se habían adentrado en los terrenos de la academia cuando alerté a Stan. La escuela se situó en estado de confinamiento con mucha rapidez, y el hecho de que casi todo el mundo se hallase en los edificios a causa de la proximidad del toque de queda había sido una ayuda. La mayoría de las víctimas moroi —muertos o capturados— era gente que se encontraba a cielo abierto cuando aparecieron los atacantes.

Los strigoi nunca llegaron a entrar en las residencias de primaria, algo que, según dijo Dimitri, fue en gran parte gracias a Christian y a mí. No obstante, habían logrado irrumpir en una de las residencias de los moroi, la de Lissa. Sentí un bajón en el estómago al enterarme, y aunque podía notar que estaba bien a través del vínculo, no me podía quitar de la cabeza la imagen del strigoi rubio con su sonrisita mientras me decía que iba a acabar con los Dragomir. No sabía qué le había pasado a él; el grupo atacante de strigoi no consiguió adentrarse demasiado en la residencia, por fortuna, pero hubo bajas.

Una de ellas era Eddie.

¿Qué? —exclamé cuando me lo contó Adrian.

Estábamos comiendo algo en la cafetería. Ya no sabía ni de qué comida del día se trataba, pues el campus se había revertido a un horario diurno que había echado por tierra mi noción del tiempo. La cafetería estaba casi en silencio, todas las conversaciones se mantenían en apenas susurros. Las comidas eran el único motivo por el cual los alumnos podían salir de sus residencias. Más tarde tendría lugar una reunión de guardianes a la que estaba oficialmente invitada, pero por ahora, me encontraba confinada con el resto de mis amigos.

—Chicos, Eddie estaba con vosotros —dije. Estaba mirando a Lissa, casi de un modo acusador—. Le vi contigo, a través de tus ojos.

Levantó la vista de la bandeja de comida que no tenía intención de tocar y me miró con la cara pálida y llena de dolor.

—Cuando los strigoi entraron por abajo, él y otros novicios bajaron a ayudar.

—No han encontrado su cuerpo —dijo Adrian. No había ninguna sonrisita en su cara ni humor por ningún lado—. Es uno de los que se han llevado.

Christian suspiró y se reclinó en su silla.

—Pues entonces, como si estuviera muerto.

La cafetería desapareció. Ya no veía a ninguno de ellos. Ante mis ojos sólo tenía aquella habitación en Spokane, donde lo retuvieron. Torturaron a Eddie y casi lo mataron. Aquel trauma lo cambió para siempre, afectó el modo en que se tomó su tarea de guardián, se volcó en una dedicación extrema, y le costó el sacrificio de parte de las risas y la alegría que solía irradiar.

Y ahora le estaba pasando de nuevo. Eddie capturado. Cómo se había esforzado por proteger a Lissa y a los demás, y había arriesgado su propia vida en el ataque. Yo no había estado ni siquiera cerca de la residencia moroi cuando sucedió, pero me sentía responsable, como si hubiera debido cuidar de él. Sin duda se lo debía a Mason. Mason. El mismo Mason que había muerto bajo mi cuidado y cuyo fantasma no había vuelto a ver desde que me avisó. No había sido capaz de salvarle, y ahora perdía también a su mejor amigo.

Me levanté de la silla y aparté mi bandeja de un empujón. Aquella furia oscura que había estado combatiendo refulgía ahora dentro de mí. De haber por los alrededores algún strigoi, lo habría calcinado sin ninguna necesidad de la magia de Christian.

—¿Qué pasa? —preguntó Lissa.

La miré fijamente, incrédula.

—¿Que qué pasa? ¿Que qué pasa? ¿De verdad tienes que preguntarlo? —mi voz resonó en el silencio de la cafetería. La gente se me quedó mirando.

—Rose, ya sabes lo que quiere decir —dijo Adrian en un tono de voz inusualmente calmado—. Todos estamos enfadados. Vuelve a sentarte. Todo irá bien.

Por un instante casi le hago caso, pero me lo sacudí. Estaba intentando utilizar la coerción para tranquilizarme. Lo fulminé con la mirada.

—No, no va a ir bien, no hasta que hagamos algo al respecto.

—No hay nada que hacer —dijo Christian. Junto a él, Lissa guardaba silencio, todavía dolida por lo borde que había sido con ella.

—Eso ya lo veremos —dije.

—Rose, espera —me llamó Lissa. Estaba preocupada por mí, y también asustada. Era algo minúsculo y egoísta, pero no quería que la abandonase. Se había acostumbrado a tenerme a su lado, le hacía sentirse segura, pero no podía quedarme, ahora mismo no.

Salí del edificio común hecha una furia, a la clara luz del exterior. La reunión de los guardianes no sería hasta dos horas más tarde, pero daba igual. En ese momento necesitaba hablar con alguien. Eché a correr hacia el edificio de los guardianes. Otra mujer entraba a la vez que yo, y, con las prisas, le di un golpe.

—¿Rose?

Mi furia se transformó en sorpresa.

—¿Mamá?

Allí estaba Janine Hathaway, mi famosa madre guardiana, junto a la puerta. Tenía el mismo aspecto que cuando la vi en Año Nuevo, con sus pelirrojos rizos aún cortos y su rostro ajado por el sol. Sin embargo, sus ojos castaños parecían más adustos que la última vez, que ya era decir.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté.

Como le había contado a Deirdre, mi madre y yo habíamos mantenido una tumultuosa relación durante casi toda mi vida, en gran medida a causa de la distancia que de forma inevitable se creaba por el hecho de tener una progenitora guardián. Le había guardado rencor durante años y aún no éramos íntimas, pero estuvo a mi lado después de la muerte de Mason, y creo que decidimos probar a albergar la esperanza de que las cosas mejorasen en un futuro próximo. Se había marchado después de Año Nuevo, y lo último que supe de ella fue que había regresado a Europa con el miembro de la familia Szelsky a quien protegía.

Abrió la puerta, y la seguí al interior. Sus formas eran tan bruscas y serias como siempre.

—Compensar las bajas. Han solicitado refuerzos para asegurar el campus.

Compensar las bajas. Reemplazar a los guardianes que habían muerto. Habían retirado todos los cadáveres —strigoi, moroi y dhampir—, pero el vacío que habían dejado los que se fueron era evidente para todos. Aún podía verlos al cerrar los ojos, aunque con ella allí, me di cuenta de que tenía una oportunidad. La agarré por el brazo, algo que le sorprendió.

—Tenemos que ir tras ellos —le dije—. Rescatar a los que se han llevado.

Me observó con detenimiento y una arruga en la frente como único signo de lo que sentía.

—Nosotros no hacemos ese tipo de cosas. Lo sabes. Tenemos que proteger a los que están aquí.

—¿Y qué pasa con esos trece? ¿Es que no debemos protegerlos? Tú ya fuiste una vez en misión de rescate.

Me hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Aquello era diferente. Teníamos un rastro. No sabríamos dónde encontrar a este grupo por mucho que quisiéramos.

Sabía que tenía razón. Los strigoi no habrían dejado un rastro fácil de seguir. Y sin embargo… de repente se me ocurrió una idea.

—Han restablecido las defensas, ¿verdad? —le pregunté.

—Sí, casi de inmediato. Aún no estamos seguros de cómo las rompieron. No hemos encontrado estacas que hayan utilizado para perforarlas.

Comencé a contarle mi teoría al respecto, pero mi madre no estaba al día de mis chanchullos fantasmagóricos.

—¿Sabes dónde está Dimitri?

Me señaló en dirección a unos grupos de guardianes que se dirigían apresurados de aquí para allá.

—Seguro que está ocupado en algo por aquí. Como todo el mundo. Y yo tengo que ir a presentarme ahora. Sé que te han invitado a la reunión, pero aún queda un rato para eso. Deberías quitarte de en medio.

—Lo haré… pero antes he de ver a Dimitri. Es importante, podría influir en lo que suceda en la reunión.

—¿De qué se trata? —me preguntó en tono de sospecha.

—No te lo puedo explicar todavía… es complicado y me llevaría mucho tiempo. Ayúdame a encontrarlo, y te lo contaré después.

Mi madre no pareció alegrarse mucho con aquello; al fin y al cabo, Janine Hathaway no era alguien a quien la gente le dijese que no muy a menudo. Aun así, me ayudó a encontrar a Dimitri. Creo que tras los sucesos de las vacaciones de invierno, comenzó a considerarme algo más que una adolescente desventurada. Hallamos a Dimitri con otros guardianes. Estudiaban un plano del campus y planeaban la distribución de los guardianes recién llegados. Había la suficiente cantidad de ellos congregada en torno al mapa como para que él se pudiera escapar un momento.

—¿Qué pasa? —me preguntó cuando nos hubimos apartado hacia una esquina de la sala. Incluso allí, en plena crisis, en medio de tanta preocupación por los demás, yo notaba que una parte de él se preocupaba sólo por mí—. ¿Estás bien?

—Creo que deberíamos poner en marcha una misión de rescate —le dije.

—Sabes que nosotros…

—… no solemos hacer eso. Que sí, que sí. Y ya sé que no tenemos ni idea de dónde están… excepto que yo podría.

Frunció el ceño.

—¿Cómo?

Le hablé de cómo había sido Mason quien me avisó la noche anterior. Dimitri y yo no habíamos tenido tiempo de hablar a solas desde entonces, así que no llegamos nunca a comentar los detalles del ataque. Tampoco pudimos hablar sobre lo sucedido en la cabaña. Me producía una sensación extraña, porque en realidad era eso en lo que deseaba pensar, pero no podía. No con tantas cosas sucediendo a mi alrededor. Por eso continué con mi esfuerzo por apartar los recuerdos sexuales, esfuerzo que sólo conseguía que surgiesen a cada rato y enmarañasen más mis emociones.

Con la esperanza de tener un aspecto sobrio y competente, proseguí con la explicación de mis ideas.

—Mason tiene ahora cerrado el acceso porque las defensas se han restaurado, pero de algún modo… creo que sabe dónde están los strigoi, y pienso que nos lo puede enseñar —la cara de Dimitri me decía que albergaba sus dudas al respecto—. ¡Venga! Tienes que creerme después de todo lo que ha pasado.

—Eso aún me está costando lo mío —reconoció él—, pero bueno. Supongamos que es cierto. ¿Crees que nos puede guiar así, sin más; que le puedes preguntar y él te lo va a mostrar?

—Sí —contesté—. Creo que puedo. Lo he estado combatiendo todo este tiempo, y pienso que, si intento trabajar con él, él me ayudará. Creo que eso es lo que siempre ha querido. Sabía que las defensas se habían debilitado y que los strigoi aguardaban al acecho. Ahora no pueden estar muy lejos de nosotros… tendrían que haberse detenido y escondido en algún sitio a causa de la luz diurna. Podríamos disponer de una oportunidad de llegar hasta ellos antes de que mueran los rehenes. Una vez estemos cerca, yo sí que los puedo localizar —entonces le hablé de las náuseas que había sentido al acercarse los strigoi. Dimitri no lo puso en tela de juicio. Creo que para él ya estaban pasando demasiadas cosas extrañas como para cuestionar aquello.

—Pero no tenemos a Mason aquí. Has dicho que no puede atravesar las defensas. ¿Cómo conseguirás que nos ayude? —me preguntó.

Ya había pensado en ello.

—Llévame a la puerta principal.

Tras unas rápidas palabras con Alberta acerca de «investigar algo», Dimitri me condujo al exterior, y recorrimos el largo camino hasta la entrada de la academia. Ninguno de los dos dijo una palabra durante el trayecto. Incluso en medio de todo aquello, seguía pensando en la cabaña, en estar en sus brazos. En ciertos aspectos, era parte de lo que me ayudaba a seguir adelante con todo este horror. Me daba la sensación de que él también lo tenía en la cabeza.

La entrada de la academia consistía en una larga extensión de valla metálica que descansaba justo sobre las defensas. Una carretera discurría desde la autopista principal, a poco más de treinta kilómetros, hasta la verja, que casi siempre permanecía cerrada. Allí los guardianes contaban con un pequeño puesto, y la zona se vigilaba todas las horas del día.

Les sorprendió nuestra petición, pero Dimitri insistió en que sería sólo un instante. Deslizaron la pesada hoja de la puerta y quedó una rendija apenas suficiente para que cupiese una persona. Dimitri y yo salimos fuera. Un dolor de cabeza comenzó a crecer justo detrás de mis ojos, y empecé a ver rostros y siluetas, igual que en el aeropuerto. Al encontrarme fuera de las defensas, podía ver todo tipo de espíritus, pero ahora lo entendía y no me hacía sentir miedo. Tenía que controlarlo.

—Marchaos —dije a las siluetas de color gris que se cernían sobre mí—. No tengo tiempo para vosotros. Marchaos —empleé todas las fuerzas que pude en mi determinación y el tono de mi voz y, para mi asombro, los fantasmas se desvanecieron. Me seguía acompañando un leve zumbido, y me recordaba que seguían ahí, que si bajaba la guardia un segundo, todo regresaría a mí. Dimitri me observaba con preocupación.

—¿Estás bien?

Asentí y miré a mi alrededor. Había un fantasma al que deseaba ver.

—Mason —dije—, ahora te necesito —nada. Volví a reunir la autoridad que acababa de utilizar con los otros fantasmas—. Mason, por favor, ven aquí.

Ante mí no veía nada excepto la carretera que serpenteaba para adentrarse en las yermas colinas invernales. Dimitri me miraba con la misma cara de anoche, esa que decía que le preocupaba el estado de mi salud mental. La verdad es que, en ese momento, yo también lo estaba. El aviso de la noche previa había constituido para mí la prueba definitiva de que Mason era real, pero ahora…

Un minuto después, su silueta se materializó ante mí con un aspecto un poco más pálido que antes. Por vez primera desde que todo esto empezó, me alegré de verle. Claro que él, por supuesto, parecía triste. Nada nuevo que digamos.

—Por fin. Me estabas dejando mal —él se limitó a mirarme fijamente, y de inmediato me sentí mal por la broma—. Lo siento. Necesito tu ayuda otra vez. Tenemos que encontrarlos. Tenemos que salvar a Eddie.

Mason asintió.

—¿Puedes mostrarme dónde están?

Volvió a asentir y se giró para señalar en una dirección que apuntaba casi en línea recta a mi espalda.

—¿Entraron por la parte de atrás del campus?

Volvió a asentir una vez más, y con ésas supe lo que había pasado. Supe cómo habían entrado los strigoi, pero no había tiempo para detenerse ahora en aquello. Me volví hacia Dimitri.

—Necesitamos un mapa.

Entró de nuevo por la puerta y cruzó unas palabras con uno de los guardianes de servicio. Un momento después, regresó con un mapa y lo desplegó. Mostraba la disposición del campus y los terrenos y caminos de los alrededores. Lo tomé de sus manos y se lo mostré a Mason mientras me esforzaba por mantenerlo recto contra el azote del viento.

El único camino de verdad que salía de la academia era el que teníamos delante. El resto del campus estaba rodeado por bosques y pronunciados barrancos. Indiqué un punto en la parte de atrás de los terrenos de la escuela.

—Entraron por aquí, ¿no? ¿Es por donde rompieron las defensas la primera vez?

Mason asintió. Alzó un dedo y, sin tocar el mapa, trazó un recorrido a través de los bosques que flanqueaba la ladera de una pequeña montaña. Si se continuaba avanzando por él lo suficiente, al final se llegaba a la carretera interestatal, a muchos kilómetros de distancia. Seguí su señal y de pronto sentí dudas acerca de utilizarlo como guía.

—No, no es correcto —dije—. No puede ser. No hay caminos en esta extensión de bosque junto a la montaña. Tendrían que haber ido a pie, y la caminata les habría llevado demasiado tiempo desde la academia hasta este otro camino, un tiempo del que no disponían, les habría sorprendido la luz del día.

Mason lo negó con la cabeza —al parecer, para mostrar su desacuerdo conmigo—, y volvió a trazar la misma ruta, adelante y atrás. En particular, no dejaba de marcar un punto no muy lejano de los terrenos de la academia, o, al menos, en el mapa no lo parecía. El plano no incluía demasiados detalles, y me imaginé que el punto estaría a apenas unos kilómetros. Mason mantuvo el dedo allí, me miró y volvió a bajar la vista.

—No pueden estar ahí ahora —le discutí—. Está al aire libre. Habrán entrado por la parte de atrás, pero tienen que haber salido por delante, los esperaría algún tipo de vehículo y se largarían pitando.

Mason lo negó con la cabeza.

Frustrada, miré a Dimitri. Sentía que el tiempo se nos echaba encima, y la extraña afirmación de Mason de que los strigoi se encontraban apenas a unos kilómetros de distancia estaba alterando mi irritable naturaleza. Tenía verdaderas dudas de que hubiesen montado tiendas de campaña y hubieran acampado.

—¿Hay algún edificio ahí fuera o algo? —pregunté a Dimitri mientras señalaba el punto que había indicado Mason—. Dice que salieron hacia ese camino. Pero no han podido llegar hasta allí antes de salir el sol, y asegura que están aquí.

Dimitri, pensativo, entrecerró los ojos.

—No, que yo sepa.

Me quitó el mapa de las manos y se lo llevó a los otros guardianes para revisarlo con ellos. Mientras hablaban, volví a mirar a Mason.

—Más te vale acertar con esto —le avisé.

Él asintió.

—¿Los has visto? ¿A los strigoi y a sus rehenes?

Asintió.

—¿Y Eddie sigue vivo?

Asintió, y Dimitri vino hacia nosotros.

—Rose… —había un extraño tono en la voz de Dimitri cuando regresó con el mapa, como si no pudiese terminar de creerse lo que iba a decir—. Stephen dice que aquí, justo en la base de la montaña, hay unas cuevas.

Miré a Dimitri a los ojos, sin duda con una expresión de sorpresa tan grande como la suya.

—¿Y son lo bastante grandes…?

—¿Lo bastante grandes como para que se oculten los strigoi hasta la noche? —Dimitri asintió—. Lo son. Y sólo están a ocho kilómetros de aquí.