VEINTIDÓS

Deirdre, la orientadora, no debía de tener una gran vida privada, que digamos, porque programó nuestra siguiente cita en domingo. A mí no me emocionaba mucho, la verdad, dado que no sólo era mi día libre, sino también el de mis amigos. Órdenes eran órdenes, no obstante, y aparecí a regañadientes.

—Se equivoca —le dije nada más sentarme. No habíamos abordado aún a fondo las cuestiones de mi primera sesión. El último par de visitas lo habíamos pasado hablando sobre mi madre y lo que yo pensaba de las prácticas de campo.

—¿En qué? —me preguntó. Llevaba un vestido de flores y sin mangas, que me parecía demasiado fresco para un día como aquél. También guardaba un inquietante parecido con las fotos de la naturaleza que había colgadas por todo el despacho.

—En cuanto al tío. No es que me guste porque no pueda tenerlo. Me gusta porque… pues porque es él. Y me lo he demostrado a mí misma.

—¿Cómo te lo has demostrado?

—Es una historia muy larga —dije en plan evasivo. La verdad es que no me apetecía entrar en los detalles de mi experimento de coerción con Adrian—. Tendrá que confiar en mí.

—¿Qué hay del otro tema del que hablamos? —me preguntó—. ¿Qué hay de tus sentimientos hacia Lissa?

—La idea también era equivocada.

—¿Y te lo has demostrado?

—No, pero es que no se trata del tipo de cosa que pueda probar de ese modo.

—¿Cómo puedes estar segura entonces? —me preguntó.

—Porque lo estoy —y ésa era la mejor respuesta que iba a conseguir arrancarme.

—¿Cómo han ido las cosas con ella últimamente?

—¿Cómo últimamente?

—¿Habéis pasado mucho tiempo juntas? ¿Tienes idea de a qué se ha estado dedicando?

—Claro, más o menos. Ya no nos vemos tanto, pero está haciendo las cosas habituales. Sale con Christian, se luce en cada examen, ah, y ya casi se ha aprendido de memoria la página web de Lehigh.

—¿Lehigh?

Le hablé a Deirdre de la oferta de la reina.

—No se irá para allá hasta el próximo otoño, pero Lissa ya está mirándose todas las clases e intenta decidir en qué quiere especializarse.

—¿Y qué pasa contigo?

—¿Qué pasa conmigo?

—¿Qué vas a hacer tú mientras ella está en clase?

—Me voy con ella, es lo que suele pasar cuando un moroi tiene un guardián de una edad tan similar a la suya. Es probable que me matriculen a mí también.

—¿Vas a ir a las mismas clases que ella?

—Sip.

—¿Hay alguna otra asignatura que hubieses preferido en lugar de ésas?

—¿Cómo voy a saberlo? Lissa ni siquiera ha elegido aún las suyas, así que yo no sé si me gustan o no. Pero eso da igual, tengo que ir con ella.

—¿Y eso no es problema para ti?

Mi humor se estaba empezando a poner a la defensiva, eso era justo de lo que yo no quería hablar.

—No —dije tensa.

Era consciente de que Deirdre quería que profundizase más, pero me negué a hacerlo. Nos mantuvimos la mirada por unos instantes, casi como si nos estuviéramos desafiando a desviarla, o quizá yo le estuviese otorgando un significado demasiado profundo a aquello. Bajó la vista al misterioso cuaderno de notas que llevaba siempre y pasó un par de hojas. Advertí que tenía las uñas pintadas de rojo y con una perfecta silueta. El esmalte de las mías ya había empezado a desconcharse.

—¿Preferirías que no hablásemos de Lissa hoy? —me preguntó por fin.

—Podemos hablar de todo aquello que usted considere útil.

—¿Y qué consideras que es útil?

Mierda. Otra vez me estaba haciendo la historia esa de las preguntas. Me preguntaba si alguno de los títulos que tenía en la pared le otorgaba algún tipo especial de formación para hacerlo.

—Pues creo que sería verdaderamente útil que dejase de hablarme como si yo fuese moroi. Actúa como si yo tuviese elección, como si gozase del derecho a enfadarme con algo de esto o a elegir las asignaturas que me apetezca. Es decir, pongamos que pudiese escogerlas, ¿de qué me iba a servir? ¿Qué iba a hacer yo con esas clases? ¿Hacerme abogada o bióloga marina? No tiene sentido que me busque mis propias asignaturas. Todo está ya decidido para mí.

—Y eso te parece bien —podía haber sido una pregunta, pero lo dijo como la afirmación de un hecho.

Me encogí de hombros.

—Me parece bien mantenerla a salvo, y de eso, al parecer, usted no se ha enterado aún. Todo trabajo tiene sus pegas. ¿Que si quiero tragarme sus clases de cálculo? Pues no, pero tengo que hacerlo porque la otra parte es más importante. ¿Quiere usted oír cómo unos adolescentes cabreados intentan echar por tierra todos sus esfuerzos? No, pero tiene que hacerlo porque el resto de su trabajo es más importante.

—En realidad —me dijo de forma inesperada—, ésa es la parte que más me gusta de este trabajo.

No podía saber si lo decía en broma o no, pero decidí no centrarme en eso, en particular, dado que no me había respondido con una pregunta. Suspiré.

—Odio que todo el mundo se comporte como si me estuviesen obligando a ser guardián.

—¿Quién es todo el mundo?

—Pues usted y aquel chico que conocí en la Corte… un dhampir que se llama Ambrose. Es… bueno, es una prostituta de sangre. Una prostituta de sangre pero en tío —como si no resultase obvio. Esperé a ver si ella reaccionaba ante el término, pero no lo hizo—. También me habló de una forma que sonó como si estuviera atrapada en esta vida y todo eso. Esto es lo que quiero. Soy buena en ello. Sé pelear y sé defender a otros. ¿Ha visto alguna vez a un strigoi? —lo negó con la cabeza—. Pues yo sí, y cuando digo que quiero pasar mi vida protegiendo a los moroi y matando strigoi, lo digo en serio. Los strigoi son el mal y han de ser erradicados. Me alegro de hacerlo, y si de paso consigo estar con mi amiga del alma, todavía mejor.

—Eso lo entiendo, pero ¿qué pasa si quieres otras cosas, cosas que no puedes alcanzar por haber escogido esta forma de vida?

Me crucé de brazos.

—La respuesta es la misma que antes. Todo tiene sus pros y sus contras. Los tenemos que equilibrar lo mejor que podamos, es decir, ¿es que va a intentar convencerme de que la vida no funciona así? ¿Que si no puedo conseguir que todo sea perfecto, entonces tengo un problema?

—No, por supuesto que no —me dijo al tiempo que se echaba hacia atrás en su silla—. Quiero que tengas una vida maravillosa, pero no puedo esperar que sea perfecta. Nadie puede. En todo caso, lo que a mí me resulta interesante aquí es cómo asimilas y respondes tú cuando tienes que conciliar estas piezas contradictorias de tu vida, cuando el tener una cosa significa que no puedes lograr la otra.

—Todo el mundo pasa por eso —sentí que me estaba repitiendo.

—Cierto, pero no todo el mundo ve fantasmas a consecuencia de ello.

Me costó unos buenos y densos segundos el darme cuenta de adónde quería llegar.

—Un momento. ¿Me está diciendo que la razón de que yo vea a Mason es que siento una envidia sorda de Lissa por las cosas que no puedo tener en la vida? ¿Qué ha sido de todo el trauma por el que he pasado? Pensé que ésa era la razón de que se me apareciese Mason.

—Creo que hay muchos motivos por los que ves a Mason —me dijo—, y eso es lo que estamos explorando.

—Y sin embargo —repliqué—, en realidad nunca hablamos de Mason.

Deirdre sonrió con serenidad.

—¿No lo hacemos?

Nuestra sesión llegó a su fin.

—¿Y a ti siempre te responde con otra pregunta? —pregunté a Lissa más tarde.

Atravesábamos el patio camino del edificio común para la cena. Habíamos quedado después con los demás para ver una película. Hacía tiempo que no íbamos solas las dos por ahí, y me di cuenta de lo mucho que lo echaba de menos.

—No vemos al mismo orientador —se rió—. Sería un conflicto de intereses.

—¿Y el tuyo te lo hace a ti, entonces?

—No que yo me haya percatado. Doy por hecho que la tuya sí.

—Ya te digo… y es increíble ver cómo lo hace, la verdad.

—Quién nos iba a decir que algún día nos dedicaríamos a compartir los detalles de nuestras terapias, ¿verdad?

Las dos nos reímos con aquello. Pasaron unos segundos, y ella arrancó a decirme algo. Quería contarme lo que había sucedido con Jesse y Ralf, sin darse cuenta de que ya lo sabía. Antes de que pudiese decir nada, sin embargo, alguien más se unió a nosotras: Dean Barnes.

—Eh, Rose. Hay unos cuantos que estamos intentando averiguar por qué tienes media jornada.

Genial. Ya sabía que alguien me preguntaría por el tema tarde o temprano y, sinceramente, me sorprendía que no hubiese sucedido aún. Todos habían estado muy ocupados con sus propias prácticas de campo como para dedicarse a pensar en esto. Ya tenía una excusa preparada.

—He estado enferma. La doctora Olendzki no quiere que haga la jornada completa.

—¿En serio? —preguntó y se tambaleó un poco—. Y yo que creía que siempre estaban con eso de que en el mundo real no te dan la baja por enfermedad, o algo parecido.

—Pues esto no es el mundo real, y la última palabra la tiene la doctora Olendzki.

—A mí me han dicho que es porque eres una amenaza para Christian.

—No, créeme. No es por eso —el olor a alcohol que despedía Dean me facilitó una manera muy oportuna de cambiar de tema—. ¿Has estado bebiendo?

—Claro, Shane ha pillado algo y nos ha subido a su habitación a unos pocos. Oye…

—¿Oye qué? —le pregunté.

—Que no me mires así.

—¿Así cómo?

—Como si lo desaprobases.

—No lo hago —le rebatí.

Lissa soltó una risita.

—La verdad es que sí lo haces.

Dean puso cara de ofendido.

—Eh, oye, que es mi día libre, y aunque sea domingo, eso no significa que no puedo…

Algo se movió a nuestro lado.

Ni lo dudé. Era demasiado rápido, demasiado encubierto como para que se tratase de algo amistoso. Y vestía todo de negro. Me lancé entre aquello y Lissa y arremetí contra mi atacante. En el fragor de la acción, creí reconocer de forma vaga a una guardiana que solía enseñar a los novicios de primaria. Se llamaba Jane, o Joan, o algo similar. Jean, ése era su nombre. Era más alta que yo, pero mi puño la alcanzó en la cara de todos modos. Se tambaleó hacia atrás, y entonces me percaté de que otra silueta se aproximaba junto a ella. Yuri. Di un salto y me situé de manera que ella se vio entre él y yo. Le solté a Jean una patada en el estómago, aterrizó sobre Yuri, y ambos se fueron al suelo. En ese breve intervalo, saqué mi estaca de entrenamiento y apunté a su corazón. Alcancé el objetivo, y ella se apartó de inmediato, dado que ya estaba técnicamente «muerta».

Entonces nos enfrentamos Yuri y yo. A mi espalda oí un sonido amortiguado que supuse que se trataba de la lucha de Dean con su propio atacante o atacantes, aún no me había dado tiempo de comprobarlo. Tenía que despachar a Yuri, que resultaba más difícil pues era más fuerte que Jean. Ambos nos desplazamos en círculos, entre fintas y golpes. Por fin, él se decidió a lanzar su ataque, pero yo fui más veloz y me escapé de su agarrón. Me mantuve fuera de su alcance el tiempo justo para «clavarle» a él también mi estaca.

En cuanto Yuri se retiró derrotado, me volví hacia Dean. Lissa se encontraba al margen, apartada y observando cómo Dean intentaba vérselas con su atacante. Era patético, por no decir otra cosa. Mira que me había metido con Ryan, pero sus errores no eran nada en comparación con esto. La estaca de entrenamiento de Dean estaba tirada en el suelo, y sus movimientos eran trompicados e inestables. Decidí entonces que si permanecía en el combate, Dean sería más bien un lastre. Me lancé hacia él y lo quité de en medio de un empujón, hacia donde estaba Lissa. Es posible que le empujase lo bastante fuerte como para tirarlo al suelo, pero me dio igual. Tenía que quitarlo de en medio.

Entonces me hallé frente a mi oponente: Dimitri.

Resultaba inesperado. Una vocecita en mi cabeza me decía que no podía enfrentarme a él. El resto de mi ser le recordó a dicha vocecita que llevaba haciéndolo los últimos seis meses y, además, él no era Dimitri en ese momento: era mi enemigo.

Salté hacia él con la estaca y la esperanza de pillarlo por sorpresa. Pero resultaba difícil sorprender a Dimitri, y era rápido. Dios, qué rápido. Era como si supiese con antelación lo que iba a hacer. Detuvo mi ataque con un puñetazo que me alcanzó de refilón en un lado de la cabeza. Sabía que más tarde me dolería, aunque en ese momento tenía demasiado a tope la adrenalina como para prestarle atención. En la distancia, reparé en que otra gente se había acercado a mirar. Dimitri y yo éramos celebridades, aunque cada uno por motivos distintos, y nuestra relación mentor-alumna añadía más teatralidad al asunto. Un espectáculo de máxima audiencia.

No obstante, mis ojos estaban centrados sólo en Dimitri. Nos fuimos tanteando con ataques y bloqueos, e intenté recordar todo lo que él me había enseñado. También intenté acordarme de todo lo que sabía de él. Había entrenado con él durante meses y lo conocía, conocía sus movimientos igual que él conocía los míos. Yo también podía anticiparme a él. Una vez comencé a utilizar esos principios, la pelea se fue complicando más. Estábamos muy equilibrados, ambos demasiado veloces. El corazón me latía con fuerza en el pecho, y el sudor me cubría la piel.

Y por fin apareció Dimitri. Hizo un movimiento para pasar al ataque y se lanzó sobre mí con toda la inercia de su cuerpo. Conseguí bloquear la peor parte, pero venía con tanta fuerza que fui yo quien se tambaleó por el impacto. Él no desaprovechó la oportunidad y me arrastró al suelo mientras intentaba inmovilizarme. La consecuencia más probable de quedar atrapada de ese modo con un strigoi hubiera sido el cuello roto o destrozado a mordiscos. No podía consentir que sucediese tal cosa.

Así que, aunque él sujetaba la mayor parte de mi cuerpo contra el suelo, me las arreglé para levantar el codo y clavárselo en la cara. Dio un respingo, y eso fue todo lo que necesité. Le hice rodar y lo sujeté debajo de mí. Dimitri intentó liberarse de mí a empujones, pero yo los contrarresté al mismo tiempo que me las apañaba para coger la estaca. Era tan fuerte, sin embargo, que estaba segura de que no podría seguir sujetándolo. Entonces, justo cuando creí que se liberaba, conseguí asir con fuerza la estaca, y con las mismas, la hice descender sobre su corazón. Y se acabó.

La gente se puso a aplaudir a mi espalda, pero lo único que yo veía era a Dimitri. Nuestras miradas estaban bloqueadas. Yo seguía a horcajadas sobre él, con las manos presionadas contra su pecho. Ambos estábamos sudorosos y con la respiración agitada. En la mirada de sus ojos había orgullo… y tantísimo de algo más que no era orgullo. Qué cerca estaba, y cuánto lo anhelaba mi cuerpo, mientras pensaba que él era una pieza más de mi ser que yo necesitaba para sentirme completa. El aire entre nosotros se me antojaba cálido y embriagador, y en ese momento habría dado cualquier cosa por tumbarme con él y que me rodeasen sus brazos. La expresión de su rostro me decía que él estaba pensando lo mismo. El combate había finalizado, pero el remanente de adrenalina e intensidad animal perduraba.

Entonces, una mano descendió hacia mí, y Jean me ayudó a ponerme en pie. Yuri y ella sonreían radiantes, igual que los espectadores que se habían arremolinado. Incluso Lissa parecía impresionada. Dean, como era de suponer, tenía un aspecto tristón. Albergué la esperanza de que los rumores de mi impresionante victoria se extendiesen por el campus con la misma rapidez que mis recientes fracasos. Probablemente no lo hiciesen.

—Bien hecho —dijo Yuri—. Nos has derrotado a los tres. Ha sido de una perfección de manual.

Dimitri ya estaba en pie también. Miré deliberadamente a los otros dos guardianes porque estaba bastante segura de que, si le miraba a él, mi cara me habría delatado. Aún tenía la respiración entrecortada.

—Espero… espero no haberos lesionado a ninguno —les dije.

Eso les hizo reír a todos ellos.

—Es nuestro trabajo —dijo Jean—. No te preocupes por nosotros, somos duros —miró a Dimitri—. Te ha dado bien con el codo, ¿eh?

Dimitri se frotó la cara, cerca del ojo, y esperé no haberle hecho mucho daño.

—El discípulo aventaja al maestro —bromeó él—, o lo apuñala, más bien.

Yuri miraba con dureza a Dean.

—El alcohol no está permitido en el campus.

—¡Hoy es domingo! —exclamó Dean—. Se supone que no estamos de servicio.

—No hay reglas en el mundo real —dijo Jean muy al estilo de un profesor—. Considera esto un examen sorpresa. Tú lo has aprobado, Rose. Muy bien hecho.

—Gracias. Ojalá pudiese decir lo mismo de mi ropa —estaba empapada y llena de barro—. Voy a tener que cambiarme, Liss. Nos vemos en la cena.

—Vale —tenía el rostro iluminado. Estaba tan orgullosa de mí que casi no podía contenerse. Podía notar también que estaba guardando algún secreto, y me pregunté si me encontraría con una sorpresa de enhorabuena cuando nos viésemos más tarde. Tampoco la sondeé en profundidad, no fuera a ser que lo estropease.

—Y tú —le dijo Yuri a Dean al tiempo que le tiraba de la manga— te vas a venir de paseo con nosotros.

Miré a Dimitri a los ojos y pensé que ojalá pudiese quedarse conmigo y charlar. Seguía teniendo la adrenalina por las nubes y quería celebrarlo. Lo había conseguido. Por fin. Después de tanta vergüenza por mis meteduras de pata y mi supuesta incompetencia, por fin había demostrado de qué era capaz. Tenía ganas de ponerme a bailar. Sin embargo, Dimitri debía marcharse con los demás, y sólo un leve gesto de asentimiento de su cabeza me dijo que él deseaba que fuese de otro modo. Suspiré y los vi marcharse; después, me fui sola a mi residencia.

De vuelta en mi habitación, descubrí que la situación era peor de lo que había creído. Una vez me hube quitado toda la ropa embarrada, me percaté de que iba a necesitar una ducha y frotarme a base de bien para ponerme presentable. Para cuando terminé, casi había pasado una hora. Me había perdido casi toda la cena.

Regresé corriendo al edificio común y me pregunté cómo era que Lissa no me había mandado ningún pensamiento metiéndome prisa. Tenía la costumbre de hacerlo siempre que yo llegaba tarde. Probablemente hubiese decidido que me merecía un descanso después de mi triunfo. Al volver a pensar en ello, una sonrisa enorme se me plantó en la cara, una sonrisa que se me quitó de golpe cuando bajé por el pasillo que conducía a la cafetería.

Un grupo enorme de gente se había congregado alrededor de algo, y reconocí la señal universal de que había una pelea. Considerando lo mucho que a la banda de Jesse le gustaba llevar sus palizas en secreto, me imaginé que aquello no tendría nada que ver con ellos. Me fui colando entre la gente, logré llegar a las primeras filas y eché un vistazo por encima de las cabezas, con la curiosidad de quién habría conseguido provocar la atención de tanta gente.

Eran Adrian y Christian.

Y Eddie. Pero Eddie, allí, estaba en el claro papel de árbitro, situado entre ambos, en un intento por apartar al uno del otro. Olvidé mis modales, aparté a empujones a los pocos que tenía delante y me apresuré a llegar hasta Eddie.

—¿Qué demonios está pasando? —le exigí que me contase.

Pareció aliviado al verme. Podía ser muy capaz de rechazar a nuestros instructores en combate, pero aquella situación era algo que lo tenía claramente confundido.

—No tengo ni idea.

Observé a los dos contendientes. Por fortuna, nadie parecía haberle pegado a nadie… aún. También parecía ser Christian quien estaba a la ofensiva.

—¿Cuánto tiempo creías que te iba a durar el salirte con la tuya? —exclamó. En sus ojos brillaba el azul de una llamarada—. ¿De verdad pensabas que todos nos íbamos a tragar tu actuación indefinidamente?

El aspecto de Adrian era tan lacónico como siempre, pero debajo de aquella sonrisa perezosa, yo podía notar que había una cierta inquietud. No deseaba encontrarse en aquella situación y, al igual que Eddie, tampoco estaba siquiera seguro de cómo se había producido.

—Sinceramente —dijo Adrian con un tono de cansancio—, no tengo ni idea de lo que me estás hablando. ¿Podemos ir a sentarnos y discutir esto de un modo razonable, por favor?

—Pues claro que es eso lo que te gustaría, porque te da miedo que te haga esto.

Christian levantó la mano, y una bola de fuego le bailó en la palma. Aun a la luz de los tubos fluorescentes, brilló con un destello naranja y un núcleo de color azul. Hubo algunos gritos ahogados entre la gente. Hacía mucho tiempo ya que me había acostumbrado a la idea de que los moroi combatiesen con la magia —Christian, en particular—, pero para la mayoría seguía siendo un tabú. Christian mostró una sonrisa burlona.

—A ver, ¿qué tienes tú para contrarrestar esto? ¿Unas plantas?

—Si te vas a poner a provocar peleas sin razón alguna, al menos podías hacerlo a la antigua usanza y pegarme un puñetazo —le dijo Adrian.

Su voz sonaba despreocupada, pero seguía incómodo. Mi suposición fue que pensó que le iría mejor en un cuerpo a cuerpo que en un espíritu a fuego.

—No —interrumpió Eddie—. Nadie le va a prender fuego a nadie. Nadie le va a pegar un puñetazo a nadie. Aquí ha habido un error tremendo.

—¿Cuál es? —le pregunté—. ¿Qué ha pasado?

—Aquí, tu amigo, piensa que estoy planeando casarme con Lissa y ser felices y comer perdices —dijo Adrian. Se dirigía a mí, pero sus ojos no se apartaron de Christian.

—No hagas como si no fuera cierto —gruñó Christian—, porque sé que lo es. Forma parte de tu plan, tuyo y de la reina, ella te ha estado respaldando todo el tiempo. Volver aquí… toda esa historia del estudio… ha sido un montaje para apartar a Lissa de mí y meterla en cambio en tu familia.

—¿Tienes alguna idea de lo paranoico que suenas? —le preguntó Adrian—. ¡Mi tía abuela tiene que gestionar todo el gobierno moroi! ¿Crees que de verdad le importa quién sale con quién en el instituto, en especial con el estado en que están las cosas últimamente? Mira, siento mucho todo ese tiempo que he pasado con ella… Vamos a buscarla y que lo aclare todo. En serio, yo no he tratado de meterme entre vosotros dos. Aquí no hay ninguna conspiración.

—Sí que la hay —dijo Christian. Me miró con el ceño fruncido—. ¿No es así? Rose lo sabe. Rose lo sabe hace ya tiempo. Ha hablado con la reina, incluso, sobre el tema.

—Eso es ridículo —dijo Adrian tan sorprendido que también me lanzó una mirada rápida—. ¿Verdad?

—Pues… —empecé a decir, consciente de que la cosa se estaba poniendo muy fea, muy rápido—. Sí y no.

—¿Lo ves? —dijo Christian en tono triunfal.

La bola de fuego salió volando de su mano, pero Eddie y yo entramos en acción al tiempo. La gente empezó a gritar. Eddie agarró a Christian y forzó la trayectoria del fuego hacia arriba. Mientras tanto, yo enganché a Adrian y lo estampé contra el suelo. Fue una división de tareas realmente afortunada. No quise ni pensar en lo que habría sucedido si los dos nos hubiéramos tirado a por la misma persona.

—Cómo me alegro de que te preocupes —musitó Adrian con un gesto de dolor al levantar la cabeza del suelo.

—Utiliza la coerción con él —murmuré al tiempo que le ayudaba a levantarse—. Tenemos que resolver esto sin que nadie entre en combustión espontánea.

Eddie estaba tratando de evitar que Christian se abalanzase. Yo le agarré también de un brazo para ayudarle. Adrian no parecía muy emocionado ante la idea de acercarse más, pero aun así me obedeció. Christian intentaba soltarse a base de tirones, pero no podía con Eddie y conmigo. Con una cierta inquietud, temeroso quizá de que se le prendiese fuego el pelo, Adrian se inclinó sobre Christian y le miró a los ojos.

—Christian, detén esto ya. Vamos a hablar.

Christian siguió forcejeando un poco contra sus sujeciones, pero lentamente, su rostro se fue relajando y la mirada en sus ojos comenzó a perderse.

—Vamos a hablar de esto —reiteró Adrian.

—Bien —respondió Christian.

Se produjo un suspiro colectivo de decepción entre la gente. Adrian había utilizado la coerción con la suficiente sutileza para que no sospechase nadie. Había dado la impresión de que Christian simplemente había entrado en razón. Al dispersarse la multitud, Eddie y yo soltamos a Christian lo justo para acompañarlo a la esquina más apartada, donde podríamos hablar en privado. En cuanto Adrian dejó de mirarle a los ojos, el rostro de Christian se llenó de furia, e intentó saltar sobre él. Eddie y yo ya lo estábamos sujetando. No se movió.

—¿Qué es lo que acabas de hacer? —exclamó Christian. Varias de las personas que se alejaban ya por el pasillo se dieron la vuelta para mirar, sin duda con la esperanza de que al final sí que hubiese pelea. Le chisté de forma sonora en el oído para hacerle callar, y Christian dio un respingo—. Ay.

—Cállate ya. Aquí hay algún error, y tenemos que averiguarlo antes de que hagas una estupidez.

—Lo que pasa —dijo Christian, que fulminaba a Adrian con la mirada— es que están intentando separarnos a Lissa y a mí, y tú lo sabías, Rose.

Adrian me miró.

—¿De verdad lo sabías?

—Sí, es una larga historia —me volví a Christian—. Mira, Christian, Adrian no ha tenido nada que ver con esto. No de manera intencionada. Fue idea de Tatiana, y ella ni siquiera ha hecho nada aún, es un plan suyo a largo plazo. Sólo de ella, no de él.

—¿Y cómo es que tú lo sabías entonces? —me exigió saber Christian.

—Porque ella me lo contó: lo que temía es que yo fuese detrás de Adrian.

—¿En serio? ¿Y defendiste nuestro amor? —me preguntó Adrian.

—Calla —le dije—. Lo que yo quiero saber, Christian, es quién te lo ha contado a ti.

—Ralf —dijo con un aire de inseguridad por primera vez.

—Es que no tenías que haberle hecho caso —resaltó Eddie, a quien se le ensombreció el semblante al oír aquel nombre.

—Salvo que, por una vez, realmente estaba diciendo la verdad, si dejamos a un lado lo de la participación de Adrian. Ralf está emparentado con la mejor amiga de la reina —les conté.

—Maravilloso —dijo Christian. Ya parecía bastante tranquilo, así que Eddie y yo le soltamos—. Han estado jugando con todos nosotros.

Miré a mi alrededor, desconcertada de repente por algo.

—¿Dónde está Lissa? ¿Por qué no ha detenido ella todo esto?

Adrian me miró con una ceja arqueada.

—Tú dirás. ¿Dónde está? No ha venido a cenar.

—No puedo… —fruncí el ceño. Se me daba ya tan bien lo de bloquearla cuando lo necesitaba, que transcurrían grandes periodos de tiempo sin percibir nada procedente de ella. Esta vez no sentía nada porque ella no emitía nada—. No puedo sentirla.

Tres pares de ojos se clavaron en mí.

—¿Está durmiendo? —preguntó Eddie.

—Yo lo sé cuando está dormida… Esto es algo distinto… —lenta, muy lentamente, fui recobrando la sensación de dónde se encontraba. Me había estado bloqueando a propósito, intentaba esconderse de mí, pero la había localizado, como siempre—. La encontré. Estaba… ¡Oh, Dios!

Mi grito resonó pasillo abajo como si fuese el propio eco de los gritos de Lissa, lejos de allí, al apoderarse de ella el dolor.