10

—Todavía no entiendo por qué me acompañas hoy.

Contuve la sonrisa mientras observaba la expresión irritada de Will reflejada en las puertas de espejo del ascensor e ignoraba las miradas curiosas de las personas que nos rodeaban. Mi amigo pulsó el botón de la planta dieciocho.

Centré mi atención en la placa que había al lado, que rezaba: «Ryan Media Group».

—Sabes lo mucho que me gusta verte en acción. Verte llegar a buen puerto, o como lo digáis aquí.

—En primer lugar —dijo en voz más baja—, no lo utilizas bien y nadie dice eso ya. Y en segundo, eres un capullo. Sé que estás hasta el cuello y que tienes cientos de reuniones esta semana. ¿Por qué narices vienes a esta? No te necesito para nada.

—Técnicamente tienes razón. No hacía falta que viniera, pero ya te he visto antes en este tipo de reuniones, colega. Cuando alguien empieza a hablar sobre ese rollo de los neurotransmisores o sobre plataformas químicas, parece que te hubieras fumado un porro. Solo he venido a asegurarme de que no empiezas a flipar y nos embarcas en algún ridículo plan de presupuestos.

—Yo no flipo.

—No, por supuesto que no —dije—. ¿Y no eras tú el que quería tener buenos contactos? Hablaré con Bennett mientras estamos aquí y mataré dos pájaros de un tiro, ¿vale?

Ni siquiera yo pude tragarme esa excusa; no estaba acostumbrado a sentirme tan desbordado por una mujer. Y desde luego no estaba acostumbrado a acechar como un maldito adolescente para conseguir unos minutos a solas con alguien. Lo que tenía con Sara debía resultar simple, pero en esos momentos era cualquier cosa menos eso. Unas horas antes había pensado que lo tenía todo controlado: me autoinvitaría a la reunión de RMG, utilizaría a Bennett como excusa si Will pedía explicaciones y, si la suerte estaba de mi lado, vería a Sara un lunes en lugar de tener que esperar hasta el viernes. Pasar tiempo con ella fuera de nuestro arreglo me había echado a perder. Y lo de la masturbación en el taxi había sido muy agradable, la verdad. Sin embargo, ahora me sentía intranquilo y me preguntaba si tendría problemas por infringir las normas.

Las puertas se abrieron y Will se volvió hacia mí.

—Siempre y cuando hayas entendido que este asunto es cosa mía. Te limitarás a sentarte y a poner cara de listo.

—Señor Sumner. Señor Stella —nos saludó la recepcionista—. Es un placer verlos de nuevo. —Nos acompañó por el pasillo hasta la enorme sala de reuniones llena de ventanas desde las que se veía Nueva York como en una postal—. El señor Ryan ya está bajando.

—Me parece una pena malgastar tu tarde libre aquí cuando podrías visitar a tu misteriosa muñequita sexual —dijo Will cuando nos quedamos a solas.

Me acerqué a la ventana para observar el tráfico de la calle.

—¿Qué te hace pensar que ella tiene la tarde libre?

Mientras Will revisaba sus documentos, me senté en la larga mesa y dejé que mi mente repasara la última vez que había estado en ese edificio. Aquel día también la había buscado, y debía admitir que las cosas no habían cambiado mucho. Vale, había pasado más tiempo con ella, habíamos follado, había saboreado y acariciado casi todo su cuerpo…, pero no estaba más cerca ahora que entonces de comprender lo que ocurría en esa pequeña cabecita.

Unas voces resonaron en el pasillo y levanté la vista justo cuando entraba Bennett.

—Will —dijo al tiempo que estiraba el brazo para estrecharle la mano—. Gracias por venir. —Me dirigió una sonrisa curiosa—. Max… No esperaba verte hoy. ¿Vas a unirte a nuestra charla sobre B&T Biotech?

Resultaba imposible pasar por alto la expresión engreída del rostro de Will. Tanto Bennett como él sabían que solo había conseguido aprobar la bioquímica coqueteando con el profesor, el doctor William Haverston. Les encantaba recordarme al «novio que había estado a punto de echarme».

—Está lleno de sorpresas —dijo Will.

—Desde luego que sí —convino Bennett.

No se me había ocurrido mirar las cosas desde el punto de vista de Bennett. Habían pasado unas cuantas semanas desde la fiesta de recaudación de fondos, pero no pude evitar preguntarme si él sabía que yo estaba allí por Sara y no por la charla sobre lo último en proteómica.

—Sois un par de gilipollas —mascullé.

Se produjo un momento de ajetreo cuando los demás empezaron a entrar. Por desgracia para mi fachada de fingida despreocupación, Sara fue la última en atravesar la puerta. Estaba increíble, y aproveché mientras Bennett hacía las presentaciones para recorrerla de arriba abajo con la mirada. Falda azul marino, un suéter rosa muy mono que se ajustaba a la suave curva de sus pechos y un cuello que yo deseaba chupar durante horas.

—Esta es Sara Dillon, la jefa de nuestro departamento financiero —le dijo Bennett a Will.

Mi colega dio un paso adelante.

—Sí, hemos intercambiado algunos correos electrónicos. Es un placer conocerte por fin, Sara. Creo que no llegamos a vernos el mes pasado, en la fiesta de recaudación de fondos.

Hablaron durante un momento antes de que ella mirara en mi dirección. Sus ojos se abrieron como platos durante un instante. Se acercó con el brazo extendido, pero no parecía muy contenta de verme.

—Creo que nos conocimos en la gala benéfica —dijo con una sonrisa tensa—. Max Stella, ¿verdad?

Tomé su mano y deslicé el pulgar por la parte interna de su muñeca.

—Me halaga que te acuerdes, Sara.

Retiró la mano con una sonrisa insulsa y se dirigió a su asiento.

Me acerqué a Chloe y, tras una pequeña charla con ella, acepté una vaga invitación a cenar algún día en las próximas semanas. No era de extrañar que Bennett estuviera loco por ella: era una belleza, y sin duda muy inteligente. Pude ver que echaba un vistazo a Bennett de vez en cuando antes de volver a mirarme, como si mantuvieran una especie de conversación silenciosa. En cierto momento, él puso los ojos en blanco y esbozó una sonrisa radiante que nunca le había visto antes. El pobre cabrón estaba acabado.

Cuando comenzó la reunión me senté en el único asiento disponible, justo al lado Sara. Y, a juzgar por su expresión, no fue muy buena idea.

El tiempo pasaba muy despacio y, por Dios bendito, era el tema de conversación más aburrido que había oído en mi vida: ciencias y estrategias científicas. Habría jurado que, en cierto momento, los ojos de Will se cerraron en una expresión de éxtasis.

Sara echaba humo por las orejas a mi lado. ¿Por qué estaba tan tensa? Me parecía sentir cada centímetro de la distancia que nos separaba, y tuve que esforzarme por mantener las manos sobre el regazo. Era consciente de todos sus movimientos, de cada vez que cambiaba de posición en la silla o estiraba el brazo para coger la botella de agua. Podía olerla. No me había dado cuenta de lo duro que sería tenerla tan cerca y no poder deslizar las manos por su piel, o hacer algo tan simple como meterle un mechón de pelo detrás de la oreja.

¿Por qué coño deseaba de repente meterle un mechón de pelo detrás de la oreja? Aquel plan se había ido oficialmente a la mierda.

Justo después de la presentación de Will, Sara se excusó y se marchó antes de que pudiera hablar con ella. Cuando por fin logré librarme de una conversación sobre la mejor forma de destacar la tecnología proteómica de la firma en el plan estratégico de marketing, me dirigí a su oficina casi a la carrera.

—Hola —dijo su ayudante, que me miró de arriba abajo por encima del borde del monitor.

—He venido a ver a la señorita Dillon —dije mientras avanzaba hacia su despacho.

—Pues buena suerte, porque no está aquí —apuntó él por encima de mi hombro. Cuando me di la vuelta, descubrí que había vuelto a su hoja de cálculo.

—¿Tienes alguna idea de dónde podría estar?

—Lo más probable es que haya salido a dar un paseo —respondió sin mirarme—. Entró aquí en tromba, como si se le hubieran incendiado los zapatos. —Me guiñó un ojo—. Por lo general va al parque cuando quiere apuñalar a alguien.

«Vaya, menuda putada».

Corrí hacia el ascensor, ignorando las miradas atónitas de los que me vieron, y observé con impaciencia cómo bajaban las plantas en el marcador. ¿Qué coño había pasado? Apenas había intercambiado dos palabras con ella.

El calor de la tarde me golpeó de lleno cuando salí a la calle, sofocante incluso a la sombra de los altísimos edificios. Miré a ambos lados de la calle antes de encaminarme hacia el parque. Las aceras estaban llenas de paseadores de perros y turistas, pero con un poco de suerte los zapatos altos de Sara habrían aminorado su paso lo suficiente para que pudiera alcanzarla.

Resultaba muy raro pasar de la ciudad al parque, donde el olor a asfalto y al humo de los tubos de escape se sustituía por el de los árboles y las hojas, la tierra húmeda y el agua.

Vi un borrón rosa al final del sendero y aceleré el paso al tiempo que gritaba su nombre.

—¡Sara!

Ella se detuvo en el sendero de grava y se dio la vuelta.

—Por Dios, Max. ¿En qué coño estabas pensando?

Frené en seco.

—¿Qué?

—¡En la reunión! —dijo, casi sin aliento—. ¡No sabía que vosotros financiabais B&T! Ellos no necesitaban divulgarlo en esta etapa. ¡Bienvenidos, conflictos de interés!

Me froté la cara, deseando que nuestro sencillo acuerdo dejara de parecer tan jodidamente complicado.

—No creí que fuera un problema.

—Deja que te lo explique —empezó—. La jefa del departamento financiero de la firma de marketing de B&T se acuesta con el jefe de la firma de capital de riesgo que financia dicha firma de marketing. ¿Te parece que podría haber algún conflicto? ¿Crees que te gustaría que tu nueva follamiga hiciera negocio? ¿O querías asegurarte de que tu nueva aventura consigue el mejor precio posible en la estrategia principal de marketing?

¿Me tomaba el pelo o qué? Sentí que se me enrojecía la cara a causa de la indignación.

—¡Por Dios, Sara! ¡No he venido para controlarte, ni me acuesto contigo para asegurarme de que haces bien tu trabajo!

Ella suspiró y levantó las manos.

—En realidad, no creo que lo hagas. Pero eso podría parecer. ¿Desde cuándo llevas haciendo esto? ¿Es que no sabes cómo empiezan estas cosas? Este es un trabajo nuevo para mí, pero tú trabajas aquí desde hace mucho y la gente se muere por conocer cada detalle de tu vida. No hay más que ver cómo te persigue la prensa, incluso cinco años después de que Cecily se marchara de la ciudad.

Era hipersensible con el tema de hacer pública la relación, y resultaba desconcertante. Todo aquello era una enorme gilipollez, y sabía que ella lo sabía. Apartó la vista, con los brazos cruzados y los hombros hundidos. La verdad era que me importaba un comino quién me viera con Sara. Habían pasado cinco años desde el drama de Cecily y había comprendido que era imposible evitar que la gente hablara. No había forma de hacérselo entender a Sara.

Me acerqué a un sauce que había a varios metros de distancia, me agaché para pasar bajo la cortina de hojas y me senté con la espalda apoyada en el tronco.

—No creo que esto sea tan importante como tú lo pintas.

Ella se acercó, pero permaneció de pie.

—Lo que quiero que veas es que es necesario mantener cierto nivel de discreción. Haya o no un conflicto potencial, no quiero que Bennett piense que tengo por costumbre acostarme con los clientes.

—En eso tienes razón, pero no creo que Bennett sea el más indicado para criticar a nadie.

Vi que sus piernas se acercaban y se doblaban antes de que ella se sentara a mi lado sobre la hierba tibia.

—No había razón para que estuvieras allí. No esperaba verte y me quedé descolocada.

—Joder, Sara. No pensaba meterte un dedo por debajo de la mesa, solo quería pasarme por allí para tener una oportunidad de verte y saludarte. Deberías intentar ser un poco más flexible, ¿no crees?

Soltó una breve risotada y se quedó callada. Pero unos segundos después me di cuenta de que había empezado a reírse otra vez. Al principio lo hacía en silencio, pero acabó doblada en dos, agarrándose el estómago y casi aullando de risa.

—¿Tú crees? —consiguió decir.

No tenía ni la menor idea de lo que había desencadenado esa reacción, así que me quedé sentado y quieto. Me pareció que era lo más apropiado cuando uno estaba al lado de una mujer que podría estar perdiendo la chaveta.

Al final se calmó, se enjugó los ojos y suspiró.

—Sí, podría ser más flexible. Practicar sexo con un tío en una discoteca, en un banquete, en un almacén, en una biblioteca…

—Venga, Sara, no me refería a…

Ella levantó la mano.

—No, ha sido una buena lección para mí. El esfuerzo es un proceso constante. En cuanto paro y me pongo a pensar lo bien que estoy manejando una cosa, me doy cuenta de lo estricta que soy en otra.

Arranqué un larga brizna de hierba mientras lo pensaba.

—Debería haberte enviado un mensaje de texto.

—Seguramente.

—Pero ¿sabes una cosa? A mí me habría encantado que aparecieras por sorpresa en una reunión de Stella & Sumner.

—También quieres salir a cenar conmigo y que pase la noche en la habitación de huéspedes de tu madre. Y quizá incluso que te haga galletitas o algo así.

—Porque a mí me da igual que nos vean juntos —dije, cada vez más frustrado—. ¿Por qué a ti no?

—Porque la gente empezaría a interesarse —dijo al tiempo que se volvía para mirarme—. Hablaría del tema, crearía una historia. Especularían, investigarían quiénes somos, qué queremos. Las relaciones públicas no suelen funcionar, y eso te persigue siempre si admites que te importa.

—Cierto —dije, asintiendo con la cabeza.

Oí el ruido de la brisa, amortiguado por la cortina de hojas. Me gustaba estar en aquella pequeña cueva de silencio, aislado de la gente, los pájaros y todo aquel que quisiera escuchar nuestra conversación y mi silencioso colapso. Demasiadas cosas burbujeaban en mi interior: el descubrimiento de que deseaba a Sara, de que siempre había deseado a Sara… desde el día en que la vi por primera vez. También había aceptado que esperaba que ella al final deseara más y que tendría que ser yo quien pusiera los límites, no ella.

—Max, estoy hecha un lío —dijo en voz baja.

—¿Me contarás al menos por qué?

—Hoy no —dijo, y levantó la vista hacia las ramas de lo alto.

—Me gusta lo que hacemos, pero no siempre resulta fácil mantener las distancias.

Soltó una risotada carente de humor.

—Lo sé. —Y luego se inclinó para besarme.

Me esperaba algo breve, un discreto beso público que suavizara las cosas después de que yo hubiera admitido que debería haberla avisado y de que ella hubiera admitido que su reacción había sido exagerada. Pero se convirtió en algo mucho más profundo: sus manos me cubrían la cara y había abierto la boca, hambrienta. Al final se colocó encima de mí, a horcajadas sobre mis muslos.

—¿Por qué tienes que ser tan agradable? —susurró antes de volver a besarme para acallar la posible respuesta.

Pero no lo consiguió. Estaba demasiado duro para ignorarlo y conformarme con meter la mano en su ropa interior o frotarnos bajo un árbol, así que me aparté.

—Soy agradable porque te tengo cariño de verdad.

—¿Mientes alguna vez? —preguntó ella mientras me miraba a los ojos.

—Por supuesto que sí. Pero ¿por qué querría mentirte a ti?

Se puso seria y asintió con aire pensativo.

—Debería marcharme —dijo después de una larga pausa.

Mi humor cambió de inmediato, y pasó de ser cálido e íntimo a la resignada practicidad de costumbre. Esa chica era un bumerán.

—Está bien.

Se puso en pie y se sacudió la falda y las rodillas de hierba.

—Es mejor que no volvamos juntos.

Solo pude asentir con la cabeza, ya que temía espetarle lo mucho que me frustraban sus normas sobre nuestro comportamiento en público, sobre todo después de haberla tenido en mi regazo debajo de un árbol.

Después de una mirada intensa, se estiró y me dio un único y cuidadoso beso en la mandíbula.

—Yo también te tengo cariño.

Observé cómo se alejaba, con la cabeza en alto y los hombros erguidos. Miraba a todo el mundo como si acabara de regresar de un breve paseo por el parque.

Miré a mi alrededor, como si fuera posible recoger el corazón que había estado a punto de desparramar por la hierba.