CATORCE

La mañana siguiente, una media hora antes de que saltase la alarma de mi despertador, oí que llamaban a mi puerta. Esperé que fuese Lissa, pero una somnolienta comprobación de nuestro vínculo me mostró que continuaba profundamente dormida. Extrañada, salí a trompicones de la cama y abrí la puerta. Una chica moroi a quien no reconocí me entregó unas ropas dobladas con una nota adjunta. Me pregunté si debía darle propina o algo, pero se marchó demasiado rápido y no me dio tiempo a reaccionar.

Me senté en la cama y desdoblé la ropa: unos pantalones negros, una blusa blanca y una chaqueta negra. El mismo conjunto que vestían los guardianes allí, y era de mi talla. Vaya, estaba a punto de formar parte del equipo. Una sonrisa se extendió con lentitud por mi rostro y abrí la nota. Era la letra de Dimitri: «Recógete el pelo».

La sonrisa se me quedó puesta. Muchas de las guardianas se cortaban el pelo para mostrar sus marcas molnija, y yo, reacia, valoré una vez la posibilidad de hacerlo, pero Dimitri me dijo que no lo hiciese. Le encantaba mi pelo y me dijo que me lo recogiese. El modo en que me lo dijo entonces me había dado un escalofrío, justo igual que ahora.

Una hora más tarde, iba de camino al tribunal con Lissa, Christian y Eddie. Alguien había apañado también un atuendo negro y blanco para Eddie, y para mí fue como si ambos tuviésemos la sensación de estar jugando a vestirnos con la ropa de nuestros padres. A decir verdad, mi chaqueta corta y mi blusa entallada eran bastante monas, y me preguntaba si me dejarían quedármelas.

El tribunal estaba situado en el edificio grande y ornamentado por el que pasamos al llegar. Al recorrer sus pasillos me fui encontrando con una mezcla de aire moderno y antiguo. En el exterior, todo eran ventanas en forma de arco y chapiteles de piedra. El interior era un hervidero de actividad moderna, gente trabajando en oficinas con monitores de pantalla plana, ascensores para subir a las plantas altas. A pesar de ello, aún se podían apreciar ciertos toques de antigüedad: esculturas sobre sus pedestales o lámparas de araña en los pasillos.

La propia sala del juzgado contaba con hermosos murales que iban del suelo al techo, y, en la parte frontal de la estancia, de la pared colgaban los sellos de todas las familias reales. Lissa se detuvo al entrar, sus ojos se clavaron en el dragón de los Dragomir. El rey de las bestias. Un mar de emociones en conflicto se arremolinaba en su interior mientras miraba fijamente el sello y sentía todo el peso de ser la única que quedaba para continuar con el apellido. El orgullo de formar parte de esa familia. El temor de no ser lo bastante buena para estar a la altura de ese linaje. Le di un codazo suave y le hice un gesto para dirigirnos a nuestros sitios.

La zona de los asientos estaba dividida en dos por un pasillo central. Nos sentamos en la parte de delante, en la sección de la derecha. Aún restaban unos minutos para el inicio del proceso, y la sala no estaba llena todavía. Sospeché que eso no cambiaría debido al secretismo que rodeaba todo lo que había pasado con Victor. Enfrente se sentaba una jueza, aunque sin jurado, y un lugar elevado en uno de los laterales de la sala marcaba el emplazamiento donde se sentaría la reina cuando llegase. Ella sería quien tomase la decisión última, así era como funcionaban las cosas cuando se trataba de casos de conducta criminal en la realeza.

Le hice un comentario a Lissa al respecto.

—Esperemos que esté en contra de él. Parece que será la única que decida.

Lissa frunció el ceño.

—Qué raro es el no tener jurado.

—Eso es porque pasamos mucho tiempo entre los humanos.

Me sonrió.

—Quizá. No lo sé. Es sólo que parece dejar mucho margen para la corrupción.

—Sí, es verdad, pero recuerda que es de Victor de quien estamos hablando.

Instantes después, el príncipe Victor Dashkov en persona entró en la sala. O, más bien, Victor Dashkov a secas. Había sido desprovisto de su título al ingresar en prisión, y había recaído en el siguiente miembro en edad de la familia Dashkov.

Un relámpago de temor recorrió a Lissa, y el poco color que había en sus mejillas desapareció por completo. Mezclada con ese temor había una sensación que yo no esperaba: arrepentimiento. Antes de secuestrarla, Victor había sido como un tío para Lissa, y era así como ella se refería a él incluso. Lo adoraba, y él le traicionó. Puse mi mano sobre la suya.

—Tranquila —murmuré—. Todo va a salir bien.

Sus ojos, entrecerrados y astutos, iban recorriendo la sala como si de una fiesta se tratase. Tenía esa misma mirada de despreocupación que mostró al hablar con Dimitri y conmigo. Sentí cómo se me curvaban los labios en una mueca. Una neblina roja me tiñó la vista, tuve que hacer un gran esfuerzo por estar tan serena como el resto de guardianes en la sala. Se centró finalmente en Lissa, y ella dio un pequeño respingo al ver el mismo color de ojos que tenían ella y otros miembros de su familia. Cuando él asintió a modo de saludo hacia ella, sentí que mi control saltaba por los aires. Antes de poder siquiera hacer nada, percibí unas palabras nuevas en mi mente… en la de Lissa: Respira, Rose. Sólo respira. Al parecer íbamos a tener que apoyarnos la una en la otra para pasar por aquello. Un instante después, Victor caminaba de nuevo para dirigirse a tomar su asiento en la zona izquierda de la sala.

—Gracias —le dije a Lissa en cuanto él se hubo marchado—. Es como si me leyeses el pensamiento.

—No —dijo con amabilidad—. Lo he sentido en tu mano.

Bajé la vista al lugar donde había posado mi mano sobre la suya. Al principio fue un gesto de consuelo y acabé estrujándole los dedos a causa de mi propia agitación.

—Ahí va —exclamé al tiempo que apartaba la mano de golpe con la esperanza de no haberle roto ningún hueso—. Lo siento.

La entrada de la reina Tatiana siguió a continuación de la de Victor, lo cual me distrajo y me ayudó a aplacar mis sentimientos oscuros. Nos pusimos todos en pie cuando apareció, y después nos arrodillamos. Todo aquello tenía pinta de arcaico, pero era la costumbre que los moroi habían mantenido a lo largo de los años, y no nos levantamos hasta que ella tomó asiento. Una vez lo hizo, ya nos podíamos sentar todos los demás.

Comenzó el juicio. Uno por uno, aquellos que presenciaron los hechos relevantes fueron ofreciendo su versión de lo que habían visto. Principalmente, eso incluía a los guardianes que persiguieron a Lissa cuando Victor se la llevó, y los que a continuación formaron parte de la escaramuza en su escondite.

Dimitri fue el último de los guardianes en salir. En lo superficial, su testimonio no fue muy distinto del resto. Todos habían formado parte de la partida de rescate, pero su participación en la historia se había iniciado un poco antes.

—Me encontraba con mi alumna, Rose Hathaway —afirmó—. Ella comparte un vínculo con la princesa y fue la primera en percibir lo que había sucedido.

El abogado de Victor —no me podía ni imaginar cómo habían conseguido siquiera a alguien que lo representase— echó un vistazo a unos papeles y volvió a levantar la vista hacia Dimitri.

—Según los hechos, parece que se produjo un retraso entre el momento en que ella lo descubrió y el momento en que usted alertó a los demás.

Dimitri asintió sin que su máscara de compostura se deslizase un milímetro.

—Ella no pudo hacer nada al respecto porque el señor Dashkov la había sometido a un hechizo, uno que provocó que ella me atacase —dijo aquellas palabras de un modo tan impertérrito que me sorprendió. Ni el propio abogado pareció notar lo más mínimo. Sólo yo podía ver, o era quizá porque yo le conocía, lo mucho que le dolía a Dimitri mentir. Cielo santo, quería protegernos, protegerme a mí, en particular, y ése era el motivo por el que lo estaba haciendo. Estar allí, de pie, bajo juramento y mentir, era como destruir una parte de él. Dimitri no era perfecto, no, por mucho que a mí me lo pareciese algunos días, pero siempre intentaba ser sincero. Hoy no podía serlo—. El señor Dashkov domina la magia de tierra, y quienes utilizan ese poder y además son fuertes en la coerción son capaces de influir en nuestros instintos más básicos —prosiguió Dimitri—. En este caso, actuó sobre su ira y su capacidad de violencia a través de un objeto.

A mi izquierda oí un sonido, como si alguien se ahogase en su propia risa. La jueza, una moroi anciana si bien feroz, le miró fijamente.

—Señor Dashkov, por favor, respete el decoro de este tribunal.

Victor, que continuaba sonriendo, hizo un gesto de disculpa con las manos.

—Lo lamento profundamente, señoría, y Majestad. Algo en el testimonio del guardián Belikov ha despertado mi interés, nada más. No volverá a suceder.

Me quedé sin aliento, a la espera de que cayese el mazazo. No lo hizo. Dimitri finalizó su testimonio, y llamaron a Christian. Su parte fue breve. Se encontraba con Lissa cuando se la llevaron, y a él lo dejaron inconsciente. Su contribución fue el ser capaz de identificar a algunos de los guardianes de Victor como los secuestradores. Una vez que se sentó Christian, llegó mi turno.

Subí con la esperanza de parecer tranquila ante tantas miradas, y frente a Victor. De hecho, incluso desvié mi trayectoria para no mirarle siquiera. Tan pronto como dije mi nombre y pronuncié el juramento de decir la verdad, de repente sentí toda la fuerza de lo que Dimitri debía de haber sufrido. Allí estaba yo frente a todas aquellas personas, jurando que sería honesta, pero con la intención de mentir en el mismo instante en que se mencionase el hechizo de lujuria.

Mi versión fue bastante clara. Podía aportar detalles previos a la noche del secuestro, como por ejemplo, cuando Victor tendió sus demenciales trampas para poner a prueba el poder de Lissa. Por lo demás, mi relato se alineó con los de Dimitri y los demás guardianes.

Ya he dicho en algún momento que era capaz de mentir muy bien, y pasé por encima de la parte correspondiente al hechizo de «agresividad» con tal cuajo que nadie prestó la menor atención. Excepto Victor. A pesar de mi intención de no mirarle, dirigí la vista hacia él de manera inconsciente cuando mencioné el hechizo. Sus ojos se posaron en mí, y una leve sonrisita se instaló en sus labios. Su suficiencia, advertí entonces, iba más allá del hecho de que supiese que yo mentía. También tenía que ver con que conociese la auténtica verdad, y el modo en que me miró me dijo que contaba con esa ventaja sobre Dimitri y sobre mí, con la capacidad de acabar con nosotros delante de toda aquella gente, con independencia de las amenazas de Dimitri. De principio a fin mantuve en mi rostro una expresión de calma suficiente para enorgullecer a Dimitri, pero en mi pecho, el corazón latía con estruendo.

Sabía que no llevaba en el estrado más que unos minutos, pero parecía que no se iba a acabar nunca. Concluí, y mis hombros se relajaron por el alivio de que Victor no me hubiese llamado la atención; ahora era el turno de Lissa. En calidad de víctima, ella ofreció la primera versión realmente novedosa hasta el momento, y todo el mundo se iba encontrando cada vez más inmerso en su relato. Era absorbente; nadie había escuchado jamás nada igual. Me percaté también de que, aun sin intentarlo, Lissa estaba haciendo uso de su carisma inducido por el espíritu. Creo que procedía del mismo lugar que la coerción. Los presentes quedaban embelesados y llenos de empatía; vi algunas caras palidecer de espanto cuando ella contó la tortura a la que Victor la sometió para obligarla a sanarle. Incluso la adusta máscara de Tatiana titubeó un poco, aunque no podía decir si lo que sentía era pena o mera sorpresa.

Lo más increíble, sin embargo, fue la calma con que Lissa se las arregló para narrar su historia. Por fuera se mostraba asentada y hermosa, pero conforme pronunciaba las palabras y describía con exactitud cómo la había torturado el secuaz de Victor, revivió el dolor y el temor de aquella noche. Aquel tipo dominaba la magia de aire, y se dedicó a jugar con dicho elemento: a veces lo extraía para que Lissa no pudiese respirar, y otras la atragantaba y asfixiaba con él. Fue horrible, y yo había experimentado lo mismo con ella. Es más, lo estaba experimentando de nuevo con ella en aquel instante, mientras hablaba de los hechos en el estrado. Cada doloroso detalle estaba grabado aún en su mente, y el eco del dolor regresaba a nosotras dos. Ambas nos sentimos aliviadas cuando finalizó su testimonio.

Finalmente, llegó el turno de Victor. A tenor de la expresión de su rostro, jamás se habría adivinado que se hallaba ante un tribunal. No mostraba enfado ni indignación algunos. No se arrepintió. Ni alegó nada. Tenía aspecto de estar por ahí, dando una vuelta, como si no tuviese nada por lo que preocuparse en este mundo. De algún modo, eso hacía que yo me sintiese mucho peor.

Incluso al responder, hablaba como si todo tuviese perfecto sentido. Cuando la fiscal le preguntó por qué lo había hecho, él la miró como si estuviese loca.

—¿Por qué? No tenía elección —dijo complacido—. Me estaba muriendo. Nadie hubiera aprobado sin ambages que experimentase con los poderes de la princesa. ¿Qué habría hecho usted en mi lugar?

La fiscal hizo caso omiso de su pregunta. Ya le estaba costando lo suyo reprimir la expresión de asco en su rostro.

—¿Y le pareció también necesario convencer a su propia hija para que se convirtiese en strigoi?

Todo el mundo en la sala se revolvía incómodo en su asiento. Una de las cosas más horribles de los strigoi era que éstos no nacían, se hacían. Un strigoi podía obligar a un humano, un dhampir o un moroi a convertirse en strigoi si éste bebía la sangre de su víctima y a continuación lo alimentaba con sangre strigoi. No importaba si la víctima lo deseaba o no, y una vez se obraba la transformación, ésta perdía toda conciencia de su antiguo y moral yo. Se entregaba a su existencia como un monstruo y a matar. Los strigoi convertían a otros cuando encontraban a alguien que consideraban que pudiese fortalecer sus filas. A veces lo hacían por pura crueldad.

La otra forma posible de crear un strigoi era que un moroi matase de manera voluntaria a otra persona mientras se alimentaba, destruyendo así toda la magia y la vida en su interior. Los padres de Christian habían seguido ese camino porque deseaban ser inmortales con independencia del coste. Natalie, la hija de Victor, lo había hecho porque él la convenció para que lo hiciese. La fuerza y velocidad extraordinarias que ella obtuvo al convertirse en strigoi le ayudaron a liberarse, y él había considerado que sus metas merecían el sacrificio.

De nuevo, Victor no dio muestras de remordimiento. Su respuesta fue simple.

—La decisión fue de Natalie.

—¿Puede decir eso mismo al respecto de todos aquellos a quienes utilizó para lograr sus fines? El guardián Belikov y la señorita Hathaway no tuvieron voz ni voto en lo que usted los obligó a hacer.

Victor se carcajeó.

—Bueno, eso depende de por dónde se mire. Sinceramente, no creo que aquello les importase, pero si tiene usted tiempo después de este caso, quizá quiera valorar la posibilidad de abrir diligencias por un delito de corrupción de menores.

Me quedé petrificada. Lo había hecho. De verdad lo había hecho. Imaginé que todo el mundo en la sala se volvería y nos señalaría a Dimitri y a mí, sin embargo, nadie nos miró siquiera. Casi todos miraban a Victor consternados. Reconocí que eso era justo lo que el propio Victor sabía que sucedería. Sólo deseaba reírse de nosotros; no esperaba realmente que nadie le tomase en serio, y los sentimientos de Lissa a través del vínculo me confirmaron tal extremo. Pensaba que se estaba inventando historias sobre Dimitri y sobre mí en un intento por distraer la atención de sí mismo. Estaba horrorizada ante el hecho de que Victor cayese tan bajo.

Y la jueza también lo estaba. Reprendió a Victor por salirse del tema. A aquellas alturas ya se había completado la mayor parte del interrogatorio. Los letrados presentaron sus conclusiones, y llegó el momento de que la reina dictase su veredicto. La expectación se volvió a apoderar de mí, y me preguntaba qué es lo que haría. Él no había negado ninguno de los cargos presentados. Las pruebas resultaban abrumadoras gracias a los testimonios de mis amigos, pero como hasta el propio Victor había señalado, había una gran corrupción entre la realeza. La reina podía muy bien decidir que no deseaba el escándalo que suponía el ingreso en prisión de alguien de tal renombre. Aunque nadie conociese los detalles, su encarcelamiento daría pie al murmullo. Quizá no desease enfrentarse a eso. Quizá Victor también la había sobornado a ella.

Pero al final, halló a Victor culpable y lo sentenció a pasar el resto de sus días en la cárcel, otra cárcel distinta, no como los calabozos del juzgado. Había oído cuentos acerca de las prisiones moroi, y eran lugares terribles. Sospeché que su nuevo hogar sería bien distinto de la celda en que nosotros lo encontramos. Victor permaneció tranquilo y divertido con todo aquello, igual que el día anterior. Eso no me gustó. La conversación que había mantenido con él me hizo pensar que no aceptaría la pena con la misma serenidad que estaba fingiendo. Ojalá lo fuesen a vigilar bien de cerca.

Un gesto de la reina dio por finalizadas las formalidades. El resto nos pusimos en pie y comenzamos a hablar mientras ella supervisaba la sala con mirada atenta, probablemente tomando nota. La escolta de Victor se puso en marcha para conducirlo fuera, y volvió a pasar a nuestro lado. Esta vez, se detuvo y habló.

—Vasilisa, confío en que habrás estado bien.

Ella no respondió. Aún le odiaba y lo temía, pero con aquel veredicto, estaba por fin convencida de que ya no podría hacerle más daño. Era como el final de un capítulo en el que llevaba meses atascada. Por fin podía avanzar y, con un poco de suerte, dejar que todos esos horribles recuerdos se desvaneciesen.

—Siento que no hayamos tenido la oportunidad de charlar, pero estoy seguro de que la tendremos la próxima vez —apostilló Victor.

—Vamos —le dijo uno de los guardianes que lo acompañaban. Lo sacaron de allí.

—Está loco —murmuró Lissa una vez se hubo marchado—. No me puedo creer que haya dicho todo eso sobre Dimitri y sobre ti.

Dimitri se encontraba de pie, detrás de ella. Levanté la vista y le miré a los ojos conforme pasaba de largo. Su alivio era comparable al mío. Hoy habíamos coqueteado con el peligro, y habíamos salido airosos.

Christian llegó hasta Lissa y le dio un abrazo, un largo abrazo. Los observé con cariño y sorprendida ante ese tipo de sentimientos en mí hacia ellos. Entonces una mano me tocó el brazo y di un respingo. Era Adrian.

—¿Estás bien, pequeña dhampir? —preguntó en voz baja—. Dashkov a dicho algunas cosas… mmm… sugerentes.

Me acerqué a él y mantuve la voz igualmente baja.

—No le ha creído nadie, así que está bien. Gracias por preguntar, de todas formas.

Sonrió y me dio un toquecito en la nariz.

—Dos «gracias» en otros tantos días. Supongo que no tendré la suerte de disfrutar de alguna, mmm, gratificación especial.

Me burlé de él.

—De eso nada. Te lo vas a tener que imaginar.

Me dio un abrazo a medias y me soltó.

—Está bien, pero tengo una imaginación bastante buena.

Comenzamos a marcharnos y en ese momento Priscilla Voda se apresuró a alcanzar a Lissa.

—La reina desea verte antes de que te marches. En privado.

Levanté la vista hacia el sillón elevado en que se sentaba la reina. Tenía los ojos clavados en nosotros, y me pregunté de qué iría todo aquello.

—Por supuesto —dijo Lissa tan confundida como yo. A través del vínculo me envió un: ¿Te importaría escuchar otra vez?

Asentí rápidamente, antes de que Priscilla se la llevase, y regresé a mi habitación, concentrada en Lissa mientras recogía mis cosas. Aún transcurrió un rato porque Tatiana debía finalizar ciertas formalidades en la sala del tribunal, pero por fin llegó al mismo salón del día anterior. Lissa y Priscilla hicieron una reverencia cuando entró y aguardaron a que ella se sentase.

Tatiana se puso cómoda.

—Vasilisa, has de volar pronto, así que seré breve. Deseo hacerte un ofrecimiento.

—¿De qué tipo, Majestad?

—Muy pronto irás a la universidad —hablaba como si ya fuese un hecho, y sí, claro que Lissa pensaba ir a la universidad, pero no me gustó su presunción—. Tengo entendido que no te satisfacen tus opciones.

—Bueno… no es que no me satisfagan, exactamente. Es sólo que todos los sitios donde se supone que podemos ir los moroi son pequeños. Es decir, entiendo que es por cuestiones de seguridad, pero no sé, me gustaría ir a algún lugar más grande, de prestigio —los guardianes vigilaban una serie de facultades seleccionadas por todo el país de forma que los moroi pudiesen asistir con seguridad. Tal y como Lissa había apuntado, sin embargo, solían ser facultades pequeñas.

Tatiana asintió impaciente, como si ella ya lo supiese.

—Te voy a ofrecer una oportunidad de la que nadie ha dispuesto jamás, hasta donde alcanza mi conocimiento. Después de la graduación, me gustaría que te trasladases a vivir aquí, a la Corte Real. No tienes familia, y pienso que podrás beneficiarte del hecho de aprender de política en el mismo corazón de nuestro sistema de gobierno. Junto con esto, lo arreglaríamos todo para que asistieses a la Universidad de Lehigh. Está a menos de una hora de aquí. ¿La conoces?

Lissa asintió. Yo nunca la había oído mencionar siquiera, pero ella era lo bastante empollona como para haber investigado todas las universidades de los Estados Unidos.

—Es una buena universidad, pero sigue siendo… pequeña.

—Más grande que aquellas a las que los moroi suelen asistir —señaló la reina.

—Cierto —en su mente, Lissa estaba intentando hallar una explicación a lo que pasaba. ¿Por qué le hacía Tatiana tal oferta? Y en particular, teniendo en consideración el aparente desacuerdo previo con Lissa. Algo raro estaba sucediendo allí, y ella había decidido ver hasta dónde sería capaz la reina de insistirle con ello—. La Universidad de Pensilvania tampoco está tan lejos, Majestad.

—Aquel lugar es enorme, Vasilisa. Allí no podríamos garantizar tu seguridad.

Lissa se encogió de hombros.

—Bueno, es probable entonces que no tenga importancia que vaya a Lehigh o a una de las otras.

La reina parecía atónita. Y también Priscilla. No se podían creer que Lissa se mostrase indiferente a la oferta. A decir verdad, Lissa no era indiferente, Lehigh era un paso adelante en comparación con lo que había esperado ella, y deseaba ir, pero también quería ver cuántas ganas tenía la reina de que fuese.

Tatiana frunció el ceño y adoptó un aire de estar sopesando la situación.

—Dependiendo de tus calificaciones y tu paso por Lehigh, es posible que pudiéramos arreglar un traspaso en un par de años. Repito, la logística de seguridad será muy compleja.

Vaya. La reina la quería cerca, pero ¿por qué? Lissa decidió limitarse a preguntar.

—Me siento muy halagada, Majestad, y agradecida, pero ¿por qué me estáis ofreciendo esto?

—Como la última Dragomir, eres un valioso activo. Me gustaría garantizar la seguridad de tu futuro. Y cuánto odio también ver el desperdicio de tantas mentes brillantes. Además… —hizo una pausa, con dudas al ir a pronunciar sus siguientes palabras—, tenías razón hasta cierto punto. Sí, a los moroi nos cuesta cambiar. Resultaría útil contar con una voz discordante por aquí.

Lissa no respondió de inmediato, seguía analizando la oferta desde todos los ángulos posibles. Deseaba que yo me encontrase allí para darle consejo, pero tampoco me sentía muy segura de tener una opinión formada. Dividir mis deberes de guardián entre la Corte y una buena universidad podía estar pero que muy bien. Por el contrario, en cualquier otro sitio disfrutaríamos de mucha más libertad. Al final, Lissa se decidió por una mejor educación.

—Muy bien —dijo por fin—. Acepto. Muchas gracias, Majestad.

—Excelente —dijo Tatiana—. Nos encargaremos de que se realicen los trámites. Puedes retirarte.

La reina no dio señales de ir a moverse de allí, de manera que Lissa hizo una reverencia y se apresuró en llegar hasta la puerta, tambaleándose aún con las novedades. De pronto, Tatiana llamó su atención.

—¿Vasilisa? ¿Tendrías la amabilidad de enviar a tu amiga, esa tal Hathaway, a hablar conmigo?

—¿Rose? —preguntó ella perpleja—. ¿Por qué…? Sí, por supuesto. La traeré.

Lissa salió corriendo al edificio de invitados, pero nos encontramos ya a medio camino.

—¿Qué es lo que pasa? —le pregunté.

—No tengo ni idea —dijo Lissa—. ¿Has oído lo que ha dicho?

—Sí. Quizá quiera contarme lo supercuidadosa que voy a tener que ser cuando vayas a esa universidad.

—Quizá, no lo sé —Lissa me dio un abrazo rápido—. Buena suerte, te veo enseguida.

Fui al mismo salón y me encontré a Tatiana con las manos entrelazadas, en una postura tensa e impaciente. Volvía a vestir como la ejecutiva de una compañía, con un traje de chaqueta marrón y falda a juego. Aquel color no habría sido mi primera elección para combinarlo con el gris oscuro de su pelo, pero eso era más bien problema de su asesor de imagen, no mío.

Hice una reverencia igual que había hecho Lissa y observé la habitación. Priscilla no estaba, sólo quedaban un par de guardianes. Aguardé a que Tatiana me indicara que me sentase pero, en cambio, se puso en pie y vino directa hacia mí. La expresión de su rostro no parecía muy feliz.

—Señorita Hathaway —dijo de forma abrupta—. Voy a ser breve. Va a acabar usted con ese affair atroz que se trae entre manos con mi sobrino nieto. De forma inmediata.