Nunca había sido así, jamás. Lento. Casi tan lento que no estaba segura de que ninguno de nosotros pudiese llegar al orgasmo, y ni siquiera me importaba. Nuestros labios se hallaban a solo unos milímetros de distancia, compartiendo la respiración, los ruidos y los susurros con que nos preguntábamos: «¿Sientes eso? ¿Puedes sentir eso?».
Yo lo sentía. Sentía cada uno de los latidos de su corazón bajo la palma de mi mano, y el modo en que sus hombros temblaban encima de mí. Sentía las palabras sin formar en sus labios, cómo parecía tratar de decir algo… Quizá lo mismo que yo había estado eludiendo desde que me había colado en su habitación a oscuras. Incluso antes de eso.
No parecía comprender lo que yo pedía. Nunca había esperado que fuese tan difícil arriesgarme. Habíamos hecho el amor en el auténtico sentido de la frase: su piel, mi piel, nada más entre nosotros. Me llamó Hanna en la mesa de la cena…
Creo que hasta ese momento nadie había pronunciado jamás aquel nombre en voz alta en esa casa.
Y aunque Jensen, el mejor amigo de Will, estaba en la otra habitación, Will se había quedado conmigo para fregar los platos. Me dedicó una mirada intencionada antes de que me fuese a la cama y me mandó un mensaje de buenas noches, diciendo:
«Por si tienes alguna pregunta, la puerta de mi dormitorio permanecerá abierta».
Parecía que fuese mío cuando estábamos en una habitación llena de gente. Pero aquí, solos tras su puerta cerrada, de pronto resultaba muy confuso.
«¿Todavía hay otras en tu vida?»
«Creía que era eso lo que querías…»
«Creo que la regla debería ser que no podemos tener otros amantes».
«Entonces, ¿rompemos esa regla?»
«… Silencio».
Pero ¿qué esperaba yo? Cerré los ojos, rodeándolo más fuerte con los brazos mientras salía casi del todo para volver a deslizarse despacio en mi interior, centímetro perfecto a centímetro perfecto, gruñendo suavemente contra mi oreja.
—¡Qué bien, Perla!
Movió las caderas contra las mías, deslizando una mano por mis costillas hasta cogerme el pecho y limitarse a sostenerlo, pasando el pulgar por la punta endurecida.
Me encantaban los sonidos profundos e irregulares de su placer, que contribuían a hacerme olvidar que no me había dicho las palabras que yo quería oír esa noche. Quería que dijese: «Ya no hay ninguna otra mujer». Quería que dijese: «Ahora que estamos haciéndolo sin protección, no romperemos esa regla jamás».
Pero él había sido quien había iniciado esa conversación, y yo quien la había terminado. ¿Era realmente cierto que solo le interesaba que fuésemos follamigos, o no estaba dispuesto a ser él quien sacase de nuevo el tema? ¿Y por qué me mostraba tan pasiva? Era como si mi miedo a fastidiarla me hubiese dejado sin palabras.
Arqueó el cuello hacia atrás, gruñendo con suavidad mientras entraba y salía de mí, dolorosamente despacio. Cerré los ojos y clavé los dientes en su cuello, mordiéndolo, concentrándome en darle placer. Quería que me desease tanto que no le importase mi falta de experiencia o de seguridad.
Quería encontrar un modo de borrar el recuerdo de todas y cada una de las mujeres que llegaron antes que yo. Quería sentir y saber que me pertenecía. Por un doloroso instante me pregunté cuántas mujeres habrían pensando exactamente lo mismo.
«Quiero sentir que eres mío». Me pegué a su pecho para obligarlo a tumbarse de espaldas y poder situarme encima de él. Nunca había estado sobre Will al hacer el amor y lo miré insegura mientras guiaba sus manos hasta mis caderas.
—Nunca he hecho esto. —Se agarró la base con una mano y me guio sobre él. Gruñó cuando me dejé caer.
—Busca lo que te resulte agradable —murmuró, mirándome—. Ahora es cuando diriges tú.
Cerré los ojos, probando cosas distintas y esforzándome por no sentirme ridícula debido a mi inexperiencia. Era tan exageradamente consciente de la sensación que tensaba mis costillas que me pregunté si me movía de forma diferente, más ordinaria, menos despreocupada y sexy. No tenía ni idea de si le resultaba agradable a él.
—Enséñame —susurré—. Me da la sensación de que no lo estoy haciendo bien.
—Lo haces perfecto. ¿Me tomas el pelo? —murmuró Will contra mi cuello—. Quiero durar toda la noche.
Empecé a sudar, no por el esfuerzo, sino porque estaba tan encendida que creí que mi piel iba a estallar. La vieja cama crujía y no podíamos movernos como solíamos: con energía y utilizando durante horas todo el colchón, el mueble y las almohadas. Antes de que pudiese darme cuenta de lo que sucedía, Will me levantó de su cuerpo, me llevó hasta el suelo y se sentó debajo de mí para que pudiese volver a colocarme encima. De ese modo me penetró mucho más hondo; la tenía tan dura que yo sentía su presión en algún lugar tierno y desconocido. Su boca abierta se movía por mi pecho, y agachó la cabeza para chuparme y succionarme el pezón.
—Quiero que me folles —gruñó—. Aquí abajo no tienes que preocuparte por el ruido.
Will creía que estaba preocupada por los crujidos de la cama. Cerré los ojos, balanceándome cohibida, y justo cuando iba a parar y decirle que aquella postura no me iba bien, que me ahogaba en palabras y preguntas sin respuesta, me besó la mandíbula, la mejilla y los labios, y susurró:
—¿Dónde estás en este momento? Vuelve conmigo. —Me inmovilicé sobre él y apoyé la frente en su hombro.
—Estoy pensando demasiado.
—¿En qué?
—De repente estoy nerviosa. Tengo la impresión de que eres mío solo durante estos momentos.
Supongo que eso no me gusta tanto como creía. Deslizó el dedo bajo mi barbilla y me levantó la cara para obligarme a mirarlo. Su boca se apoyó contra la mía y me dijo:
—Seré tuyo cada segundo, si eso es lo que quieres. Solo tienes que decírmelo, Perla.
—No me rompas el corazón, ¿vale? —A pesar de la oscuridad, pude ver que fruncía el ceño.
—Ya has dicho eso antes. ¿Por qué crees que sería capaz de romperte el corazón? ¿Por qué crees que podría hacerlo siquiera?
Su voz sonaba tan apenada que también estremeció una parte sensible y tensa de mí.
—Creo que podrías hacerlo. Aunque no quisieras, creo que podrías hacerlo ahora. —Suspiró y apoyó la cara en mi cuello.
—¿Por qué no me das lo que quiero?
—¿Qué es lo que quieres? —pregunté.
Cambié de posición para tener las rodillas más cómodas, pero al hacerlo me deslicé arriba y abajo de su polla. Él me inmovilizó cogiéndome con fuerza de las caderas.
—No puedo pensar cuando haces eso. —Tras respirar hondo varias veces, susurró—: Solo te quiero a ti.
—Entonces, ¿habrá otras personas? —le susurré mientras le pasaba los dedos entre el pelo de la nuca.
—Creo que eres tú quien tiene que decirme eso a mí, Hanna.
Cerré los ojos, preguntándome si aquello sería suficiente. Podía decirle que no saldría con nadie más, y me imaginaba que él accedería a hacer lo mismo. Pero no quería que dependiese de mí. Si Will iba a ir en serio, a estar con una sola persona, tenía que ser algo que no fuese negociable para él, tenía que ser él quien quisiera cortar con las otras debido a lo que sentía por mí. No podía ser una decisión informal, algo inseguro, un «lo que tú decidas». Entonces su boca encontró la mía, y me dio el beso más dulce y tierno que me había dado jamás.
—Te dije que quería intentarlo —susurró—. Fuiste tú quien dijo que no saldría bien. Sabes quién soy. Sabes muy bien que deseo cambiar por ti.
—Yo también lo deseo.
—Vale.
Me besó y volvimos a tomar el ritmo: pequeños empujones suyos debajo de mí, minúsculos círculos míos encima. Sus espiraciones eran mis inspiraciones. Sus dientes se deslizaban deliciosamente sobre mis labios.
Nunca en mi vida me había sentido tan cerca de otro ser humano. Sus manos estaban por todas partes: mis pechos, mi cara, mis muslos, mis caderas, entre mis piernas… Su voz resonaba grave y alentadora en mi oído, diciéndome lo agradable que era tocarme, lo poco que le faltaba para correrse, que me necesitaba hasta tal punto que tenía la sensación de trabajar cada día solo para volver conmigo. Dijo que estar conmigo era como estar en casa.
Y cuando me precipité, no me importó moverme de forma torpe o irregular, mostrarme inexperta o ingenua. Solo me importó que sus labios estuviesen apoyados con firmeza en mi cuello y sus brazos me estrechasen tan fuerte que el único modo en que podía moverme era acercarme a él.
—¿Preparada? —preguntó Will el domingo por la tarde, tras deslizarse en mi dormitorio y darme un breve beso en la mejilla.
La mayor parte de la mañana se había desarrollado así: un beso a escondidas en un pasillo vacío, una apresurada sesión de toqueteos en la cocina…
—Casi. Estoy metiendo en la bolsa de viaje unas cuantas cosas que me ha dado mi madre.
Noté que sus brazos me rodeaban la cintura con solidez y me incliné hacia atrás, fundiéndome con él. No me había dado cuenta de lo mucho que Will me tocaba hasta que había dejado de poder hacerlo libremente. Siempre había sido táctil: pequeños roces de sus dedos, una mano apoyada en mi cadera, su hombro chocando contra el mío… Sin embargo, me había acostumbrado tanto y me sentía tan cómoda que ya ni me fijaba. Ese fin de semana había sentido la pérdida de cada uno de aquellos pequeños momentos, y ahora no tenía suficiente. Ya me estaba planteando cuántos kilómetros tendríamos que dejar entre el coche y la casa de mis padres antes de poder decirle que parase y cumpliese su oferta de poseerme en el asiento trasero.
Apartó mi coleta a un lado y sus labios se movieron por mi cuello hasta detenerse justo debajo de mi oreja. Oí el tintineo de las llaves en su mano y sentí el frío metal contra mi estómago, donde la camiseta se me había levantado un poquito.
—No debería hacer esto —dijo—. Creo que Jensen intenta acorralarme desde el brunch, y la verdad es que no deseo morir.
Sus palabras me helaron la sangre, y me alejé para coger una camiseta que estaba al otro lado de la cama.
—Parece típico de Jensen —murmuré, encogiéndome de hombros.
Sabía que a mi hermano mayor se le haría raro. Joder, también se nos haría raro a Will y a mí cuando la familia se enterase de lo nuestro. Sin embargo, llevaba toda la mañana recordando la noche anterior en la habitación de invitados. Tenía ganas de preguntarle a plena luz del día: «¿Dijiste en serio eso de que solo me deseabas a mí?». Porque estaba lista por fin para dar el salto. Cerré la cremallera de la bolsa de viaje y, cuando me disponía a cogerla, Will alargó la mano y agarró el asa.
—¿Puedo coger esto?
Noté su calor y el aroma de su champú. Cuando se enderezó, no se apartó, no se movió para poner distancia entre nosotros. Cerré los ojos y sentí que me mareaba, abrumada por aquella proximidad que parecía vaciar de aire la habitación. Me levantó la barbilla y apoyó sus labios en los míos con un toque lento y persistente. Me moví hacia él, persiguiendo el beso. Sonrió.
—Meto esto en el coche y nos marchamos, ¿vale?
—Vale. —Me pasó el pulgar por el labio inferior.
—Pronto estaremos en casa —susurró—. Y no me iré a mi apartamento.
—Vale —volví a decir con las piernas temblorosas.
Sonriente, tomó la bolsa y salió de la habitación. Apenas podía mantenerme de pie. Bajé y me encontré a mi hermana en la cocina.
—¿Ya os vais? —preguntó Liv, rodeando la encimera para darme un abrazo.
Me apoyé en mi hermana, asintiendo con la cabeza.
—¿Ya ha salido Will?
Miré por la ventana de la cocina, pero no lo vi. Estaba deseando estar en la carretera y decirlo todo a plena luz del día, donde no fuese posible ignorarlo.
—Creo que ha salido por detrás para despedirse de Jens —dijo ella, volviendo hacia el cuenco de moras que estaba lavando—. Desde luego, hacéis muy buena pareja.
—¿Qué? No. —Unas galletas se enfriaban sobre la encimera y cogí un puñado que guardé en una bolsa de papel marrón—. Te lo dije. No es así, Liv.
—Di lo que quieras, Hanna. Ese chico está locamente enamorado. La verdad, me extrañaría ser la única que se ha fijado.
Empecé a acalorarme y negué con la cabeza. Cogí dos vasos de porexpán del armario, los llené de café con una enorme jarra de acero inoxidable, y añadí azúcar y leche al mío, y solo leche al de Will.
—Creo que el embarazo te ha atontado. La cosa no va por ahí.
Mi hermana no era idiota. Estoy segura de que oyó la mentira en mi voz con tanta claridad como yo.
—Quizá no para ti —dijo, sacudiendo la cabeza en un gesto de escepticismo—. Aunque, la verdad, tampoco me trago eso.
Contemplé la ventana. Sabía en qué situación estábamos Will y yo… o al menos eso creía. Las cosas habían cambiado en los últimos días y ahora estaba deseosa de definir aquella relación. Hasta ese momento me daba miedo ponerle límites porque creía desear más espacio para respirar. Creía que me disgustaría oír cómo me encajaba en su programa tal como hacía con otras mujeres.
Últimamente, mi deseo de evitar la conversación tenía que ver más con mantener mi propio corazón enjaulado que con la libertad que él le daba al suyo. Sin embargo, era un ejercicio inútil. Yo sabía que debíamos mantener ya esa conversación, la que él había intentado mantener antes. La que habíamos iniciado la noche anterior.
Tendría que proclamar mis intenciones, arriesgarme. Ya era hora. Se oyó un portazo y di un bote. Miré parpadeando el café que seguía removiendo. Liv me tocó el hombro.
—De todas formas, tengo que hacer de hermana mayor solo un momento. Ten cuidado, ¿vale? —dijo—. Estamos hablando del infame Will Sumner.
Y esa, justo esa, era la razón número uno por la que me aterraba estar cometiendo un error.
Provista de café y aperitivos para la carretera, inicié la ronda de despedidas. Mi familia estaba desperdigada por toda la casa, pero los únicos a los que no pude encontrar fueron mi hermano y Will.
Salí por la puerta principal y eché a andar por el sendero de grava para ver si estaban junto al coche. Me acerqué al garaje y me detuve al oír sus voces en el frío aire de la mañana, por encima de los pájaros y el crujido de los árboles sobre mi cabeza.
—Solo me pregunto qué está pasando entre vosotros —oí que decía mi hermano.
—Nada —dijo Will—. Quedamos de vez en cuando. De acuerdo con tus deseos, podría añadir.
Fruncí el ceño, recordando ese viejo dicho que desaconseja escuchar a escondidas, porque seguramente no te gustará lo que oigas.
—¿Qué quieres decir con eso de «quedar»? —inquirió Jensen—. Pareces tener mucha confianza con ella.
Will fue a hablar, pero se detuvo, y retrocedí para asegurarme de que mi sombra no resultase visible desde el garaje.
—Salgo con unas cuantas personas —empezó Will, y pude imaginar cómo se rascaba la mandíbula—. Pero no, Ziggy no es una de ellas. Solo es una buena amiga.
Me quedé helada. Se me puso la piel de gallina y, a pesar de saber que Will solo estaba siguiendo las reglas que habíamos acordado, se me cayó el alma a los pies. Will siguió hablando:
—La verdad es que… me interesa explorar algo más con una de las mujeres con las que salgo.
Mi corazón empezó a martillear contra las costillas y sentí la tentación de dar un paso adelante e impedirle hablar demasiado. Pero entonces añadió:
—Así que me parece que debería cortar con las otras mujeres a las que veo. Creo que por primera vez puede que quiera más…, pero esa chica se anda con pies de plomo, y me resulta difícil dar ese paso y cortar con la vieja rutina, ¿sabes?
Mis brazos cayeron como lánguidos fideos y me apoyé en la puerta. Mi hermano dijo algo en respuesta, pero yo ya no estaba escuchando.
Decir que el ambiente en el coche era tenso habría sido ridículo. Llevábamos casi una hora en la carretera y yo apenas había dicho dos palabras seguidas.
—¿Tienes hambre?
—No.
—¿Está bien la temperatura? ¿Demasiado calor? ¿Demasiado frío?
—Bien.
—¿Podrías introducir esto en el GPS?
—Claro.
—¿Te importa si paramos para ir al lavabo?
—Vale.
Lo peor era que estaba segura de que me estaba comportando de forma infantil e injusta. Con lo que Will le dijo a Jensen, solo estaba siguiendo las reglas que yo había establecido. En realidad, antes de la noche anterior, nunca había esperado que saliese conmigo en exclusiva.
«Abre la boca, Hanna. Dile lo que quieres».
—¿Estás bien? —preguntó, agachándose brevemente para mirarme a los ojos—. Llevas un rato respondiendo con monosílabos.
Me volví y observé su perfil mientras conducía: la sombra de barba de su mandíbula, sus labios curvados en una sonrisa por el simple hecho de saber que lo estaba mirando. Me dedicó un par de breves ojeadas, me cogió la mano y la apretó. Lo nuestro era mucho más que sexo. Will era mi mejor amigo. Era el hombre al que yo quería llamar «novio».
Una oleada de náuseas me embargó ante la idea de que Will hubiese estado con otras mujeres durante todo ese tiempo. Estaba segura de que después de ese fin de semana no volvería a estar con ellas porque, madre mía, lo habíamos hecho sin condón. Si eso no justificaba una seria conversación, no sabía qué podía hacerlo.
Me sentía muy cercana a él; realmente sentía que nos habíamos convertido en mucho más que amigos.
Me tapé los ojos con las manos, sintiéndome celosa y nerviosa y…, por Dios, impaciente por resolver la cuestión de una vez. ¿Por qué resultaba fácil hablar con Will de todos los sentimientos que yo tenía salvo de los que necesitábamos declarar entre nosotros?
Paramos en una gasolinera para repostar y me distraje repasando la música de su móvil mientras escogía la secuencia adecuada de palabras en mi cabeza. Encontré una canción que sabía que él odiaba y sonreí, observando cómo colgaba la manguera del surtidor y volvía hacia su lado del coche.
Subió, y su mano se inmovilizó con la llave metida en el contacto.
—¿Garth Brooks?
—Si no te gusta, ¿por qué lo tienes en el móvil? —bromeé.
Pensé que aquello estaba bien, que era un comienzo. Las palabras reales eran un paso en la dirección adecuada. «Entabla conversación, Hanna. Prepara un aterrizaje suave y luego salta». Me dedicó una falsa mirada agria, como si hubiese probado algo asqueroso, y arrancó el motor.
Las palabras empezaron a dar vueltas por mi cabeza: «Quiero ser tuya. Quiero que seas mío. Por favor, dime que no has estado con nadie más en las dos últimas semanas, cuando las cosas parecían irnos tan bien. Por favor, dime que no han sido imaginaciones mías».
Abrí su iTunes y empecé de nuevo a repasar su música en busca de algo mejor, de alguna canción que aliviase mi mal humor y me infundiese seguridad en mí misma. En ese momento, un mensaje de texto apareció en su pantalla.
¡Perdona, no lo vi ayer! ¡Sí! Estoy libre el martes por la noche y tengo muchas ganas de verte. ¿En mi casa? Besos y abrazos.
KITTY
Creo que pasé un minuto entero sin respirar.
Desconecté la pantalla y me hundí más aún en mi asiento, sintiéndome como si algo se me hubiese metido en la garganta y me hubiese hecho un nudo en el estómago. La adrenalina corrió por mis venas, formando en ellas una espiral de vergüenza y enfado. En algún momento entre follarme sin condón en casa de mis padres la tarde anterior y besarme el cuello esa mañana, Will le había mandado un mensaje a Kitty para quedar el martes.
Miré por la ventanilla mientras salíamos de la gasolinera y volvíamos a la carretera, dejando caer el móvil suavemente sobre sus rodillas. Unos minutos más tarde echó un vistazo a su móvil y volvió a dejarlo sin una palabra.
Estaba claro que había visto el mensaje de Kitty, y no dijo nada. Ni siquiera parecía sorprendido. Hubiese querido que se me tragase la tierra.
Llegamos a mi apartamento, pero no hizo ningún intento de subir. Llevé mi bolsa hasta la puerta y nos quedamos allí, incómodos.
Me apartó un rizo de la mejilla y se apresuró a dejar caer la mano cuando hice una mueca.
—¿Seguro que estás bien? —Asentí con la cabeza.
—Solo cansada.
—Supongo que nos veremos mañana, ¿no? —preguntó—. La carrera es el sábado, así que probablemente deberíamos hacer un par de circuitos más largos a principios de la semana y luego descansar.
—Suena bien.
—Entonces, ¿nos vemos por la mañana?
De pronto me entraron unas ganas desesperadas de no precipitarme, de brindarle una última oportunidad, una forma de decir la verdad y quizá aclarar un enorme malentendido.
—Sí, y… me preguntaba si querrías venir el martes por la noche —dije, apoyándole la mano en el antebrazo—. Me parece que deberíamos hablar, ¿sabes? De todo lo que ha pasado este fin de semana.
Miró mi mano y enlazó sus dedos con los míos.
—¿No puedes hablar conmigo ahora? —preguntó, frunciendo la frente con una confusión evidente. Al fin y al cabo, solo eran las siete de la tarde de un domingo—. Hanna, ¿qué pasa? Me parece que se me escapa algo.
—Es que ha sido un viaje largo y estoy cansada. Mañana he de trabajar hasta tarde en el laboratorio, pero el martes lo tengo libre. ¿Puedes venir?
Me pregunté si mi mirada resultaría tan suplicante como la voz que sonaba dentro de mi cabeza. «Por favor, di que sí. Por favor, di que sí».
Se humedeció los labios, se miró los pies y volvió a alzar la vista hasta su mano, que sujetaba la mía. Tuve la sensación de poder ver cómo pasaban los segundos y noté el aire denso, casi sólido, tan pesado que apenas podía respirar.
—La verdad es que… —dijo, e hizo una pausa como si aún se lo estuviese planteando— tengo una… cosilla a última hora, por trabajo. Tengo una reunión a última hora del martes —farfulló. Mintió—. Pero podría venir durante el día o…
—No, no pasa nada. Nos vemos mañana por la mañana.
—¿Seguro? —preguntó. Sentí como si el corazón se me hubiese congelado.
—Sí.
—Vale. Perfecto. Bueno, pues me voy —me dijo, señalando la puerta con un gesto de la mano—. ¿Seguro que va todo bien?
Al ver que no contestaba, bajó la vista hasta sus zapatos y me dio un beso en la mejilla antes de marcharse. Cerré con llave y me fui directamente a mi habitación. No pensé en otra cosa hasta la mañana siguiente.
Dormí como un lirón y no me desperté hasta que sonó la alarma de mi despertador a las seis menos cuarto. Pulsé el botón de repetición y me quedé allí tumbada, mirando fijamente la esfera azul iluminada. Will me había mentido.
Traté de racionalizarlo, traté de fingir que no importaba porque quizá las cosas no fuesen oficiales entre nosotros. Todavía no estábamos juntos…, pero por alguna razón eso tampoco parecía cierto.
Porque, por más que intentaba convencerme de que Will era un seductor y no se podía confiar en él, en mi fuero interno… debí creer que la noche del sábado lo había cambiado todo. De lo contrario, no me sentiría así. A pesar de aquello, al parecer se sentía a gusto quedando con otras mujeres hasta que nos sentásemos y lo hiciésemos oficialmente oficial. Yo nunca podría separar tan a la ligera la emoción y el sexo. El simple hecho de darme cuenta de que quería estar solo con Will era suficiente para volverme fiel.
Éramos dos criaturas completamente distintas. Ante mí, los números se volvieron borrosos, y parpadeé unas cuantas veces para contener las lágrimas. La alarma del despertador volvió a romper el silencio. Era hora de levantarse de la cama e ir a correr. Will me estaría esperando.
No me importaba.
Me incorporé el tiempo justo para desenchufar el reloj y luego me di la vuelta. Seguiría durmiendo.
Me pasé la mayor parte del lunes en el trabajo, con el móvil apagado, y no volví a casa hasta mucho después de la puesta de sol.
El martes me levanté antes de que sonase la alarma de mi despertador, me fui al gimnasio del barrio y me puse a correr en la cinta. No era lo mismo que disfrutar de los senderos del parque con Will, pero a aquellas alturas no me importaba. El ejercicio me ayudaba a respirar. Me ayudaba a pensar y a aclarar las ideas, y me daba un breve momento de paz al dejar que me olvidase de Will y de lo que fuese a hacer esa noche con Kitty. Me parece que corrí más que nunca. Me pasé el día en el laboratorio, trabajando apenas sin descanso, pero tuve que irme temprano, sobre las cinco, porque no había comido nada más que un yogur y tenía la impresión de que iba a caerme de morros.
Cuando llegué a casa, Will me estaba esperando en la puerta.
—Hola —lo saludé, caminando más despacio a medida que me acercaba a él.
Se dio la vuelta, se metió las manos en los bolsillos y se pasó un buen rato mirándome sin decir nada.
—¿Le ocurre algo a tu móvil, Hanna? —preguntó por fin.
Sentí una punzada de culpa en el pecho, pero enseguida cuadré los hombros y lo miré a los ojos.
—No.
Fui a abrir la puerta, manteniendo cierta distancia entre nosotros.
—¿Qué coño te pasa? —preguntó, siguiéndome hasta el interior.
Vale, así que íbamos a tener esa conversación ahora. Le miré la ropa. Era evidente que acababa de salir del trabajo, y tuve que preguntarme si se había pasado por mi casa antes de ir a reunirse con… ella. O sea, para hacerme una visita y arreglar las cosas conmigo antes de salir con otra persona. No estaba segura de llegar a entender jamás cómo podía estar tan loco por mí mientras se follaba a otras mujeres.
—Creía que tenías una reunión a última hora —murmuré, volviéndome para dejar las llaves sobre la encimera.
Vaciló y parpadeó varias veces antes de decir:
—Y la tengo. Es a las seis. —Me eché a reír y murmuré:
—De acuerdo.
—Hanna, ¿qué demonios pasa? ¿Qué he hecho?
Me volví hacia él…, pero me acobardé. Me quedé mirando la corbata aflojada en el cuello, la camisa a rayas.
—No has hecho nada —dije, rompiendo mi propio corazón—. Debería haber sido sincera acerca de mis sentimientos. O… la falta de sentimientos.
—¿Cómo? —preguntó, abriendo unos ojos como platos.
—En casa de mis padres me sentí extraña. Creo que estar tan cerca, a punto de que nos pillasen, resultaba emocionante. Quizá me dejé llevar por todo lo que dijimos el sábado por la noche. —Le di la espalda y me puse a toquetear un montón de correo que descansaba sobre una mesa; sentí que las capas crujientes y secas de mi corazón se despegaban y dejaban solo una cáscara vacía. Me obligué a sonreír y me encogí de hombros—. Tengo veinticuatro años, Will. Solo quiero pasarlo bien.
Se quedó allí parpadeando, oscilando ligeramente como si le hubiese arrojado algo más pesado que las palabras.
—No lo entiendo.
—Lo siento. Debería haberte llamado o… —Sacudí la cabeza, tratando de acallar el sonido de la electricidad estática que invadía mis oídos. Tenía la piel caliente; me dolía el pecho como si se me estuvieran hundiendo las costillas—. Pensé que podía sobrellevar la situación, pero no puedo. Este fin de semana no ha hecho más que demostrármelo. Lo siento.
Dio un paso atrás y miró a su alrededor como si acabase de despertarse y de darse cuenta de dónde estaba.
—Ya. —Vi que tragaba saliva y se pasaba una mano por el pelo. Como si hubiese recordado algo, alzó la vista—. ¿Significa eso que no correrás el sábado? Has entrenado mucho y…
—Allí estaré.
Asintió una vez con la cabeza antes de volverse, salir por la puerta y desaparecer, probablemente para siempre.