—Hablemos sobre tu madre.
Suspiré.
—¿Qué pasa con ella?
Era mi primer día de orientación y, hasta ahora, no me había impresionado. Es probable que la aparición de Mason de la noche anterior fuese algo que hubiera debido sacar de inmediato, pero no quería dar más motivos a los funcionarios de la academia para que pensasen que se me estaba yendo la cabeza, aunque así fuera.
Y, sinceramente, tampoco sabía a ciencia cierta si se me estaba yendo. El análisis de mi aura que hizo Adrian y la historia de Anna sin duda daban crédito a la posibilidad de que fuera camino del manicomio, pero tampoco percibía yo la sensación de estar loca. ¿Eran los locos conscientes de que lo estaban? Adrian decía que no. «Loca» era de por sí un término algo extraño. Había aprendido lo suficiente de psicología para saber que también existía una clasificación muy amplia. La mayoría de formas de enfermedad mental eran en realidad muy específicas y tenían síntomas particulares: ansiedad, depresión, cambios de humor, etcétera. No sabía dónde encajaba yo en aquella escala, si es que encajaba.
—¿Qué te parece? —prosiguió la orientadora—. Me refiero a tu madre.
—Es una gran guardiana y una madre así, así.
La orientadora, que se llamaba Deirdre, tomó algunas notas en su cuaderno. Era rubia y de constitución física moroi: delgada; llevaba un vestido de punto de cachemir color turquesa. Tenía aspecto de no ser mucho más mayor que yo, pero los diplomas sobre su mesa decían que poseía todo tipo de títulos de psicoterapia. Su oficina se hallaba en el edificio de administración, en el mismo lugar que el despacho de la directora, y desde donde se dirigían todos los asuntos de la academia. En cierto modo había deseado encontrarme con un sofá donde recostarme, como el que había siempre en las terapias de la tele, pero lo mejor que obtuve fue una silla, cómoda, al menos. Las paredes estaban cubiertas de fotos de la naturaleza, como mariposas y narcisos. Imagino que se suponían relajantes.
—¿Quieres profundizar en lo de «así, así»? —me preguntó Deirdre.
—Ya es una mejora. Hace un mes habría dicho «horrible». ¿Qué tiene esto que ver con Mason?
—¿Quieres hablar de Mason?
Había reparado en su costumbre de responder a mis preguntas con otra pregunta.
—No lo sé —reconocí—. Supongo que para eso estoy aquí.
—¿Cómo te sientes cuando piensas en él, en su muerte?
—Triste. ¿Cómo me iba a sentir?
—¿Enfadada?
Pensé en los strigoi, sus rostros de lujuria y su actitud, como si tal cosa, ante la muerte.
—Sí, un poco.
—¿Culpable?
—Claro que sí, por supuesto.
—¿Por qué «por supuesto»?
—Porque él estaba allí por mi culpa. Yo le había hecho sentir mal… y quería demostrar algo. Le dije dónde estaban los strigoi, y se suponía que no debía hacerlo. Si no hubiera sabido de ellos, nunca lo habría hecho, seguiría vivo.
—¿No crees que él fue responsable de sus propios actos, que él fue quien decidió hacerlo?
—Bueno… sí. Supongo que lo fue. Yo no le obligué a hacerlo.
—¿Alguna otra razón por la que te pudieses sentir culpable?
Desvié la mirada de ella y me concentré en un cuadro de una mariquita.
—Yo le gustaba, sentimentalmente hablando, digo. Salíamos, o algo así, pero yo no estaba muy convencida. Eso le hizo daño.
—¿Por qué no estabas convencida?
—No lo sé —los flashes con la imagen de su cuerpo tendido en el suelo me volvieron a la cabeza y los aparté. No quería ponerme a llorar delante de Deirdre—. Ése es el tema, que debía estarlo. Era encantador, divertido, nos llevábamos muy bien… pero es que no funcionaba. Ni siquiera el besarnos y eso… Al final no pude.
—¿Crees que pudieras tener un problema con el contacto físico íntimo?
—¿Qué es lo que quiere…? Ah. ¡No! Por supuesto que no.
—¿Has mantenido alguna vez relaciones sexuales con alguien?
—No. ¿Está diciendo que debería?
—¿Crees que deberías?
Mierda. Ya pensaba que la tenía pillada. Estaba segura de que no tendría pregunta para aquella última.
—Mason no era la persona indicada.
—¿Hay alguien más? ¿Alguien de quien pienses que quizá fuese la persona indicada?
Vacilé. Había perdido el hilo de la relación que guardaba aquello con el hecho de que yo viese fantasmas. Según decía el papeleo que había firmado, todo lo que ambas dijésemos allí dentro era confidencial. Deirdre no se lo podría contar a nadie a menos que yo supusiese un peligro para mí misma o estuviese haciendo algo ilegal. No estaba muy segura de dónde encajaba una relación con un hombre más mayor.
—Sí… pero no le puedo decir quién es.
—¿Cuánto tiempo hace que le conoces?
—Casi seis meses.
—¿Os sentís próximos el uno del otro?
—Sí, claro. Pero en realidad no estamos… —¿cómo se describiría esto exactamente?—. En realidad no estamos liados. Él no está, llamémoslo… disponible —que pensase lo que le diera la gana sobre aquello, como, por ejemplo, que me interesaba un tío que ya tenía novia.
—¿Es él la razón de que no pudieses ir a más con Mason?
—Sí.
—¿Y te impide él salir con otra persona?
—Pues… él no está haciendo nada de manera intencionada.
—Pero, dado que él te importa, no te interesa nadie más, ¿no?
—Exacto. Pero eso es lo de menos. Es probable que no deba salir con nadie en absoluto.
—¿Por qué no?
—Porque no hay tiempo. Me estoy preparando para ser guardiana. Tengo que prestarle toda mi atención a Lissa.
—¿Y no te crees capaz de hacerlo y mantener a la vez una relación sentimental con alguien?
Negué con la cabeza.
—No. Tengo que estar dispuesta a dar la vida por ella. No me puedo distraer con nadie más. Ya conoce el dicho que tenemos los guardianes: «Ellos son lo primero». Su gente, los moroi.
—¿Entonces piensas que siempre tendrás que anteponer las necesidades de Lissa a las tuyas?
—Por supuesto —fruncí el ceño—. ¿Qué otra cosa iba a hacer? Voy a ser su guardiana.
—¿Y cómo te hace sentir eso, renunciar a lo que quieres por ella?
—Es mi mejor amiga. Y el último miembro de su familia.
—Eso no es lo que te he preguntado.
—Sí, pero… —me detuve—. Hey, no me ha hecho ninguna pregunta.
—¿Crees que siempre hago preguntas?
—Da igual. Mire, yo quiero a Lissa. Me alegro de pasarme el resto de mi vida protegiéndola y se acabó. Además, ¿va usted, una moroi, a decirme a mí, una dhampir, que no debería anteponer a los moroi? Usted ya sabe cómo funciona el sistema.
—Lo sé —me dijo—, pero no estoy aquí para analizarlo, estoy aquí para ayudarte a estar mejor.
—Pues a mí me parece que puede que no consiga lo uno sin hacer lo otro.
Los labios de Deirdre se retorcieron en una sonrisa, y a continuación sus ojos se fijaron rápidamente en el reloj.
—Se nos ha acabado el tiempo por hoy. Tendremos que retomarlo la próxima vez.
Me crucé de brazos.
—Creí que me iba a dar una especie de consejo alucinante o que me iba a decir lo que tenía que hacer, pero me ha estado haciendo hablar todo el rato.
Se le escapó una leve risa.
—La terapia no consiste tanto en lo que yo pienso como en lo que piensas tú.
—¿Y por qué hacerla entonces?
—Porque no siempre somos conscientes de lo que pensamos o lo que sentimos. Cuando dispones de una guía, resulta más sencillo descubrir las cosas. A menudo te darás cuenta de que ya sabes qué hacer. Yo te puedo ayudar a hacer preguntas y llegar a sitios donde no llegarías sola.
—Vale, la parte de las preguntas se le da bien —apunté cortante.
—Aunque no tengo ningún «consejo alucinante» que darte, sí tengo algunas cosas en las que me gustaría que pensases de cara a la próxima vez que hablemos —bajó la vista a su cuaderno y dio unos golpecitos con el lápiz sobre él mientras reflexionaba—. Primero, quiero que pienses en lo que te he preguntado sobre Lissa: cómo te sientes al respecto de dedicarle a ella toda tu vida.
—Ya se lo he dicho.
—Lo sé. Piensa en ello un poco más. Si tu respuesta sigue siendo la misma, está bien. Después, quiero que medites sobre otra cosa. Piensa en si es posible que la razón de que te atraiga ese hombre que no está disponible es que no está disponible.
—Menuda locura. Eso no tiene sentido.
—¿Tú crees? Me acabas de decir que jamás podrás mantener una relación con nadie. ¿No te parece posible que desear a alguien a quien no se puede tener sea la forma que tiene tu subconsciente de asumirlo? Si tenerlo a él es imposible para ti, entonces nunca tendrás que afrontar el conflicto sentimental que surgiría con Lissa.
—Esto es muy confuso —mascullé.
—Se supone que ha de serlo. Por eso estoy yo aquí.
—¿Qué tiene esto que ver con Mason?
—Tiene que ver contigo, Rose. Eso es lo que importa.
Salí de la terapia como si se me hubiese fundido el cerebro, y también me sentí como si hubiese estado en un juicio. Si Deirdre hubiera estado allí para acribillar a Victor, es probable que hubiesen acabado en la mitad de tiempo.
También pensaba que Deirdre había estado yendo todo el rato en la dirección equivocada. Por supuesto que no sentía envidia de Lissa, y la idea de que me hubiese colado por Dimitri porque no podía tenerlo era ridícula. Ni siquiera se me había ocurrido pensar jamás en el conflicto de ser guardián hasta que ella lo mencionó. Me había enamorado de él porque… pues porque era Dimitri. Porque era dulce, fuerte, divertido, feroz y estaba impresionante. Porque él me entendía.
Y aun así, mientras caminaba de regreso al edificio común, me sorprendí a mí misma dándole vueltas a su pregunta en la cabeza. Puede que no hubiese pensado en que una relación nos distrajese de nuestras labores como guardianes, pero sin duda había sabido desde el principio que su edad y su trabajo eran unas barreras enormes. ¿Podía realmente haber influido aquello? ¿Había sido alguna parte de mi ser consciente de que no podríamos tener nunca nada, y de que así me podría dedicar por entero a Lissa?
No, decidí con firmeza. Aquello era ridículo. A Deirdre se le daría muy bien hacer preguntas, pero estaba claro que me había hecho las preguntas incorrectas.
—¡Rose!
Miré a mi derecha y vi a Adrian que, para acortar, atravesaba el césped hacia mí ajeno a los efectos del aguanieve en sus zapatos de diseño.
—¿Me acabas de llamar «Rose», y no «pequeña dhampir»? —le pregunté—. Me parece que no había pasado jamás.
—Pasa constantemente —replicó al tiempo que me alcanzaba.
Entramos en el edificio común. Eran horas de clase, así que los pasillos estaban desiertos.
—¿Dónde está tu media naranja?
—¿Christian?
—No, Lissa. Puedes decirme dónde está, ¿verdad?
—Claro, te lo puedo decir porque ésta es la última hora, así que está metida en clase como todo el mundo. Siempre se te olvida que para los demás, esto es un instituto.
Pareció decepcionado.
—He encontrado más casos sobre los que quería hablar con ella. Más historias de supercoerción.
—Pero bueno, si has estado haciendo algo productivo, ¿eh? Me dejas impresionada.
—Mira quién fue a hablar —me dijo—, en especial, teniendo en cuenta que toda tu existencia aquí gira en torno a darle palizas a otros. Los dhampir no sois gente civilizada, pero claro, por eso te amo.
—En realidad —reflexioné—, no somos los únicos que dan palizas últimamente —ya casi me había olvidado del misterio de mi real club de la lucha. Cuántas cosas tenía en la cabeza en esos momentos. Era como intentar retener el agua entre las manos. Era una posibilidad remota, pero tenía que preguntarle—: ¿Significa algo para ti la palabra Mâna?
Se apoyó en la pared y buscó los cigarrillos.
—Claro.
—Estamos dentro de la escuela —le advertí.
—¿Qué…? Ah, cierto —con un suspiro, devolvió el paquete de cigarrillos al abrigo—. ¿Es que no estudiáis rumano la mitad de vosotros? Significa «mano».
—Ésta de aquí estudia inglés.
Mano. Eso no me decía nada.
—¿A qué viene el interés en la traducción?
—No lo sé. Supongo que lo entendí mal. Creí que tendría alguna conexión con lo que ha estado pasando con esos chicos de la realeza.
Un relámpago procedente de su memoria le iluminó los ojos.
—Venga ya, no me fastidies. ¿De verdad lo están haciendo aquí también?
—¿Hacer qué?
—Los Mâna. La Mano. Es esa ridícula sociedad secreta que montan en los institutos. Ya tuvimos una rama allí, en Alder. No suele ser más que un grupo de miembros de la realeza que se juntan y hacen reuniones secretas para hablar de lo superiores que son al resto del mundo.
—Eso es entonces —le dije. Las piezas encajaban—. Ése es el pequeño grupo de Jesse y Ralf, en el que intentaron meter a Christian. Eso es lo del Mâna.
—¿A él? —se rió Adrian—. Deben de estar desesperados, y no es que lo diga para atacar a Christian. No da el perfil de los que se meten en ese tipo de cosas.
—Sí, la verdad es que los rechazó de un modo bastante duro. ¿Y de qué va exactamente esa sociedad secreta?
Se encogió de hombros.
—De lo mismo que cualquier otra. Es una forma de hacer que la gente se sienta mejor consigo misma. A todo el mundo le gusta sentirse especial, y formar parte de un grupo elitista es un modo de hacerlo.
—Pero tú no participaste en eso, ¿no?
—No me hace falta. Yo ya sé que soy especial.
—Jesse y Ralf hicieron que sonara como si los miembros de la realeza tuviesen que unirse ante toda esta controversia que hay en marcha… Lo de luchar, los guardianes y todo eso. Dieron a entender que podían hacer algo al respecto.
—No a esta edad —dijo Adrian—. Todo lo que pueden hacer, como mucho, es hablar. Cuando crecen, los Mâna suelen hacer tratos los unos con los otros y siguen montando reuniones secretas.
—¿Y eso es todo? ¿Se van juntos por ahí para hablar por el gusto de oírse hablar?
Se quedó pensativo.
—Sí, claro, por supuesto que se dedican mucho a eso, pero lo que quiero decir es que, cuando una de esas ramas se crea, suele haber algo específico que quieren hacer en secreto. Cada grupo es diferente en cuanto a eso, así que esta rama de St. Vladimir tendrá algún plan, objetivo o lo que sea.
Un plan u objetivo. No me gustaba cómo sonaba eso, en especial, con Jesse y Ralf de por medio.
—Sabes mucho al respecto para no haber estado metido en ello.
—Mi padre lo estuvo. No habla demasiado de eso, de ahí lo de secreto, pero fui cazando cosas; y después oí hablar del tema cuando iba al instituto.
Me apoyé en la pared. El reloj al otro lado del pasillo me decía que casi habían acabado las clases.
—¿Y oíste algo de que diesen palizas? Conozco los casos de al menos cuatro moroi que han sido atacados. Y se niegan a hablar de ello.
—¿Quienes? Son comunes, ¿no?
—No. Son también de la realeza.
—Eso no tiene ningún sentido. La única razón de ser que tiene para la élite de la realeza es que se unen para protegerse de los cambios. A menos, claro, que vayan a por miembros de la realeza que los rechacen o que apoyen a los comunes.
—Puede ser, pero uno de ellos es el hermano de Jesse, y éste parece ser uno de los miembros fundadores. Parecería lógico que pasase el corte. Y, además, no hicieron nada cuando Christian los rechazó.
Adrian abrió los brazos y extendió las manos.
—Ni siquiera yo lo sé todo, y como te he dicho, es probable que este grupo tenga sus propios objetivos ocultos —suspiré frustrada, y él me miró con cara de curiosidad—. ¿Por qué te preocupa tanto?
—Porque no está bien. La gente que he visto se encontraba en un estado lamentable. Si hay un grupo que va por ahí tomándola con sus víctimas, hay que pararles los pies.
Adrian se rió y jugueteó con un mechón de mi pelo.
—No puedes salvar a todo el mundo, pero bien sabe Dios que lo intentas.
—Sólo quiero hacer lo que está bien —recordé los comentarios de Dimitri sobre los westerns y no pude reprimir una sonrisa—. Tengo que hacer justicia allí donde se necesita.
—Lo más increíble, pequeña dhampir, es que lo dices en serio. Lo noto en tu aura.
—¿Qué? ¿Me estás diciendo que ya no es negra?
—No… Sigue oscura, sin duda, pero tiene algo de luz. Unos rayos dorados, como la luz del sol.
—Entonces, quizá tu teoría de que yo la capto de Lissa esté equivocada.
Estaba realizando un gran esfuerzo para no pensar en la noche previa, cuando me enteré de lo de Anna. El hecho de mencionarlo volvió a remover todos aquellos miedos. Demencia. Suicidio.
—Depende —me dijo—. ¿Cuándo fue la última vez que la viste?
Le di un puñetazo suave.
—No tienes ni idea, ¿verdad? Te lo estás inventando sobre la marcha.
Me agarró la muñeca y me atrajo hacia él.
—¿No es así como tú sueles funcionar?
Sonreí en contra de mi voluntad. Al estar tan cerca de él, pude apreciar lo maravilloso que era el verde de sus ojos. Es más, a pesar de que no paraba de reírme de él, no podía negar que había bastante belleza en el resto de Adrian. Notaba cálidos sus dedos en mi muñeca, y había algo sexy en la forma en que la sujetaba. Pensé de nuevo en las palabras de Deirdre e intenté analizar cómo me hacía sentir aquello. Dejando a un lado las advertencias de la reina, Adrian era un tío técnicamente disponible. ¿Me sentía atraída por él? ¿Me emocionaba?
Respuesta: no. No del mismo modo que con Dimitri. Adrian era sexy a su manera, pero no me volvía loca como Dimitri. ¿Sería por las ganas de estar disponible que mostraba? ¿Tenía Deirdre razón acerca de mi supuesto deseo de unas relaciones imposibles?
—¿Sabes? —me dijo e interrumpió mis pensamientos—. En cualquier otro tipo de circunstancias, esto estaría al rojo; en cambio, me estás mirando como si fuese el proyecto de un concurso científico.
Así era exactamente como yo estaba tratando la situación, la verdad.
—¿Por qué no utilizas nunca la coerción conmigo? —le pregunté—. Y no me refiero a que lo hagas sólo para evitar que me meta en peleas.
—Porque la mitad de lo divertida que eres consiste en lo difícil que eres.
Se me ocurrió otra idea.
—Hazlo.
—¿Que haga qué?
—Utilizar la coerción conmigo.
—¿Qué? —se trataba de otro de esos poco frecuentes momentos de perplejidad de Adrian.
—Haz uso de la coerción para hacer que quiera besarte, pero me tienes que prometer que en realidad no llegarás a besarme.
—Esto sí que es raro; y cuando yo digo que algo es raro sabes que lo digo en serio.
—Por favor.
Suspiró y, a continuación, clavó sus ojos en mí. Era como si me ahogase. Ahogarse en un mar de verde. No había nada en el mundo a excepción de aquellos ojos.
—Quiero besarte, Rose —dijo en tono suave—, y deseo que tú también quieras hacerlo.
Cada detalle de su cuerpo —sus labios, sus manos, su olor— de repente se apoderó de mí. Percibí una sensación de calidez por todo el cuerpo. Deseaba que me besase con cada partícula de mi ser. No había nada en la vida que quisiera más que aquel beso. Elevé mi rostro hacia él, y él descendió el suyo. Casi podía notar el sabor de sus labios.
—¿Quieres? —me preguntó con un tono aún aterciopelado—. ¿Quieres besarme?
Vaya si quería. Todo se volvió borroso a mi alrededor. Sólo sus labios permanecieron nítidos.
—Sí —dije. Su rostro se acercó aún más. Entre su boca y la mía no había más que un suspiro. Estábamos tan, tan cerca, y entonces…
Se detuvo.
—Ya está —dijo mientras retrocedía.
Salí de aquel estado de forma inmediata. La neblina onírica había desaparecido, igual que el anhelo de mi cuerpo, pero había descubierto algo: bajo el efecto de la coerción, sin duda había querido que me besara, y aun bajo tal coerción, no había sido el mismo sentimiento eléctrico que todo lo abarcaba y que había tenido con Dimitri, esa sensación de que éramos prácticamente la misma persona y nos hallábamos unidos por fuerzas muy superiores a nosotros dos. Con Adrian, había sido mecánico, sin más.
Deirdre se había equivocado. Si mi atracción hacia Dimitri fuese sólo una reacción subconsciente, entonces tenía que haber sido tan superficial como aquella atracción a la fuerza hacia Adrian. Pero eran totalmente distintas. Con Dimitri era amor, no una mala pasada que me estuviese jugando mi propia mente.
—Mmm —dije yo.
—¿Mmm? —preguntó Adrian, que me miraba divertido.
—Mmm.
El tercer «mmm» no procedía de ninguno de nosotros dos. Miré al otro lado del pasillo y vi a Christian, que nos observaba. Me separé de Adrian justo cuando sonó la campana. El ruido de los alumnos que salían a raudales de las clases inundó el pasillo.
—Ya puedo ver a Lissa.
—Rose, ¿vienes conmigo a ver a los proveedores? —me preguntó Christian. Hablaba en un tono neutro, con una expresión ilegible.
—Hoy no soy tu guardián.
—Ya, sí, es que echo de menos tu encantadora compañía.
Me despedí de Adrian y atravesé la cafetería con Christian.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Dímelo tú —respondió—, que eres quien estaba a punto de enrollarse con Adrian.
—Ha sido un experimento —le conté—. Parte de mi terapia.
—¿Qué puñeta de terapia es ésa en la que te has metido?
Llegamos a la sala de nutrición. De algún modo, y a pesar de haber salido pronto de clase, ya había unas cuantas personas por delante de nosotros haciendo cola.
—¿Por qué te importa tanto? —le pregunté—. Deberías alegrarte, eso significa que no va detrás de Lissa.
—Podría ir detrás de las dos.
—¿Y tú qué, estás ahora en plan hermano mayor?
—Molesto —me dijo—. Eso es lo que estoy.
Miré a su espalda y vi entrar a Jesse y a Ralf.
—Muy bien, pues guárdatelo para ti, o nuestros queridos amigos se van a enterar de todo.
No obstante, Jesse se encontraba muy ocupado como para escucharnos, porque estaba discutiendo con la coordinadora de nutrición.
—No tengo tiempo para esperar —le dijo—. Debo marcharme a otro sitio.
Ella nos señaló a nosotros, los que esperábamos en la cola.
—Esta gente va delante de ti.
Jesse la miró a los ojos y sonrió.
—Puedes hacer una excepción esta vez.
—Claro, tiene prisa —añadió Ralf en un tono de voz que nunca le había oído utilizar antes. Era suave y menos crispante de lo normal—. Sólo tienes que escribir su nombre en lo alto de la lista.
Parecía que la coordinadora iba a echarles la charla, pero en ese momento le cambió el rostro y adoptó una expresión graciosa y distraída. Bajó la mirada a su portapapeles y escribió algo. Apenas unos segundos después, levantó la cabeza de golpe con una expresión de nuevo concentrada. Frunció el ceño.
—¿Qué estaba haciendo?
—Me estabas buscando en la lista —dijo Jesse, que señalaba a su carpeta—. ¿Lo ves?
Ella la miró, perpleja.
—¿Por qué está tu nombre el primero? ¿No acabas de llegar?
—Estuvimos aquí antes y nos apuntamos. Nos dijiste que estaba bien.
Volvió a bajar la vista a sus papeles, claramente confusa. No recordaba que hubiesen ido antes —porque no lo habían hecho—, pero al parecer no era capaz de imaginar por qué el nombre de Jesse se encontraba ahora el primero de la lista. Un instante después, se encogió de hombros y debió de decidir que no merecía la pena darle más vueltas.
—Ponte con los demás y te llamo el siguiente.
En cuanto Jesse y Ralf se acercaron a nosotros, me volví hacia ellos.
—Acabáis de utilizar la coerción con ella —susurré.
Por una fracción de segundo, el pánico se apoderó del rostro de Jesse, pero enseguida recuperó su habitual fanfarronería.
—Lo que tú digas. Sólo la he convencido, nada más. Qué, ¿es que vas tú a chivarte de mí ahora?
—No hay nada que chivar —se burló Christian—. Ha sido la peor coerción que haya visto jamás.
—Como si éste hubiera visto una coerción —dijo Ralf.
—De sobra —dijo Christian—, y de gente más guapa que tú. Claro, que quizá eso sea en parte el motivo de que la tuya no sea tan buena.
A Ralf pareció ofenderle mucho el que no le considerara guapo, pero Jesse le dio un codazo y empezó a darnos la espalda.
—Olvídalo. Éste ya tuvo su oportunidad.
—Su oportunidad de… —recordé cómo Brandon había intentado conmigo una débil coerción para convencerme de que sus heridas no eran nada. Jill me dijo que Brett Ozzera sí había convencido a un profesor de que las suyas no eran nada. El profesor lo dejó correr, para gran sorpresa de Jill. Brett debió de usar la coerción. Una serie de bombillas se me fue encendiendo en varios sitios de la cabeza. Las conexiones me rodeaban por todas partes. El problema era que aún no me veía capaz de desenmarañar la madeja de cables—. Así que se trata de eso, ¿verdad? Tus estúpidos Mâna y su necesidad de apalear a la gente. Tiene algo que ver con la coerción…
No entendía cómo encajaba todo, pero la expresión de sorpresa en la cara de Jesse me decía que había dado con algo. Aun así, me dijo:
—No tienes ni idea de lo que estás diciendo.
Continué insistiendo, con la esperanza de que algunos palos de ciego le hiciesen enfadar y soltar algo que no debía.
—¿Qué sentido tiene? ¿Es que hacer esos truquitos os hace sentir más poderosos que el resto? Porque eso es lo que son, truquitos, tú lo sabes. En serio, no controlas ni lo más básico sobre la coerción. He visto algunas que te pondrían a hacer el pino y te harían tirarte por la ventana.
—Estamos aprendiendo más de lo que tú te puedes imaginar —dijo Jesse—. Y cuando me entere de quién te ha contado…
No tuvo la oportunidad de finalizar su amenaza porque justo en ese momento le llamaron a la nutrición. Ralf y él se marcharon, y Christian se volvió hacia mí.
—¿Qué pasa aquí? ¿Qué es un Mâna?
Le hice un breve resumen de la explicación de Adrian.
—Por eso querían que te unieses a ellos. Deben de estar practicando la coerción a escondidas. Adrian dijo que estos grupos son siempre gente de la realeza que tiene algún plan para cambiar y controlar las cosas en tiempos de peligro. Seguro que piensan que la coerción es la respuesta, a eso se referían cuando te dijeron que ellos tenían medios para ayudarte a lograr lo que tú querías. Si hubieran sabido lo penosa que es tu coerción, es probable que ni te hubiesen preguntado.
Me puso mala cara; no le gustó que le recordase aquella vez que intentó dominar a alguien —y fracasó— en el refugio de esquí.
—¿Y dónde encaja esa parte de zurrar a la gente?
—Ése es el misterio —le dije.
Llamaron a Christian a alimentarse justo en ese momento, y puse mis teorías en suspenso hasta que pudiese recabar más información y hacer algo. Me percaté de hacia qué proveedor nos conducían.
—¿Esa Alice otra vez? ¿Cómo es que siempre te toca? ¿Lo pides?
—No, creo que hay gente que pide de forma específica que no le toque.
Alice se alegró de vernos, como siempre.
—Rose, ¿sigues manteniéndonos a salvo?
—Lo haré, si me dejan —respondí.
—No tengas tanta prisa —me advirtió—. Guarda tus fuerzas, si tenéis demasiadas ansias de combatir a los no-muertos, podríais acabar uniéndoos a ellos. Entonces nunca volverías a vernos y nos quedaríamos muy tristes.
—Sí —dijo Christian—, y me pasaría las noches llorándole a la almohada.
Me aguanté las ganas de soltarle una patada.
—Pues si fuera una strigoi no podría venir de visita, pero bueno, con un poco de suerte disfrutaré de una muerte normalita, y entonces sí que podré venir a verte como un fantasma.
Qué triste, pensé, que ahora me dedicase a hacer chistes sobre el mismísimo tema que tanto me estaba rallando últimamente. Fuera lo que fuese, a Alice no le pareció en absoluto divertido. Hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No, no podrías. Las defensas te mantendrían fuera.
—Las defensas sólo repelen a los strigoi —le recordé con amabilidad.
Una mirada desafiante reemplazó en su rostro la expresión dispersa.
—Las defensas repelen todo lo que no está vivo. Muertos o no-muertos.
—Ya lo has conseguido —dijo Christian.
—Las defensas no repelen a los fantasmas —dije—, yo los he visto.
Dada la propia inestabilidad de Alice, no me importaba charlar con ella sobre la mía. Es más, resultaba casi renovador hablar de aquello con alguien que no me juzgaría. Desde luego, Alice trató el tema como una conversación perfectamente normal.
—Si has visto fantasmas, entonces ya no estamos a salvo.
—Ya te lo dije la última vez, tenemos una seguridad elevadísima.
—Quizá alguien haya cometido un error —me discutió en un tono de una notable coherencia—. Quizá alguien haya pasado algo por alto. Las defensas están hechas de magia. La magia está viva. Los fantasmas no pueden cruzarlas por la misma razón que los strigoi: no están vivos. Si viste un fantasma, las defensas han fallado —hizo una pausa—. O estás loca.
Christian se partió de risa.
—Ahí lo tienes, Rose, información de primera mano —le miré como si le fuera a matar. Él sonrió a Alice—. En apoyo de Rose, sin embargo, creo que tiene razón sobre las defensas. La academia las comprueba constantemente. El único sitio mejor protegido que éste es la Corte Real, y ambos lugares se encuentran atestados de guardianes. No te pongas tan paranoica.
Se alimentó, y yo miré para otro lado. No tenía que haber escuchado a Alice. No era una fuente de información muy reputada que digamos, aunque llevaba mucho tiempo entre nosotros. Y aun así… su extraña lógica tenía sentido. Si las defensas mantenían alejados a los strigoi, ¿por qué no a los fantasmas? Cierto, los strigoi eran los muertos que habían regresado para hollar la tierra, pero su razonamiento tenía fundamento: todos ellos estaban muertos. Aunque Christian y yo también teníamos razón. Las defensas alrededor de la academia eran sólidas. Se requería un gran poder para establecerlas, no todas las residencias de los moroi podían contar con ellas, pero en los lugares como las escuelas y la Corte Real, éstas se mantenían con gran diligencia.
La Corte Real…
No había tenido apariciones fantasmales, fuere lo que fuere, mientras nos encontramos allí, a pesar de lo estresante de la situación. Si mis apariciones eran inducidas por el estrés, ¿no habría supuesto la propia Corte y mis encuentros con Victor y con la reina una gran oportunidad para que se produjesen? El hecho de que no hubiese visto nada parecía negar la teoría del síndrome de estrés postraumático. No vi fantasmas hasta que aterrizamos en el aeropuerto de Martinville.
Donde no había defensas.
Casi suelto un grito ahogado. La Corte poseía unas defensas muy fuertes. No había visto fantasmas. El aeropuerto, que formaba parte del mundo de los humanos, carecía de defensas. Allí recibí un bombardeo de fantasmas. También había visto ciertos fogonazos de ellos en el avión, que no se hallaba protegido por ninguna defensa mientras estaba en el aire.
Observé a Alice y a Christian. Ya casi habían terminado. ¿Estaría ella en lo cierto? ¿Repelerían las defensas a los fantasmas? Y si lo hiciesen, ¿qué estaba pasando en la academia? Si las defensas estuviesen intactas, no debería ver nada, igual que en la Corte. Si las defensas hubiesen caído, debería estar sepultada en fantasmas, igual que el aeropuerto. En cambio, la academia se hallaba en algún punto intermedio. Sólo tenía apariciones ocasionales. No tenía sentido.
Lo único que sabía a ciencia cierta era que de haber algún tipo de problema con las defensas de la academia, entonces yo no era la única que se hallaba en peligro.