Si alguien me hubiese preguntado seis meses atrás, habría respondido que no había forma posible de que yo me alegrase de toparme con Mia Rinaldi en la Corte Real. Era un año más joven que yo, y había guardado un gran rencor hacia Lissa ya desde su primer año, un rencor tan enorme que llevó a Mia a extremos insospechados para amargarnos la vida. Y se le había dado muy bien. Los rumores de Jesse y Ralf sobre mí eran el resultado de sus esfuerzos.
Pero fue entonces cuando Mia se vino con nosotros a Spokane, y también fue capturada por los strigoi. Y claro, al igual que les había sucedido a Christian y a Eddie, aquello lo cambió todo. Vio los mismos horrores que el resto de nosotros. Es más, ella fue la única en el grupo de mis amigos que presenció la muerte de Mason y que me vio matar a los strigoi. Incluso llegó a salvarme la vida cuando utilizó su magia con el agua para asfixiar de manera temporal a uno de ellos. En la gran discusión de los moroi acerca de si debían aprender a combatir con los guardianes, su posición era firme y del lado combatiente.
No había visto a Mia prácticamente en un mes, desde el funeral de Mason, pero al observarla, me sentí como si hubiese transcurrido un año. Siempre había pensado que Mia tenía el aspecto de una muñequita: era de corta estatura en comparación con la mayoría de los moroi, y tenía rasgos aniñados, con las mejillas redondas. El hecho de que siempre se hubiese rizado el pelo en unos bucles perfectos en cierto modo reforzaba esa imagen. Hoy, sin embargo, no se había tomado apenas la molestia y lucía su pelo dorado recogido en una coleta, todo su rizo reducido a un leve ondulado natural. No llevaba maquillaje, y en su rostro había signos de haber pasado mucho tiempo a la intemperie. Su piel tenía un aspecto agrietado por el viento, y un levísimo bronceado, algo casi inaudito en un moroi dada su aversión a la luz del sol. Por primera vez aparentaba realmente su edad.
Se rio ante mi sorpresa.
—Venga ya, si tampoco ha pasado tanto tiempo. Parece que ni siquiera me reconoces.
—Y casi no lo hago —nos dimos un abrazo y, de nuevo, me resultó difícil creer que una vez se dedicase a urdir planes para amargarme la vida, o que yo le hubiese roto la nariz—. ¿Qué haces aquí?
Nos hizo un gesto para que la acompañásemos a la puerta.
—Estábamos a punto de salir. Os lo explicaré todo.
Nos dirigimos a un edificio contiguo. No es que fuese un centro comercial ni nada por el estilo, pero contaba con algunas tiendas necesarias para los moroi que trabajaban allí o venían de visita: unos pocos restaurantes, pequeños establecimientos y oficinas que ofrecían todo tipo de servicios. También había una cafetería, y allí fue donde nos llevó Mia.
La verdad es que una cafetería parece algo muy corriente, pero rara vez tenía la oportunidad de ir a alguna. Sentarme en un sitio público (o semipúblico) con mis amigos, sin preocuparme por la escuela… era genial. Me recordó la época en que Lissa y yo íbamos a nuestro aire, cuando la academia y sus normas no restringían la totalidad de nuestras vidas.
—Mi padre trabaja aquí ahora —nos contó—, así que ahora vivo aquí.
Los hijos de los moroi rara vez vivían con sus padres, se les enviaba a lugares como St. Vladimir, donde podían crecer a salvo.
—¿Y el instituto? —le pregunté.
—No hay mucha gente de nuestra edad por aquí, pero sí algunos. La mayoría son ricos y tienen tutores particulares. Mi padre tiró de algunos hilos y lo arregló para que pudiese asistir con ellos a ciertas materias, así que estudio las mismas cosas, pero de manera distinta. La verdad es que está bastante bien: menos horas de clase, aunque con más deberes.
—Has estado haciendo algo más que eso —dijo Eddie—, a menos que tus clases sean a cielo abierto —había reparado en las mismas cosas que yo, y, al observar ahora cómo sus manos sujetaban el café con leche, pude ver unas callosidades.
Hizo un gesto meneando los dedos y dijo:
—Me he hecho amiga de algunos de los guardianes de por aquí. Me han estado enseñando algunas cosas.
—Es arriesgado —dijo Christian, si bien su tono sonaba aprobatorio—, mientras siga existiendo el debate acerca de que los moroi luchen.
—Querrás decir acerca de que los moroi luchen con la magia —le corrigió ella—, eso es lo controvertido. Nadie está hablando sobre si los moroi pelean o no con las manos.
—Bueno, en realidad sí —le dije yo—. Lo que pasa es que queda eclipsado por la controversia sobre la magia.
—Pero no es ilegal —respondió con remilgo—. Y, hasta que lo sea, lo voy a seguir haciendo. ¿Creéis que, con todos los eventos y reuniones que se mantienen por aquí, alguien se va a dar cuenta siquiera de lo que hace una chica como yo? —la familia de Mia, además de no ser de sangre real, era también de clase bastante baja, y no es que eso fuera ningún problema, pero sí que debía de sentir los efectos de dicha situación estando donde se encontraba.
Aun así, el conjunto de la situación me pareció bastante alentador. Mia tenía el aspecto más feliz y más abierto que le había visto yo desde que la conocí. Parecía… libre. Christian puso voz a mis pensamientos antes de poder hacerlo yo misma.
—Has cambiado —le dijo.
—Todos hemos cambiado —rectificó ella—. Y tú en especial, Rose. No sé cómo explicarlo.
—No creo que hubiese forma alguna de evitar que cambiásemos los cinco —apuntó Christian. Un instante después se corrigió a sí mismo—: Los cuatro.
Nos quedamos todos en silencio, hundidos con el recuerdo de Mason. Estar con Christian, Eddie y Mia había reavivado aquel dolor que siempre intentaba ocultar, y, a tenor de lo que podía ver en sus rostros, ellos estaban continuamente librando la misma batalla.
La conversación terminó por centrarse en ponernos al día de lo que había estado sucediendo en la Corte y en la academia. No obstante, yo seguía pensando en las palabras de Mia acerca de que yo había cambiado más que los demás. Todo lo que podía ver era lo fuera de control que me sentía últimamente, cómo mis actos y sentimientos, la mitad de las veces, no parecían propios de mí. Allí sentada, casi me daba la sensación de que Mia se hallaba ahora bajo el influjo de todos sus rasgos positivos, mientras que a mí me dominaban los míos negativos. En mi cabeza volvieron a reproducirse las conversaciones con Adrian y me recordaron esa supuesta aura oscura, muy oscura.
Quizá el pensar en él hizo que se materializase: él y Lissa por fin se unieron a nosotros. Caí en la cuenta de que era probable que su bar se encontrase en el mismo edificio. Había estado bloqueando a Lissa y no le había prestado demasiada atención. Gracias a Dios, Adrian no la había emborrachado por completo, pero ella sí había aceptado un par de copas. Percibía un leve zumbido a través del vínculo y tenía que rechazarlo con cuidado.
Lissa se sorprendió al ver a Mia tanto como el resto de nosotros, pero la recibió con calidez y quiso ponerse al día con ella. Yo ya conocía la mayor parte de la historia, así que me limité a escuchar y beber de mi chai. Nada de café para mí. La mayoría de los guardianes lo bebía igual que los moroi hacían con la sangre, pero yo ni lo tocaba.
—¿Cómo ha ido tu historia con la reina? —le preguntó Christian a Lissa en un momento dado.
—No ha estado mal —le dijo—. Es decir, no es que haya sido genial, pero tampoco me ha gritado ni humillado, así que ya es un comienzo.
—No seas tan modesta —dijo Adrian mientras la rodeaba con el brazo—. La princesa Dragomir se mantuvo totalmente firme. La teníais que haber visto —Lissa se rió.
—Supongo que no mencionaría el porqué de su decisión de permitirnos venir al juicio, ¿no? —preguntó Christian algo tenso. No parecía muy feliz con la relación que se estaba formando allí, o con el brazo de Adrian.
La carcajada de Lissa se desvaneció, pero seguía sonriendo.
—Lo hizo Adrian.
—¿Qué? —preguntamos Christian y yo al tiempo.
Adrian, con aire de estar encantado consigo mismo, guardó silencio por una vez y dejó que fuera Lissa quien hablase.
—Convenció a la reina de que teníamos que estar aquí. Al parecer la ha estado acosando hasta que se ha rendido.
—Se llama «persuadir», no «acosar» —dijo Adrian, y Lissa volvió a reírse.
Mis propias palabras regresaban a mi mente, me obsesionaban. «¿Y quién es ella? Otra Ivashkov más. Hay miles de ellos». Ya te digo si los había. Miré a Adrian.
—¿Es muy cercano vuestro parentesco? —le pregunté, y la respuesta saltó en la mente de Lissa—. Es tu tía, ¿no?
—Mi tía abuela, y yo soy su sobrino nieto favorito. Cierto es que soy el único, pero no tiene importancia. Sigo siendo su favorito —respondió.
—Increíble —dijo Christian.
—Lo secundo —dije yo.
—Ninguno me valoráis. ¿Por qué resulta tan difícil creer que puedo hacer alguna verdadera contribución en estos tiempos oscuros? —Adrian se puso en pie. Intentaba parecer ultrajado, pero la mueca en su rostro indicaba que seguía encontrando todo aquello bastante divertido—. Mis cigarrillos y yo nos vamos fuera. Ellos, al menos, me tratan con respeto.
En cuanto se hubo marchado, Christian le preguntó a Lissa:
—¿Te estabas emborrachando con él?
—No estoy borracha, sólo me he tomado dos copas —replicó ella—. ¿Desde cuándo te has vuelto tan conservador?
—Desde que Adrian se ha convertido en una mala influencia.
—¡Venga ya! Nos ha ayudado a llegar hasta aquí. Nadie más ha sido capaz de hacerlo. No era su obligación, pero él sí lo ha hecho. Y ahí os quedáis vosotros dos sentados, Rose y tú, comportándoos como si fuese la persona más malvada sobre la faz del planeta —eso no era del todo exacto. Yo estaba ahí sentada más bien como si me hubiesen atizado en la cabeza. Demasiado estupefacta para reaccionar.
—Claro, y seguro que lo hizo por su corazón bondadoso —masculló Christian.
—¿Por qué iba a hacerlo si no?
—Ya me imagino yo por qué.
Los ojos de Lissa se abrieron de par en par.
—¿Crees que lo ha hecho por mí? ¿Crees que hay algo entre nosotros?
—Os vais juntos de copas, practicáis juntos vuestra magia y asistís juntos a eventos elitistas. Dime, ¿tú qué pensarías?
Mia y Eddie tenían pinta de querer estar en cualquier otro sitio. Yo estaba empezando a compartir esa misma sensación.
Lissa ardía de ira, y yo la percibía como la bofetada de una ola de calor. Estaba absolutamente indignada, y su enfado ni siquiera tenía mucho que ver con Adrian, estaba más molesta con la idea de que Christian no confiase en ella. En cuanto a él, no me hacía falta ningún poder psíquico para comprender sus sentimientos. No estaba celoso simplemente porque ella fuese por ahí con Adrian, también lo estaba porque Adrian gozaba del tipo de influencia necesario para conseguirle aquello a Lissa. Se trataba justo de lo que Jesse y Ralf habían descrito: de cómo los contactos apropiados abrían las puertas exactas, unos contactos de los que Christian carecía.
Le di un rodillazo a Christian en la pierna con la esperanza de que captase la señal de que tenía que cerrar la boca antes de que las cosas fuesen a peor. La ira de Lissa se intensificaba y enturbiaba con la sensación de vergüenza según empezaba a dudar de sí misma y se preguntaba si no habría intimado de más con Adrian. Todo aquello era ridículo.
—Christian, por el amor de Dios, si Adrian ha hecho esto por alguien, ha sido por mí y por su enfermiza obsesión. Hace un tiempo que estuvo alardeando de que podía hacerlo, y yo no me lo creí —me volví a Lissa. Tenía que lograr que se calmase y que se desvaneciesen esos oscuros sentimientos que tantos problemas le podían acarrear si se descontrolaban—. Liss, puede que no estés exactamente pedo, pero sí te hace falta dejar que se te pase durante una hora o así antes de mantener una conversación como ésta. Vas a decir algo tan estúpido como lo de Christian, y luego me tocará a mí lidiar con el desastre, como siempre.
Me había lanzado, y me esperé que alguien me dijese lo borde que había sonado mi tono. En cambio, Lissa se relajó y le dirigió una sonrisa a Christian.
—Sí, está claro que deberíamos hablar de esto más tarde. Ya hemos tenido muchas cosas por hoy.
Él vaciló y enseguida asintió.
—Claro, siento haber saltado contra ti —y le devolvió la sonrisa: bronca finiquitada.
—Bueno —preguntó Lissa a Mia—, ¿a quién has conocido por aquí?
Me quedé mirándolos con asombro, aunque nadie pareció notarlo. Acababa de mediar en su pelea, y no se había producido el menor agradecimiento. Ni un «gracias, Rose, por hacernos ver lo idiotas que hemos sido». Ya era malo tener que aguantar su romance día tras día sin la menor consideración por cómo me sentía yo. Acababa de rescatar su relación, y ni siquiera se habían dado cuenta.
—Vuelvo enseguida —interrumpí la descripción que Mia estaba haciendo de algunos de los jóvenes de allí. Temía que, de permanecer sentada con ellos, iba a decir algo que lamentaría o quizá rompiese una silla. ¿De dónde procedía toda aquella ira?
Salí fuera con la esperanza de que una bocanada de aire frío me calmase. En cambio, recibí en toda la cara una nube de humo de clavo.
—No empieces con lo del tabaco —me advirtió Adrian. Estaba apoyado contra la pared de ladrillo del edificio—. No tenías por qué salir, y ya sabías que estaba aquí.
—En realidad por eso yo estoy también aquí. Bueno, eso, y que me daba la sensación de que me iba a volver loca si me llego a quedar dentro un minuto más.
Ladeó la cabeza para mirarme a la cara. Arqueó las cejas.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad? ¿Qué ha pasado? Estabas bien hace unos minutos.
Me puse a dar paseos delante de él.
—No lo sé. Estaba bien. Entonces Christian y Lissa han empezado una discusión estúpida sobre ti. Ha sido muy raro. Eran ellos los que estaban enfadados, y al final he acabado yo más rebotada que ellos dos juntos.
—Espera. ¿Estaban peleándose por mí?
—Sí, eso acabo de decir. ¿Es que no me escuchas o qué?
—Eh, no lo pagues conmigo, que yo no te he hecho nada.
Me crucé de brazos.
—Christian está celoso porque pasas mucho tiempo con Lissa.
—Estamos estudiando el espíritu —dijo Adrian—. Será un placer que se una a nosotros.
—Si ya lo sé. ¿Quién ha dicho que el amor sea razonable? El veros regresar juntos le ha hecho explotar, y después le ha molestado que utilices por ella tus influencias con la reina.
—No lo he hecho por ella, lo he hecho por todos vosotros. Bueno, por ti, en especial.
Me detuve delante de él.
—No te creí. Que pudieses lograrlo.
Me sonrió.
—Supongo que, al final, sí tenías que haber escuchado la historia de mi familia en aquel sueño.
—Supongo. Sólo pensé que…
No pude concluir la frase. Pensé que sería Dimitri quien diese la cara por mí, quien —a pesar de lo que había dicho— podía lograr que sucediese cualquier cosa. Pero no lo había hecho.
—¿Qué pensaste? —me apuntó Adrian.
—Nada —dije, y con un esfuerzo titánico conseguí pronunciar las siguientes palabras—. Gracias por ayudarnos.
—Oh, Dios mío —dijo él—. Una palabra amable de Rose Hathaway. Ya puedo morir feliz.
—¿Qué es lo que estás diciendo? ¿Que normalmente soy una zorra ingrata? —él se limitó a mirarme—. ¡Pero tío! Que sepas que eso no mola nada.
—Quizá puedas redimirte con un abrazo —me dijo, y le clavé la mirada—. ¿Uno pequeñito? —suplicó.
Con un suspiro, me acerqué a Adrian, lo rodeé con el brazo y recosté ligeramente la cabeza en el suyo.
—Gracias, Adrian.
Permanecimos así un instante, y no sentí ni la conexión ni la descarga eléctrica que recibía con Dimitri, pero sí había de admitir que Lissa tenía razón en algo. Adrian resultaba molesto y arrogante a veces, pero en realidad no era tan cabrón como yo lo solía pintar.
Se abrieron las puertas, y salieron Lissa y los demás. Como es lógico, se sorprendieron, pero no me importó entonces. Además, a esas alturas ya era probable que todos creyesen que estaba embarazada del fruto del amor de Adrian, así que, ¿qué más daba?
—¿Nos vamos? —les pregunté.
—Sí, Mia tiene cosas más importantes que hacer que quedarse con nosotros —bromeó Christian.
—Oye, que sólo es que le dije a mi padre que quedaría con él. Os veré antes de irme —comenzó a alejarse, pero se volvió de repente, de forma abrupta—. Madre mía, qué cabeza tengo —rebuscó en el bolsillo de su abrigo y me entregó un trozo de papel doblado—. Éste es uno de los motivos por los que os he encontrado. Uno de los funcionarios de la Corte quería que te diese esto.
—Gracias —le dije perpleja.
Se marchó a ver a su padre mientras que el resto nos dimos un paseo de vuelta a nuestro alojamiento.
Fui reduciendo el paso mientras abría la nota y me preguntaba quién demonios querría ponerse aquí en contacto conmigo.
Rose,
Cuánto me alegré al enterarme de tu llegada. No me cabe duda de que eso convertirá el proceso de mañana en algo mucho más entretenido. He sentido curiosidad durante bastante tiempo por cómo le va a Lissa, y tus aventuras sentimentales son siempre una divertida distracción. Me muero de ganas por compartirlas mañana en la sala del tribunal.
Recuerdos,
V. D.
—¿De quién es? —me preguntó Eddie, que vino a mi lado.
Me apresuré a doblar el papel y guardármelo en el bolsillo.
—De nadie —le contesté.
Desde luego, no era nadie.
V. D.
Victor Dashkov.