A la mañana siguiente me desperté con el contacto de unas sábanas desconocidas y el olor de Will todavía pegado a la piel. La cama estaba hecha un desastre. Yo estaba envuelta en un revoltijo de sábanas arrancadas del colchón, y las almohadas habían caído al suelo. Mi piel estaba cubierta de marcas de mordiscos y cardenales, y no tenía la menor idea de dónde estaba mi ropa.
Miré el reloj. Eran poco más de las cinco y me di la vuelta, apartándome de la cara el pelo enmarañado y parpadeando en la tenue luz. El otro lado de la cama estaba vacío y solo contenía la reveladora marca del cuerpo de Will. Alcé la mirada al oír el sonido de unas pisadas y lo vi caminar hacia mí, sonriente y sin camiseta, llevando una taza humeante en cada mano.
—Buenos días, dormilona —dijo, colocando las bebidas en la mesita de noche. El colchón se hundió cuando se sentó junto a mí—. ¿Te encuentras bien? ¿No tienes demasiadas agujetas? —Su expresión era tierna y curvaba los labios en una sonrisa. Me pregunté si alguna vez me acostumbraría a la realidad de verlo mirándome de forma tan íntima—. Anoche no fui demasiado delicado contigo.
Hice inventario mental: además de las señales que Will había dejado por todo mi cuerpo, tenía las piernas flojas y el abdomen como si hubiese hecho un centenar de abdominales. Además, entre las piernas, seguía sintiendo el eco de sus caderas estrellándose contra mí.
—Tengo agujetas en todos los lugares adecuados.
Se rascó la mandíbula y vi que sus ojos recorrían mi rostro antes de bajar hasta el pecho. Como era de esperar.
—Esa es mi frase favorita entre las que has dicho hasta ahora. Quizá esta noche puedas mandarme un mensaje con ella. Si te sientes generosa, podrías incluir una foto de tus tetas.
Me eché a reír. Will cogió una taza y me la ofreció.
—A alguien se le olvidó tomarse el té anoche.
—Mmm. Demasiadas distracciones.
Sacudí la cabeza y le indiqué con un gesto que volviera a dejarla en la mesita. Quería tener las dos manos libres. Will se mostraba depredador y seductor cada minuto del día; sin embargo, por la mañana tanto atractivo debería estar prohibido.
Él me sonrió ampliamente, pasando las manos despacio por las puntas de mi cabello y alisándolo a lo largo de mi columna. Me estremecí al ver la emoción que invadía sus ojos, al sentir sus dedos, que despedían chispas que se me instalaban entre los muslos, cálidas e intensas. Deseé saber con exactitud qué era lo que veía en su mirada. ¿Se trataba de amistad, de afecto, de algo más? Contuve la pregunta que me moría de ganas de hacerle, sin saber con certeza si alguno de nosotros estaba preparado para tener una conversación sincera tan poco tiempo después de la última, que tan desastrosa había resultado.
El cielo que asomaba por la ventana estaba aún oscuro y cubierto de niebla, y la escasa luz hacía que cada una de las líneas de tinta que surcaban su piel resultase más nítida, que cada tatuaje destacase contra su piel. El pájaro azul casi parecía negro; las palabras que envolvían sus costillas daban la impresión de haber sido grabadas con una caligrafía delicada. Alargué el brazo para tocarlas, para apoyar el pulgar en el surco formado por sus oblicuos, las superficies planas de su estómago y más abajo. Tomó aire de golpe cuando deslicé un dedo justo debajo de la cintura de su bóxer.
—Quiero dibujar sobre tu piel —dije, y miré rápidamente su rostro para calibrar su reacción.
Parecía sorprendido, pero sobre todo hambriento. Sus ojos azules, ocultos en sombras, me miraban con intensidad. Debió de estar de acuerdo, porque se inclinó para rebuscar en la mesita situada junto a la cama y regresó con un rotulador negro. Pasó por encima de mí y se tumbó boca arriba, estirándose largo y atractivo en mitad de su cama.
Me incorporé, notando que la sábana se deslizaba debajo de mi cuerpo; el aire fresco me recordó mi completa desnudez. No me entretuve en pensar en lo que estaba haciendo ni en el aspecto que tenía mientras me arrastraba hacia él y me subía encima, rodeándole las caderas con los muslos.
El aire de la habitación pareció condensarse, y Will tragó saliva con los ojos muy abiertos. Le quité el rotulador y retiré la tapa. Sentí que su miembro empezaba a endurecerse contra mi trasero. Contuve un gemido al notar que flexionaba los muslos y balanceaba un poco las caderas hacia arriba en un intento de frotarse contra mí.
Bajé la mirada, sin saber siquiera por dónde empezar.
—Me encantan tus clavículas —dije, rozándolas con los dedos hasta llegar al pequeño hueco situado debajo de su garganta.
—Mis clavículas, ¿eh? —preguntó con voz cálida y aún áspera.
Le pasé los dedos por el pecho, conteniendo una sonrisa de triunfo al ver que su respiración se volvía entrecortada y excitada por mi contacto.
—Me encanta tu pecho. —Se echó a reír y murmuró:
—Lo mismo digo.
De todos modos, el suyo era perfecto. Definido, pero no voluminoso. Su pecho era ancho, con una piel suave que se extendía entre sus hombros musculosos y sus pectorales. Tracé una línea con el dedo índice. No se afeitaba el pecho ni se lo depilaba con cera como los hombres que veía en las revistas o en las pocas noches que pasaba hecha polvo delante de la televisión y sus insustanciales programas.
Will era todo un hombre, con un puñado de pelo oscuro en el pecho, un estómago liso y la línea de suave vello que bajaba desde su ombligo hasta su… Me incliné y pasé la lengua por su vello abdominal.
—Bien —gruñó, removiéndose impaciente debajo de mí—. Oh, Dios, sí.
—Y me encanta esta zona de aquí —dije, apartando la boca del lugar en el que quería tenerme y apoyándola en su cadera. Le bajé el bóxer solo un centímetro para escribir una «h» junto al hueso de la cadera y una «b» debajo. Me senté de nuevo para examinar mi obra con una sonrisa alegre—. Me gusta.
Él levantó un poco la cabeza para ver el lugar de su piel en el que había escrito mis iniciales y me miró parpadeando.
—Lo mismo digo.
Recordé las palabras y los dibujos emborronados que me había quitado del cuerpo el otro día, y me llevé el rotulador al pulgar para garabatear sobre la yema hasta mojarla en tinta. La apoyé en su piel, justo debajo del punto en el que sobresalía el hueso de la cadera, con tanta presión que tomó aire de golpe. Acto seguido aparté la mano, dejando mi huella.
Me senté de nuevo y admiré mi obra.
—Joder —siseó, con los ojos fijos en aquella marca negra—. Es lo más excitante que me han hecho jamás, Hanna.
Sus palabras estremecieron una parte sensible de mi pecho e hicieron resurgir el conocimiento de que había otras mujeres, otras que le habían hecho cosas excitantes, otras que le hacían sentir bien.
Parpadeé para rehuir su mirada intensa. No quería que viese los pensamientos que me rondaban la cabeza, los pensamientos sobre sus «no novias». Will había sido bueno para mí. Me sentía sexy y divertida; me sentía deseada. No iba a estropearlo preocupándome por lo que sucedió antes de mí ni por lo que inevitablemente sucedería después. Joder, por lo que probablemente sucedía los días que no pasábamos juntos. Will nunca había dicho nada de cortar con las otras mujeres. Le veía casi todas las noches de la semana, pero no cada noche. Si algo sabía de él, era que valoraba la variedad y que era lo bastante pragmático para tener siempre un plan alternativo.
«Distancia... —me recordé—. Agente secreto. Entrar y salir indemne».
Will se incorporó debajo de mí y me chupó el cuello antes de mover la boca hasta mi oreja.
—Tengo que follarte. —Eché la cabeza hacia atrás.
—¿No hiciste eso anoche?
—Eso fue hace horas.
Sentí que se me ponía toda la piel de gallina y volví a olvidarme del té.
El aire seguía siendo fresco, pero empezaba a parecer primavera. Había hojas y flores, pájaros parloteando en los árboles y un cielo azul con la promesa de una temperatura mejor. Central Park me conmovía siempre en primavera: era increíble que una ciudad de semejante tamaño y con tanta actividad pudiese esconder en su corazón una joya de color, agua y naturaleza.
Quería pensar en lo que debía hacer ese día o en el fin de semana de Pascua que ya se acercaba, pero sentía agujetas y estaba cansada, y tener a Will corriendo a mi lado me distraía cada vez más. El ritmo de sus pies contra el suelo, la cadencia de su respiración…, solo podía pensar en el sexo.
Podía recordar los músculos duros y definidos bajo mis manos, su forma serena y bromista de pedirme que lo mordiese, como si lo hiciese por mí, a sabiendas de que necesitaba soltar algo también en él y que quizá lo encontrase enterrado bajo su piel. Podía recordar cómo respiraba junto a mi oreja en mitad de la noche, con ritmo, conteniéndose durante lo que parecieron horas mientras hacía que me corriese una y otra vez.
Se levantó la camiseta y se enjugó la frente mientras continuaba corriendo, y mi mente volvió de forma encendida y brusca a la sensación que me producía su sudor cayéndome sobre el estómago, su semen sobre mi cadera en la fiesta. Dejó caer su camiseta, pero yo no pude apartar mis ojos del punto en el que acababa de mostrar su estómago.
—Hanna.
—¿Mmm?
Por fin conseguí llevar mis ojos al sendero que se extendía ante nosotros.
—¿Qué pasa? Pareces pensativa.
Tragué saliva y cerré los ojos con fuerza un instante.
—Nada.
Se detuvo, y en mi mente la cadencia sexual de sus caderas moviéndose contra las mías se interrumpió bruscamente. Pero la ternura entre mis piernas no desapareció en absoluto cuando se inclinó para mirarme a los ojos.
—No hagas eso.
Me llené los pulmones, y las palabras escaparon cuando exhalé el aire:
—De acuerdo, estaba pensando en ti.
Sus ojos azules recorrieron mi rostro antes de hacer un repaso al resto de mí: pezones duros y visibles bajo la camiseta suya demasiado grande que llevaba puesta, estómago hecho un nudo, piernas a punto de doblarse y, entre ellas, músculos tan tensos que apreté con más fuerza solo para aliviar el anhelo. Una sonrisita apareció en sus labios.
—¿Pensando en mí cómo?
Esta vez, cuando cerré los ojos los mantuve cerrados. Él decía que mi fuerza radicaba en mi sinceridad, pero en realidad lo hacía en el modo en que me hacía sentir cuando se lo contaba todo.
—Nadie me ha distraído nunca tanto.
Siempre había sido solo brío. Ahora mismo, era pasión, necesidad, deseo insaciable. Permaneció en silencio demasiado tiempo, y cuando volví a mirar lo encontré observándome, reflexionando. Necesitaba que bromease, que dijese algo obsceno y nos devolviese a ambos a la base de referencia de Hanna y Will.
—Sigue hablando —susurró por fin. Abrí los ojos y lo miré.
—Nunca me ha costado concentrarme, enfocarme en una tarea. Pero ahora… pienso en ti… —Me detuve—. Pienso en el sexo contigo todo el tiempo.
Jamás había notado el corazón tan grande mientras latía a punto de salírseme del pecho. Me encantaba que Will me recordase que mi corazón era un músculo y mi cuerpo estaba hecho, en parte, para estar en carne viva, para comportarse como un animal, para follar. Pero no las emociones. No, desde luego.
—¿Y? —me pinchó.
«De acuerdo».
—Y me da miedo. —No pudo contener la sonrisa.
—¿Por qué?
—Porque eres mi amigo… Te has convertido en mi mejor amigo.
Su expresión se suavizó.
—¿Y eso es malo?
—No tengo muchos amigos y no quiero fastidiarlo todo contigo. Eres muy importante para mí.
Sonrió y me apartó un mechón de pelo que tenía pegado en la mejilla sudorosa.
—Y tú para mí.
—Temo que esto de ser follamigos acabe como el rosario de la aurora.
Se echó a reír, pero no dijo nada en respuesta.
—¿A ti no te pasa? —pregunté, mirándolo a los ojos.
—No por las mismas razones que a ti. No creo.
¿Qué significaba eso? Aunque me encantaba la capacidad que tenía Will de contenerse, en aquel momento me entraron ganas de estrangularlo.
—Pero ¿no es raro que, aunque seas mi mejor amigo, no pueda dejar de pensar en ti desnudo? ¿En mí desnuda? ¿En nosotros desnudos juntos y en cómo me haces sentir cuando estamos desnudos? ¿En cómo espero hacerte sentir yo cuando estamos desnudos? Pienso mucho en eso.
Dio un paso adelante para apoyarme una mano en la cadera y la otra en la mandíbula.
—No es raro. Y ¿sabes una cosa, Hanna?
Cuando me pasó el pulgar por el cuello, donde el pulso latía enloquecido, supe que intentaba decirme que sabía cuánto me asustaba aquello. Tragué saliva y susurré:
—¿Qué?
—Ya sabes que para mí es importante hablar claro. —Asentí con la cabeza.
—Pero… ¿quieres hablar de esto ahora? Podemos hacerlo si quieres, aunque… —dijo, apretándome la cadera para infundirme seguridad— no tenemos por qué.
Sentí un ramalazo de pánico. Ya habíamos tenido esa conversación antes y no había salido bien. Yo me había asustado y él había retirado sus palabras. ¿Sería diferente esta vez? ¿Y cuál sería mi reacción si Will decía que me deseaba, pero que no era la única? Sabía lo que le diría. Le contestaría que aquello ya no me servía. Que con el tiempo… me alejaría. Sonriendo, negué con la cabeza.
—Aún no.
Ladeó la cabeza y sus labios se acercaron a mi oreja:
—Muy bien. Pero en ese caso debería decirte: nadie en absoluto me hace sentir como tú. —Pronunció cada palabra con cuidado, como si las tuviese colocadas sobre la lengua y hubiese de inspeccionarlas antes de poder soltarlas—. Y también pienso en el sexo contigo. Un montón.
No es que me extrañase que pensara en el sexo conmigo; sus continuos comentarios al respecto lo dejaban muy claro. Pero yo sospechaba que quería estar conmigo de alguna forma precisa, casi basada en un contrato, tal como hacía con todas sus mujeres, cuyos términos se discutían y exponían en un acuerdo mutuo y estéril. Sencillamente, no sabía muy bien si para Will eso significaba follar con compromiso o… sin compromiso. Al fin y al cabo, si nadie lo hacía sentir como yo, era obvio que había alguien más intentándolo, ¿verdad?
—Me doy cuenta de que puede que hayas hecho… planes para este fin de semana —empecé, y él juntó las cejas en un gesto de frustración o confusión, no pude distinguirlo, aunque seguí a toda mecha—: Pero si es así, pero no quieres tener planes, o si no tienes planes, pero te gustaría tenerlos, deberías venir conmigo a casa por Pascua.
Se apartó lo justo para mirarme a la cara.
—¿Qué?
—Quiero que vengas a casa conmigo. Mi madre siempre prepara un brunch increíble en Pascua. Podemos salir el sábado y volver el domingo por la tarde. ¿Tienes planes o no?
—Pues…, no —dijo, negando con la cabeza—. Ningún plan. ¿Lo dices en serio?
—¿Se te haría raro? —preguntó.
—Raro no. Sería genial ver a Jensen y a tu familia. —Los ojos se le iluminaron de malicia—. Me doy cuenta de que probablemente no les contaremos nuestros recientes encuentros sexuales, pero ¿puedo verte las tetas mientras esté allí?
—¿En privado? —pregunté—. Quizá.
Se dio unos golpecitos en la barbilla, fingiendo reflexionar.
—Mmm… Lo que voy a decir va a sonar absolutamente repugnante, pero… ¿en tu cuarto?
—¿En mi cuarto de niña? Eres un pervertido total —contesté, sacudiendo la cabeza—. Pero tal vez sí.
—Entonces cuenta conmigo.
—¿Solo ha hecho falta eso? ¿Unas tetas? ¿Tan fácil eres? —Se inclinó, me dio un beso en la boca y dijo:
—Si tienes que preguntarlo, es que aún no me conoces demasiado bien.
Will se presentó en mi apartamento el sábado por la mañana, tras aparcar un vetusto Subaru Outback de color verde en el hueco de la boca de incendios. Alcé las cejas paseando la mirada desde el coche hasta él y observando cómo hacía girar las llaves alrededor de un dedo en un gesto de orgullo.
—Muy bonito —dije, volviendo a entrar en casa el tiempo justo para coger mi bolsa de viaje.
Se hizo cargo de la bolsa y me besó en la mejilla.
—¿Verdad que sí? —dijo, sonriendo de oreja a oreja—. Lo tengo en un aparcamiento. Echo de menos este coche.
—¿Cuándo fue la última vez que lo condujiste? —pregunté. Se encogió de hombros.
—Ya hace tiempo.
Lo seguí escaleras abajo, tratando de no pensar en el lugar al que íbamos. Invitar a Will me había parecido una buena idea en su momento, pero ahora, apenas una semana más tarde, me preguntaba cómo iba a reaccionar todo el mundo y si podría guardarme para mí mi estúpida sonrisa o mantener las manos fuera de sus pantalones. Mientras me obligaba a dejar de mirarle el trasero, comprendí que no parecía tener muchas posibilidades de lograrlo.
Estaba increíble con sus vaqueros favoritos, una camiseta de Star Wars gastada y perfecta, y unas zapatillas de deporte verdes. Parecía estar tan relajado como nerviosa estaba yo.
En realidad, no habíamos hablado de lo que ocurriría cuando llegásemos. Mi familia estaba enterada de que habíamos quedado unas cuantas veces; después de todo, había sido idea de ellos. Sin embargo, seguro que aquello, lo que estaba sucediendo entre nosotros ahora, no formaba parte de su plan. Confiaba en que Liv nos guardase el secreto, porque si Jensen tenía noticia de las cosas que Will había hecho con el cuerpo de su hermana pequeña, existían muchas probabilidades de que hubiese una pelea a puñetazos o, como mínimo, algunas conversaciones horriblemente incómodas.
Era fácil mantener esa realidad bajo control cuando estábamos aquí, en la ciudad. Pero viajar a casa significaba afrontar la realidad de que Will era el mejor amigo de Jensen. Yo no podía actuar tal como hacía aquí, como si… como si me perteneciese a mí.
Will colocó mi bolsa en el maletero y fue a abrir la puerta, asegurándose de apretarme contra el costado del coche y darme un beso largo y lento.
—¿Preparada?
—Sí —dije, recuperándome de mi pequeña epifanía.
Me gustaba muchísimo sentir que Will me pertenecía. Me miró y sonrió hasta que, al parecer, ambos nos dimos cuenta de que solo disponíamos de unas cuantas horas en el coche para disfrutar con naturalidad de aquella cómoda intimidad.
Me besó una vez más, tarareando contra mis labios y pasando su lengua suavemente por la mía antes de apartarse para que yo pudiese subir al coche. Tras rodear el coche, saltó al asiento del conductor y dijo de inmediato:
—¿Sabes? Podríamos tomarnos unos minutos y subir atrás. Podría bajar el asiento para que estuvieses cómoda. Sé que te gusta abrir mucho las piernas.
Puse los ojos en blanco y esbocé una sonrisa radiante. Will se encogió de hombros y arrancó el motor. El coche se puso en marcha con un rugido y Will metió una marcha, guiñándome el ojo antes de pisar el acelerador. Avanzamos bruscamente y nos detuvimos con una sacudida a pocos metros del bordillo.
Frunció el ceño, volvió a arrancar y consiguió incorporarse suavemente al tráfico en el segundo intento. Cogí su teléfono móvil del reposavasos y empecé a repasar su música. Me dedicó una mirada de reprobación, pero no hizo ningún comentario y volvió los ojos hacia la calzada.
—¿Britney Spears? —pregunté entre risas, y él alargó el brazo a ciegas, intentando quitármelo.
—Mi hermana —rezongó.
—Claro.
Llegamos a un semáforo de Broadway y el coche volvió a calarse. Will tosió y arrancó de nuevo. Soltó una maldición cuando se caló pocos minutos después.
—¿Estás seguro de que sabes manejar esto? —le pregunté con una sonrisita burlona—. ¿Llevas tanto tiempo siendo neoyorquino que has olvidado cómo se conduce?
Me fulminó con la mirada.
—Sería mucho más fácil si antes hubiésemos echado un polvo en el asiento de atrás. Me ayudaría a despejarme.
Miré por el parabrisas y volví a fijar la vista en él, sonriente. Me metí debajo de su brazo e inicié mi maniobra con la cremallera.
—¿Quién necesita el asiento trasero?